Bangladesh: el conductor de rickshaw

La incómoda situación en la que Nurul, conductor de uno de estos artilugios, quiso hacer de casamentero

Marco Pascual
Viajero
18 de Septiembre de 2022
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Bangladesh, atasco de rickshaws
Bangladesh, atasco de rickshaws

Había llegado a uno de los países más desconocidos y exóticos del mundo, no tenía ninguna referencia del país, ni siquiera salía en la guía de Lonely Planet, iba a ciegas.

Después de llegar a Daca y buscar un hotel me fui a recorrer la ciudad. Daca es  una urbe súper poblada, con un gran puerto fluvial que a través del río conecta con el mar. Es donde entran y salen todas las mercancías del país y donde más vida hay a su alrededor.  Lo primero que sorprende es la enorme cantidad de rickshaws que hay en todas partes formando grandes atascos colapsando las calles, una locura.  El primer día me dediqué a callejear allí donde me llevaba la corriente humana, hasta que llegué a orillas del río y la ciudad se transformó en otra marabunta, esta vez de embarcaciones con gente y mercancías de iban de un lado a otro, o simplemente de cientos de personas que cruzaban de una orilla a otra continuamente. Incluso hasta yo me embarqué en un viejo cascarón de hierro oxidado para cruzar al otro lado del río, regresando después como otros muchos locales, en una barca a remo. Todo era abrumador, pero notablemente interesante.

Después de ir descubriendo la ciudad al azar por mí mismo, al día siguiente me anoté algunos lugares para conocer de los que me había informado. Como no tenía ni idea de dónde se encontraban tuve que recurrir a un rickshaw para que me llevara.  De los cientos que había a todo mi alrededor, fui a dar con el más idóneo.... o quizá fue él quien dio conmigo.  Se llamaba Nurul y era uno de los tipos más despabilados que he conocido.  Le indiqué dónde quería ir y le pregunté el precio.  Antes de decirme nada, me preguntó dónde más quería ir, qué pensaba hacer en Daca, cuántos días iba a quedarme... Después en dos minutos me hizo todo el plan para mi estancia en Daca, los lugares que podía visitar y los que podía mostrarme él que serían interesantes para mí.  Entonces me propuso que lo mejor era que alquilara su rickshaw para todo el día durante el tiempo que estuviera allí.  No lo pensé mucho, sobre todo después de conocer el precio, al cambio, unos tres dólares diarios, desde que saliera del hotel por la mañana hasta que regresara a última hora de la tarde.

Enseguida me di cuenta de que Nurul, creo que tenía veintinueve años, era un pozo de sabiduría, con un conocimiento avanzado sobre la vida tanto en el aspecto experimental y realista como en su concepto espiritual.  Desarrollaba sus tesis como lo podría hacer un catedrático, con la diferencia de que él sólo había ido a la escuela hasta los doce años.

Creo que ambos manteníamos una recíproca curiosidad por saber cosas de nuestras vidas. Mientras comíamos en un restaurante me contó que a la edad de veintitrés años se había casado con una niña de trece, que lo hizo para protegerla, pues había quedado huérfana y en esa situación podían comprarla, violarla o ser captada por alguna mafia para hacerla trabajar en la prostitución.  Después de casados  vendió un terreno que la niña había heredado de sus padres y con los quinientos dólares que obtuvo decidió irse de viaje por otros paises mientras su esposa crecía y se hacía mujer.  Para custodiarla, la dejó en la casa de una hermana. 

Después de viajar por otros países limítrofes como India o Birmania durante cinco años, sin pasaporte y con el único recurso del dinero obtenido con la herencia, regresó a Daca, cuando su esposa ya había cumplido los dieciocho años. 

Tuve mucha suerte en encontrar a Nurul, me llevó en su rickshaw a lugares interesantes que por mi cuenta no habría podido conocer, entre ellos uno que me sorprendió, algo que no estaba en mis planes.  Entramos en un recinto y aparcó el rickshaw frente a la salida de un edificio, no me había dicho nada, de manera que no sabía qué era aquello o qué hacíamos alli. Le pregunté, había empatizado con Nurul y él se preocupaba por mí más allá de su misión de llevarme a los lugares que yo deseaba o él escogía

Chicas en un rickshaw al salir de la escuela
Chicas en un rickshaw al salir de la escuela

Esto es una escuela de chicas, me dijo con absoluta normalidad a la pregunta de qué era aquello. ¿Y qué hacemos aqui?, seguí preguntando sin comprender.  Van a salir ahora de la escuela, volvió a responderme. Yo seguía sin entender. ¿Necesitas ver a alguien?, volví a preguntar.  No, es para ti, aquí estudian chicas de catorce años, algunas son muy guapas.

Empecé a comprender, cuando le conté que estaba soltero a mis treinta y tantos lo vio como una desgracia, un hombre a esa edad debía estar casado y con hijos, ellos eran el seguro para el futuro. Un hombre solo, sin mujer y sin hijos, era un hombre sin futuro, un desgraciado sin nadie que lo cuidara cuando llegara a viejo.

Puedes escoger a la chica que más te guste  –me dijo a modo de explicación–, después vamos a su casa y le decimos a su familia que quieres casarte con ella.

Yo no he venido aquí a casarme. Vámonos, Nurul –le respondí.

Nurul no me hizo caso.

Puedes escoger a la chica más guapa, tú eres un extranjero blanco, cualquier familia estará encantada de que hayas escogido a su hija para casarte con ella.

Yo suponía que la razón para eso sólo se basaba en el interés económico, al saber que era un turista blanco extranjero pensarían que sería beneficioso para su economía, dando por hecho que posiblemente me considerarían rico.

No te preocupes –continuaba insistiendo Nurul–, sus padres estarán muy contentos si te casas con ella, luego puedes llevártela a tu país.

La situación me resultaba muy incómoda, volví a pedirle que nos fuéramos de allí.

Lejos de obedecer, cuando empezaron a salir las chicas de la escuela, como yo me negaba a señalar las que me gustaban, él mismo se encargó de hacerlo por mí, llamando a las chicas que él veía más guapas para que se acercaran a nosotros.  Yo negaba con la mano y con la voz, para que quedara claro que no tenía ninguna intención de casarme con ninguna niña, ni siquiera de hablar con ellas, reprochándole que me hubiera llevado a ese lugar.  Él, sin embargo, alegaba que la razón de haberme llevado a ese colegio era porque para mí lo mejor era una chica joven, a los catorce  todavía no habría tenido ninguna relación ni habría conocido otro hombre, su pureza estaba garantizada.

Tuve que ponerme serio para obligarle a salir de allí.  Aun así, al salir a la calle, aún siguió insistiendo.  A muchas chicas, imagino que quienes tenían más recursos, iban a buscarlas en rickshaw, el taxi en Bangladesh, de manera que corriendo por la calle situaba su rickshaw al lado del de ellas, ocupados por dos o tres chicas, e iba habándoles a la vez que corría tirando del rickshaw a la par de ellas. Supongo que les hablaba de mí, pues veía que ellas miraban de reojo, se ruborizaban y sonreían.

Junio de 1997

 

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