Alteración en Nairobi I

Una jornada de disturbios en la capital keniana plagada de peligros para el viajero, que recorrió los puntos más calientes en los que hubo hasta muertos, para llegar a su hotel

Marco Pascual
Viajero
10 de Septiembre de 2023
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Calle de Nairobi con muchísimas personas.
Calle de Nairobi con muchísimas personas.

Hacía una mañana espléndida, el día anterior había regresado a Nairobi después de un par de semanas de viaje en Kenia, de modo que lo primero que decidí hacer fue ir a la Poste Restante para ver si tenía correo. Cuando llegué, la oficina principal de correos me guardaba una carta de España y una postal de una amigo francés que también andaba por África. Me senté en un viejo banco de madera de la oficina y las leí ahí mismo.

Al salir de la oficina de correos caminé hasta la avenida Halie Selassie, paralela a la de correos y una de las avenidas principales de la ciudad. De repente me percaté de algo extraño, la avenida tenía tres carriles en cada dirección y en ese momento no circulaba ni un solo vehículo, algo extraño. Las aceras también se encontraban vacías, ni una sola persona caminaba en ellas, la calle se encontraba completamente desierta. Había un sorprendente silencio que desconcertaba aún más, a esas horas el bullicio del tráfico y de la gente que debería llenar la calle tendría que ser notorio. Algo sucedía.

Caminé hasta el centro de la avenida y me planté allí para observar, era la única persona que se encontraba sobre uno de los lugares más transitados de Nairobi, algo realmente inaudito.

Dentro de mi desconcierto, a unos trescientos metros observé una muchedumbre que ocupaba toda la avenida caminando hacia mó. Entré donde yo me encontraba y la muchedumbre estaba la Embajada Americana, me pregunté si eso tendría algo que ver. Como no tenía prisa me quedé observando para descubrir de qué se trataba aquello. De pronto aquella gente echó a correr en tropel hacia mí.  En pocos segundos los gritos y el caos fueron claramente perceptibles.  Permanecí inmóvil en el centro de la avenida contemplando aquella extraña situación. Lo único que podía entender es que se trataba de alguna manifestación, pues llevaban pancartas.

Enseguida me di cuenta de lo que estaba pasando, si había gente de una manifestación corriendo a la desbandada era porque detrás estaba la policía persiguiéndolos. No podía permanecer ni un segundo más allí o acabaría por ser arrollado. Cuando ya casi los tenía encima miré a mi alrededor para refugiarme en algún lugar, me fijé que el edificio más cercano era del ministerio de finanzas, de modo que corrí hacia él. Al llegar empujé la puerta acristalada pero ésta no cedió ni un milímetro, la habían cerrado. Cerca de la puerta vi al conserje parapetado detrás de un mostrador, le hice gestos para que abriera, me miró pero no se inmutó, su mirada parecía decir: lo siento, no puedo abrirte.

Regresé a la calle, tenía a la muchedumbre a pocos metros de mi corriendo de forma despavorida, algunos huyendo por calles adyacentes, profiriendo gritos, estaban tan cerca que podía ver sus rostros asustados. Ya no podía pensar, sólo me quedaba echar a correr como lo hacían ellos y escapar de allí, se escuchaban disparos y podía verse cómo ascendía el humo de algún tipo de bombas que la policía lanzaba a la gente. Sin perder ni un segundo más eché a correr a la cabeza de los manifestantes como si fuera uno más de ellos. Sin darme cuenta me había convertido en un manifestante más huyendo de allí.

"Tenía a la muchedumbre a pocos metros de mi corriendo de forma despavorida, algunos huyendo por calles adyacentes, profiriendo gritos, estaban tan cerca que podía ver sus rostros asustados"

Corrí lo más rápido que pude hacerlo, por un momento aquello me pareció una gran carrera al sprint en la que yo iba en cabeza y el resto de los corredores me perseguían intentando darme caza.

Al tiempo que corría miraba a los lados con la intención de desviarme por alguna calle adyacente, pero justo cuando iba a hacerlo vi que llegaban dos camiones cargados de policías para cortar el paso a la gente, lo que me quitó la idea y seguí corriendo en línea recta hasta el final de la avenida, llegando al parque de la ciudad llamado Uhuru (libertad). Mirando atrás pude ver como los policías que habían salido a cortar el paso golpeaban brutalmente a los manifestantes. Me adentré en el parque y me agazapé detrás de unas matas para descansar del gran sobrealiento que llevaba.

