La chica yemení

El viajero descubre el lenguaje más fascinante que existe: el de las miradas

Marco Pascual
Viajero
15 de Octubre de 2023
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Yemen, el país que hizo valorar a Marco Pascual el lenguaje de las miradas de la mujer yemení
Yemen, el país que hizo valorar a Marco Pascual el lenguaje de las miradas de la mujer yemení

En Yemen la comunicación resultaba un acto difícil de conseguir, eran muy pocos los que tenían algún conocimiento del inglés y yo no tenía ninguno de su idioma. Sin embargo allí descubrí el lenguaje más fascinante que existe: el de las miradas.  Lo aprendí de las mujeres, sobre todo en Sanaa, la capital, para quienes estaba prohibido tanto el contacto físico como de palabra con cualquier hombre, a no ser que fuera su padre, su hermano o su esposo. Nunca hasta ese momento había comprendido mejor la fuerza de los ojos al mirar, ellos podían suplir a la perfección cualquier palabra, es más, los ojos decían cosas que la boca no tenía el atrevimiento de pronunciar.

A menudo me había cruzado en Sanaa con mujeres o chicas jóvenes que me taladraban con sus miradas penetrantes, sus ojos y sus manos eran las únicas partes visibles de su cuerpo.  Unas lo hacían disimuladamente, otras de una forma directa, cuando nadie podía verlas, impensable el intercambio de palabras o saludos, yo me limitaba a devolverles la misma mirada directa y profunda, emitiendo una tenue sonrisa de complicidad que ellas me devolvían oculta tras sus velos con la misma sutileza.  Quizá para ellas era el único momento en el que fugazmente podían sentirse libres dejando actuar el impulso natural sin que ello les trajera consecuencias.  De todas esas mujeres sólo a una pude verle el rostro, fue en una amplia tienda y éramos los únicos clientes, quizá al estar en un lugar privado no llevaba puesto el velo, por lo que pude ver la sublime belleza de su rostro al descubierto.

"En Yemen descubrí el lenguaje más fascinante que existe: el de las miradas"

Había llegado a Al Hudaydah al mediodía, justo cuando los rayos de sol caían como rayos de fuego. Una de las ciudades más grandes de Yemen a orillas del Mar Rojo.  Tomé un hotel en el centro, comí y me acosté una siesta, sólo cuando el sol aplacó su furia decidí salir para ir a la playa.  Al ser viernes, día festivo musulmán, se encontraba llena de gente, aunque allí no la utilizaban para bañarse, sino para pasear. Había hombres y mujeres a partes iguales, la mayoría jóvenes, todos completamente vestidos, pese al fuerte calor las mujeres sólo llevaban al descubierto sus ojos, únicamente las niñas menores de catorce años tenían el permiso para mostrar su rostro. 

El negro era el color que cubría sus cuerpos de pies a cabeza.  Los ojos y sus miradas eran el único rasgo para poder adivinar su edad, naturalmente las mayores caminaban junto a sus maridos y eran terreno prohibido para la exploración. Las jóvenes y solteras eran las más audaces, al cruzarme con ellas escuchaba los susurros que seguramente hacían acerca de mí y también podía intuir sus sonrisas bajo el velo. Yo las miraba, las saludaba o les decía algo devolviéndoles la sonrisa, consiguiendo entonces que sus risas fueran perceptibles a mis oídos.

Al caer el sol abandoné la playa, empezaba a oscurecer y regresé a la ciudad.  Al llegar al centro observé en lo alto de un edificio luces de colores, que junto a mi curiosidad me guiaron hasta allí.  Al llegar a la plaza en la que se encontraban me di cuenta de que era mi propio hotel.  Comparada con el resto del país, podría decirse que Al Hudaydah era una ciudad moderna y ordenada, con sus edificios blancos y de reciente construcción, su gran plaza central acondicionada como parque con sus jardines aunque sin flores pero con palmeras y otros árboles, algo insólito en Yemen, al igual que una fuente en el centro de la plaza que quizá alguna vez vio salir el agua de ella. Todo eso hacía pensar que uno había vuelto a la civilización.

Las luces de colores estaban colgadas en la terraza, por tanto acababa de enterarme de que mi hotel tenía una terraza,  Subí directo sin perder más tiempo.  El hotel era el edificio más alto de la plaza, de modo que disponía de unas vistas privilegiadas, y lo mejor de todo es que tenía un bar restaurante, casi todas las mesas estaban ocupadas por jóvenes de ambos sexos, algo que veía por primera vez en Yemen.

Después de observar la vista que tenía la terraza busqué un lugar donde sentarme. Por suerte había una mesa sin ocupar y me senté allí, la suerte que tuve no se quedó sólo en eso, al lado había otra mesa con dos chicas solas, algo excepcional en Yemen. Sólo podía ver sus ojos, pues el resto de sus cuerpos se encontraban completamente ocultos por sus ropas, pañuelo en la cabeza y velo en de sus rostros. Nuestras miradas se encontraron de manera fugaz, enseguida desviaron ellas la suya de la trayectoria que las conectaba.

Mientras esperaba al camarero hice un recorrido con la vista a mi alrededor. Para mi sorpresa observé que varias mesas se encontraban ocupadas por parejas de chicos y chicas jóvenes, algo absolutamente prohibido. Lo que me dejó más asombrado fue ver a dos de esas chicas a cara descubierta junto a sus amigos, o quizá sus novios secretos, algo igualmente prohibido. Infringir una norma semejante podía acarrear duras consecuencias, aun así ninguna de las chicas parecía estar preocupada por ello.  Sin duda debía existir la connivencia con el dueño y los empleados para no ser reprobadas o denunciadas. Había más chicas sentadas con otros chicos, si bien las demás se encontraban con el rostro cubierto, aunque el hecho era igual de reprobable. Sin duda aquella terraza debía ser el lugar de encuentro para los jóvenes audaces de Al Hudaydah.

El menú no era muy extenso, básicamente pollo asado con patatas fritas y hamburguesas, por supuesto nada de alcohol, sólo refrescos, té o café.  Después de revisar el menú me di cuenta de que una de las chicas de la mesa de al lado me miraba.  Yo le devolví la mirada y ella esta vez la retuvo, eso me animó a saludarla, aunque no esperaba respuesta, otras veces que ya lo había hecho ellas se limitaban a inclinar la cabeza o entornar levemente los ojos, sin embargo esta vez sí recibí respuesta, y para más sorpresa, en inglés. Por la expresión de sus ojos, adiviné que con la correspondencia a mi saludo también dejó escapar una sonrisa bajo su velo.  Aquello me complació.

Visto que no rechazaban mi presencia, me alentó a comentar algo sobre las vistas de la terraza y de lo concurrida que estaba, cosas que ellas escuchaban con atención y comentaron a su vez, tomando la iniciativa de invitarme a sentarme a su mesa. No lo pensé ni un segundo, era la primera oportunidad así que se me presentaba, así que me senté con ellas.  Ya en la proximidad continuamos quebrantando la prohibición de conversar, pese a no poder ver siquiera con quien lo hacía, pocas veces algo tan simple e inocente me había otorgado un placer tan grande.

Pese a no poder ver siquiera con quien lo hacía, pocas veces algo tan simple e inocente me había otorgado un placer tan grande. 

Las chicas eran hermanas. La mayor, de veintiún años, se llamaba Sahar, y la menor, de diecinueve, Iane. Inequívocamente la menor era la más decidida, la más espontánea y desinhibida, de ella salían la mayor parte de preguntas y comentarios demostrando un interés nada disimulado acerca de mí, su mirada directa y firme revelaba su personalidad. Por otra parte, sus ojos tenían algo arrebatador, ellos concentraban un alto poder de seducción al que no podía resistirme.

Había surgido una conexión entre los dos, resultaba extraño, de alguna manera me sentía fascinado por alguien a quien no podía ver en su totalidad, o quizá la excitación que empezaba a sentir era precisamente por eso, por dejar que fueran únicamente sus ojos quienes proyectaran las sensaciones que me hacía sentir con la exclusiva propiedad de su mirada. 

Pertenecíamos a países distintos, a razas, cultura y religiones diferentes, pero en ese momento creo que ninguno de los dos veía muros que no pudiéramos traspasar frente a la cada vez más ignorada hermana. No podíamos desaprovechar una ocasión tan excepcional, la curiosidad nos había atrapado y una repentina atracción después nos impedía separarnos.

El tiempo pasó volando, la gente empezaba a marcharse y Sahar le dijo a su hermana pequeña que debían irse. Iane intentó retrasar un poco más su partida,  entonces Sahar le recordó que si llegaban tarde a casa se exponían al castigo de su padre, lo más probable dejándolas si salir por mucho tiempo. Esa fue la razón por la que Iane aceptó obedecer a su hermana sin más réplicas. Antes de despedirnos me preguntó si estaría en Al Hudaydah al día siguiente, le dije que sí y fijamos una cita a las cinco de la tarde del día siguiente en ese mismo lugar.  Antes de que se marcharan les pedí algo que ansiaba conocer: pregunté si podía ver sus rostros. Por la expresión de sus ojos, advertí en Iane una indulgente sonrisa bajo su velo antes de responderme: hoy no, mañana.

Pasé el resto de la tarde y la mañana del día siguiente con gran ansiedad. Hasta entonces el contacto más cercano con una chica en Yemen había sido una furtiva mirada al cruzarnos en una calle, antes de conocer a Iane me parecía impensable poder mantener una conversación con una chica yemení.  Ahora habíamos traspasado el límite y esa transgresión me emocionaba, del seductor lenguaje de miradas por primera vez pasaba al lenguaje real, en Yemen un avance inusual.

Subí a la terraza a la hora prevista, aún desierta de clientes pero con mucho calor, pedí una bebida y me senté tratando de asimilar aquel momento de especial privilegio que iba a tener. Para un hombre era muy difícil que pudiera ver la cara a una mujer a menos que fuera su esposa, ni siquiera cuando eran novios y estaban comprometidos. Antes de la boda el novio sólo vería una vez el rostro de su prometida, era el día en que las familias de ambos formalizaban el compromiso de boda dando ambos su consentimiento. 

"Del seductor lenguaje de miradas por primera vez pasaba al lenguaje real, en Yemen un avance inusual"

Pasados quince minutos empecé a dudar de si tendría el privilegio que imaginaba, Iane aún no había llegado. Por suerte la vi aparecer poco después.  Llegó acompañada de su hermana, vestidas igual que el día anterior, cubiertas por entero con una especie de  bata negra del cuello a los pies, con un pañuelo negro que ajustado a sus barbillas cubría también parte de sus mejillas, y por supuesto el velo del mismo color que cubría sus rostros. Aun así observé que existía alguna diferencia respecto al día anterior, estaba en los ojos de Iane, sus hermosos ojos negros resaltaban de forma especial: los había pintado

Les dije que la espera valía la pena y ellas entonces me confesaron un pequeño secreto, en realidad habían llegado al hotel a las cinco en punto, pero primero subió Sahar a la terraza y discretamente miró a ver si yo estaba allí sin darme cuenta. Luego regresó con su hermana para confirmar mi presencia y de allí se fueron al baño, donde sacaron sus pinturas y se maquillaron, especialmente Iane. Naturalmente, maquillarse también estaba prohibido, por lo que al partir tendrían que volver al baño a desmaquillarse, no podían llegar a casa con el rostro pintado.

Después de que el camarero trajo las bebidas que pedimos, aunque no dije nada, yo estaba impaciente por descubrir el rostro de Iane. Creo que en la mirada debió interpretar a la perfección mi deseo, de modo que sin más y sin dejar de mirarme llevó ambas manos a su velo y en un elegante movimiento se lo quitó dejando al descubierto su rostro.  Estaba seguro que Iane era una chica hermosa, pero la realidad superaba lo imaginado.  Su piel era de color canela, suavemente oscura, sus sensuales labios estaban pintados de un color discreto, bajo sus pómulos, ligeramente redondos y salientes, surgían dos hoyuelos al sonreír, sus ojos pintados destacaban aún más su belleza y, además,  de sus labios surgía una sonrisa preciosa y embaucadora.

A continuación Iane alentó a su hermana para que hiciera lo mismo y se quitara el velo. Aunque ella no lo había prometido, lo hizo igualmente, si bien se notaba que con algo de temerosidad. Tambien era guapa, pero no podía compararse con Iane. Cuando empezó a llegar más gente, Sahar se cubrió el rostro de nuevo, se sentía incómoda haciendo algo que estaba prohibido. Sin embargo su hermana pequeña no tuvo problema en dejarlo al descubierto, es más, aflojó el pañuelo de la cabeza de manera que podía ver su frente y parte de su cabello. Incluso poco después, dedicado a mí, abrió el pañuelo dejándome ver su bonita y cuidada melena negra, pudiendo ver también sus mejillas al completo y detrás los bellos pendientes engarzados en sus orejas. En silencio, yo absorbía con mis ojos cada milímetro que ella me mostraba de su anatomía como el mejor obsequio que podía destinarme. Sin duda la más joven era la más atrevida.

Aquel juego de coquetería revelaba un gran poder de seducción

Aquel juego de coquetería revelaba un gran poder de seducción, el cual no terminó allí, a mi pregunta sobre qué ropa usaba bajo la tela negra que la cubría, respondió subiéndose hasta la rodilla la túnica que le llegaba hasta los pies, dejándome ver sus pantalones vaqueros ajustados y zapatos de tacón, igual que cualquier chica española, desabrochándose instantes después el botón superior de su túnica mostrándome la blusa de estilo occidental que llevaba debajo.

Pasamos a hablar de los temas personales, los que hablaban de nuestras vidas y compromisos. Pese a que para el criterio occidental Iane aún era muy joven , en Yemen  era una mujer perfectamente adecuada para el matrimonio, por lo que, teniendo en cuenta su belleza, debía tener una legión de pretendientes. Ella lo negó, aunque si confesó que muchos hombres le habían declarado su amor y habían acudido a su casa para pedirle matrimonio.  Habíamos entrado en un tema fascinante para mí. Le pregunté qué hizo ella, ¿los había rechazado a todos?

"Tenía libertad para elegir a su marido, dijo que podía rechazar a alguien si no le gustaba, pero no podía escoger a su hombre"

Su respuesta fue que no pensaba casarse con ningún hombre yemení. Al inquirir por qué, sólo dijo que porque no eran buenos. Le pedí más explicaciones, algo más concreto, entonces me dijo que antes de casarse ellos  iban detrás diciendo: “Te quiero, te quiero”, pero una vez que te has casado y te tienen, te olvidan.  Le pregunté si ella tenía libertad para elegir a su marido, dijo que podía rechazar a alguien si no le gustaba, pero no podía escoger a su hombre. En su caso no tuvo que ser ella quien los rechazara, de eso se encargó su padre diciéndoles que su hija no se casaba hasta que terminara sus estudios.  Me dijo que su padre había estudiado en Francia, era ingeniero y hablaba cuatro idiomas.

Después de hablar un poco sobre su padre, regresamos al tema del matrimonio, me  interesaba conocer de primera mano las tradiciones locales y esta en particular me fascinaba. Le pregunté qué pasaría si su padre diera la aprobación a alguno de sus pretendientes, a lo que respondió que también ella debería dar su aprobación, esperando que su padre supiera respetar su decisión.  Quise saber si no había conocido hasta entonces a ningún hombre con el que deseara casarse. Iane me miró fijamente a los ojos, como meditando la respuesta: tal vez… -dijo con un brillo misterioso en su mirada.

Otra vez el tiempo se fue volando, me hubiera gustado prolongar aquellos momentos hasta el infinito. Le pedí a Iane otra cita para el día siguiente. Las dos hermanas se miraron y hablaron en su lengua, me explicaron que ya habían salido dos días y eso era mucho, no sabían si sería posible.  Iane necesitaba a su hermana mayor para obtener el permiso en su casa, no podían prometerme nada, pero lo intentarían.

Al Hudaydah era una ciudad grande, pero con muy pocas cosas que hacer, las horas se hacían largas sin ver a Iane.  Volví a subir a la terraza a la misma hora del día anterior, con el temor de que ellas no pudieran venir.

Cuando la pesadumbre empezaba a apoderarse de mí, las vi aparecer de nuevo, mi rostro se iluminó.  Después de sentarnos, me contaron que para que su padre les diera el permiso de salir tuvieron que inventarse una historia, mentir no resultaba fácil para ellas,  por eso ese día se encontraban algo intranquilas.  Después de marcharse el camarero Iane volvió a desprenderse del velo dejando al descubierto su rostro, por lo que pude deducir que antes habían pasado por el baño para maquillarse. Volvimos a mirarnos fijamente a los ojos, ellos seguían siendo los mejores interlocutores, haciendo innecesarias las palabras que pudieran desvelar nuestros sentimientos.

Los dos sabíamos que teníamos poco tiempo y pocas posibilidades de volver a vernos, quizá por eso hablamos tomando atajos y saltándonos lo accesorio, centrándonos en lo verdaderamente importante, la prisa nos perseguía.

La mutua atracción desde el primer momento era evidente, sobre ese deseo debíamos construir algo que le diera una perspectiva a nuestras vidas, pero necesitábamos el tiempo que no teníamos, sobre todo yo, que unos días más tarde tenía mi vuelo de regreso a Egipto y después a España.

Iane fue más resolutiva y me preguntó si podía retrasar mi vuelo, yo estaba dispuesto a hacer lo que me pidiese, pero no sabía si era posible y, de serlo, ¿por cuánto tiempo?.  Ella tampoco sabía cuándo podría ser la próxima vez que podríamos vernos, como pronto hasta unos cuatro días más tarde.  Como mi vuelo quizá tenía una difícil solución, Iane me preguntó si volvería a Al Hudaydah, y antes de darme tiempo a responder me preguntó cuándo.  Si hubiera podido leer en mi pensamiento, habría sabido que ni siquiera deseaba marcharme.

"Iane fue más resolutiva y me preguntó si podía retrasar mi vuelo, yo estaba dispuesto a hacer lo que me pidiese"

Realmente no sabía qué respuesta podía darle, instintivamente alargué la mano y cogí la de ella, sin ser consciente de que estaba cometiendo un acto altamente prohibido, el contacto físico se consideraba una grave violación de la ley islámica. Sin embargo Iane no hizo nada por retirar su mano, aun sabiendo que se exponía a un severo castigo.  Acaricié su mano por unos segundos mientras esperaba que ella supiera entender la respuesta que había en mis ojos.

Después de un largo silencio intenté razonar sobre nuestras posibilidades, si realmente serviría de algo regresar para verla, qué clase de relación podríamos tener, en qué circunstancias, hasta dónde podríamos llegar… si no, sería un mero imposible. Ella respondió que podríamos vernos igual que entonces, aunque haría lo posible por vernos más veces. Si regresaba, sería la prueba de que yo la quería.

Podríamos vernos más veces, pero seguiríamos viéndonos a escondidas y por tiempo limitado, además su padre nunca aprobaría una relación con un no musulmán, le dije. Iane reconoció que eso era cierto, pero no por ello estaba dispuesta a tirar la toalla, a continuación me sorprendió diciéndome que lo que importaba éramos nosotros, nuestro amor, lo demás podía arreglarse.

Sin duda Iane tenía más seguridad en sus sentimientos y mayor fortaleza que yo para afrontar una situación tan difícil de manejar.  Para Iane la única salida era casarse, para mí esa eventualidad se encontraba la última en la lista.  Le recordé que si su padre no daba su consentimiento nuestra relación no tendría futuro, ella sin embargo no lo veía imposible, sabía que su padre se opondría a la boda de su hija si su pretendiente no era musulmán. Sin embargo me dijo con determinación: si me quieres y vuelves, podrás ir a la casa de mi padre para pedirle el permiso de casarte conmigo.

"Me sorprendió diciéndome que lo que importaba éramos nosotros, nuestro amor, lo demás podía arreglarse"

Me quedé sin comprender bien, aquello parecía contradictorio. Ingenuamente le pregunté si podría presentarme en la casa de su padre para decirle que conocía a su hija, que me había enamorado y deseaba casarme con ella. Iane me sacó de la ignorancia diciéndome que no, así no podía hacerlo, sólo que su padre sospechara que nos habíamos visto antes, que ya la conocía, serviría para rechazar mi petición e imponerle a ella un fuerte castigo.  Me confesó que, salvo yo, nadie conocía su rostro, y así debía ser hasta el día en que se casara.  Entonces caí en la cuenta, en nuestras citas en la terraza del hotel ellas habían escogido la mesa donde sentarnos, la más alejada, y ambas se habían sentado de espaldas a la gente cara a la pared, de esta manera ningún otro hombre pudo ver su rostro cuando se quitó el velo.

Bien, supongamos que puedo ir a hablar con tu padre y pedirle el permiso para casarme contigo  -le dije-, lo más probable es que él se niegue, que desee para su hija un hombre musulmán yemení. 

