Eduardo Pérez Barrau

Para Zaragoza las inversiones, para el resto las subvenciones

14 de Noviembre de 2022
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Si algo deja claro el debate del estado de la comunidad en cada edición es la prioridad del gobierno autonómico por los intereses particulares de Zaragoza. La capital aragonesa ha vuelto a ser la protagonista indiscutible del debate parlamentario de estos días, así como la destinataria de las inversiones más importantes a cuenta del presupuesto de todos. Nada nuevo en este clásico de la política aragonesa que consiste en dirigirse al conjunto de Aragón con las mejores palabras, pero esconder la cartera cuando toca financiar cualquier proyecto de calado fuera de la(s) capital(es). Así nos va en comarcas.

De todas formas, siempre viene bien un ejercicio de transparencia como el realizado por nuestros representantes durante el debate en las Cortes. El despiporre de intervenciones políticas nos ha permitido saber que el verdadero estado de la comunidad es estar ausente del mismo debate que protagoniza. Además, nos ha ratificado, por si todavía abrigábamos esperanzas, el mínimo grado de compromiso del gobierno con la vertebración territorial y el problema de la despoblación. Este problema existencial para el medio rural está en boca de todos, en la mente de algunos y, por lo visto, fuera del presupuesto de inversiones del gobierno aragonés. Poco a poco nos va quedando claro que cuando se debate sobre el reparto de la pasta nuestros gobernantes no están pensando en el medio rural como beneficiario, al contrario, el dinero público, el bueno, el que va destinado a actividades productivas y genera empleo de calidad, solo tiene un destino: Zaragoza.

Que este tratamiento presupuestario sea tan desfavorable con el resto de Aragón requiere de malabarismos dialécticos que lo justifiquen. En este punto, siempre hace acto de presencia el político íntegro, y algo despistado, que se atreve a discrepar del reparto de inversiones propuesto y que rápidamente es silenciado por su propio partido político. Es el mismo político que fuera del foco mediático, y con sentida decepción, se excusa diciendo: “Ya sabes cómo funcionan las cosas en política”. También forman parte de estas justificaciones las explicaciones de género mágico que se nos ofrecen desde la política oficialista: “Los esfuerzos inversores del gobierno autonómico en Zaragoza se llevan a cabo con la esperanza de que el desarrollo económico que generen los proyectos se extiendan por todo el territorio aragonés”, “gracias a estas inversiones obtendremos un rendimiento social, económico, medioambiental y transversal que acabará por llegar al medio rural en forma de oportunidades y puestos de trabajo”. Palabrería para incautos.

(Nota aclaratoria: Está por descubrir el mecanismo teórico que demuestre que una inversión en un lugar genera beneficios en otro sitio distinto. Es decir, no hay ninguna evidencia de que una inversión pública en Zaragoza vaya a trasladar su efecto a Graus, por ejemplo. Además, si algo nos recuerda la historia de nuestro país es que nunca se ha dado un trasvase de prosperidad desde la ciudad al campo en época reciente).

No busquen en esta política centrípeta de desarrollo un ápice de originalidad en las ideas o de innovación social para el medio rural. La pereza intelectual de sus señorías no da para más y las políticas vertebradoras disponibles para el reparto de los recursos públicos y las oportunidades económicas son, digamos, más difíciles de implementar para la administración pública y electoralmente menos rentables para quien gobierna. Se puede concluir, en consecuencia, que no hay una estrategia integral de desarrollo para el conjunto de Aragón. Lo único que propone el Pignatelli es un marco de actuación municipal, o, mejor dicho, metropolitano, que acapare todas las atenciones políticas y las inversiones empresariales para más gloria del “Eje del Ebro”.

¿Y el resto de Aragón? Pues a vivir de subvenciones. Si la inercia del modelo económico nos lleva a concentrar la actividad empresarial en áreas cada vez más concretas y además la iniciativa política colabora para acelerar este proceso, el resultado final solo puede ser el progresivo vaciamiento del territorio. Esta deriva poblacional es evidente en el ámbito aragonés desde hace décadas, una realidad de la que escapan, por poco, las capitales provinciales y alguna área con cierto dinamismo propio. Para el resto de la comunidad el horizonte de expectativas sólo puede ir a peor. Un punto de no retorno, en muchos pueblos y comarcas del medio rural, en el que solamente cabe subvencionar un nuevo tejido productivo y a unos nuevos residentes dispuestos a ocupar el espacio vital de los que se fueron. Y, por supuesto, vender esta historia de lucha contra la despoblación como un éxito de los políticos de Zaragoza.

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