Por un momento pensé que me encontraba a salvo, parecía que los manifestantes estaban dispersados y los policías se habían quedado en la avenida Haile Selassie, pero me equivocaba. Al igual que yo, muchos manifestantes se habían refugiado en el parque y esto atrajo hasta allí a los policías. Justo a pocos metros de donde yo estaba pillaron a uno intentando ocultarse detrás de unos arbustos y la emprendieron contra él a porrazos.  Entretanto, veía correr a otros en diferentes direcciones con la policía detrás persiguiéndoles. Súbitamente uno de los policías que estaban apaleando a la persona cerca de mí, se dio cuenta de que yo estaba allí, me miró a la cara y ya no esperé más, empecé a correr para huir de ese lugar. Aquello parecía una caza de conejos, con la desventaja para las víctimas de estar en un parque casi pelado de árboles y vegetación, lo que favorecía mucho a los cazadores.

Crucé todo el parque a toda velocidad y sin mirar atrás hasta que llegué a la calle Bishop Road, allí me detuve para observar y comprobar que no había policías a la vista. Ascendí la calle hasta que en una esquina vi un hotel con la puerta abierta y sin pensarlo me metí dentro. Al verme sobresaltado el recepcionista me preguntó qué me pasaba. Después de explicarle lo que estaba ocurriendo en la calle, el recepcionista se dirigió a la puerta de entrada y la cerró.

Lo que estaba sucediendo ese día era la primera manifestación multitudinaria desde que en 1982 el presidente Daniel Arap Moi prohibiera los partidos de la oposición y declarara oficialmente el régimen de partido único, a la sazón, el partido del gobierno llamado KANU, cuyos partidarios eran mayoritariamente de la etnia Kikuyu, la misma a la que pertenecía el presidente Moi. Habían surgido voces de descontento, sobre todo por la discriminación que sufrían todos quienes no fueran de la etnia Kikuyu, hasta que ese día unos cuantos cientos, quizá miles, se armaron de valor y salieron a la calle para pedir multipartidismo y elecciones. Una vez disuelta la manifestación, el presidente decretó el toque de queda prohibiendo la presencia de ciudadanos en las calles. Todo aquel que lo incumpliera sería detenido.

Pasada casi una hora decidí salir del hotel, a la una del mediodía tenía pendiente una cita para ir a comer con mi amiga Sara, a quien conocí en un viaje al lago Turkana y del cual habíamos regresado el día anterior. Supuse que si la manifestación había quedado disuelta quizá el problema había pasado, quería regresar a mi hotel situado en Latema Road, el viejo Nairobi, la zona donde estaban situados todos los hoteles baratos donde solían quedarse los mochileros. Era como mi barrio, donde además había otros extranjeros, por lo que me sentiría más protegido. En ese momento desconocía en qué situación estaba la ciudad y qué consecuencias había tenido la manifestación, sería al día siguiente cuando por medio de los periódicos me enteré de que la policía hizo muchas detenciones y que durante la manifestación los antidisturbios no sólo habían utilizado bombas de humo, de gas y balas de goma, sino también balas de verdad, con heridos y algunos muertos, aunque no había cifras oficiales a este respecto.

"Durante la manifestación los antidisturbios no sólo habían utilizado bombas de humo, de gas y balas de goma, sino también balas de verdad, con heridos y algunos muerto"

La calle Bishop Road estaba completamente desierta, el miedo impuesto por la policía había vaciado la ciudad sumiéndola en el silencio. Mi hotel estaba bastante lejos de allí y para llegar hasta él tendría que atravesar todo el centro de Nairobi, por supuesto tanto el tráfico privado como el público también se habían prohibido, de manera que tendría que volver caminando. El día había empezado mal, y lo peor estaba por llegar.

