Encuentro con un palestino

Cada vez que veo las noticias y los horrores de esa guerra, no puedo dejar de pensar qué habrá sido de mi amigo palestino.

Marco Pascual
Viajero
14 de Noviembre de 2023
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Con el palestino Osama en su apartamento en Egipto
Con el palestino Osama en su apartamento en Egipto

Mi vuelo llegaba a El Cairo pasada la medianoche, mala hora para llegar a ningún país.  No tenía hotel, pensaba partir en el primer autobús que saliera por la mañana a Sharm el Sheij, en el extremo sur de la Península del Sinaí.  Después de terminar el proceso de aduana, decidí tomar un taxi para ir directo a la estación de autobuses, allí esperaría hasta que saliera el primero.

Después de negociar el precio con el taxista subí a la parte delantera del coche y salimos, serían sobre la una y media de la mañana. No habíamos recorrido más de un kilómetro cuando el taxista se detuvo una vez que ya habíamos enfilado la carretera. Todo estaba muy oscuro, sin luces, sin tráfico, le pregunté por qué paraba. El taxista tan apenas sabía algunas palabras de inglés, pero entendí que había dos personas que iban para El Cairo y quería llevarlos, me preguntó si podían subir al coche.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue si aquello no sería una treta para atacarme y robarme. En algunos países africanos los taxis son poco seguros, sus conductores están compinchados con otras personas para atracar a los clientes, lo típico era que el taxista se desviaba de la ruta para llevar los clientes a un solitario descampado donde esperaban otros cómplices para atracar y a veces golpear a sus víctimas para robarles. 

En este caso, el taxista pretendía coger a dos desconocidos que se encontraban en la carretera, algo nada fiable. La tensión se activó de inmediato, antes de contestar giré la cabeza para ver a los dos individuos que se habían acercado al coche, me pregunté cómo es que que el taxista sabía que querían ir a El Cairo si no habían hablado antes, si ni siquiera le habían pedido que parara.  Aquello me parecía muy sospechoso.

Me pregunté cómo es que que el taxista sabía que querían ir a El Cairo si no habían hablado antes, si ni siquiera le habían pedido que parara

Por más que los miré sólo pude distinguir la silueta de dos cuerpos, estaba tan oscuro que era muy difícil ver sus rostros. Seguía pareciéndome muy extraño que de repente y a esas horas estuvieran allí dos personas esperando por un taxi.  Al final acepté, queriendo pensar que el taxista sólo pretendía ganar más dinero llevando a otros pasajeros. 

Al subirse al coche miré atrás, también el interior del coche estaba muy oscuro, aunque con escasa claridad pude ver sus caras: uno de ellos, una persona joven, me dio las gracias; la otra, a menos que fuera alguien disfrazado, debía ser una mujer, iba cubierta con una especie de gabardina negra y la cabeza también la llevaba cubierta por un pañuelo del mismo color. 

El chico hablaba bien el inglés. Después de agradecerme que hubiéramos parado para llevarles me comentó que venían del aeropuerto, su hermana había partido en un vuelo nocturno y la habían acompañado junto a su madre. La razón de esperar un taxi fuera del aeropuerto era por cuestión de precio, allí les pedían mucho y fuera costaban más baratos. El chico se llamaba Osama y era palestino, tenía veinte años y se encontraba estudiando en El Cairo, donde en ese momento vivía junto a su madre en un apartamento. 

Llegamos a la estación de autobuses, se encontraba completamente vacía, casi a oscuras y sin el menor movimiento de personas o autobuses, Osama me preguntó dónde quería ir, y seguido se ofreció a ser él quien primero bajara del taxi para ver si encontraba a alguien a quien preguntar por los horarios, no era seguro que yo anduviera solo a esas horas por allí cargado con el equipaje. Además, aunque encontrara a alguien seguramente no hablaría inglés.

Después de unos minutos de espera en el taxi, Osama regresó con la información. Según le había dicho un vigilante, salía un autobús a las ocho de la mañana.  ¿Qué vas a hacer?, me preguntó a continuación. Le dije que esperaría allí hasta las ocho. Él me dijo que pasar la noche allí solo era muy peligroso, no podía quedarme en la estación. Me quedé pensando entonces qué hacer, dónde ir, sin saber cómo resolver el problema. La solución me la dio Osama, dijo que podía ir a su casa y  esperar allí hasta una hora antes de la salida del autobús.  Acepté su propuesta encantado y agradecido, subimos de nuevo al taxi y partimos.

La solución me la dio Osama, dijo que podía ir a su casa y  esperar allí hasta una hora antes de la salida del autobús

Tardamos unos quince minutos en llegar, pagué al taxista mi tarifa acordada y le pregunté a Osama cuánto costaba el trayecto hasta su casa, para encargarme yo. Al entrar al apartamento y quedarnos los tres a solas fue la primera vez que escuché hablar a su madre dirigiéndose a mí, también en inglés. Al mismo tiempo descubrí para mi sorpresa que su madre era relativamente joven, alta, guapa, con un tipo excelente y una extraordinaria personalidad.

La segunda sorpresa fue el cambio que hubo sólo al quitarse la gabardina y el pañuelo negro que cubrían su cuerpo y cabeza. Vestía unos pantalones vaqueros ceñidos y un fino jersey de color, un estilo perfectamente compatible con cualquier mujer joven europea.  Después de invitarme a que me sentara en el salón, se metió en la cocina para hacer un té y entretanto trajo algunas cosas para picar por si tenía hambre.  Una vez que estuvo listo el té dijo que se iba a dormir y nos despedimos. 

A solas con Osama comenzamos a hablar de nuestras vidas, a mí sobre todo me interesaba la suya, era la primera vez que conocía a un palestino.  Me dijo que su padre era coronel de la policía civil palestina, quien dependía directamente del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, un alto cargo con un buen salario que le permitía poder estudiar en Egipto.  Comparado con el resto de palestinos de su edad, se consideraba un privilegiado. Me habló de la situación de Palestina en aquellos momentos, de los campos de refugiados palestinos, de las dificultades que había en su país para poder desarrollar una vida normal, de las carencias de todo tipo que sufrían, paliada por la ayuda internacional, muchas veces bloqueada por Israel.

Naturalmente Osama también quería saber cosas de mí, de España, de nuestra libertad para vivir, para estudiar, para viajar, a diferencia de Palestina, donde la gente carecía de derechos y la juventud no tenía sueños ni era dueña de su propio futuro.

En Palestina la gente carecía de derechos y la juventud no tenía sueños ni era dueña de su propio futuro.

Estuvimos hablando sin parar las cinco horas que pasé refugiado en su casa esa noche, nos cambiamos los teléfonos y correos electrónicos y antes de partir me hizo un café con una especie de galletas locales como desayuno, luego bajamos a la calle para acompañarme a tomar un taxi, él mismo negoció el precio hasta la estación de autobuses.

La mala suerte de esa noche al llegar a una mala hora al aeropuerto se convirtió en un momento afortunado al encontrarme con Osama, él veló por mi seguridad y me dio refugio en su casa, cosa que forma parte de mis recuerdos entrañables.  Aquel acto de hospitalidad fue para mí un reflejo de su valor personal, que por extensión debía estar en la naturaleza de los palestinos. No me salvó de nada, pero me sentí arropado y protegido, y también me proporcionó, más bien fortaleció, la empatía que ya sentía con la realidad del pueblo palestino, con su gente, con los que sufren las consecuencias del conflicto con Israel.

Seguimos en contacto vía email. Un año y meses más tarde, cuando Osama se encontraba en Gaza, sucedió lo que el gobierno israelí llamó Operación Plomo Fundido, un brutal ataque de su ejército por tierra, mar y aire bombardeando indiscriminadamente Gaza en represalia por el lanzamiento de cohetes de Hamás.  Durante tres semanas hubo una destrucción masiva de edificios causando al menos la muerte de 1400 palestinos, entre ellos más de 300 niños y niñas. La prensa internacional se trasladó allí pero Israel vetó su entrada a todos los informadores. Creo recordar que Naciones Unidas envió un barco con ayuda a Palestina, y otras ONGs hicieron lo propio vía marítima, pero la marina israelí confiscó los barcos y ayuda consistente en cosas básicas necesarias para la supervivencia, incluso detuvo y encarceló a los voluntarios portadores de la ayuda. 

Israel no quería informadores que pudieran relatar la masacre que estaban produciendo con aquellos ataques. Aunque se podía imaginar, nadie supo nada oficialmente de lo que estaba ocurriendo, salvo la información que ofrecía el gobierno israelí.  Yo, sin embargo, tuve una información directa de lo que estaba sucediendo, respaldada con fotografías, gracias a mi amigo Osama, quien se encargó de relatarme los hechos que se estaban produciendo a través de su testimonio personal y las fotos hechas con su teléfono. Recuerdo especialmente el bombardeo de una escuela que se encontraba cerca de su casa, donde se trasladó e hizo fotos que me envió de niños muertos y otros heridos en brazos de sus padres.  Las fotos del horror que Israel deseaba silenciar.

La historia se repite, sólo que ahora en proporciones nunca antes conocidas, la venganza de Israel por el ataque terrorista de Hamás los está llevando a la destrucción de Gaza, convirtiéndose en una masacre generalizada de gente inocente, en gran parte de niños y niñas, de forma atroz e impune, cortando además los hilos que sostienen la vida de quienes sobreviven a los bombardeos.  El legítimo derecho a la defensa de Israel lo ha convertido en brutales y masivos crímenes contra la humanidad. 

Cada vez que veo las noticias y los horrores de esa guerra, no puedo dejar de pensar qué habrá sido de mi amigo palestino.

El Cairo, noche del 7 de enero de 2007

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