Ghana, una noche en la discoteca

El relato de una noche embarazosa con final feliz después de un aluvión de incidencias con una joven en Acra

Marco Pascual
Viajero
19 de Febrero de 2023
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Tomando algo con unos amigos en un bar de Acra
Tomando algo con unos amigos en un bar de Acra

Estaba en Acra, la capital, y llevo varios días en el país, los suficientes para tener tomado el pulso a las cosas. Una noche decidí ir a la discoteca, ya la conocía, la primera vez me llevó una chica nativa que vivía en Suiza y coincidimos en el vuelo Zurich–Acra. Ahora iba por mi cuenta.

La discoteca estaba casi llena y tenía buen ambiente, fui directo a la barra del bar y me pedí una cerveza, quedándome allí mismo. Tenía en frente la pista de baile, una buena vista, pues allí estaban bailando unas cuantas chicas, guapas y esculturales. También había algunos blancos expatriados, seguramente la razón por la que había tantas mujeres y tan llamativas. Cerca de mí había una de esas chicas estupendas sentada en un taburete junto a la barra tomándose una cerveza, me saludó y yo correspondí a su saludo. Después de esta toma de contacto empezó a preguntarme las cosas típicas que siempre preguntaba la gente en todas partes, su modo de aproximación.

Mercado de fetiches de Acra
Mercado de fetiches de Acra

Intuí que podía ser una de las prostitutas que había allí y no me interesaba seguir el juego. Para que ninguno de los dos perdiera el tiempo fui directo y le pregunté si ella hacía "business", negocios, como se referían allí a la prostitución, igual que aparentaban ser las otras chicas, dije señalando a las que estaban en la pista de baile, pues era la forma de dejarse ver a los ojos de los hombres de la discoteca.  Se mostró ofendida cuando le dije esto y me respondió que no era de esas, ella era de Gambia y se encontraba pasando tres meses de vacaciones, pues tenía una hermana casada en Acra y había ido allí para visitarla.

Le pedí disculpas por mi error y le informé con claridad de que yo no buscaba esa clase de chicas. Por dentro no acababa de creerla, quizá no era una prostituta profesional, sino una ocasional que aprovechaba su estancia allí para sacarse algún dinero. Hay muchas chicas africanas que suelen ir al país vecino para ejercer la prostitución ante la falta de trabajo en sus países, o simplemente para no ser reconocidas.

Después de dejarle claro mis intereses, ella continuó allí y seguimos hablando. Era una chica muy guapa, simpática, con estilo, un cuerpo imponente y una conversación agradable. Animados y dispuestos a divertirnos, nos fuimos a la pista a bailar, llevaba un vestido negro hasta los pies ceñido al cuerpo dejando ver el magnífico relieve, cargado con la sensualidad de una abertura lateral que le llegaba hasta lo alto del muslo. Bailamos apasionadamente ritmos europeos y africanos, dejándonos llevar por las agradables sensaciones de los movimientos y el roce de nuestros cuerpos. 

Me había dicho que ella no era de esas chicas que hacían "negocios", pero en las dos horas que llevábamos juntos su forma de actuar lo desmentía. Creo que su propósito era que subiera mi temperatura y hacerme vulnerable a sus encantos.  Empecé a ver un problema.

Ghana 7
En un mercado de verduras en Acra.

Quería regresar a mi hotel y presentía lo que iba a pasar. Tenía que ir al baño, se encontraba frente a la salida, una buena oportunidad para escapar de allí sin que se diera cuenta. Lo malo de esto es que me había dejado su teléfono para que se lo guardara, pues su vestido no tenía bolsillos. Si me iba con el teléfono se iba a quedar sin él. Si lo dejaba a alguien del personal de la discoteca para que se lo diera, lo más posible es que se quedara sin él igualmente, de manera que por el teléfono no me fui sin decir nada.

Serían las dos de la mañana cuando le manifesté que me volvía al hotel, sin ninguna insinuación, y ella respondió: sí, vamos.

Allí empezó el problema. Le dije que me iba yo solo. Sin embargo, ella no lo aceptó, obcecándose en que se iba conmigo al hotel. Insistí en decirle que no, reiterándole que me iba solo, que no quería una chica, sólo dormir. Ella me cogió la palabra diciendo que estaba de acuerdo, ella también quería dormir. Le dije que mejor se fuera a su casa, poniéndole la excusa de que tenía que salir del hotel a las seis de la mañana para ir a la estación de autobuses, a lo que ella, persistente, respondió que no había problema, ella se levantaba también a esa hora.

Seguí rechazando su compañía y ante mis negativas ella se fue transformando, pasó de ser un ángel a ser un demonio, un demonio enfurecido. Su bonita cara se desfiguró de la rabia y el enfado que tenía conmigo por no querer llevarla al hotel. La que me había parecido bella y encantadora ahora se había convertido en un monstruo pertinaz y agresivo.

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Centro de Acra.