Aguzando vista y oído retrocedí sobre mis pasos para llegar de nuevo hasta el parque Uhuru, todo estaba cerrado a cal y canto reinando el silencio absoluto, por el momento no me había tropezado con nadie. Tomé hacia la izquierda y avancé hasta llegar a un lado de la Avenida Kenyatta, la más importante y transitada de la ciudad, en aquellos momentos igualmente desierta, lo que producía una extraña sensación al encontrarme solo allí. Caminé a un costado del parque con la idea de que, si pasaba algún vehículo policial, podría introducirme allí para ocultarme. Al terminarse el parque me encontré de repente con la glorieta que había en la avenida Kenyatta, un blanco demasiado visible si pasaba la policía. La crucé lo más aprisa que pude para llegar al primer edificio de la esquina, un rascacielos de oficinas, parapetándome detrás de unos gruesos árboles pensando qué podía hacer, haber tomado la avenida principal de la ciudad quizá no había sido la mejor idea. En esas escuché el ruido de vehículos acercándose. Lo único que podía hacer era estrechar mi cuerpo detrás del árbol que me ocultaba para tratar de no ser visto, al poco pasaron frente a mi dos camiones cargados con policías antidisturbios, no sé si me vieron, pero pasaron de largo. Seguramente acudían a algún punto para dispersar o detener a la gente.

Dejé la avenida Kenyatta para continuar por calles más pequeñas atravesando el centro financiero, en su mayoría poblado de edificios comerciales, tiendas y oficinas donde solía moverse la población blanca. Conocía bien esa zona, me dirigí hasta la conocida calle Kaunda, en una esquina se hallaba el hotel Intercontinental, un hotel exclusivo para hombres de negocios y turistas ricos. Delante del edificio había una extensa área perteneciente al hotel cercada por altos setos y una amplia entrada para vehículos, ahora cerrada con una verja metálica. Al pasar delante asomé la nariz, detrás había guardas uniformados y armados con escopetas, quienes al verme  allí se acercaron pensando que era cliente del hotel, pues directamente uno de ellos se dispuso a abrir la reja mientras el otro me preguntaba si era cliente del hotel. Al decirles que no, cerraron la reja de inmediato y me animaron a que regresara a mi hotel cuanto antes.

Continué mi travesía de portal en portal pegado a las paredes, oteando tras las esquinas antes de cruzar cada calle para comprobar que el camino estaba despejado, las persianas metálicas de todas las oficinas y tiendas estaban bajadas y sus guardas de seguridad desaparecidos. En las calles no habían quedado ni las ratas. Yo era el único que andaba en ellas y esa soledad, tan apreciada por mi en otras ocasiones, ahora me incomodaba. Tenía que soportar la intranquilidad de verme sólo allí.

En poco tiempo era la tercera vez que estaba en Nairobi, me había pateado toda esa zona, de modo que la conocía bien.  Torcí a la izquierda con la idea de ir a la calle Standard para seguir por ella, no cambiaba nada, sólo que por allí se llegaba a la calle Kimathi, donde se encontraba la terraza del Thorn Tree, el lugar de encuentro más popular de Nairobi donde acostumbraban a reunirse viajeros y blancos en general. No tenía esperanzas de encontrar a nadie, pero tenía la curiosidad de ver como estaba. Al llegar fue lo mismo, todo cerrado y ni rastro humano, por no quedar no quedaban ni las mesas de la terraza. Aunque ya lo imaginaba, me sentí desolado, en esas circunstancias uno necesita compañía, apoyo, algo que le de un poco de seguridad dentro de su desconcierto.

Había recorrido más de la mitad del camino sin incidencias, pero sabía que quedaba la parte más complicada, me encontraba cerca de la avenida Moi, la frontera entre la zona financiera y rica, con la zona pobre, marginada y conflictiva. Nada más abandonar la calle Kimathi ya empecé a escuchar ruido de vehículos, y no eran precisamente del transporte público, no circulaba ni un solo matatus en la ciudad.

