Hong Kong, una noche en las Chunking Mansions

La increíble peripecia para encontrar alojamiento por una noche en la ciudad hongkonesa, con peligro y putrefacción cochambrosa

Marco Pascual
Viajero
22 de Enero de 2023
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Entrada a las Chunking Mansions
Entrada a las Chunking Mansions

Llegué al viejo aeropuerto de Honk Kong en un vuelo desde Seúl, Korea. Fue en la noche, sobre la una de la mañana. Mala hora. La pista estaba en medio de la ciudad entre rascacielos, iba junto a la ventanilla y a medida que nos acercábamos para tomar tierra podía observar los edificios, sobre todo las luces que los señalaban, justo al lado, tan cerca que hubo un momento que el extremo del ala parecía los iba a rozar.  Aquello fue alucinante.

Había viajado junto a un ciudadano americano de unos treinta y tantos años,  un grandullón hablador, el cual me dijo que ya había estado antes en Hong kong, me preguntó si tenía hotel, le dije que no, iba a buscarlo una vez llegáramos. Entonces  me convenció para ir a las "Chunking Mansions", él ya había estado allíi antes y era un sitio económico, algo importante porque en Hong Kong era muy dificil encontrar un sitio barato. En aquella época los chinos del interior pasaban a buscar trabajo en Hong Kong y debía ser el único alojamiento barato para ellos, de modo que muchos residentes habían visto el negocio y habían convertido en hostales patera los pisos llamados "mansiones" de Chungking.

Edificio de las Chunking Mansions
Edificio de las Chunking Mansions

Aquel tipo era algo peculiar, parecía un poco loco, pero acepté acompañarlo. Después de todo, llegar por primera vez a un sitio desconocido a la una de la mañana y ponerse a caminar en la calle solo en busca de hotel no parecía muy recomendable.

Pasados inmigración, salimos directamente a la calle y nos pusimos a caminar, estábamos ya en la ciudad. A esas horas las calles se encontraban solitarias, éramos los únicos caminando en ellas.  Después de un rato cargados con nuestras mochilas llegamos a las Chunking Mansions. Al descubrirlas no eran lo que yo había imaginado, se trataba de un rascacielos.  Le pregunté para asegurarme si estaba allí el hotel.  Mi amigo dijo que sí. Arriba en una de las últimas plantas, señaló.  Bueno, me dije, al menos habrá unas buenas vistas. 

Me había asegurado que estaba ubicado en la calle Nathan Road, la calle principal del centro de Kawlon, el mejor lugar de la ciudad, muy cerca del puerto para pasar a la isla de Hong Kong. Lo ponía todo tan adecuado y fantástico que me dejé llevar.  Además me había dicho que Chunking Mansions era una ciudad dentro de la ciudad, en el edificio había grandes galerías con toda clase de tiendas, restaurantes, casas de cambio, salas de juego, de todo lo que uno pudiera necesitar.

Yo desconocía todo sobre ese edificio llamado Chunking Mansions. Por el día era un lugar caótico lleno de gente, tanto de los habitantes del edificio como gente  del exterior, con cientos de minúsculas tiendas y puestos de venta, con extraños y oscuros negocios, teniendo en las plantas superiores docenas de pisos transformados en hostales clandestinos baratos. Todo formaba un confuso panorama inseguro y decadente, propio de los bajos fondos. Por entonces ya había perdido toda la reputación con la que había nacido el edificio. En el momento de llegar allí desconocía que era un lugar poco recomendable,  aunque viendo la fascinación que demostraba el americano por ese lugar nada hacía presagiarlo.

Llegamos a la entrada y fuimos hasta los ascensores, me fijé que mi amigo pulsó el botón de la planta 21.  Parecía que él ya sabía dónde ir, debía conocer bien el lugar.

Al salir del ascensor había un largo pasillo en completo silencio. Claro que dada la hora, más de las dos de la mañana, era lo normal.  Caminamos en el pasillo hasta el fondo y doblamos a la izquierda, continuando hasta el final del otro pasillo.  Llamó al timbre en una puerta sin ningún distintivo de hotel o alojamiento, la apariencia era de un piso más.  Al poco tiempo un hombre nos abrió la puerta, ocupándose mi amigo de hablar con él.

