Las confidencias de Juan (II)

El valor del silencio en un país en el que es una postura imprescindible para conservar la tranquilidad

Marco Pascual
Viajero
18 de Junio de 2023
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Marco Pascual en Colombia, donde recibió las confidencias de Juan
Marco Pascual en Colombia, donde recibió las confidencias de Juan

No lejos de San Marta, pegado al Parque Nacional Tayrona, el bungaló de Juan donde me alojaba era el lugar ideal, rodeado de playas hermosas y naturaleza exuberante, el cual me proporcionaba un confortable descanso después de los recorridos diarios por la zona. Ya había visitado el parque Tayrona dos veces, sus playas y las playas interminables que se sucedían dirección a Rioacha, no llegué a subir a la cumbre de Sierra Nevada, entonces todavía era terreno de los paramilitares y sus cultivos de coca, pero sí visité algunas pequeñas aldeas en las faldas de la montaña, como Las Vegas o Machete Pelao. También había ido a la Quebrada Valencia, un lugar idílico donde el camino transcurría entre árboles plagados de flores, árboles de formas extrañas y una vegetación con infinidad de variedades creando una flora espectacular. La recompensa de la caminata estaba al final con el baño en una piscina natural donde desembocaba el río que descendía de la montaña por una quebrada de roca entre la espesura vegetal.

En estas excursiones me acompañaba Juan, no tenía nada que hacer y voluntariamente venía conmigo ejerciendo de guía y de amigo.  En las noches después de cenar, a la hora del café Juan venía al porche del bungaló y en ese momento de relax pasábamos hablando hasta la hora de ir a dormir, contándome cómo era la vida allí, las experiencias que habían envuelto su vida y rodeaban la vida de la gente en aquel lugar, de las prácticas y costumbres enraizadas en un medio de vida difícil, donde la supervivencia podía depender de la voluntad o la locura ajena. El simple hecho de vivir podía representar un riesgo diario.

"La supervivencia podía depender de la voluntad o la locura ajena.  El simple hecho de vivir podía representar un riesgo diario"

Allí no había periódicos o un televisor para informarme. Siin embargo tenía algo mucho más interesante, tenía a Juan para contarme de su propia voz lo que pasaba allí. Una de esas noches nuestra conversación versó sobre el narcotráfico de esa zona. En aquella época todavía seguían existiendo en Colombia dos grupos principales que mantenían al país, sobre todo en las zonas rurales, bajo el sometimiento ejercido con su violencia. Por un lado la guerrilla de las FARC y por otro los paramilitares.  Cada grupo tenía su zona de influencia, a veces se disputaban zonas comunes terminando en enfrentamientos armados, donde siempre los perdedores eran la población civil.

No es que me preocupara, pero hablando de los paramilitares me interesaba saber cómo era la situación en la zona con ellos.  Le comenté que había leído que pocos meses antes habían detenido y extraditado al jefe paramilitar de esa región al que llamaban “El Patrón”, preguntándole si con esa detención se habían paralizado las actuaciones de los paramilitares. Juan se rió. Cuando detienen  o matan a uno -dijo-, otro hereda el poder.  A veces hay guerras entre grupos de “paracos” por disputarse una zona, sobre todo las rutas del narcotráfico, los lugares de embarque… El narcotráfico mueve mucha plata y una vez metidos en el negocio ninguno lo deja.

Sobre la impunidad que parecían disfrutar los paramilitares, me dijo que se sabía quienes eran los jefes, pero o no querían o era difícil cogerlos, y si alguna vez detenían a alguno salía libre por falta de pruebas, pues antes del juicio se encargaban de amenazar a jueces y fiscales, eliminar a testigos y denunciantes, hacer desaparecer pruebas y sumarios de los juzgados.  Aunque últimamente sí se veía un interés del gobierno en apresarlos. Además del Patrón el año anterior habían cogido al que hasta ese momento era el jefe paramilitar y narcotraficante más buscado del país, al que llamaban “Don Mario”, el cual llevaba escondido alrededor de un año en la carga de troncos de un tractomula (camión tráiler). Entre los troncos había un habitáculo donde iba escondido y de esta manera se desplazaba a uno y otro lado sin ser descubierto... Hasta el dia en que dos sagaces policías en un restaurante de carretera sospecharon al ver que el chófer de un camión pedía demasiada comida para llevar siendo una sola persona.  Hicieron un seguimiento del camión alternándose con otros policías y se dieron cuenta de que el camión no iba a nuingún destino para descargar los troncos, de manera que un grupo de élite de la policía asaltó el camión por la noche y asi apresaron a Don Mario.

