Colombia, una aventura imprevisible

La inseguridad, el centro del Relato de Viajes del oscense, que cuenta las dificultades que se encontró en medio de la belleza de este país

Marco Pascual
Viajero
04 de Junio de 2023
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En un control del ejército en Colombia
En un control del ejército en Colombia

Viajar en Colombia es una fuente continua de placer, tiene innumerables atributos para llenar de satisfacción a cualquiera que lo visite, quizá el principal de sus atractivos reside en su naturaleza, variada y excepcional como en ningún otro país latinoamericano, lo que le confiere un alto potencial turístico, aunque para mi otro de sus mejores activos es la gente, amable, sociable, abierta y receptiva con los extranjeros, también por encima de cualquier otro país latino. Sin embargo, por otra parte, la excitante aventura que puede significar recorrer el país también puede incluir una parte de riesgo.

He estado en Colombia unas cuantas veces, nunca me he visto envuelto en ninguna dificultad sino todo lo contrario, en cada lugar he encontrado amigos, gente que me ha ayudado, que me ha dado buenas recomendaciones, pero he de reconocer que al país sólo le falta una cosa para llegar a ser un destino turístico perfecto: seguridad. Nada ajeno al resto de países latinoamericanos, por lo demás.  En uno solo de esos viajes  pude comprobar varias veces que uno podía encontrarse frente a una peligrosa situación de forma inesperada.

Normalmente, cuando estoy de viaje en algún país, sigo las noticias a través de la prensa, a lo que en Colombia añadía la información de proximidad, es decir, de la gente de la zona donde estaba, muy conveniente antes de partir a algún lugar para saber si era una zona “caliente”, llamada así a la zona donde actuaban la guerrillas de las FARC, o qué otro tipo de riesgos podía haber.  El nivel de riesgo con respecto a los años noventa había bajado, aun así había que ser cauteloso y escuchar las recomendaciones de la población. En general los colombianos son sociables, buena gente y siempre están dispuestos a ayudar.  Yo escuchaba todas las advertencias antes de ir a alguna parte, una que me pareció curiosa fue que, si un retén militar paraba en la carretera al vehículo donde iba, debía procurar no hablar, sobre todo para ocultar mi identidad, pues si los militares en lugar de ser del ejército eran de las FARC, los extranjeros suponían para ellos lo que llamaban una “pesca milagrosa”, ya que podían sacar dinero por su rescate.

Como ambos, militares del ejército nacional y guerrilleros, vestían igual, la mejor forma de saber a qué bando pertenecían era mirar sus botas, botas limpias militares del ejército, botas sucias guerrilleros, pues éstos venían de andar por el monte. Después de que alguien me dijo esto, cada vez que estaba en zona caliente y en la carretera nos paraba un control militar, lo primero que miraba eran las botas de los soldados.  De todos modos, de ser guerrilleros dificilmente hubiera podido ocultar que era extranjero, normalmente pedían la documentación a los pasajeros de los vehículos, incluso a quienes viajaban en autobuses. 

"La mejor forma de saber a qué bando pertenecían era mirar sus botas, botas limpias militares del ejército, botas sucias guerrilleros"


De todas maneras el riesgo podía estar en cualquier parte, había robos, asaltos a mano armada, asesinatos, violaciones, enfrentamientos entre bandas rivales, ajustes de cuentas, secuestros, todo eso formaba parte de lo cotidiano. Afortunadamente nunca tuve  el menor problema, si bien alguna vez estuve cerca de verme en alguna situación comprometida.  En Pereira, cuando iba a entrar a un viejo centro comercial en el centro, llegó un tipo justo antes que yo quedándose en la entrada, sacó una pistola y con ella en mano empezó a dar un discurso apocalíptico apuntando a todo el que pasaba cerca.  De repente un ciudadano, un hombre mayor,  se abalanzó sobre él para quitarle la pistola, en el forcejeo se disparó el arma recibiendo el hombre un disparo en el pecho.  Después de recibir el impacto retrocedió, pero de nuevo se echó encima del loco con el arma forcejeando con él, recibiendo otro balazo instantes después. El pobre hombre intentó rehacerse, pero se veía que le faltaban las fuerzas, por lo que el loco asesino se zafó de él y realizó un tercer disparo a la cabeza, matándolo.  Después de ver eso, todos los que andábamos cerca pusimos tierra de por medio.