Pasamos dentro, recuerdo que a la derecha de la entrada había una pequeña cocina, donde nos detuvimos por un momento mientras mi amigo le hacía preguntas al dueño sobre ese fingido hotel, pidiéndole después ver las habitaciones.  El chino nos mostró las dos que estaban libres, una para cada uno.  Abrí la puerta de la que me habían adjudicado. Miré en el interior y quedé perplejo, aquello no era una habitación, era un cubículo ridículo. La cama, que debía ser de 80 por 180 centímetros, ocupaba prácticamente la totalidad de la habitación, no quedaba espacio ni para dejar la mochila, sólo podía colocarla sobre la cama o debajo de ella, y la puerta, de abrir hacia dentro, no hubiera sido posible acceder a la habitación.  En las paredes a los lados de la cama había colgadas unas simples estanterías que ejercían la labor de mesilla y armario para dejar cosas.  Eso era todo, el lugar más simple, reducido y horrible para dormir que había visto nunca. Por supuesto tampoco tenía una ventana o un lugar de ventilación.  Creo que la celda de una cárcel en España se podía considerar un lujo comparada con esa absurda habitación. No necesitaba pensarlo mucho para tomar una decisión, le dije a mi amigo que no me gustaba nada.

Espera, me dijo, vamos a ver la otra.  Miramos la otra, pero era exactamente igual.  Le repetí a mi amigo que yo no me quedaba allí, ese lugar era insano y claustrofóbico  Él sin embargo no parecía del todo disgustado, quizá antes ya había dormido en un lugar parecido y lo veía admisible.  Yo le dije que me iba de allí.  Volvió a decirme que esperase, ese era el único lugar barato en Hong Kong, todo lo  demás era súper caro, y se giró al dueño para preguntarle el precio por noche.  Al oír el precio, no  recuerdo exactamente cuánto, aún vi más imposible quedarme allí, era demasiado caro para ese minúsculo cuartucho.  Mi amigo se puso a discutirle el precio, tambén a él le parecía mucho. Seguramente, viendo la hora que era de la noche y sabiendo que no teníamos otra alternativa, el chino nos debió pedir el doble del precio habitual.

Centro de Hong Kong
Centro de Hong Kong

Yo me voy de aquí, le volví a repetir a mi amigo.

Él se encontraba bastante ofuscado y comenzó a rebatirle el precio, quejándose de que estaba pidiendo demasiado. Llegamos a la cocina, junto a la puerta de salida, yo ya llevaba cargada la mochila a mis espaldas dispuesto a salir, le dije que aunque rebajara el precio yo no quería quedarme allí, ni siquiera aunque fuera gratis. 

El tono de voz entre ellos se elevó, la discusión había pasado a bronca.

El asunto se estaba poniendo feo, habían empezado a cruzarse gritos e insultos mutuamente. En ese cruce de ofensas, de repente mi amigo, un tipo corpulento, cogió al chino y empezó a zarandearlo como si fuera un muñeco.

En ese instante vi que no debía seguir allí ni un segundo más, no quería verme envuelto en un problema, de modo que di media vuelta, abrí la puerta y me fui. Desde el pasillo podía escuchar los gritos, supuse que se estaban agrediendo.

Doblé el pasillo a la derecha acelerando el paso para seguir hasta el fondo del otro pasillo donde se encontraban los ascensores.  Por suerte al pulsar el botón de llamada se abrió la puerta, el ascensor aún estaba allí. Cuando me introducí dentro vi aparecer al americano al fondo del pasillo corriendo con la mochila a cuestas, levantando su mano y pidiéndome que lo esperase.  La puerta se cerraba de forma automática, de modo que me interpuse para mantenerla abierta. Instantes después apareció el chino detrás, también corriendo y enarbolando en su mano una barra de hierro de unos cincuenta centímetros.

