La Navidad, una época tradicionalmente asociada a la alegría, los encuentros familiares y las tradiciones compartidas, puede convertirse en una montaña muy alta y difícil de escalar para quienes afrontan estas fechas tras la pérdida de un ser querido. La ausencia se siente con más intensidad, y las emociones tienden a desbordarse en un contexto marcado por luces, villancicos y reuniones que parecen exigir una felicidad inalcanzable para quien se encuentra en esta situación.
Héctor Olmedo, psico-oncólogo de la Asociación Contra el Cáncer en Huesca, va a explicar el impacto del duelo en estas fechas y ofrece una serie de reflexiones para afrontarlo de manera respetuosa y consciente, en una conrferencia que se desarrollará, a las 19:00 horas, en el salón de actos de la Cámara de Comercio, titulada Es Navidad y faltas tú.
El duelo, según Olmedo, es un proceso natural que la mente activa tras una pérdida significativa para adaptarse a una nueva realidad. Aunque comúnmente lo asociamos con la muerte de un ser querido, este proceso también puede surgir ante otras situaciones de crisis vital, como un divorcio o la pérdida de un trabajo.
Sin embargo, en el caso del fallecimiento de una persona cercana, el duelo adquiere una profundidad emocional única. Este proceso puede manifestarse con síntomas como tristeza persistente, episodios de rabia, culpa, ansiedad e incluso una sensación inicial de entumecimiento emocional. “Muchas personas entran en un estado de shock en el que la mente, de alguna manera, intenta anestesiarse para lidiar con la magnitud de la pérdida”, señala el especialista.
La Navidad, con su ambiente festivo y sus expectativas de felicidad, puede hacer que este proceso sea aún más complejo. “Las personas en duelo suelen experimentar una gran disonancia entre lo que sienten internamente y lo que parece exigirse desde el exterior”, explica. Este contraste puede generar un sentimiento de rechazo hacia las fiestas, llevando a muchos a desear que todo pase rápidamente, casi como un acto de supervivencia emocional. Pero lejos de ignorar estas emociones, Héctor Olmedo propone hacerles frente con reflexión y cuidado personal.
CÓMO ACTUAR
El primer paso, asegura, es detenerse a pensar cómo se quiere vivir esta Navidad. Las tradiciones y dinámicas familiares que antes traían alegría pueden sentirse ahora como un peso insoportable, pero es importante recordar que no existe una manera correcta de actuar. Hay quien opta por mantener las celebraciones como antes, otras personas prefieren hacer ajustes y algunas deciden no participar en absoluto. La clave está en respetar las propias emociones y necesidades, sin forzar comportamientos que no se alineen con el estado emocional del momento.
Planificar con anticipación puede ser de gran ayuda para reducir la ansiedad que generan estas fechas. Tomarse el tiempo para decidir si se desea participar en las reuniones familiares, si se prefiere pasar la Navidad de manera más íntima o si se quiere modificar la manera de celebrarla, puede aliviar la presión. También es importante comunicarse con los demás y compartir cómo se desea afrontar las festividades, para evitar malentendidos o expectativas poco realistas.
Incorporar gestos simbólicos que honren la memoria del ser querido puede ser un acto reconfortante. Esto puede incluir un adorno especial en el árbol, encender una vela en su honor, o dedicar un momento para hablar sobre él.
"Si necesitas que alguien te ayude a llevar a los niños a la cabalgata o a preparar la cena, no dudes en pedirlo"
Pedir ayuda es otro aspecto fundamental. Muchas veces, el duelo puede llevar al aislamiento, pero apoyarse en familiares y amigos es crucial para afrontar el peso emocional y las exigencias prácticas de las fiestas. “Si necesitas que alguien te ayude con tareas como llevar a los niños a la cabalgata o preparar la cena, no dudes en pedirlo”, enfatiza Olmedo.