"Sabía que quedaba la parte más complicada, me encontraba cerca de la avenida Moi, la frontera entre la zona financiera y rica, con la zona pobre, marginada y conflictiva"

Llegué a la Avenida Moi, antes de cruzarla asomé el hocico, tenía que asegurarme de que estaba despejada. Por primera vez en el recorrido me di cuenta de que no estaba solo, vi que había algunos que andaban desperdigados sin rumbo fijo. Tanto la avenida como su paralela Tom Mboya, junto a la intersección de éstas con la avenida Kenyatta, eran los principales puntos de la ciudad del transporte público. Allí llegaban y de allí partían todos los matatus de los suburbios, donde vivía la mayor parte de la población de Nairobi. Esa gente se había quedado sin un medio de transporte para regresar a sus casas y, como todo se encontraba cerrado, sin un solo lugar para refugiarse, andaban vagando en la calle desorientados y completamente desamparados, expuestos a ser vistos por la policía y acabar apaleados o detenidos.

 Escuché ruido de motores y a lo lejos divisé tres vehículos que llegaban por la Avenida Moi.  Todos corrimos a ocultarnos para no ser vistos. A pocos metros de donde estaba pasaron tres furgonetas pick-up cargadas de policías que iban sentados en un bando central de doble asiento, espalda contra espalda. Me quedé quieto mirando cómo se alejaban dirección a la avenida Kenyatta. Para mi sorpresa, al llegar al cruce doblaron a la derecha (allí se conduce por la izquierda) y enfilaron por el sentido contrario de la avenida acercándose de nuevo por el otro lado. ¿Quizá nos habían visto y regresaban?, pensé.

Me mantuve expectante sin moverme. Los vehículos policiales se detuvieron a poca distancia de donde yo estaba a la altura de un solar. Parecía vacío, sólo se veía hierba, arbustos y algún vehículo abandonado, los policías empezaron a descender de sus vehículos y de repente empezó a salir de allí gente que echaba a correr en varias direcciones como conejos asustados. El problema para escapar de allí es que detrás tenían una tapia que les impedía la salida y todos optaron por cruzar la avenida al otro lado, justo donde estaba yo. Serían un grupo de más de veinte personas corriendo hacia mí y detrás los policías antidisturbios con sus porras enarboladas.  A los que estaban ocultos en el mismo lado que yo no les quedó otro remedio que echar a correr también viendo lo que se les venía encima.  Tenía dos opciones: echar a correr junto a los demás o cruzar la avenida al otro lado y tratar de alcanzar la calle Tom Mboya. Tuve que tomar la decisión en un segundo, y fue lanzarme al otro lado. Al cruzarme con los policías persiguiendo a los pobres keniatas, pude observar en sus caras la sorpresa al ver como de repente surgía un “muzungu” (blanco) cruzando la calle en dirección opuesta a la que ellos venían.

"Pude observar en sus caras la sorpresa al ver como de repente surgía un “muzungu” (blanco) cruzando la calle en dirección opuesta a la que ellos venían"

Por suerte ninguno de ellos varió su rumbo para prenderme y todos continuaron en la persecución de los keniatas, de modo que pude seguir a toda velocidad tomando una calle que iba a desembocar en Tom Mboya, la calle principal de la zona pobre de la ciudad. Miré antes de cruzarla comprobando que no hubiera policías y proseguí dos calles más hasta Taveta Road. Una vez allí sólo tenía que girar a la izquierda hasta Latema Road, el hotel Iqbal, donde yo me alojaba, se encontraba allí haciendo esquina. Latema Road era la calle más comercial y transitada de esa zona, era tan ancha que parecía una alargada plaza rectangular. Allí la cosa aparentaba estar más tranquila, podía ver reducidos grupos de gente hablando en plena calle, aunque comercios y otros negocios estaban cerrados.

Llegué a la puerta de mi hotel. Una vez allí respiré aliviado, había llegado sano y salvo.

Llamé golpeando con la mano a la puerta metállica, igualmente cerrada, pero nadie vino a abrirme. Aumenté la fuerza de los golpes y de los gritos para que me escucharan, pero sin ningún efecto. Después de gritar varias veces que vivía allí, que era el tío español de la segunda planta, por fin vino alguien a abrir y dejarme pasar para cerrar de nuevo la puerta a mis espaldas. Subí a mi habitación y me tumbé sobre la cama, extenuado pero contento de haber llegado incólume hasta allí. Pero por delante aún quedaba mucho día y cosas por hacer, como la cita con mi amiga Sara, ¿valdría la pena correr el riesgo de salir para encontrarme con ella? 

Nairobi, noviembre de 1991

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