El reloj marcaba las ocho de la tarde cuando, en una sala del Centro Pignatelli de Zaragoza, comenzaba algo más que una reunión. La cita había sido anunciada discretamente en la prensa local. ¿El motivo? Reflexionar sobre la devastadora sequía del Sahel. ¿El resultado? Una sala 12 repleta de vecinos, activistas, creyentes, agnósticos, jóvenes, veteranos, soñadores. De aquella heterogénea pero comprometida concurrencia nació un proyecto que no tardaría en tomar forma y nombre: Acción Solidaria Aragonesa (ASA).
Hoy, cuatro décadas después, celebramos su aniversario y, con él, una historia de compromiso sostenido, de voces que no se apagaron, de acción que nunca fue mera palabra.
Lo que allí se gestó no fue una reacción puntual al drama africano, sino la voluntad de canalizar un sentimiento colectivo de responsabilidad hacia un mundo desigual. Frente a la indiferencia o la caridad pasajera, ASA nació con una vocación política en el sentido más noble del término: transformar desde la raíz.
Se optó por una estructura asamblearia, sin jerarquías ni profesionales de la solidaridad, sino con personas voluntarias que ofrecían su tiempo, su energía, su conciencia crítica.
Plural y abierta en lo ideológico, ASA se definía por su firme apuesta por la justicia social, el respeto al medio ambiente y la construcción de un nuevo modelo de desarrollo. Ni confesional ni partidista, pero sí profundamente comprometida con una crítica al sistema capitalista global y sus múltiples formas de exclusión.
EL PRIMER PASO: ETIOPÍA
La primera acción concreta fue de enorme simbolismo y eficacia. Se trataba de visibilizar el hambre en el mundo -y, en concreto, en Etiopía- y de impulsar la ayuda directa. La campaña se materializó en un singular autobús de dos pisos, traído desde Londres, convertido en exposición itinerante.
Carteles, fotografías, diapositivas, folletos, vales de ayuda… el vehículo recorrió el territorio aragonés de punta a punta. Y, con él, conferencias, talleres, encuentros vecinales, diálogos improvisados en plazas y centros sociales. La respuesta fue entusiasta.
Aquella movilización desembocó en un hecho histórico: el 31 de octubre de 1985, todos los grupos de las Cortes de Aragón firmaban una proposición no de ley instando a la creación de un Fondo Aragonés de Cooperación al Desarrollo y al compromiso del célebre 0,7 %. Aragón se situaba así a la vanguardia de las políticas públicas de cooperación en España.
La iniciativa, que en un principio quería enviar alimentos a Etiopía, mutó gracias a la reflexión crítica y el contacto con organizaciones como Justicia y Paz y la Plataforma 0,7% de Cataluña. Se comprendió que el problema no era solo la falta de comida, sino la imposibilidad de distribuirla por falta de medios.
Así, en julio de 1986, salía hacia África un camión-taller capaz de reparar vehículos locales, permitiendo que la ayuda almacenada llegara por fin a quienes la necesitaban.
UNA RED QUE CRECE
A lo largo de los años, ASA fue tendiendo puentes. En 1986 se incorporó a la recién nacida Coordinadora Estatal de ONGD, consolidando su apuesta por la colaboración con colectivos ecologistas, pacifistas, defensores de los derechos humanos y de la objeción de conciencia.
Enseguida surgió un dilema: ¿cómo combinar la solidaridad con los países del Sur con las injusticias del propio territorio? La solución fue clara: ASA centraría su acción internacional, pero animaría a la militancia múltiple, al cruce de luchas. Así, muchas de sus personas activistas participaron en organizaciones locales, multiplicando el impacto social.
La creación de la revista ¿Y el Sur?, los ciclos de cine sobre la dependencia Norte-Sur, la edición de guías pedagógicas y la celebración del Día de la Solidaridad -que creció hasta convertirse en una semana entera de actividades callejeras- fueron hitos de una etapa expansiva. En 1988, el Ayuntamiento de Zaragoza concedía a ASA el Primer Premio por la Paz.

PRESENCIA EN TODO ARAGÓN
Lejos de concentrarse en la capital, ASA echó raíces en el Bajo Aragón, Huesca, Teruel y otras localidades. Allí, grupos de voluntariado han continuado, hasta hoy, combinando el compromiso con los países empobrecidos con una mirada lúcida a las realidades de exclusión más próximas.
Además, ASA ha estado presente en plataformas como los Círculos de Silencio, en defensa de migrantes y refugiados, o en movimientos por la justicia climática.
Hoy, ASA se organiza en tres comisiones activas: difusión, educación y proyectos. La primera mantiene viva la llama de la comunicación social, edita materiales como calendarios y folletos, coordina redes y publica el boletín y la ya veterana ¿Y el Sur?, que va por su número 78.
La comisión de educación actúa como un faro pedagógico: organiza charlas, talleres, campañas, colabora con centros educativos y universitarios y coordina, año tras año, el ciclo de cine-coloquio sobre dependencia global, adaptado a formatos online desde la pandemia.
Por su parte, la comisión de proyectos impulsa iniciativas en África, América Latina y Asia. Se trata de acciones que nacen de organizaciones locales y que apuntan a reforzar su autonomía: proyectos agroecológicos, educación, defensa de derechos humanos, cultura de paz, apoyo a mujeres e infancia. En total, más de 500 proyectos apoyados en 40 años. Una cifra que habla de constancia, humildad y escucha.
EL PORVENIR
¿Tiene futuro ASA? La pregunta se responde sola cuando se observa la estela que ha dejado. Su verdadera trascendencia no reside solo en lo que ha hecho, sino en lo que ha inspirado. Porque su gran legado es haber sido un espacio donde el nosotros ha tenido sentido, donde la solidaridad no fue limosna, sino vínculo, exigencia y horizonte.
Quizás el futuro de ASA no esté escrito en los estatutos, sino en cada gesto, en cada vida tocada por su acción, en cada conciencia despertada a lo largo de estos 40 años. Como ellos mismos afirman, lo esencial es que nuestras vidas sigan impregnadas por la preocupación por el Otro, que sigamos viviendo no como islas, sino como parte de un archipiélago de esperanza.
Si eso sucede, dentro o fuera de ASA, su razón de ser seguirá intacta. Y esa es, sin duda, la mejor manera de celebrar su aniversario.