 Lo cierto es que los paramilitares seguían existiendo, y también sus prácticas criminales.  El Patrón era quien había ejercido el poder desde Sierra Nevada hasta Santa Marta, dejando tras de si un reguero de crímenes.  Para sus fiestas, los paramilitares solían secuestrar niñas de 14 años que le entregaban para abusar de ellas. Las que él rechazaba eran entregadas a los paramilitares para que abusaran de ellas.  El Patrón había abusado de más de 50 niñas y él mismo había reconocido tener veinticuatro hijos de esas violaciones.  Incluso después de cometer los abusos los paramilitares marcaban los cuerpos de las víctimas para ejercer un mayor terror en la población. Todo con total impunidad, tenían comprados a políticos, militares y policías. Además, por temor nadie se atrevía a denunciar, tal como había declarado después una de las niñas violadas: “Poner la denuncia y decir que el ejército o los paramilitares hicieron eso conmigo es como decir que yo voy a buscar el camino de la muerte”.

"El Patrón había abusado de más de 50 niñas y él mismo había reconocido tener veinticuatro hijos de esas violaciones"

Durante muchos años El Patrón fue intocable porque, además de tener comprados algunos cargos militares y policiales, ayudaba a los políticos y hacía las labores de guerra sucia que beneficiaban al gran capital.  En el haber del Patrón, además de las violaciones,  constaban miles de indígenas y campesinos desplazados en Sierra Nevada, es decir, expulsados de sus tierras bajo amenazas y el terror, el haber ordenado cientos de asesinatos y masacres en diversas poblaciones.

Juan me confesó que para poder mantener a su familia no le quedó más remedio que trabajar en los campos de coca, pese a que su esposa, por miedo a lo que pudiera sucederle, siempre se opuso.  Él sólo era un jornalero de temporada que trabajaba en las haciendas de cultivo de coca en la época de recolección de la hoja.  Evidentemente los cultivos eran clandestinos, se encontraban en las montañas de Sierra Nevada, donde había varias haciendas que se dedicaban a ello,  Durante la recolección de la hoja debía permanecer en los campos, lo que mantenía en vilo a su mujer Rosalía si el ejército descubría los cultivos. Entonces los trabajadores que sólo iban a sacar unos pesos para ganarse la vida serían apresados. Juan me dijo que el dueño de la hacienda para el que trabajaba no era narcotraficante, sino que el narco lo contrataba para que trabajara para él, negarse era difícil, si no aceptaba lo que seguramente habría pasado es que los paramilitares le habrían expropiado su hacienda y lo habrían expulsado de sus tierras, y de haberse resistido, lo más probable es que lo hubieran llevado en la camionera “caminito al cielo”.  Este era el sistema que tenían para amedrentar a los dueños de las demás haciendas y a la población en general. Quien se resistía a sus órdenes lo sentenciaban a muerte, pero antes de matarlo lo paseaban por la poblacion cercana atado en la parte trasera de una camioneta pick up.