Como era imposible razonar con ella me largué sin más. Para salir había que descender unas empinadas escaleras de madera que daban a la calle, ella intentó retenerme cogiéndome del brazo, de la camiseta, de donde fuera. Quitándomela de encima como podía bajé las escaleras arrastrándola detrás de mi, prácticamente colgándose de mis espaldas mientras profería lo que parecían gritos de una loca. Fue uno de los  momentos más embarazosos que he tenido en mi vida. Sólo le faltaba echar espuma por la boca del ataque de rabia que tenía, quizá más que por el rechazo en sí, por creer que cuando ya me tenía  en su bolsillo, me largaba haciéndole perder el negocio de esa noche. No había duda de que se trataba de una prostituta.

Abrí la puerta de salida y pasamos a la explanada exterior, yo delante y ella detrás de mí agarrándome por la camiseta, la que por cierto estaba resistiendo sin romperse. De pronto se armó un alboroto inesperado. Fuera había medio centenar de chicos jóvenes, supongo que esperando a las puertas que les dejaran entrar.  Ella intentaba golpearme de todas las maneras posibles y yo procuraba evitarlo sujetándole las manos y tratando de despegarla de mí sin hacerle daño, cosa que no resultaba fácil, pues se tiraba sobre mí como una fiera. Tenía que limitarme a contener la explosiva carga de agresividad que descargaba sobre mí. Fue un espectáculo para todos, que se arremolinaban a nuestro alrededor.

En el tumulto que se organizó, los chicos se pusieron de mi parte gritando: ¡Leave the white man, leave the white man!, ¡deja al hombre blanco, deja al hombre blanco!.  En medio de aquel bochornoso espectáculo casi me entró la risa al escuchar que me llamaban "el hombre blanco".

No conseguí quitármela de encima hasta que tuve la ayuda del fornido portero, un auténtico armario, que vino en mi auxilio y sin contemplaciones la apartó de mí.  Mientras la retenía me dijo que lo mejor era que cogiera un taxi y me marchara de allí.  Eso mismo quería yo, un taxi y desaparecer de allí. 

El portero debió bajar la guardia y ella se soltó. Sin pensárselo se armó quitándose un zapato cargado con un puntiagudo tacón de aguja y vino hacia mí con él en alto y la clara intención de darme en la cabeza.  Fuera de sí, vi que se echaba hacia mí con mirada enloquecida.  Por suerte, el nutrido grupo de chicos que había allí seguían de mi parte y al ver su propósito la rodearon sujetándola, impidiendo que me atravesara la cabeza con el puntiagudo tacón.  Recuerdo perfectamente cómo uno de ellos forcejeaba para quitarle el zapato de la mano hasta conseguirlo. Fueron mi salvación. Ella, frustrada y enfurecida, gritaba como una loca. El chico había logrado desarmarla quitándole el zapato de la mano y otro hizo lo propio quitándole el otro zapato que llevaba puesto en el pie, por si acaso. Viendo aquello me parecía estar viviendo el papel protagonista de una comedia disparatada.

Calle en Acra
Calle en Acra

Fui en busca de un taxi a la parte de atrás, subí a él y de nuevo tuvimos que pasar por delante de la discoteca y de toda la gente. Iba sentado detrás con las ventanillas bajadas, de repente entró una mano por la ventanilla del lado derecho, donde iba yo sentado, intentando agarrarme. Mis reflejos funcionaron instantáneamente para apartarme rápido echándome hacia el otro lado. La mano impulsada por la rabia que entró por la ventana era de la chica que ya estaba liberada y se lanzaba a por mí a la desesperada, aferrándose a la puerta del coche en marcha. El taxista paró el coche y de nuevo los chicos tuvieron que volver a sujetarla y apartarla de mí.  De no ser por ellos creo que esa noche no hubiera acabado muy bien.

Mientras algunos sujetaban a la chica otros seguían a ambos lados del coche.  El taxista tuvo que parar para hacer un stop antes de salir a la calle y entonces todos los chicos abordaron el coche colocándose a ambos lados de las ventanillas, disputándose el primer sitio para asomar la cabeza por ellas y pedirme una gratificación por la ayuda prestada.  ¡Yo la he sujetado!, ¡yo también!, ¡yo le quité su zapato!, ¡yo también le quité el otro zapato!, decían mostrándolos en la mano. Todos querían dinero. Tuve que reconocer que me habían ayudado salvándome de una situación realmente complicada, se merecían una recompensa. Saqué dinero y le di a los que tenían los zapatos en la mano, y a dos o tres más que reconocí sujetando a la chica. Eso desató la locura. Hubo una verdadera avalancha de chicos forcejeando y gritando por coger un puesto en la ventanilla. No podía darle dinero a todos, porque todos iban a reclamar su parte, de manera que ordené partir al taxista.

Por fin pude salir indemne de aquella embarazosa situación, ahora quedaba solventar el último problema, discutir el precio del taxi cuando llegáramos al hotel, al no haber pactado el precio antes con la urgencia, seguro que me iba a pedir el doble de su precio normal. Pero en esa pelea ya tenía más experiencia.

Febrero del año 2000

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