Autostop aéreo a Canaima

Relatos de viaje: las dificultades para entrar y salir de este enclave venezolano con paisajes paradisíacos

Marco Pascual
Viajero
10 de Febrero de 2024
Guardar
Marco Pascual, en Canaima, con una peculiar sensación de autostop aéreo
Marco Pascual, en Canaima, con una peculiar sensación de autostop aéreo

Después de pasar unos días en Barcelona, Venezuela, puse en mi objetivo el Parque Nacional Canaima, uno de los lugares más fabulosos, interesantes y bellos del país.  El primer paso, ir a Ciudad Bolívar, y desde allí ver la forma de llegar a Canaima. Después de buscar hotel y hacer un recorrido por la ciudad, fui a una tienda de fotografía. Después de robarme la cámara en Mérida necesitaba una.  Como después del robo iba justo de dinero, decidí comprar la más barata, una desechable, que una vez gastado el rollo que llevaba dentro era para tirar, con lo cual sólo podía hacer 36 fotos. Al menos me llegaría para tener algún recuerdo de Canaima.

Ciudad Bolívar me gustó, era tranquila, arquitectónicamente bien conservada, con el encanto añadido que le daban los diferentes colores pastel de las casas en el centro, aunque lo que verdaderamente me impresionó fue el río Orinoco, nunca hasta entonces había visto un río tan grande.  Estuve informándome para ir a Canaima, el principal objetivo era ir a ver el Salto Ángel, uno de los lugares más turísticos del país. Sin embargo no había carreteras ni transporte público para ir allí, la única forma de llegar era ir en un todoterreno propio o en el de un tour organizado. También se podía ir en avioneta. En la laguna de Canaima había una pista de aterrizaje y un campamento, pero eso quedaba para los turistas con más dinero. La opción más factible para mí era ir con un grupo en un tour, el problema es que no había grupos ni otros turistas para compartir el viaje. Me vi estancado allí.

Era el tercer día en Ciudad Bolívar y después de buscar la manera de llegar a Canaima seguía como al principio, nada. Alguien me dio una idea entonces: ir al aeropuerto y ver si en algún momento salía alguna avioneta que fuera allí y tuviera cupo para uno más. Era la única opción, así que dejé el hotel y me fui al aeropuerto. Pregunté al llegar, pero igualmente nada, aunque me dijeron que quizá durante el día saliera algún vuelo. A cada rato volvía a preguntar hasta que llegó la hora del mediodía, el aeropuerto tenía una pequeña cafetería y comí algo allí. Luego seguí esperando. Pasadas las tres de la tarde, cuando volví a preguntar apareció la suerte, me dijeron que iba a salir una avioneta de un vuelo privado, pero no sabían si tendría espacio para un pasajero. Podía ir yo mismo a preguntarle al piloto, que se encontraba fuera en la pista en su avioneta.  De momento había un vuelo, ya era una posibilidad, eso me animó.

Salí a la pista y vi enseguida la avioneta, el piloto estaba junto a ella supervisando algo. Me acerqué a preguntarle. Lo primero fue saber si iba a salir para Canaima y la respuesta fue afirmativa. Era una avioneta pequeña, pero vi que tenía cuatro plazas y allí sólo estaba el piloto, así que le pregunté directamente si podía llevarme.  Antes de responderme me miró detenidamente, creo que sorprendido. Su respuesta fue que la avioneta iba cargada de mercancías y tan apenas quedaba espacio. No era un sí, pero tampoco era un no, lo que me daba pie para insistir.

Miré dentro y, en efecto, iba cargada, principalmente de cajas, paquetes, packs de cervezas, verduras, legumbres y frutas, ocupando toda la parte de atrás, con una porción de la carga sobre el asiento del copiloto.  Le sugerí que parte de las mercancías situadas delante podían pasarse a la parte de atrás, yo podía arreglarme como fuera en el asiento. Le rogué que accediera, llevaba tres días en espera de poder ir a Canaima y no había encontrado ningún otro medio para ir, él era mi única posibilidad.  Miró dentro de la avioneta, como pensando la forma de reorganizar la carga, luego me preguntó si tenía equipaje, le dije que no, sólo la pequeña mochila que llevaba conmigo.  Me preguntó entonces cuál era mi peso y estuvo calculando mentalmente el peso total de la carga si me incorporaba yo. Por suerte aún quedaba un margen de peso y eso podía permitir que subiera a la avioneta. Antes de darme una respuesta definitiva dijo que iba a mirar si podía recolocar la carga para dejar libre el asiento de delante.

Podía, algo encogido, pero soportable, el vuelo no debía ser muy largo

El piloto se puso a manipular las mercancías, no sólo había que reubicarlas, sino que debían ir de una forma segura, ya que no podían ir amarradas. Al menos debía tratar de que fueran encajadas para que no estuvieran sueltas y se desplazaran en el despegue o el aterrizaje. Finalmente no era posible traspasar todo detrás, algunas cosas tenían que ir delante, en un espacio ya de por sí reducido. Me preguntó si podría ubicarme allí, dijo mirando a la parte delantera. Le dije que si, podía, algo encogido, pero soportable, el vuelo no debía ser muy largo.

Quedaba saber otra cosa importante, cuánto me iba a cobrar. Le pregunté el precio del viaje. Contrariamente a lo que podía esperar, me dio un precio muy bueno, creo que fue veinte dólares. Acepté sin pensarlo. Dijo que la avioneta estaba lista para salir, pero antes tenía que entrar dentro para registrarme. Como no sabía dónde tenía que ir, él me acompañó. Entramos a la sala del aeropuerto y fuimos a un mostrador, allí tuve que dar mis datos y quedé apuntado como pasajero, el piloto se encargó de dar los datos de la avioneta y del vuelo.