En Santa Rosa, un hermoso pueblo balneario cerca de Pereira, fui acompañando a una amiga abogada que tenía que ir al juzgado de allí.  Me dijo que le llevaría una hora, mientras tanto podía hacer un reconocimiento por mi cuenta del pueblo. Cuando regresé al juzgado para encontrarme con mi amiga, subí a la segunda planta y busqué un lugar  donde esperarla.  Me senté en el banco de un espacio que parecía zona de espera, allí había también un grupo de cuatro o cinco personas.  Al escuchar de qué hablaban me di cuenta que eran subasteros, probablemente esperando que abrieran la sala para hacer alguna subasta de bienes embargados. Entre ellos se estaban repartiendo las cosas que iban a salir a subasta, cada cual decía lo que le interesaba y así se decidía por lo que iba a pujar cada uno, mientras los demás omitían entrar en la puja.  Cuando terminaron de hacer el amaño entre ellos, se dieron cuanta de que yo estaba allí y los escuchaba, me miraron con malas caras.  El que parecía llevar la voz cantante se acercó a mi junto a los demás, diciéndome que si estaba allí para la subasta era mejor que me olvidara, aconsejándome que me marchara.  Sí, de alguna forma, me estaba amenazando, no admitían intrusos en la puja.  Les expliqué que yo no iba a ninguna subasta, sólo estaba esperando a alguien.  

Cuando me encontré con mi amiga me explicó como funcionaban allí las subastas públicas, los subasteros actuaban como una mafia y no dejaban que nadie más participara en las subastas. Luego nos fuimos a comer a un pequeño restaurante del centro, allí le comenté que me había gustado mucho Santa Rosa, me parecía un lugar encantador, incluso le dije que me gustaría vivir en un sitio como ese, a lo que ella respondió: a mí no, aquí matan mucho. Me extrañó que en un pueblo aparentemente tan tranquilo e idílico sucediera eso. Una de las causas para los asesinatos, me dijo, se debía a las deudas. En Colombia eran comunes los préstamos entre particulares. Después, si uno no pagaba podía ser que lo mataran por eso, o al contrario,  si uno no podía pagar, para evitar la deuda mataba a quien le había prestado.

Mi amiga era la abogada de la sucursal en Pereira de un bufete nacional, uno de esos que uno paga mensualmente una tarifa y si tenía un problema con la justicia disponía de un abogado para defenderlo.  En los días que estuve en Pereira la acompañé a varios lugares y pueblos  por causas diferentes con la ley, era una interesante forma de conocer no sólo el país sino también los problemas judiciales de la gente.  Quizá el que más me impactó fue el día que fuimos a un cuartel de militares, ella era la defensora de un soldado detenido y arrestado en una celda en un caso de “falsos positivos”.  Yo entré al cuartel como ayudante de mi amiga abogada.  Los falsos positivos, algo que tuvo mucha repercusión en aquella época, eran las muertes de presuntos guerrilleros.  Llamaban positivos a los guerrilleros de las FARC encontrados y abatidos en un supuesto enfrentamiento, cuando en estos casos en realidad eran jóvenes engañados y secuestrados por fuerzas militares, llevados a otra región del país, vestidos con el uniforme militar de la guerrilla y asesinados a balazos para presentarlos después como guerrilleros abatidos en combate.  Todo esto para conseguir los mandos militares méritos para ascender en sus cargos y recompensas económicas, y los soldados quince días de vacaciones. Una situación horrible, unos asesinatos espantosos de unas víctimas inocentes que, como ha pasado otras veces, salió a la luz por el coraje de un grupo de madres.  La abogada debía preparar la defensa del soldado, él reconocía ser uno de los que había disparado a las víctimas, pero se declaraba inocente diciendo que no sabía que los muertos eran civiles engañados o secuestrados, que él no había participado en su captación o captura, que sus superiores lo habían engañado presentándolos como guerrilleros.  Este chico tenía 20 años, ¿decía la verdad?.  Lo que yo vi es que estaba cagado de miedo, quizá otra víctima de quienes habían planeado aquellas muertes. 

