Hotel circunstancial en Lusaka

La peligrosidad de la ciudad queda constatada con los atracos a plena luz del día en la calle

Marco Pascual
Viajero
12 de Mayo de 2024
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Marco Pascual en el Hotel Intercontinental en Lusaka desayunando con sus compañeros de viaje
Marco Pascual en el Hotel Intercontinental en Lusaka desayunando con sus compañeros de viaje

La llegada a Mpulungu, terminada nuestra travesía en el lago Tanganika, empezó con otro pequeño episodio de estupidez con un oficial de la policía en la aduana, quien se empeñó en registrarnos todas nuestras mochilas y revisar todas nuestras cosas, preguntando para qué servían los objetos que llevábamos, cosas bastante simples y elementales.

No había muchos lugares para alojarse en la ciudad de Mpulungu, en realidad parecía más un sencillo pueblo donde las chozas eran mayoría comparado con las casas de cemento o ladrillo. En todo caso nos alojamos en el lugar más bello de la pequeña ciudad: el camping.  Lo que menos podía esperar era encontrar un camping en ese lugar de África, y menos aún en tan fabulosas condiciones. Los que no teníamos tienda nos quedamos en unas coquetas y bien acondicionadas cabañas de madera, era el lugar perfecto para acomodar nuestros huesos después de la travesía en barco, con una vegetación de árboles, plantas y flores exuberante, situado a unos ocho minutos a pie de la ciudad y otros tantos del lago Tanganika.

Mpulungu no tenía nada extraordinario, era una población más africana, pero tengo algunos recuerdos que aún se mantienen frescos en mi memoria. Uno es que nada más llegar al mercado después de desembarcar compré unos mangos, eran amarillos y pequeños. Después de probarlos aún hoy tengo la certeza de que eran los mejores mangos que he comido en mi vida. Otro es la cerveza de Zambia, una que ni siquiera tenía nombre, también llegué a considerarla la mejor cerveza que había probado, opinión en la que también coincidían mis compañeros de viaje.

Otra cosa fue que, explorando Mpulungu, conocí a una familia esa misma mañana de la llegada, una familia sencilla de un matrimonio con sus dos hijos, y me invitaron a comer, una comida muy sencilla también. Lo especial fue que uno de los platos eran insectos, algo parecido a avispas, que ellos consideraban una delicatessen, fue la primera vez que probaba insectos. 

El último gran recuerdo de Mpulungu fue mis compañeros de viaje. Ese primer día en que aún nos manteníamos juntos todos allí nos hicimos una cena en una barbacoa del camping a base de pescado que compramos en el mercado y cervezas.  De mis compañeros, en especial recuerdo a la pareja de ingleses que viajaban en mi camarote, tuvimos una conexión excelente, incluso hablamos de continuar viaje juntos, pero ellos deseaban quedarse unos días en la paz de aquel bello lugar antes de proseguir.

Decidí que mi próximo objetivo sería ir allí, a las cataratas Victoria, con el previo y obligatorio paso por Lusaka

Después de leer en la guía sobre Zambia y ver que no tenía nada destacable, a no ser por las cataratas Victoria y que todo el mundo veía desde Zimbawe, decidí que mi próximo objetivo sería ir allí, a las cataratas Victoria, con el previo y obligatorio paso por Lusaka.  Partí a las cuatro de la mañana del día siguiente acompañado por los dos holandeses, ellos también llevaban la misma intención que yo.

El autobús a Lusaka salía una vez a la semana y cubría una distancia cercana a los 1.100 kilómetros, el viaje se hacía de una tirada y se suponía que duraba un día. Subimos al autobús en mitad de la noche y ya de salida completos, íbamos amontonados entre pasajeros y bultos. Los holandeses, que eran dos hombretones de alrededor de 1,95, no tenían manera de colocar las piernas, las cuales les chocaban con los asientos de delante y tanto en el pasillo como bajo los asientos el autobús iba cargado de bultos impidiendo el acomodo normal de los pasajeros. Aquel viaje prometía ser un suplicio.

Nada más empezar el chófer ya demostró ser un loco temerario, su conducción desde el momento de la salida parecía estar dentro de una competición sin sentido, donde en cada curva del recorrido nos hacía mantener en vilo, más teniendo en cuenta que íbamos sobre una chatarra con ruedas. La primera prueba ya la tuvimos cuando empezaba a amanecer, al suceder la primera avería el autobús. Luego vendrían más averías, todas distintas, aunque al final todas solucionadas. Dentro de lo malo, lo bueno es que los chóferes se las arreglan para reparar cualquier avería, aunque no haya talleres o mecánicos para arreglarla, en ese aspecto son formidables.