Por curiosidad, le pregunté a Juan si él conocía cómo se hacía el proceso de elaboración de la cocaína, por lo que pasó a relatármelo. Primero estaba la parte que le tocaba a él, recolectar la hoja de coca de las plantas, para obtener un kilo de pasta base de coca era necesario recolectar al menos 120 kilos de hoja.  La hoja se metía en sacos que ellos mismos llevaban a un punto donde se realizaba el proceso, ubicado en la misma plantación y cubierto por una lona verde para camuflarlo desde el cielo, debajo de la cual había una tolva donde echaban la hoja para ser triturada. Después se mezclaba la hoja triturada con queroseno, pero ellos lo sustituían por gasolina, 10 galones, unos 40 litros, por cada 120 kilos de hoja. Más tarde se separaba la gasolina y se desechaba la hoja de coca, a continuación se agregaba agua y ácido sulfúrico, pero ellos lo sustituían por carbonato de sodio, después se realizaba el filtrado y lo que quedaba se mezclaba con cal o amoniaco. Por último, el secado de esto es lo que daba la pasta de coca, que se preparaba en gruesas tabletas de 500 gramos cuyo aspecto podía ser como una gran pastilla de jabón color café con leche.

Lo que el dueño de la hacienda vendía a los narcotraficantes era la pasta base, el precio que le pagaban era de 2.500 dólares por kilo, mientras que el narco vendía la coca al doble, 5.000 dólares el kilo.  Una vez que el narco recogía la pasta base, en sus laboratorios terminaba el proceso. Si lo que deseaba obtener era cocaína base, mezclaban la pasta base con éter, aunque ellos lo sustituían por cloroformo, y luego lo evaporaban con calor apareciendo unos cristales de cocaína casi puros, lo que comúnmente se denominaba crack. Para convertir la pasta base de coca en cocaína, lo que hacían era añadirle ácido clorhídrico, si bien lo sustituían por gas cloruro de hidrógeno, y luego debían hacer la extracción evaporándolo con acetona etanol, cosa que ellos sustituían por metimetilo acetona. Conseguir todos esos productos químicos no debía ser fácil, al menos no sin levantar sospechas, por lo que le pregunté a Juan cómo lo hacían. Él respondió que no era dificil, se podían conseguir en Santa Marta o en el almacén de cualquier poblado, el dueño del almacén nunca iba a decir quién era. El cliente que le compraba grandes cantidades de esas sustancias químicas, primero porque con eso ganaba dinero, era su negocio, y después porque si se le ocurría delatarlo pondría su vida en un gran riesgo.  De todas maneras, me explicó Juan, el más caro de los componentes que usaban para hacer la coca era la gasolina, se necesitaba mucha gasolina y estaba muy cara, añadiendo que quien cultivaba la planta de coca y hacía la pasta base era el que inviertía más plata y tenía menos beneficio, debían tener el terreno, pagar a los trabajadores que plantan y recogen luego la hoja, a los que hacen la pasta, comprar la gasolina y los químicos, y los que además corren el riesgo de que los encuentre el ejército, lo pierdan todo y acaben presos.  En cambio el narco no necesitaba nada, prácticamente no realizaba ningún trabajo ni inversión para producir la coca, llegaba a sus manos ya preparada y tan apenas corría ningún riesgo, luego era el que más beneficio obtenía, el precio que pagaba por ella lo doblaba después.

"El narco no necesitaba nada, prácticamente no realizaba ningún trabajo ni inversión para producir la coca, llegaba a sus manos ya preparada y tan apenas corría ningún riesgo"

Lo que Juan me contaba era el proceso de produccíon, pero allí no terminaba todo. El paso siguiente era vender la coca. Una vez que tenían la pasta base y la convertían en cocaína, la vendían a sus contactos en el extranjero.  Le pregunté entonces si ellos mismos se encargaban de hacer los envíos y dijo que sí, embarcaban la mercancía y la enviaban a Panamá o Jamaica, después quizá desde allí otros la enviaban a los Estados Unidos.  Eso me llevó a preguntarle si los encargados de hacer el transporte eran gente también de la zona, gente que trabajaba para los narcos.

-Si, son lancheros, pero no son narcos -dijo-.  Eso sí, tienen que tener arrestos, porque el trabajo es muy peligroso.

Mi curiosidad me llevó a preguntarle por los lancheros, ¿quiénes eran, gente que tenía una lancha y la alquilaban para los narcos?

-No, las lanchas son de los narcos -respondió Juan-, necesitan embarcaciones potentes y rápidas y de esas aquí no tiene nadie. Lo que hacen es reclutar a gente de confianza que sepa llevar una lancha, en general pescadores.