Este chico tenía 20 años, ¿decía la verdad?.  Lo que yo vi es que estaba cagado de miedo, quizá otra víctima de quienes habían planeado aquellas muertes

Una noche cenando en Tuluá con una amiga sobre la acera de una tranquila calle, de repente escuchamos unas detonaciones un poco más allá de donde estábamos, seguidos de gritos. Se organizó un pequeño revuelo de gente  y nos quedamos mirando intentando saber qué había sucedido, pero el camarero enseguida nos hizo gestos para que nos metiéramos dentro del restaurante.  Al poco empezamos a escuchar sirenas de la policía pasando delante de nosotros dos motos con policías y un coche por el otro lado. Cuando todo se calmó regresamos a la calle para seguir cenando. Más tarde nos enteramos que hubo una pelea a las puertas de un bar y alguien sacó un arma y empezó a disparar alcanzando a otro.

En Barranquilla, donde además se estaban celebrando los carnavales, por la noche no solía moverme lejos de mi hotel, se encontraba en el centro y al parecer el centro era la peor zona, de modo que para cenar iba a una calle cercana bastante transitada donde había varios locales nocturnos, bares normales, bares de prostitución, casinos con máquinas tragaperras, algún local para bailar y un par de  restaurantes. Frente al restaurante que iba a cenar mientras estuve en Barranquilla, había un local con billares, con un bar y una pista de baile donde la gente salía a bailar, un lugar muy concurrido.  Después de la cena solía ir allí, me tomaba una cerveza y luego regresaba al hotel. La última noche, sólo unos minutos después de haberme marchado, dos tipos que jugaban al billar discutieron, uno de ellos sacó una pistola y le disparó al otro matándolo. Según leí al día siguiente en las noticias, los dos apostaban dinero jugando al billar, cuando uno le debía ya bastante dinero al otro, el ganador le exigió que le pagara, el otro, para no pagarle, sacó una pistola y le disparó allí mismo.

Otro día, en un viaje de Manizales a Medellín, llegando ya a la ciudad paró el minibús donde iba a causa de una retención.  Por delante teníamos una larga hilera de vehículos, y por detrás se iban acumulando los que llegaban.  Llevábamos bastantes minutos parados sin saber por qué, todo el tráfico se encontraba paralizado en ambos sentidos.  Al final debimos estar un par de horas detenidos allí hasta que de nuevo y poco a poco se reanudó el tráfico.  No me enteré de lo que realmente había sucedido hasta que llegué a la estación de autobuses.  En la entrada a Medellín había aparecido de repente un comando de las FARC, plantándose en medio de la autovía parando el tráfico y poniéndose a hacer pintadas propagandísticas sobre los vehículos con botes de spray de pintura verde.  Dio la casualidad que en la caravana de vehículos detenidos uno de ellos era un coche policial con cinco policías en su interior.  Creyendo que la retención podía deberse a algún accidente, bajaron del vehículo y fueron a pie hasta donde se encontraba el comando de la guerrilla, al llegar y darse cuenta de lo que ocurría, sacaron sus armas dispararando contra el comando armándose un tiroteo allí mismo, en medio de todos los vehículos y sus ocupantes.  Los policías mataron a dos guerrilleros, hirieron a otro que pudieron detener y el resto huyeron. Entre los civiles no hubo muertes a pesar de la balacera que se organizó, debió ser de puro milagro.
En la estación de autobuses cambié de idea, en lugar de quedarme en Medellín tomé un autobús para Santa Fe de Antioquia.

En las noticias por la noche vi en el televisor de mi hotel más al detalle cómo había sucedido todo, los periodistas habían llegado a la vez que los refuerzos policiales y allí mismo, pasado el tiroteo, entrevistaban a los conductores, mostrando imágenes de los guerrilleros muertos tendidos en el suelo y del otro herido.

En Santa Marta, antes de ir al Parque Tayrona, regresaba a mi hotel después de comer para echar una siesta, en la misma calle había una pequeña tienda en la que iba a comprar una botella de agua fresca, cuando estaba a punto de llegar me tropecé con dos tipos que salían corriendo de la tienda, se subían a una moto y salían de allí pitando, el que iba montado detrás, con una pistola en la mano.  Seguido salió una señora de la tienda gritando: ¡policía, policía!, señalando a los dos tipos de la moto. Acababan de atracarla. No pude dejar de pensar que si llego un minuto antes, yo también hubiera estado dentro de la tienda cuando entraron a robar.

Viajar en Colombia, además del alto interés y atractivos generales que tiene el país, podía incluir un elevado punto de excitación por sus condiciones de inseguridad. Aun así con la belleza de sus paisajes, su espléndida naturaleza y la gentileza de su población,  el riesgo merecía la pena.  Como dicen los colombianos, el mayor riesgo que tiene Colombia es que te enamores de ella.


Colombia, febrero de 2009
 

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