En realidad las averías, creo que fueron cuatro durante el viaje, fueron lo que en parte nos salvó, pues eso nos permitía bajar del autobús y estirar las piernas.  También tuvimos que parar porque las lluvias se habían llevado por delante un puente y estaban terminando de improvisar uno nuevo, lo que originó una buena caravana de camiones y otros vehículos.  Esto significó otro retraso añadido, lo que supuso una resta del tiempo de descanso para el chófer y para los pasajeros, razón por la que creo sólo paramos una vez durante todo el viaje para comer a eso de las doce del mediodía.  Por otra parte el retraso, además de quitarnos tiempo para descansar, nos hacía poner más en peligro, ya que el chófer para recuperar el tiempo aumentaba aún más su temeraria conducción.

Por fin llegamos a Lusaka a las dos de la madrugada, destrozados, pero a salvo

Zambia es un país plano y el paisaje durante todo el trayecto era en su mayor parte monótono, bosque a ambos lados de la carretera. Nuestros órganos sensoriales habían dejado de manifestar sensaciones, pasando a una fase de insensibilidad ante la pesada incomodidad que nos producía aquel viaje.  A eso de las diez de la noche tuve que enfrentarme con el chófer para que parase, llevábamos más de cuatro horas sin averías o incidencias que nos hicieran parar y yo tenía la acuciante necesidad de orinar, al igual que el resto de los pasajeros.  Después de mantener una discusión para obligarle a parar, creo que se bajó el autobús al completo con la misma necesidad que yo.

Por fin llegamos a Lusaka a las dos de la madrugada, destrozados, pero a salvo.

Nada más descender y echar un vistazo, me sorprendió ver que la estación de autobuses se encontraba abarrotada de gente durmiendo en los andenes y en todas partes, no eran gente sin techo, sino viajeros.  Aquello me extrañó, aunque luego lo comprendí. Cuando pregunté qué hacía tanta gente durmiendo allí, me dijeron que Lusaka era una ciudad muy peligrosa, de forma que quienes llegaban de noche esperaban allí hasta la mañana siguiente, y quienes salían durante la noche llegaban en la tarde y esperaban allí hasta la salida de sus autobuses. Durante el viaje algunos pasajeros ya nos habían advertido de este peligro para que tuviéramos cuidado a la llegada. Nos planteamos qué hacer, si lo mismo que hacían los demás y pasar allí la noche o ir en busca de hotel.  En nuestras cábalas alguien vino a ofrecernos taxi.  Eso nos hizo decidir, iríamos a un hotel, nuestros cuerpos lo necesitaban.

Al llegar al taxi comprendimos mejor la peligrosidad que entrañaba Lusaka. Nuestro taxi, y otros dos más que había allí en espera de clientes, llevaba una reja de separación entre el conductor y los pasajeros de detrás. Además no iba solo, sino acompañado por otra persona con un palo similar a un bate de béisbol. Ellos mismos nos explicaron que por la noche era muy peligroso y todos los taxistas llevaban un acompañante, además de la reja de separación entre taxista y clientes.

Nos metimos los tres detrás como pudimos dejando las mochilas en el maletero.  En la guía de Lonely Planet que llevaba no salía información de Zambia, por lo que no teníamos ni idea de en qué hotel podríamos alojarnos, de manera que tuvimos que decirle al taxista que nos llevara a un hotel.  Al primero que nos llevó era un hotel internacional de los caros, ese no era para nosotros, por lo que ni entramos a preguntar. El segundo si parecía acorde a nuestro presupuesto, pero al preguntar estaba lleno. Iniciamos de nuevo el recorrido en la ciudad, el taxista no parecía tener mucha idea de dónde llevarnos, simplemente creo que iba recorriendo la ciudad al encuentro del primer hotel que encontráramos a nuestro paso.

En el recorrido observamos un edificio que parecía un hotel, aunque no vimos el nombre. Pedimos al chófer que parara, debían ser sobre las dos y media de la madrugada y no podíamos perder ninguna oportunidad. No tenía ningún distintivo de hotel, aún así entramos a investigar. Tras la puerta de entrada había una amplia recepción con un mostrador y luces encendidas, pero no había recepcionista o vigilante, todos los hoteles en África tenían uno por la noche, así que en espera de que regresara decidimos investigar un poco más.