El especialista también subraya la importancia de permitirse sentir sin juzgar las emociones. La tristeza, la nostalgia, la rabia e incluso los destellos ocasionales de alegría forman parte del proceso. No es necesario reprimir las emociones para cumplir con las expectativas de los demás. Al contrario, reconocer y aceptar lo que se siente es un paso esencial para avanzar en el duelo.
Los días previos a la Navidad suelen ser especialmente complejos. Una manera de aliviar el estrés emocional que puede surgir es dedicar tiempo a uno mismo. Esto incluye buscar actividades que aporten calma, como practicar deporte, realizar ejercicios de relajación, disfrutar de momentos tranquilos, o encontrar a alguien con quien hablar y expresar lo que sentimos. Reservar tiempo para el autocuidado es una forma de recargar fuerzas y prepararse emocionalmente para estos días.
Cuando se acerca el momento de las reuniones familiares, planificar con anticipación puede ser una gran ayuda. Es recomendable no tener solo un plan principal, sino también una alternativa, para poder adaptarnos a los momentos en que las emociones puedan ser demasiado intensas. Contar con un espacio apartado, donde podamos retirarnos si nos sentimos desbordados, puede marcar la diferencia. También es útil apoyarse en una persona de confianza, un “cómplice” que sepa cómo actuar si notamos que necesitamos un respiro. Si necesitamos abandonar la sala, este cómplice puede acompañarnos, o explicarle la situación al resto y pedir que nadie haga preguntas, según lo que necesitemos en ese momento.
Es crucial evitar el consumo de sustancias o la automedicación como estrategia para aliviar el malestar emocional. Aunque puede resultar tentador recurrir a estos métodos para adormecer las emociones, no solucionan el dolor y, en muchos casos, pueden agravarlo. Es fundamental utilizar únicamente la medicación prescrita por un profesional de la salud y seguir siempre sus indicaciones.
En estas fechas, también puede ser beneficioso reforzar nuestra dimensión espiritual o nuestro sistema de valores. No importa si se tiene una práctica religiosa específica o no; conectar con lo trascendente, reflexionar sobre la gratitud, el perdón o la esperanza, puede aportar consuelo. Quienes practican una religión pueden encontrar alivio asistiendo a eventos como misas o ceremonias, mientras que otros pueden optar por actividades que fomenten la introspección, como la meditación o la lectura de textos inspiradores.
Es importante aceptar que el dolor es una parte inevitable de la vida. Aunque no podemos evitar su presencia, sí podemos buscar maneras de vivirlo de forma que nos permita avanzar sin sentirnos sobrecargados. Aprender a gestionar este dolor no significa que desaparezca, sino que se hace más llevadero y menos limitante.
CÓMO OFRECER APOYO A QUIENES ESTÁN EN DUELO
Si queremos acompañar a alguien que está viviendo un proceso de duelo, es fundamental comprender que esta situación no depende de su voluntad. La tristeza, la dificultad para disfrutar de las festividades o la necesidad de aislamiento no son elecciones conscientes, sino respuestas naturales del cerebro ante la pérdida. Reconocer esto nos ayuda a ser más empáticos y pacientes.
Una buena manera de ofrecer apoyo, según recomienda Héctor Olmedo, es preguntar directamente a la persona qué necesita. En lugar de asumir lo que podría ayudar, es mejor escucharlos y respetar sus deseos. Hay quienes preferirán no participar en las celebraciones y otros podrían agradecer sugerencias prácticas, como ayudarles a comprar regalos, acompañar a sus hijos a un evento especial, o simplemente estar presentes.
A veces, el mejor consuelo es el silencio. Estar con la persona, sin presionarla a hablar ni distraerla, puede ser suficiente para que sienta nuestro apoyo. Es importante entender que cada duelo es único, y mientras unas personas buscan desahogarse y hablar sobre su dolor, otras prefieren actividades que les permitan desconectarse temporalmente.
Por último, es necesario recordar que los planes pueden cambiar. Es común que alguien en duelo decida no asistir a un evento a última hora, o que altere los planes previstos debido a su estado emocional. Aceptar esta flexibilidad es clave para ofrecer un apoyo genuino y sin condiciones.
