Bulgaria, un encuentro que vale por dos

Relatos de viaje: el médico fabricante de yogur y su hija cantante, Lora Dimitrova

Marco Pascual
Viajero
09 de Octubre de 2022
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Disco de Lora
Disco de Lora

Cuando uno viaja con mochila y bajo presupuesto, debe usar fórmulas que propicien un alojamiento económico. Una de las que yo he utilizado, especialmente en el este de Europa en países como Rusia, Ucrania, Rumanía, Chequia, Hungría, Polonia, Moldavia o Bulgaria, es dirigirme al centro e ir preguntando si alguien me alquila una habitación en su casa.  Con ese sistema se ahorra bastante en alojamiento, además se añade un interesante componente al viaje: conocer desde dentro cómo se vive en el país.

Había llegado en tren a Plovdiv, una de las principales ciudades en el centro de Bulgaria. Desde la estación de tren me dirigí al centro de la ciudad y allí me dispuse a explorar las posibilidades de encontrar a alguien que me alquilara una habitación, una práctica en la que ya tenía cierta experiencia.  Después de preguntar a varios vecinos alguien me indicó una casa para que preguntara allí.  El edificio era viejo pero con estilo, aún sobresalía la categoría que debió tener no mucho tiempo atrás.  Salió a recibirme una muchacha, quien a su vez llamó al dueño de la casa, un hombre bien parecido, ya retirado, cercano a los setenta años, se llamaba Hristo.

Le expliqué mi propuesta, me escuchó, lo pensó un momento y me hizo pasar.  Antes de mostrarse de acuerdo estuvo haciéndome algunas preguntas para saber algo de mí, luego me dijo que sí, podía tener una habitación para mí. Subimos a la planta superior para verla. La habitación, al igual que el resto de la casa, se encontraba renovada, era sencilla pero amplia y limpia, me gustó.  Le pregunté cuánto tenía que pagarle, él dudó un poco, creo que no sabía cuánto pedirme, pero finalmente me dijo que, si me parecía bien, cinco euros.  El baño estaba aparte, pero cerca y era bastante grande.  Acepté sin pensarlo.  Tener una habitación de esas dimensiones en una casa bonita en el mismo centro de Plovdiv por ese precio, era un regalo.  Días después me di cuenta de que el verdadero regalo fue encontrar a Hristo.

Nada más empezar a conocerle, vi que Hristo era un río donde la cordialidad fluía sin cesar, un hombre educado, de alta capacidad intelectual y sobradamente amable. Esa misma mañana, nada más conocerme, como era ya la hora de comer, me invitó a sentarme a la mesa con él.

Estuvimos hablando durante toda la comida, me contó que era médico retirado, había trabajado la mitad de su vida como médico en barcos mercantes, tuvo una esposa y dos hijos con ella, más adelante se divorció y con el tiempo tuvo otra esposa y una hija más, que orgulloso me enseñó su fotografía, una niña de cinco años.  En ese momento tanto su mujer como su hija se encontraban viviendo en Inglaterra.  Lamentablemente, con la jubilación que percibía del gobierno no le llegaba para vivir, que era de unos cincuenta euros al mes, de modo que tuvo que ponerse a trabajar. Además, después de jubilarse, reformó su casa y se quedó sin dinero.  Ahora se dedicaba a la fabricación de yogur, el famoso yogur búlgaro, junto con el griego, los mejores yogures del mundo, y puedo dar fe de ello porque ese mismo día ya me lo dio a probar.

Hristo fabricaba el yogur en la misma casa, en la planta baja estaba la cocina, un salón, un cuarto que servía de almacén y el sitio donde fabricaba el yogur, de unos treinta metros cuadrados.  Él se encargaba de todo el proceso, desde ir a buscar la leche a diario a una lechería hasta su fabricación, envasado, etiquetado y distribución.  Orgulloso de su trabajo, me mostró sus yogures de medio litro, la medida normal, en los que había la foto de una niña entre flores. Le pregunté si era su hija, su respuesta fue afirmativa. La marca de su yogur era el nombre de su hija y el logotipo su foto. Por cierto, que era una preciosidad.

En la tarde salí a conocer la ciudad, cuando regresé para darme una ducha y cambiarme de ropa para salir a cenar, no me dejó ir diciéndome que la chica que trabajaba para él le había dejado cena hecha para los dos.  De modo que cenamos juntos y continuamos hablando de nuestras vidas, después salí a conocer la noche de Plovdiv.

A la mañana siguiente el desayuno también fue con Hristo, quien me pidió un favor.  A primera hora de la mañana solía ir a buscar la leche a una lechería a unos diez kilómetros de la ciudad, tenía algo que hacer y me pidió si podía ir yo en su lugar, la chica me mostraría el camino. Por supuesto acepté, de manera que cargamos las clásicas lecheras metálicas y partimos con su viejo furgón. Los planes para esa mañana habían cambiado, en lugar de patear la ciudad me encontraba dirigiéndome a una vaquería en el campo para comprar leche. La verdad que estaba encantado de poder ayudar a Hristo, de paso conocía otra parte del país ejerciendo como un nativo más en lugar de hacerlo como turista. 