Iane respondió en el acto diciendo que ella nunca se casaría con un yemení, ni siquiera con el hombre más rico de Yemen, eso se lo diría a su padre y él tendría que escucharla.

Al mostrarle mis dudas de que su padre fuera a tener eso en cuenta, reconoció que pese a ser un hombre estricto y nunca accedería a que una hija se casara con un cristiano, tampoco se negaría a recibir a alguien que con respeto iba a pedir la mano de su hija.

Mi padre es un buen musulmán, afirmó Iane con rotundidad, estoy segura que para él también es importante la persona, no sólo su religión. Si él te conoce, si ve que eres un hombre bueno y podías ser un buen marido para mí, creo que podría dar su consentimiento, concluyó.

Nunca antes en mi vida había hablado de matrimonio con ninguna mujer, y ahora al tercer día que veía a Iane estábamos hablando de eso con una naturalidad que me asombraba.

Pregunté cómo podría dar su padre el consentimiento. Para Iane la respuesta era fácil: convirtiéndome al islam.

Esa podía ser la clave, la solución al problema, pero si hasta ese instante no se me había pasado por la cabeza casarme, menos aún convertirme al islam.

Mostré mis dudas ante esa alternativa dejando ver mi falta de disposición, pero Iane dijo que no debía preocuparme, sólo sería para contentar a su padre y obtener su permiso para la boda, a ella no le importaba que yo fuera musulmán o cristiano, si no quería ser musulmán no era problema, cuando volviera a España podía dejar de serlo y continuar con mi religión.

¿Así de fácil?, fue lo único que acerté a responder.

Es muy sencillo, manifestó ella, sólo tendrías que pronunciar con convicción las palabras: “La ilhaja illa Allah Muhammad dun rasúlu Allah”, que significa que no reconoces a otro Dios verdadero sino Allah, y ya te habrías convertido al islam.

"Sólo tendrías que pronunciar con convicción las palabras: “La ilhaja illa Allah Muhammad dun rasúlu Allah”"

Realmente era muy fácil, lo difícil era dar ese paso, me consideraba un hombre de principios y me costaba renunciar a ellos, aunque sólo fuera temporalmente para representar una farsa con el propósito de poder casarme con una chica musulmana.

Para que me quedara más tranquilo, Iane me dijo que en el fondo no tendría que renunciar a mi religión si no quería, sólo se trataba de conseguir el permiso.  Cuando le dije que su padre se daría cuenta de la comedia que representaba, ella aseguró que no, dándome unas sencillas instrucciones para hacerle creer que mi conversión era sincera, bastaba con que creyera que el Corán era la palabra de Dios, creer en el día del Juicio tal como promete Dios en el Corán, no adorar a nada ni a nadie excepto a Allah y aceptar el Islam como mi religión.  Lo más importante era que su padre viera que yo era un buen hombre, dijo, añadiendo después: yo te diría lo que tendrías que hacer para no contrariarlo y se sintiera feliz de aceptarte como hijo.  Una vez casados regresarías a España y yo podría ir contigo.

Admiraba a aquella chica que acababa de conocer, me sorprendía que alguien tan joven tuviera la claridad de conceptos que ella revelaba y la firmeza que manifestaba en sus propósitos, por no decir el arrojo que desafiaba las leyes sagradas de su religión y la voluntad de su padre. De lo único que yo dudaba era de sus verdaderos sentimientos hacia mí, suponía que allí no tenía muchas ocasiones para conocer a otras personas, de modo que yo representaba su oportunidad para salir de ese lugar y escapar de aquella vida en la que se veía sometida por la religión y las decisiones de su padre.

Estaba viviendo un momento intenso y excitante en el que tenía que tomar una decisión sustancial para el devenir de mi vida. Había llegado a Yemen con la única intención de viajar y conocer el país, siendo cristiano y soltero. De repente me encontraba ante la determinación de salir musulmán y casado, ¡qué locura!.  Pero, ¿no eran las locuras el certificado que demostraba el amor auténtico?.

La inseguridad sacó sus dientas clavándolos en el valor que necesitaba realizar la locura que Iane me pedía.  Si, me faltaba valor para borrar de mi mente cualquier preocupación.  Creo que los prejuicios, recelos, y por qué no, algo de cobardía, me vencieron antes de empezar la ofensiva que requería aquel amor platónico.

Yemen, abril de 1997

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