Poco después me encontraba dentro de la avioneta, con bultos alrededor y entre los pies, pero contento de tener aquella oportunidad. El piloto me explicó que llevaba víveres para el campamento de Canaima y a continuación regresaba, el vuelo duró menos de una hora y lo disfruté minuto a minuto. Desde el aire teníamos vistas preciosas de un exuberante paisaje verde que luego dio paso espacios más abiertos con extensas praderas e impresionantes tepuyes, grandes y elevadas formaciones rocosas de paredes verticales con la cima plana, seña de identidad del parque junto al Salto Ángel.

Aterrizamos en una pista de tierra a poca distancia del campamento. Un par de empleados llegaron para hacer la descarga de la avioneta y me dijeron que fuese a la recepción y esperase allí. El campamento consistía en un bar restaurante y varias cabañas para alojar a los turistas, todas construidas en madera y techo de palma, todo muy rústico y sencillo.

Tomé una de las cabañas y volví al bar, que era un cobertizo de palma igualmente sin paredes. Allí mismo estuve hablando con la persona encargada de organizar las excursiones. Mi primer objetivo era ir al Salto Ángel, así que hablamos de cómo podía ir. Ellos organizaban la excursión en barca subiendo por el río hasta llegar al salto, unas tres horas y media, por lo que la excursión era de un día completo, incluyendo un almuerzo.  Sólo había dos problemas, uno que yo era el único cliente, por lo que si quería ir tendría que alquilar la barca para mí solo, y el otro que, como estábamos en la época seca, el río no llevaba mucha agua y era posible que en algún tramo no hubiera la suficiente para continuar. También podía esperar. Para el fin de semana esperaban gente y podía unirme a ellos, eso me saldría más barato.  Allí no había mucho que hacer, de modo que decidí ir por mi cuenta y no esperar. Entramos a negociar el precio que me había dado. Finalmente conseguí una rebaja y quedamos en salir a la mañana siguiente.

Me había hecho ilusiones de que ese día iba a ser uno de los más especiales del viaje en Venezuela, pero antes de llegar se vieron truncadas al encallar la barca

Un todoterreno nos llevó hasta el río y embarcamos, una enorme barca para mí solo. Me había hecho ilusiones de que ese día iba a ser uno de los más especiales del viaje en Venezuela, estaba ansioso por llegar al Salto Ángel y verlo con mis propios ojos, pero antes de llegar mis ilusiones se vieron truncadas al encallar la barca. Íbamos remontando el curso del río, en algunos puntos ya tuvimos dificultades para seguir por la falta de agua, hasta que llegamos a una zona de piedras y rocas que fue imposible superar, quedándonos encallados entre las piedras.  A los dos empleados del campamento les costó un rato y no pocos esfuerzos desencallar la embarcación. Cuando lo lograron no quedó otro remedio que regresar sin haber conseguido el objetivo. Me quedé con  la miel en los labios. Lamenté no haberle propuesto al piloto darle un extra de dinero para, ya que estábamos en la zona, llevarme con la avioneta hasta el Salto Ángel, a unos cuarenta y cinco kilómetros del campamento,  y haberlo visto desde el aire.

Como había pagado por adelantado, para compensarme el guía dijo que iban a llevarme a la laguna de Canaima, era un lugar muy bonito e interesante para recorrer.  La laguna, por el contrario, se encontraba rebosante de agua, en ella confluían varias corrientes que derramaban su agua sobre la laguna en forma de cataratas. Sin duda era un lugar bonito, había varias embarcaciones vacías aparcadas en la orilla. Ese día yo era el único visitante de la laguna y del parque entero.

Al día siguiente podía haber marchado ya. Fuera del Salto Ángel o la laguna, lo demás tenía menor interés, pero el problema era que no había forma de salir. Sin ningún transporte me vi obligado a permanecer allí.  Me puse a caminar por los alrededores del campamento pensando qué hacer. Creí que no había más vida que la del campamento. Sin embargo me topé con alguien, un indígena, que me propuso llevarme por el río en su canoa para apreciar el paisaje del parque, me mostró el río y la canoa que tenía en la orilla. Curiosamente este río si tenía un considerable caudal para ser navegado.  A falta de otras opciones, pensé que era lo mejor que podía hacer, discutimos el precio y me embarqué con él.

Al cuarto día todo seguía igual, aunque era sábado y eso podía cambiarlo todo.  En el campamento me dijeron que ese día llegarían vehículos con turistas, quizá si alguno regresaba y tenían cupo podía irme con ellos.  No tenía mucho que hacer ni mucho más que ver, por lo que me quedé cerca del campamento en espera de poder contactar con quienes debían llegar ese día.  Tuve suerte, uno de los dos vehículos todoterreno que llegaron lo hizo con cuatro pasajeros y esa misma mañana regresaba de vacío a Ciudad Bolívar. Hablé con el chófer y dijo que podía llevarme, pactamos un precio y después de comer algo salimos. A partir de ese momento mi cabeza ya estaba en el próximo destino, primero llegar a Ciudad Bolívar, y al día siguiente tomar un autobús a Puerto Carreño y de allí otro a Puerto Ayacucho, la puerta a la selva amazónica de Venezuela.

Venezuela,  marzo de 1996

 

Archivado en

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante