Ha muerto. Mario Vargas Llosa ha muerto. Mi abuelo también falleció hace unos años. Mi abuelo no leyó mucho, no escribió nada. Estaba muy ocupado conduciendo su camión. ¿Y Vargas Llosa? No sé si alguna vez condujo algún camión. Tampoco tengo muy claro si le hubiese gustado hacerlo.
Lo que tengo como certeza es que a mi abuelo sí que le habría gustado leer más. Encontré tiempo atrás un antiguo libro de divulgación científica de Isaac Asimov. Y en el interior de la solapa trasera, escrito a boli, unos versos de mi abuelo; que no eran de mi abuelo; ni de nadie; más bien de todos.
¿Qué versos, entonces? Unos proverbios árabes. Los tiempos han cambiado desde el camión de mi abuelo. Ahora tenemos más fácil eso de leer y escribir. Yo quiero ser escritor, como Vargas Llosa. Cada día dudo más de que lo pueda conseguir. Pero da igual.
Ante todo, quiero ser como mi abuelo. No sé que es el fracaso. No conozco el éxito. Pero bien cotidiano se me hace el entusiasmo que mi abuelo sintió al conocer aquellos proverbios árabes. Incluso los escribió. Él, que no fue a la escuela más de un mes. Que la muerte me traiga día a día el recuerdo de su entusiasmo; no creo que esta vida necesite mucho más.