El sacerdote Juan Gil ha explicado en una sentida homilía la esencia de la celebración de la festividad de la Virgen del Carmen en el convento de san Miguel de Huesca, donde convenientemente separados han compartido templo los feligreses que han llenado la bancada y la comunidad de carmelitas al fondo, siempre presentes con sus cantos y con sus profundas oraciones.
El oficiante ha expuesto que en la magnífica iglesia con porte románico y espíritu gótico esta mañana se trataba una misión: "Ponernos al servicio de Dios amando a nuestros hermanos". Ahí, ha explicado, radica la belleza del Carmelo en su vocación de servicio a Dios a través del amor al ser humano. Cuando el hombre no cumple, "el jardín de Dios se convierte en desierto".
La ceremonia, sencilla en las formas pero con todo el ritual, ha renovado los votos de la comunidad que conserva este espacio de fe y de espiritualidad. "Obediencia, castidad y pobreza" entre las reglas de los hermanos del monte Carmelo.
Tras la ceremonia religiosa, los asistentes han desfilado en la tradicional procesión que ha circundado la verja de la iglesia y ha dejado, hasta las seis de la tarde con la misa siguiente, la talla de la virgen en el exterior del convento.