Era una situación ridícula e inverosimil, digna de una película de humor o de terror, según se mirara.

El americano llegó a la puerta completamente excitado, le llevaba unos metros de ventaja a su perseguidor.  Cuando estaba a punto de llegar me metí dentro del ascensor, de manera que nos introdujimos uno detrás del otro, un segundo después la puerta automática se cerró.  Aún pudimos ver la cara del chino y su barra de hierro enarbolada en el instante que terminaba de cerrarse la puerta. Nos habíamos salvado por décimas de segundo.

Mientras bajábamos, el americano aún llevaba el pánico reflejado en su rostro.

Al llegar a la calle le dije que yo me iba por mi cuenta a buscar otro hotel. Quería ir solo, pues ese tipo sólo podía traerme problemas.

Después de deambular a altas horas de la noche buscando un lugar para dormir, llegué a una especie de lúgubre hotel en la tercera planta de un viejo edificio. Lo que  parecía ser la recepción estaba en penumbra, desperté a alguien que dormitaba allí y con manifiesto desagrado me dijo que esperase cuando le pregunté si tenía habitación.  Al cabo de un rato aparecieron dos personas que se tumbaron por el suelo de la recepción mientras yo observaba extrañado. Poco después llegó el recepcionista y me dijo que lo acompañara. Me acompañó hasta una habitación, también en penumbra, indicándome que podía quedarme allí. La habitación parecía un inmundo cuchitril.  Le pregunté el precio, algo caro para lo que era aquel tugurio. Lo más probale era que los dos tipos que salieron de alguna parte y se tiraron a dormir sobre el suelo de la recepción estuvieran durmiendo en ese cuarto, sacándolos de allí el recepcionista para que durmiera yo. Debía ser más de las tres de la mañana, no podía volver a la calle otra vez para vagar sin rumbo fijo en mitad de la noche cargado con la mochila, de manera que acepté.

Interior del edificio donde dormí
Patio interior del edificio donde dormí

Dormí vestido encima de la cama para preservar mi salud.  A la mañana siguiente cuando desperté y vi con luz del día la habitación aún me pareció más cochambrosa de lo que creía.  Cuando me asomé al patio interior del edificio, la imagen que vi era igual de deprimente, paredes sucias y un aspecto general lamentable.  Ni siquiera me duché.  Pagué, cogí mi mochila y volví a la calle en busca de un nuevo lugar para quedarme que fuera más decente. Tarea difícil.

Enero del año 1989

En el año 2006 fue la última vez que estuve en Hong Kong. Una de las cosas que me sorprendió fue que la primera vez eran los chinos del interior de China quienes iban a Honk Kong a buscar trabajo. Ahora era al contrario. Cuando crucé a China desde Honk Kong, en la aduana me encontré con interminables colas de hongkoneses pasando a la China del interior para trabajar. La tortilla se había dado la vuelta.

Al regreso de China llegaba a Hong Kong solo para tomar un vuelo en la tarde de vuelta a España. Como tenía varias horas de espera, para matar el tiempo, una de las cosas que hice fue ir a visitar el edificio de las "Chunking Mansions".  Había un gran cambio, ahora el edificio estaba convertido en un suburbio de africanos,hindúes, pakistaníes y otros países asiáticos, que habían ido allí en busca de fortuna. Entre ellos aún seguían llegando algunos mochileros en busca de alojamiento barato. Todos juntos formaban una torre de babel multicolor, multicultural y religiosa, compuesta de diversas razas y etnias, con sus costumbres y tradiciones cada una.  El edificio seguía teniendo multitud de tiendas, restaurantes, cuestionables negocios y gente de dudosa reputación, en el centro de la ciudad. Situado en mitad de la "milla de oro", rodeado de lujosos hoteles y apartamentos, grandes y modernos centros comerciales, las Chunking Mansions constituían un anacronismo dentro de la ciudad.  Curiosamente,  su particular  idiosincrasia lo había convertido en uno de los lugares interesantes a visitar en la ciudad.

Panorámica de Hong Kong
Panorámica de Hong Kong

 

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