Optamos por quedarnos y esperar hasta el día siguiente, al menos allí dentro estaríamos más seguros que dando vueltas en Lusaka

Doblando la recepción había dos profundos pasillos, uno a la derecha y otro a la izquierda, con puertas numeradas a ambos lados de cada pasillo y baños en los fondos de cada pasillo.  Tenía toda la pinta de ser un hotel, que no estuviera el vigilante tampoco era extraño, muchos vigilantes de hoteles se pasaban la noche durmiendo en la misma recepción o en alguna otra parte. Optamos por quedarnos y esperar hasta el día siguiente, al menos allí dentro estaríamos más seguros que dando vueltas en Lusaka en mitad de la noche. Salimos fuera, pagamos al taxista, recogimos nuestras mochilas y nos volvimos a introducir en el edificio.

Ante la imposibilidad de pedir una habitación por la ausencia de personal, no quedaba otro remedio que permanecer en la recepción hasta el día siguiente, pero, ya que la recepción era espaciosa, decidimos sacar los sacos de dormir de las mochilas para acostarnos a dormir allí mismo, de modo que nos desvestimos, apagamos la luz y nos metimos en nuestros respectivos sacos.

A los cinco minutos, yo aún seguía despierto, se abrió la puerta de la recepción, se encendió la luz y apareció un hombre, que al vernos allí tumbados en el suelo para dormir se quedó estupefacto mirándonos. El vigilante había aparecido. La sorpresa al encontrarse a tres tipos blancos metidos en sus sacos de dormir lo dejó mudo, tardando en reaccionar.  A nosotros casi nos entró la risa al ver su cara de asombro, seguramente estaba pensando que en el rato que se había ausentado se le habían colado dentro tres sujetos poniéndose a dormir en la misma recepción. 

Antes de que dijera nada o pudiera echarnos de allí, nos incorporamos para explicarle la situación y nuestra necesidad de encontrar unas habitaciones. Creo que el vigilante no entendió nada, para empezar tan apenas hablaba inglés, aunque seguramente si llegó a comprender que le pedíamos nos dejara permanecer allí hasta que abrieran la recepción por la mañana.  Al final fue benevolente y nos permitió quedarnos donde estábamos.

No sé qué hora debía ser cuando desperté, pero era temprano.  Al abrir los ojos vi que a nuestro alrededor circulaban hombres y mujeres relativamente jóvenes, algunos nos observaban en silencio con miradas perplejas, otros hacían comentarios entre ellos. Era evidente que debían ser clientes del hotel, quienes también se mostraban sorprendidos al vernos allí tumbados dentro de nuestros sacos de dormir. Poco a poco el número de personas fue aumentando  y empecé a sentirme incómodo al ser observado por todos, los holandeses seguían durmiendo sin enterarse de nada. Toqué a los dos para despertarlos, era hora de levantarse. Sin hacer nada, estábamos siendo un espectáculo inusual para aquella gente.

Sin hacer nada, estábamos siendo un espectáculo inusual para aquella gente

Nos vestimos ante las miradas curiosas de la gente y después recogimos nuestras cosas mientras observamos que la recepción seguía vacía, era domingo, pero ese no debía ser el motivo por la ausencia del personal. De repente todo nos parecía muy raro.  Para despejar dudas me acerqué a uno de los concurrentes y le pregunté si eso era un hotel. El hombre respondió que no a la vez que negaba con la cabeza. ¿Dónde nos habíamos metido?, me pregunté desconcertado. El hombre se encargó de aclarármelo en la siguiente respuesta: esto es una residencia para profesores, dijo. Habíamos confundido una residencia para profesores con un hotel.

Teníamos que marcharnos de allí, antes de hacerlo vino alguien y nos dijo que la directora quería vernos en su despacho. Pensamos en una reprimenda, pero no fue así.  La directora fue muy amable con nosotros, en tono condescendiente nos comunicó que estábamos en una residencia para profesores del gobierno y el alojamiento a extranjeros no estaba permitido.  Pedimos disculpas por nuestro error de confundir la residencia con un hotel y le dijimos que nos íbamos ya, aunque antes de partir le pedimos el favor de guardar allí nuestras mochilas mientras íbamos a desayunar, a lo que ella respondió que podíamos guardarlas en su despacho. Aún le preguntamos por un lugar para desayunar que estuviera cerca de allí, diciéndonos que estábamos en una zona residencial y los restaurantes se encontraban en el centro, incluso muchos estarían cerrados al ser domingo, pero nos recomendó que podíamos ir al Hotel Intercontinental, no estaba lejos de allí, y ella misma nos dio las indicaciones para llegar.

