Emocionado durante buena parte de la homilía, Ángel Pérez Pueyo ha concluido la celebración del X Aniversario de la Ordenación Episcopal con una proclamación: "Nuestra provocación es querer y servir". Un final cargado de gratitud y de intenciones, después de un inicio "muy" propio del prelado: "¡Cómo no os voy a querer!"
La Santa Iglesia Catedral de Barbastro rebosaba de feligreses plenos de afecto al obispo que, sin dudarlo, ha transformado la Diócesis de Barbastro-Monzón. Pérez Pueyo ha atribuido el mérito en su apertura de la homilía: "Hijos del Alto Aragón: ¡enhorabuena por vuestra audacia, por atreveros a mirar más lejos, más alto y máas hondo!"
En la bancada, alborozados por las interpretaciones del coro Barmón, cientos de representantes de toda la Diócesis y, en el primero, los concejales Blanca Galindo, Silvia Ramírez, Lorenzo Borruel y Javier Garcés.
Es el colofón a una década de "trabajo arduo, de siembra y cosecha, de sacrificios y de alegrías, de retos superados y de milagros visibles. Sobre todo, ha sido un tiempo de conversión personal y pastoral, de fidelidad al Evangelio y de esperanza renovada".
Ha asumido el vértigo por el mimo del Señor "regalándome tantas personas, entre las que os cuento a cada uno de los que hoy pobláis esta iglesia catedral de Barbastro y los que habéis excusado vuestra presencia". A todos ha pedido perdón por su "impaciencia y por la pasión que he puesto en todas las cosas sin haber acertado, a veces, a respetar vuestro propio ritmo".
Ha utilizado una metáfora en torno a los campos alineados de viñedos del Somontano, "ahora encuentro un cierto paralelismo con el trabajo que estamos haciendo pastoralmente en nuestra Diócesis". Apelando a su pueblo paterno, Santa Eulalia de Gállego, recordaba la vendimia racimo a racimo, tijera en mano, con esfuerzo y paciencia. Y ha elogiado el traabajo y la audacia para alinear las vides y dar el espacio adecuado.

"No hemos cambiado el Evangelio, que es eterno e inmutable, pero lo hemos adecuado a una nueva forma de transmitirlo, reestructurando nuestras comunidades, creando nuevos equipos en misión y optim,izando nuestros recursos humanos para que la Palabra de Dios llegase a todos los rincones de nuestra tierra". Y ha parafraseado al Papa Francisco: "No te he mandado a la Diócesis de Barbastro-Monzón a administrar miseria, sino a optimizar los recursos humanos y tratar de impulsar el Evangelio" con los cuatro arciprestazgos y ocho unidades pastorales.
Sacerdotes, religiosos y laicos trabajan "coco con codo con los animadores de la comunidad y los ministros extraordinarios de la comunión llevan el plan de la Palabra, de la Eucaristía y de la ternura de Dios a los 254 pueblos que atendemos". "Hemos tenido que arrancar cepas viejas, preparar el terreno, abonar la tierra y plantar nuevas vides. Pero hoy vemos los frutos: una Iglesia que ha sabido ensanchar el todo de su tienda, una Iglesia más viva, más sinodal, más evangélica, más fiel a su misión".
De ahí que se haya permitido proclamar con humildad y gozo que "Dios ha hecho un milagro en nuestra Diócesis" con tantas "manos unidas en la evangelización" gracias a sacerdotes venidos de otras tierras, laicos, catequistas, profesores de religión, equipos de liturgia, grupos apostólicos y movimientos, cofrades y voluntarios de Cáritas, de Manos Unidas y de Pastoral de la Salud".
Ha enumerado, uno a uno, logros de todo orden. "98 modos de servir recogidos en una baraja de familias que visibilizan a los más de seiscientos voluntarios que ofrecen su tiempo, su capacidad y sus habilidades para servir a los más desfavorecidos". Pero... "Como agricultores del Reino, sabemos que la vid necesita cuidado constante", por lo que ha abogado por la unidad diocesana consolidando su reestructuración, restaurando la catedral y culminando el proceso de beatificación de las Mártires.
Como una gran familia, como una orquesta, como una matriosca, como las hileras de viñas, ha pedido seguir construyendo el "sueño de Dios para nuestra Diócesis".
"Cada día sigo sintiendo el mismo escalofrío de aquella tarde gélida del 22 de febrero de 2015 al besar el anillo episcopal que me desposó con vuestro pueblo. Soy vuestro. Hasta la muerte si fuera necesario. No me pertenezco. Llamad a la puerta siempre que me necesitéis para que pueda ser para cada uno bálsamo de Dios".
Tras cuatro veces gracias, y las que fueran necesarias, ha concluido pidiendo que "la Virgen María del Pueyo, o cualquiera de las 80 advocaciones que existen en nuestra Diócesis, os sostenta y os bendig como yo se lo pido y vosotros necesitáis".
LAS OFRENDAS
El momento de las ofrendas ha llegado con sorpresa. El pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre que se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y las cuatro "M". La Diócesis Martirial representada con el tomillo, que perfuma la mano del que lo arranca, la valentía y la fidelidad para vivir con firmeza el Evangelio. La Mariana simbolizada con la Virgen del Pueyo que portaba el padre Pablo. La Misionera con la vela encendida que estamos llamados a llevar a todos los rincones de la tierra. Y la Milenaria con la Mitra, porque hemos recibido a lo largo de los siglos la misión de transmitir el mensaje. La sorpresa ha llegado con el obsequio de la Diócesis de una nueva mitra que ha lucido encantado.
LA GRATITUD DE LOS FELIGRESES
La Eucaristía ha comenzado por la voz de los feligreses. "Hoy damos gracias a Dios por su entrega pastoral, su guía y su testimonio de fe en esta década. Años en los que nuestra comunidad ha crecido en comunión, en servicio y en misión evangelizadora. Pidamos al Señor que continúe fortaleciéndolo en su labor y que, bajo su pastoreo, sigamos caminando juntos como Pueblo de Dios en unidad y amor".
Era el instante previo a la proclama coherente con su mensaje continuo: "¿Cómo no os voy a querer? ¿Cómo no os voy a servir? Desde esta actitud, conmovida y agradecida, os invito a abrir el corazón y dejar que sea la misericordia de Dios quien actúe en cada uno de nosotros y os haga vislumbrar lo que Él y sólo Él sueñe para esta Diócesis tan querida de Barbastro-Monzón". El coro de Barmón (Barbastro-Monzón) ha puesto la música a tan hermosas intenciones.