Miguel Angel Lordán

Verbenas sin farolillo

31 de Agosto de 2022
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Ya lo cantaba Sergio Dalma, allá por 1991 cuando quedamos cuartos en el Festival de Eurovisión, “Bailar de lejos no es bailar”. Él, era un poco más moderno, pero aún era de los de “Bailar pegados”, como los que esperaban la pieza lenta para pedirle bailar a esa chica tan solicitada que siempre tenía tantos pretendientes. Así que, si tocaba, bien, pero si no, como “bailar, no es casar”, a por las menos guapas. Lo importante era entrar en la pista de baile y esperar al “cambio de pareja” para con suerte estar más cerca de la guapa de la fiesta.

Lo del farolillo ya era para nota, casi era toda una declaración de intenciones y eso que el mayor premio no era arder los últimos, sino estar más cerca viendo la sonrisa iluminada en la cara del otro y decir cualquier tontería mientras duraba la llama. ¡Románticos!

Cierto es que antes había más opciones de bailar pegados, con suerte hasta la mitad de la segunda sesión, momento que ahora llaman bingo.

Carlos y María habían salido de casa a las 8 de la tarde, se habían dado los últimos retoques para estar a la altura de las Fiestas Mayores. Llegaban al banco de la plaza, con hora, a las 20:05 h, al son de “Jump” de Van Halen y, aún, pudiendo elegir el sitio de siempre. Sabían que en el ratico de antes de la cena había alguna opción de que la orquesta tocase rancheras y pasodobles, lo del vals es solo para el día de las Mairalesas y como mucho los compases de 3/4 iniciales del “Vals de obrero” de Ska-P en la última sesión.

Hoy era el día del baile de disfraces de los más pequeños, así que tocaba Frozen, El Rey León, Coyote Dax versión debutantes y el trenecito tocando la oreja del delante. Pero, y sí… Mientras, María y Carlos intercambiaban alguna sonrisa y esperaban su turno sentados en el banco y moviendo los pies de vez en cuando.

A mitad del CantaJuego, desfilan por la carpa unas cuantas mujeres con delantales blancos y portando un par de calderos grandes y varias cajas, las sigue el alguacil que entra el último y cargado con una mesa plegable. Josefina que es la que corta el bacalao en la Comisión se acerca a hablar con los músicos en los últimos compases de la “Taza, tetera, cuchara, cucharón, plato hondo…”.

“¡Ya nos han jodido con el cambio del programa!” -dice María mirando a Carlos al tiempo que cabecea de lado a lado-. Carlos le coge la mano a María y le dice, “a lo mejor siguen tocando”. Josefina consigue el micro del vocalista y pide que hagan una cola para el chocolate, y los músicos aparcan su instrumental hasta nueva orden. El más jovenzano, al recuperar el micro, añade: “Nos comemos el chocolate y volvemos”.

Un ratito después, y en medio de la amalgama de tutús y licras de colores, los músicos vuelven a coger sus instrumentos y anuncian su última canción, “para terminar esta sesión lo haremos con un bonito pasodoble de La Ronda de Boltaña. Un pasodoble entre las ruinas”.

¡Ahora o nunca! María y Carlos dan un salto que ni los de 15. A la tercera estrofa llevaban ya 18 vueltas, a la octava 32 y en el estribillo, “capuzete”. María se ha roto la tibia, se ha “espellejau” el brazo y se ha roto las gafas. Carlos se ha roto la muñeca y la esfera del reloj de cuerda de su padre. Después de enyesarlos en San Jorge los han devuelto para casa.

María y Carlos se han quedado sin farolillo y sin saber si al final de la segunda sesión la orquesta ha repartido postales o no, pero “que les quiten lo bailao”.

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