En el paseo hasta el hotel de unos quince minutos nos dimos cuenta de que estábamos en lo que debía ser la zona noble de la ciudad, calles arboladas y limpias, casas individuales y con buena apariencia, muy diferente de lo que descubriría después. El hotel Intercontinental era unos de los mejores en Lusaka en aquella época, imaginamos que nos costaría caro, pero después de un día entero sin comer salvo un par de buñuelos en una parada el día anterior, estábamos hambrientos. 

Al llegar nos preguntaron si estábamos alojados en el hotel. Al decir que no su respuesta fue que sólo se daba desayunos para los clientes del hotel. Insistimos, rogamos, que necesitábamos desayunar y no encontrábamos ningún otro lugar. El camarero consultó con el encargado y éste accedió. Cuando preguntamos cuánto costaba se quedaron sin saber qué responder, allí no daban desayunos para clientes ajenos al hotel. Después de hablarlo entre ellos nos pidieron tres dólares a cada uno, un auténtico regalo.

El desayuno era un variado buffet donde hasta se podía comer carne asada, aunque eso debió ser casi de lo único que no probamos. Había pocos clientes desayunando, por lo que de nuevo fuimos el centro de atención, no sólo por ser blancos, sino por ser quienes más veces iban a buscar comida al buffet y regresaban con los platos cargados.  Las dos camareras y el camarero que estaban allí para atender a los clientes nos miraban con estupefacción cada vez que regresábamos a por más comida, los holandeses fueron dos o tres veces más que yo.  Llamamos tanto la atención que hasta una de las mesas nos pidió permiso para hacernos fotos, seguramente asombrados al ver que unos blancos comían como negros hambrientos.

Llamamos tanto la atención que hasta una de las mesas nos pidió permiso para hacernos fotos, seguramente asombrados al ver que unos blancos comían como negros hambrientos

Después de recoger las mochilas me despedí de los holandeses, ellos se iban a la estación de autobuses para ir desde allí a las Cataratas Victoria en Zimbawe, tenían el presentimiento de que no les iba a gustar Lusaka y no deseaban quedarse allí. Yo me fui al centro a buscar hotel, quería conocer la ciudad en la que, después de todo, habíamos entrado con buen pie: unos taxistas correctos, alojamiento gratis, gente amable y un desayuno abundante e inmejorable.  Sin embargo el momento de mayor suerte creo que fue al llegar al hotel que iba a quedarme, cuando iba a mi habitación me encontré en el pasillo a un alemán que afortunadamente me dio una valiosa información.

Él estaba con otro amigo en el hotel y el día anterior bajó a la calle a comprar un botella de agua. Buscando una tienda, en pleno día y con la calle muy concurrida, se le acercó un joven preguntándole algo en tono amistoso, él se paró para responderle y enseguida sucedió algo normal en África: los amigos que acompañaban al joven también se acercaron a él, antes de que se diera cuenta de nada lo habían  rodeado y el primero que se dirigió a él le puso una navaja en el estómago exigiéndole que le diera todo lo que llevaba encima.  Estaban atracándolo en la calle a plena luz del día pero nadie podía verlo al estar rodeado por una banda de ladrones. Tuvo que darles el dinero que llevaba encima.

El encuentro con el alemán fue providencial, estuve en el hotel descansando hasta la hora de comer, luego bajé a la calle y fui a buscar un restaurante. Caminaba por un lugar céntrico y concurrido cuando alguien me preguntó la hora, era un joven de unos veinte años sentado sobre el respaldo de un banco y con los pies en el asiento, le di la hora y sin pararme seguí.  Escuché que el tipo decía: ¡eh, espera!, giré la cabeza y vi que venía hacia mí, pero no solo él, me di cuenta de que habían otros allí sin  hacer nada que también echaron a andar hacia mí.

Rápidamente vino a mi cabeza lo que me había dicho el alemán una hora antes. En  Kenia un anciano de la tribu turkana me había regalado un bastón hecho por él, desde entonces iba con el bastón a todas partes, lo primero que hice fue alzarlo y dirigiéndome al joven que me había preguntado la hora le dije en tono amenazante que no se acercara a mí. El respondió ofendido: ¡eh, ehh!, que sólo te he preguntado la hora. Le volví a repetir de mala cara que si se acercaba le rompía el bastón en la cabeza. Se detuvo, y sus amigos también.  Intuyendo lo que podía pasarme pude plantarles cara antes de que me cogieran por sorpresa, el tipo estuvo diciéndome algunas cosas referentes a mi desconfianza y desconsideración, pero esa vez era mejor ser un desconfiado y conservar mi integridad que ser un ingenuo considerado.

Zambia, enero de 1992

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