Pablo Hernánz

Vacío de "no hay billetes"

Periodista y estratega en comunicación
30 de Julio de 2022
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España nunca ha estado tan llena de gente como ahora. Pero sigue tan vacía como desde hace dos o tres mil años. El libro de Sergio del Molino, desértico y literario, solo puso el foco en una situación tan vieja como la vida misma.

Pero los de la cosa pública han creído ver en esa sensación polvorienta una nueva excusa para tenernos entretenidos. Al principio, aún sin verlo claro, empezaron con la falacia de que cuando se cierra una escuela se muere un pueblo, sin pensar que los niños no los trae la escuela, ni la cigüeña, sino el amor de una familia que desde hace tres generaciones ya no va al pueblo más que para fiestas.

Pero la lectura de Sergio del Molino, tan ordenado y capaz en su literatura melancólica, les hizo pensar a nuestros políticos en una supuesta nueva despoblación que han convertido en un negocio electoral. Unos (los que hablan de España vaciada) están tratando de hacernos creer que otros (los que dicen España vacía) fueron quienes la dejaron seca de gentes. Cuando ha estado seca de gentes desde antes de Julio César.

Una vez le dije a una urbanita con pantalón barato de montañero que ella no quería que se desarrollaran los valles en torno al esquí porque lo que deseaba era subir en su todo terreno los sábados al sobrepuerto y, emulando a Compairé, sacarle una foto a un pastor haciendo unas migas a la puerta de su borda apenas abrigado. Se enfadó un poco conmigo. Pero es que algunos de los que más hablan de despoblación suelen ser los mismos que nos advierten de que se está perdiendo lo tradicional. Aunque para ellos lo tradicional sea el reiki y pasear por el campo dando abrazos a los árboles.

Durante los años de la burbuja, cuando todo el monte dejó de ser orégano para pasar a ser urbanizable, hubo muchos pueblos que vieron en el polígono industrial la solución a sus problemas de gente. Sus alcaldes, inocentes ellos, se sintieron abrigados por algún crédito blando de aquellas cajas de ahorro llenas de expresidentes autonómicos y perdedores de elecciones que nos obligaron a rescatar. Y en su pensamiento sincero, aquellos ediles creyeron que, habiendo empresas, habría empleo y habría gente joven. Pensaban incluso en ir arreglando la escuela. Y al final ni empresa, ni empleo, ni gente joven.

España siempre ha estado vacía en cuando se deja atrás la ciudad. Por eso se creó la Santa Hermandad, para generar seguridad en ese desierto por el que solo transitaba la diligencia con el correo y los salteadores de caminos.

La despoblación es una consecuencia tecnológica. Una especie de residuo silencioso que deja la modernidad. La mecanización del campo fue como la segunda revolución industrial o como está siendo ahora la revolución tecnológica. Eliminó mano de obra. El resto lo ha producido la evolución natural de la querencia humana de vivir apelotonados. No ha habido manos negras ni vaciadores de lo ya vacío.

Ha sido la globalización la que nos ha hecho ser conscientes, muy poco a poco, de la situación. Cuando llegó la televisión a los pueblos, la gente veía películas de quinquis que corrían por la Gran Vía de Madrid, tan universal y tan iluminada. Y todo el mundo quería darse un garbeo capitalino. La despoblación, por lo tanto, es también una realidad que se ha convertido en problemática desde que el bienestar lo echan por televisión.

Si en la era del empleo tecnológico pensamos que será suficiente con llevar banda ancha a nuestros pueblos es que no hemos leído ni entendido nada. Habría que preguntar a la gente despoblada qué prefiere. Si vivir donde ha elegido pero con un bienestar equivalente al que les llega por televisión o que se les llene el pueblo de gente buscando wifi gratis.

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