-¿Pescadores de aquí? -quise saber.

-Si, de los pueblos de por aquí.  Yo tenía un vecino, un chico joven que iba a pescar con su padre que se hizo lanchero.

-¿Lo conocías?.

-Claro, vivía aquí al lado.  Coronó cuatro veces.

-¿Quieres decir que hizo cuatro viajes?

   -Coronar no es sólo hacer el viaje, coronar es conseguir el objetivo de la entrega de la coca.  La primera entrega la hizo en Panamá, y las otras tres en Jamaica, iban dos cada vez en la lancha, les pagaban 4.000 dólares  por la entrega en Panamá y 5.000 por la de Jamaica a cada uno si conseguían coronar. Por supuesto iban armados, pero hay que tener arrestos para hacer esto, ten en cuenta que los que reciben la mercancía son gente del hampa, ¿quién no dice que al llegar los matan y se quedan con la droga?.

Juan comentó que para efectuar ese trabajo no bastaba con saber pilotar una embarcación, debían tener mucho valor para además tener que tratar con narcos y gente del hampa donde no faltaban pistoleros asesinos. Podía decirse que se jugaban la vida en cada viaje, o como poco unos cuantos años de cárcel si los pescaba la policía. Luego, reflexionando sobre su vecino, dijo que era un buen chico, pero algo loco. Después de coronar la primera vez se fue a una tienda de Santa Marta y le compró a su mamá un televisor plano de esos modernos, el más grande de la tienda. A sus amigos, después de cada vez que coronaba, los invitaba a ir de putas a Santa Marta. Contaba que antes de ir al mejor bar y con más chicas, mandaba a uno de sus amigos con plata para que le cambiaran por monedas, luego en la tarde después de entrar al bar lo que hacían era arrojar las monedas por el suelo.  Aquí se paró Juan y yo me quedé sin entender bien para qué tiraban las monedas, le pregunté si lo hacían para darles una propina. No, no  -dijo riéndose-, como allí todas las chicas andan con faldas cortas, las tiraban para que se agacharan a cogerlas y así verles el culo, después escogían a cada una por el culo que tenían.

"Como allí todas las chicas andan con faldas cortas, las tiraban para que se agacharan a cogerlas y así verles el culo, después escogían a cada una por el culo que tenían"

  -El chico nunca se había visto con tanto dinero y tan fácil -continuó-,  de manera que empezó a gastarlo sin prestarle mucho sentido, se compró un carro y empezó a vivir la buena vida mientras le pagaron por las cuatro veces que coronó, pero no sé por qué no le dieron más viajes y la plata se le acabó pronto, se quedó sin nada, incluso volvió a casa de su mamá y le quitó el televisor que le había comprado para vendérselo.  Poco después desapareció y ya nadie volvió a saber más nada de él.

-¿Qué pasó?  -pregunté.

-No lo sé, yo creo que se lo levantaron (lo mataron) los narcos.  Era poco discreto, le gustaba fanfarronear, mostrar la plata que se estaba consiguiendo, se exhibía demasiado y eso a los narcos no debía gustarles, con su conducta los exponía a ellos, por eso creo yo que dejaron de darle más viajes, y seguramente terminaron por taparle la boca antes de que se fuera más de ella. La cuestión es que nunca lo hemos vuelto a ver.

Ciertamente, tener a Juan conmigo por las noches antes de ir a dormir era mucho más interesante que cualquier programa televisivo.  Durante mi estancia allí él fue nutriendo mis conocimientos sobre el lugar, sobre el modo de vida de la gente, sobre las cosas cotidianas y sobre el valor del silencio, una postura imprescindible para conservar la tranquilidad.

Desde que Juan había construído la cabaña para turistas y sin la necesidad de trabajar en los campos de coca, vivía una época más apacible y segura. Si la situación se estabilizaba y había garantías de seguridad para que llegara el turismo, la cabaña sería su medio de vida para el futuro, incluso ya estaba pensando en construirse otra pronto.

Colombia, marzo del año 2009

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