El algodón no engaña. Ni los chorros de agua y los paños que hay que pasar por las carrocerías de los vehículos estacionados en muchos puntos de la ciudad, asediados por los plastones de excrementos. Los estorninos son los reyes de los cielos de Huesca desde hace muchos años, se aposentan en las ramas de los árboles de los parques hasta hacerlas ceder por su peso y han demostrado una adaptación extraordinaria a los métodos largamente experimentados, desde el cazador cuyas andanadas acabaron siendo apenas unas caricias en los oídos de las aves hasta los ultrasonidos sin más efecto que las estridentes risas de los pájaros.

Frente a la irrisoria contabilidad institucional que habla de apenas unos miles de estorninos, cada mañana y al atardecer realizan acrobáticas peripecias decenas y decenas de miles antes de posarse sobre los tentáculos de los parques, que acusan la presencia de los animales agachando el perfil de su altura. El video de Carlos Jalle es el mejor notario de la dificultad para atacar esta auténtica plaga que, además, se convierte en un chollo para los lavaderos de coches entre conductores indignados por las corrosivas deposiciones que exigen limpieza inmediata. Los estorninos también han pasado de calendario.