EL DUELO EN LOS NIÑOS
La tendencia social a “proteger” a los niños de la enfermedad, el sufrimiento o la muerte, aunque bien intencionada, puede generar más vulnerabilidad a largo plazo. Estas experiencias son parte inherente de la vida, y los niños necesitan herramientas para afrontarlas.
Los niños viven el duelo de manera diferente a los adultos, ya que están más conectados con el presente. Es normal verlos llorar y, pocos minutos después, reír y jugar como si nada hubiera ocurrido. Este comportamiento, aunque desconcertante para los adultos, es una respuesta natural. También es posible que muestren irritabilidad o cambios de humor, lo cual forma parte de su proceso de adaptación.
La mejor manera de apoyar a los niños es hablarles con sinceridad, utilizando un lenguaje adecuado a su edad, y permitirles expresar sus emociones. No se trata de forzarlos a hablar, sino de estar disponibles para cuando lo necesiten. De esta forma, los ayudamos a construir una relación saludable con el dolor y les proporcionamos herramientas para enfrentar futuras pérdidas.
Acompañar a alguien en duelo, ya sea un adulto o un niño, requiere sensibilidad, paciencia y disposición para escuchar.
A menudo, los niños no poseen la misma conciencia emocional que los adultos. Pueden expresar sus emociones a través de la rabia o mostrando comportamientos alterados en ciertos momentos. Es fundamental comprender estas manifestaciones y guiarlos con empatía, manteniendo una conversación honesta sobre cómo serán las celebraciones navideñas. Por ejemplo, explicarles con claridad si este año no habrá una celebración tradicional, si solo se hará una cena tranquila o si visitarán a los abuelos como de costumbre, pero destacando que mamá o papá pueden necesitar momentos de tranquilidad o que podrían mostrarse más tristes de lo habitual.
Explicarles lo que está sucediendo no solo normaliza y valida las emociones de los niños, sino que también les permite expresar lo que sienten. Adaptar el lenguaje a su edad y nivel de comprensión es clave, ya que los padres son quienes mejor conocen a sus hijos y saben cómo abordar estas conversaciones. Validar y respetar las emociones de los niños no solo los ayuda a entender lo que ocurre, sino que además evita que desarrollen sentimientos de culpa.
Si un niño observa a sus padres tristes o de mal humor sin que nadie le explique el motivo, es probable que use su imaginación para interpretar la situación, llegando incluso a pensar que el problema tiene que ver con él. Por ejemplo, si un padre está llorando porque ha perdido a un ser querido y no se le explica al niño lo que ocurre, este podría asumir que su padre está enojado con él, lo que generaría culpa innecesaria. Sin embargo, si se le proporciona una explicación adecuada, el niño podrá comprender y procesar lo que sucede de manera más saludable.
Es importante también involucrar a los niños en nuevas tradiciones o actividades que simbolicen el recuerdo del ser querido que ya no está. Gracias a su imaginación y creatividad, los niños pueden contribuir con ideas para conmemorar de forma especial a esa persona.
En relación a cuándo el duelo podría considerarse patológico, hay señales que indican que el proceso no avanza como debería. Es fundamental tener en cuenta el tipo de pérdida y la relación con la persona fallecida, ya que no es lo mismo la muerte de un anciano que la de un hijo en un accidente. Si después de un año los sentimientos siguen siendo igual de intensos que al principio, si la persona es incapaz de distraerse, mantiene relaciones sociales rotas o presenta síntomas constantes de tristeza sin mejora, podría tratarse de un duelo complicado que requiere atención profesional.
Por último, es importante respetar a quienes están atravesando un duelo, reconociendo el esfuerzo que hacen para sobrellevarlo. Comprender que este año las festividades pueden ser distintas y aceptar la tristeza como parte natural de la vida permite gestionarla y validarla. Ignorarla, intentar ocultarla o mirar hacia otro lado no ayuda; por el contrario, acompañar a quienes sufren y normalizar su experiencia es fundamental para afrontar esta realidad de manera saludable.