Más tarde, cuando regresamos, Hristo me dijo si quería saber cómo se hacía el yogur búlgaro, no entraba en mis planes, pero no pude rechazar la oferta.  Así que nos pusimos manos a la obra, él se vistió con una bata blanca, un gorro blanco y unos guantes, y me proporcionó lo mismo para mí.  En el centro del cuarto había una gran cuba de acero inoxidable semejante a una olla gigante sobre un soporte, a la que se llegaba a la parte superior por medio de una escalera. Cada día vertía allí doscientos litros de leche, lo que no recuerdo es cuántos litros de yogur salían de eso.

Me explicó y vi con mis propios ojos todo el proceso, luego envasamos los yogures para dejarlos en reposo durante un tiempo antes de colocarles la tapa y meterlos en una cámara.  Al día siguiente estarían listos para su distribución.  Por alguna razón que no recuerdo no podía venderlos en supermercados, sus clientes eran las tiendas de la ciudad, que con la distribución por él mismo finalizaba su trabajo.

Mercado en Plovdiv
Mercado en Plovdiv

El segundo día continué comiendo y cenando con Hristo, por la noche cuando sirvió la mesa se fijó que estaba mirando la actuación en la tele de un grupo musical, me preguntó si me gustaba esa música. Le respondí que sí, entonces él me dijo: la que canta es mi hija.  Fue una sorpresa. Sinceramente la actuación me gustó.  Fue el primer tema de conversación durante la cena.

Su hija se llamaba Lora, con el que daba nombre a la banda, era la líder del grupo, la que componía letra y música, quien hacía los arreglos y cuidaba todos los detalles.  Creo que tenía 22 años, un año antes habían sacado un disco, el cual se había convertido en el número uno en ventas en Bulgaria desde su salida al mercado.

Hablando de Lora, me díjo que iba a llegar a casa al día siguiente, a veces iba a verlo cuando necesitaba dinero, pero como no quería recibirlo sin más, se quedaba unos días con él ayudándole con el yogur para de esta forma recibir algo de dinero y poder pagar el alquiler de su apartamento en Sofía.  Yo no entendía cómo siendo un grupo musical de éxito tenía que acudir a su padre para que le diera dinero. Hristo me confesó que pese al éxito musical que estaban teniendo aún no habían recibido un sólo céntimo de la discográfica.  Lora vivía con su novio, que formaba parte de la banda, quien estaba en la misma situación, al igual que su hermano, también componente de la banda.

Al dia siguiente conocí a Lora. Fue mi segundo gran descubrimiento en Bulgaria. Ahora Hristo tenía dos ayudantes.  Nada más llegar le encargó la primera tarea: ir a las tiendas a distribuir los yogures, y yo su acompañante.

En la noche reunidos los tres para cenar pudimos conversar, sobre todo hablamos de Lora, de su trabajo y de sus proyectos, fue fantástico.  Lora me prometió que cuando llegara a Sofia, donde vivía, me enviaría a España el disco, ya que en Plovdiv no tenía. Más tarde fue ella quien me acompañó a mí para salir en la noche, llevándome a un par de sitios que le gustaban, aunque de alguna forma la perdí, pues todos la conocían y querían hablar con ella.

Un par de días después de llegar a España llegó un sobre no con uno, sino con dos discos, uno editado en búlgaro y el otro en inglés, como regalo.  A esas alturas yo ya era un fan más de ella, y cuando pude escuchar su música todavía más. Uno de los discos venía con sorpresa, al ponerlos en el ordenador cada canción traía un videoclip, también dirigidos por Lora, los cuales me parecieron verdaderas obras de arte.

Era el mes de mayo y con sus discos en la mano me fui a ver a Luis Lles, en mi cabeza estaba el festival de música Pirineos Sur.  Le dejé los discos para que los escuchara como presentación, con la propuesta de contratar al grupo para el festival de música.  Días después volví a ver a Luis, me dijo que el disco no estaba mal, pero resultaba imposible traerlos ese año, a esas alturas ya se encontraban cerrados todos los conciertos.  Me quedé con las ganas de poder verlos, pero sobre todo de poder presentarlos al público de España.

Ya no supe nada más de Lora, salvo por algún correo electrónico que intercambiamos con Hristo durante un par de años. Hace pocos días investigué en internet y descubrí algunas cosas sobre la carrera musical de Lora Dimitrova, donde se dice que empezó al principio de los 2000 con un álbum de rock alternativo de éxito en su país natal Bulgaria, a partir de allí hizo giras por Europa y Asia, recalando más tarde en Canadá y Estados Unidos, donde se instaló entrando en una dimensión internacional con colaboraciones junto a grandes productores musicales como Ringo Star, Ozzy Osbourne y otros, colaborando también en la producción de las nominaciones de los premios Grammy junto a Bruce Sugar.  Por otra parte, trabajando como freelance, se ha dedicado a componer la música y poner su voz a videojuegos bajo el alias de Loredo Cronk, colaborando con varios desarrolladores de videojuegos, como la premiada compañía UKI Games.  Uno de sus últimos proyectos ha sido unirse en 2017 a un importante instituto musical en Dublín donde enseña música para videojuegos y música para anuncios publicitarios. Al final, el talento siempre se abre paso.

Después de cinco maravillosos días en Plovdiv puse rumbo a Varna, en la costa  del Mar Negro.  Partí a la estación de tren con el corazón cargado de emociones y la mochila cargada de yogur, Hristo se empeñó en darme tres yogures de medio litro para el viaje.

A veces encuentras amigos inesperados que elevan el valor del viaje y lo hacen formidable.

Bulgaria, mayo del 2002

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