India: viajando con mi equipaje de 96 kilogramos

Las vicisitudes para conseguir transportar hasta España casi un centenar de kilos de equipaje pasando por Moscú

Marco Pascual
Viajero
30 de Abril de 2023
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Con mis amigos de Alicante en la India, de donde salí con 96 kilos de equipaje
Con mis amigos de Alicante en la India, de donde salí con 96 kilos de equipaje

Acababa de poner los pies en Nueva Delhi por primera vez procedente de un viaje en tren desde Jaipur. Me fui al viejo Delhi en busca de hospedaje, en Jaipur había conocido a Miguel y quedamos en encontrarnos de nuevo en el hotel donde él pensaba quedarse. Miguel era de Novelda, Alicante, iba a la India para comprar productos artesanales.  Después de vernos me presentó a una pareja de conocidos suyos de Alicante que habían llegado de España el día anterior. Ellos eran una pareja de novios que salían por primera vez fuera de España, nada menos que a la India y por tres meses.

Enseguida hicimos amistad y salimos a conocer Delhi todos juntos. Ya que Miguel había estado antes, era quien hacía de guía.  Realmente Delhi no es que tenga muchos lugares de alto interés, quizá el más sobresaliente es la Tumba de Humayun, antiguo emperador, considerada Patrimonio de la Humanidad e inspiración para la construcción del Taj Mahal.  Nuestro hotel estaba en el barrio de Paharganj, lugar de encuentro de mochileros, donde no se necesitaba salir de allí para encontrar las atracciones cotidianas y tradicionales  de la India, multitud de gente, tiendas y puestos callejeros con la venta de todo tipo de artículos y artilugios, rickshaws y tuk tuks, vacas paseando en la calle o rebuscando entre la basura, cualquier cosa resultaba extraña o sorprendente a los ojos de un recién llegado de Occidente.

Otra de las atracciones famosas era el Fuerte Rojo, también lo visitamos. Como era un reclamo turístico, en su interior había tiendas donde se vendía todo tipo de productos típicos, tradicionales y artesanales de India, se podría decir que había un pequeño centro comercial al estilo hindú. Miguel conocía al dueño de una tienda, de la que era cliente de alguna vez anterior, y entramos en ella. Después de las presentaciones nos ofrecieron un sitio en el suelo para sentarnos sobre alfombras y nos trajeron chai. Así era la costumbre, antes de hacer negocios se tomaba te y se hablaba de la vida.  Miguel aprovechó para comprar.

La tienda tenía cosas interesantes, bonitas, diferentes, poco vistas. Justo allí me vino el deseo de comprar también para traer a España.  No le di muchas vueltas y empecé a escoger cosas por mi cuenta, Delhi era mi última parada del viaje, de allí regresaba a España, de modo que las llevaría conmigo.

Bali fue mi punto de partida para el regreso a España, avanzando de país en país y comprando los vuelos en cada uno de ellos hasta llegar a Bombay.  Sólo me faltaba el último, básicamente porque el dinero se iba acabando, para regresar a casa. Le dije a Miguel que tenía que ir a una agencia de viajes para comprar el vuelo, a lo que él me respondió que en el hotel vivía un chico que trabajaba en la oficina de Aeroflot, ellos tenían los vuelos más baratos, podía preguntarle a él. Ese mismo día nos vimos y el chico me dijo que pasara por la oficina y lo mirábamos.  Antes pasé por una agencia de viajes para ver los precios que me daban y tener de este modo una referencia. Así, cuando fui a la oficina de Aeroflot tuve la certeza de que su vuelo a Madrid era el más barato de todos. Lo malo es que no era un vuelo directo, primero tenía que ir a Moscú y hacer escala allí para tomar después otro vuelo a Madrid. Como vi que por precio era la mejor opción, compré el vuelo en ese mismo instante,  con regreso unos doce días después.

Todos los días salíamos los cuatro juntos, fuera para visitar lugares, recorrer la ciudad o ir de compras acompañando a Miguel. Yo me fui animando y seguí comprando también, cada día compraba diferentes objetos artesanales y los iba llevando a la habitación del hotel. Había tantas cosas que me gustaban que no podía contenerme, aunque aún no sabía cómo las iba a llevar.

La verdad que fueron unos días inolvidables, también nos encontramos con otros españoles y hubo unas noches donde salimos todos juntos en grupo a cenar, incluso una de esas noches celebré con ellos mi cumpleaños cenando en el hotel Le Meridien.

Miguel había comprado más cantidad de cosas que yo, tenía una tienda en Alicante y se dedicaba a venderlas allí. Del envío y el papeleo se encargaba previo pago el dueño de la tienda del Fuerte Rojo.  Cuando pagó me di cuenta de que yo iba a tener un problema. En un principio pensé comprar para llevarlo en mi equipaje, pero me había pasado mucho del peso límite. Ahora que sabía cuánto costaba el envío vi que no me quedaba bastante dinero para hacer el mío, y por otra parte, tampoco sería suficiente para pagar el exceso de equipaje, me quedaban unos trescientos dólares y no llevaba tarjeta de crédito. No sabía qué iba a hacer.

Miguel había terminado su trabajo y regresaba unos días antes que yo, la pareja de Alicante no tenían claro que iban a hacer o qué rumbo tomar a partir de que Miguel dejara el país, llevaban unos tres días discutiendo dónde ir y cuándo salir, pero en ninguna de las dos cosas se ponían de acuerdo, él quería salir ya de Delhi y ella quería permanecer unos días más.

Tuve que comprar tres grandes bolsos de lona color caqui y nada más llegar al hotel me dispuse a meterlo todo en ellos. Cuando estaba en esta tarea llamaron a la puerta, era la chica de Alicante, quería contarme algo. Pasó dentro y ya de primeras me dijo algo que me sorprendió: su novio se había marchado.  Le pregunté por qué, qué había pasado.  La noche anterior habían discutido.  La discusión fue acerca de lo que iban a hacer, Miguel había partido la tarde anterior y su novio quería salir ya de Delhi, mientras ella deseaba seguir unos días más allí.  No se pusieron de acuerdo, de forma que su novio nada más levantarse hizo su mochila y le dijo que se iba. Tuvieron una nueva discusión y él no cambió de idea, se marchó a la estación de tren. Le pregunté que a dónde pensaba ir.  Ella no lo sabía, de hecho él tampoco lo sabía, le dijo que una vez en la estación vería qué destinos podía tomar y allí decidiría, de manera que habían repartido su dinero y cada uno seguiría en adelante por su cuenta.  Traté de consolar a la chica, le dije que seguramente regresaría cuando se le pasara la rabieta antes de tomar ningún tren, pero dijo que no lo creía, se había marchado temprano por la mañana y en ese momento serían las once, tenía que dejar la habitación y me pidió si podía quedarse conmigo hasta que decidiera qué iba a hacer. Le dije que si.  De manera que mientras yo terminaba de llenar todos los bolsos ella fue a buscar sus cosas. En mi habitación sólo había una cama, le dije que tendríamos que compartirla y ella respondió que no había problema.

Al terminar no me cabía todo entre los tres bolsos y mi mochila, por lo que tuve que volver a comprar otro bolso para subirlo conmigo al avión. Tenía un total de cinco bultos. Ahora quedaba saber el peso de todo.

Regresé a la calle en busca de alguien que me prestara una balanza.  Regresé con la balanza y al pesar todos los bultos me dieron 84 kilos para facturar, más 12 del bolso de mano, total 96 kg. Tenía un problema.  En cuanto vi al chico hindú de Aeroflot en el hotel le comenté la situación, en espera de que él pudiera ofrecerme alguna solución. Dijo que lo único que podía hacer era facturarlo como equipaje y pagar el exceso de peso, que estaba en torno a los 60 kilos., de forma que calculando el precio por kilo salía una cantidad cercana a los 500 dólares.  En cuestión del equipaje me dijo que él no podía hacer nada, eso era una cuestión de quienes estaban en el aeropuerto.

Esos cuatro últimos días los pasé con la chica, visitando juntos diferentes lugares de la ciudad y ayudándole a preparar su viaje, de tener más dinero y no haber comprado el vuelo, me habría quedado más tiempo en India.

A un día de partir aún no tenía decidido qué hacer con el equipaje. Había comprado demasiado y ahora no tenía dinero para pagar su transporte. En principio sólo veía como solución dejar la mercancía allí y llevarme solo unos 30 kilos. En un momento que salía del hotel me encontré con el chico de Aeroflot en la puerta. Me preguntó si ya sabía qué iba a hacer con el equipaje, le respondí que no.  Entonces él dijo que había estado pensando en un amigo que trabajaba en el aeropuerto, quizá él podía ayudarme, y en ese mismo instante cogió el teléfono de la recepción y lo llamó. Estuvieron hablando un buen rato, casi parecía que discutiendo por el tono de voz, pero como hablaban en hindi no entendía nada. Antes de acabar me preguntó cómo me llamaba, su amigo quería saber mi nombre. Se lo dije y terminaron de hablar. Entonces me explicó que su amigo lo iba a intentar, pero no me prometía nada. Él estaría en el mostrador de facturación, entonces lo que yo debía hacer era escribir mi apellido en los bultos que iba a facturar y colocarme cerca del mostrador de Aeroflot de manera que estuviera visible pero sin hacer nada, él vendría a buscarme a mí. Le agradecí profundamente el favor que me estaba haciendo, sacando un billete de 50 dólares para dárselo.  Él lo rechazó, por más que insistí no quiso coger el dinero, todo lo más que aceptó fue la invitación a cenar con mi amiga y conmigo esa noche. 

Al día siguiente me despedí de mi amiga alicantina, siguió mi consejo y esa mañana inició su viaje en solitario, se iba en tren al Rajastán con destino a la ciudad de Jaipur.  Por la tarde fue mi turno, tomando un taxi al aeropuerto con mi equipaje de 96 kilos.

Me dirigí al mostrador de Aeroflot, me coloqué enfrente bien visible a pocos metros y con mi apellido escrito en tiza en los cuatro bultos, sólo quedaba esperar.  Reconozco que no las tenía todas conmigo, no estaba seguro si finalmente el amigo querría colaborar o se echaría atrás, yo no sabía quién era, él tenía que buscarme a mí, ¿lo haría? Temía quedarme allí esperando con mi equipaje.

Desde que abrieron la facturación empezó a pasar gente a facturar sus maletas, yo miraba a las personas que trabajaban en los tres mostradores que facturaban, tratando de buscar una mirada cómplice de reconocimiento, pero nadie parecía haberse percatado de que yo estaba allí esperando.  El chico de Aeroflot me había dicho que yo no hiciera nada, que no fuese a facturar hasta que su amigo me llamara. A medida que pasaba el tiempo y veía que nadie se preocupaba de mi presencia empecé a ponerme nervioso, buscaba con impaciencia la mirada de las personas que facturaban y ninguno parecía percatarse de ello. No podía dejar de pensar qué había ocurrido, por qué no daba señales de vida, ¿se había arrepentido?, ¿quizá no había ido a trabajar o lo habían sustituido por otro? 

Como me habían dicho que yo no hiciera nada, no hice nada. Debía esperar, y en esa espera el tiempo pasó y dieron por finalizada la facturación una vez hubieron pasado todos los pasajeros, cerrando los mostradores.  Me quedé solo allí, mirando incrédulo y desolado, viendo que mis esperanzas se habían esfumado, dándome cuenta de que ahora tenía dos problemas: uno no podía facturar el equipaje, dos, tampoco podía obtener la tarjeta de embarque, por lo que tampoco podría subir yo al avión. Desastre total.

Unos minutos después de haber cerrado la facturación, escuché que alguien pronunciaba mi apellido. Me giré y al lado vi a un chico que me preguntaba si yo era “míster” Pascual.  El cielo se abrió de repente. Al responder que sí, él sólo dijo: ¡vamos, venga conmigo!, llevándome al mostrador para facturar mi equipaje.  Le confesé que al ver cómo cerraban la facturación y se marchaban todos creí que no iba a poder facturar.  El chico me dijo que ya me había visto todo el rato, pero no pudo decirme nada porque estaba allí el jefe, permaneciendo hasta la hora del cierre. Sólo después de haberse marchado todos regresó él para facturarme jugándosela, ya que lo que iba a hacer no le estaba permitido.  Sólo me dijo que únicamente podía facturar dos piezas, que era lo permitido por persona, las otras dos tendrían que ir sin facturar, por lo que si en el trayecto se perdían no podría reclamar por ellas. Asentí, comprendiendo. Antes de marcharnos quise darle un dinero en agradecimiento, me estaba haciendo un favor enorme, pero él también lo rechazó.  Había tenido la gran suerte de dar con las dos personas idóneas, íntegras y honestas. Todo se había solucionado en el último minuto, y encima gratis. 

Fui el último en llegar a la sala de embarque, entrando cuando ya era hora de embarcar, sin embargo todo el mundo permanecía esperando en sus asientos. Al poco anunciaron por megafonía que el vuelo saldría con retraso por un problema técnico del avión.  El tiempo  fue pasando y el problema no parecía solucionarse, hasta que finalmente, ante la impaciencia de los pasajeros, anunciaron que el vuelo se retrasaría hasta las cuatro de la mañana.  Bueno, es lo que tenía volar con una aerolínea barata, pero eso ya no me preocupaba mucho teniendo solucionado el problema del equipaje, quizá la preocupación era más por el estado del avión, Aeroflot no tenía buena reputación precisamente. 

Sabiendo eso me despreocupé y me tumbé a dormir directamente  sobre el suelo de moqueta. Poco antes de las cuatro anunciaron que el vuelo se retrasaba hasta las seis.  Eso ya me molestó más, iba a hacer que me perdiera el vuelo de conexión a Madrid.

Por fin salimos a las seis de la mañana, haciendo una parada de una hora en Kazajistán, no sé para qué, pero podíamos descender del avión sin salir del aeropuerto.  Después de llegar y verlo, pensé ¿a dónde se va a ir uno, si aquí no hay absolutamente nada? La vista desde el avión ya mostraba un lugar desolador, un páramo vacío de todo, un terreno muerto. Dentro del aeropuerto era como haber retrocedido en el tiempo, triste, sombrío y en unas condiciones lamentables.  Después de hacer repostaje y alguna revisión, partimos.

La llegada a Moscú fue un poco caótica. No sabía qué iba a pasar con mi equipaje, había perdido mi vuelo a Madrid y tenía que hacer varias gestiones. Por un lado enterarme si debía recoger mi equipaje o lo guardaban allí hasta el día siguiente, que me cambiaran la conexión a Madrid para el día siguiente y, por último, ya que tenía que pasar un día allí, pedir un permiso para ir a Moscú. Lo de pagarme la noche de hotel, ni de broma. Todo fue muy complicado, primero porque nadie hablaba inglés, segundo porque ninguno parecía tener el menor interés en ayudar.  Me costó, pero después de preguntar a unos y a otros conseguí saber que no necesitaba recoger mi equipaje, estaría allí en el aeropuerto hasta la salida del vuelo un día más tarde. Lo siguiente era el cambio del vuelo.  Tuve que ir a varias ventanillas, todos me mandaban de uno a otro lado desentendiéndose.  Al final, después de insistir con unos y otros, conseguí que me pusieran en el vuelo del día siguiente, sólo quedaba obtener un visado de tránsito para salir a Moscú. El rechazo fue la única respuesta. Al ver que no tenía visado, no me permitían salir del aeropuerto. Tuve que luchar bastante contra los rusos y su cerrazón, pero para obstinación, la mía.  Fui de uno a otro hasta que encontré alguien que hablaba algo de inglés y conseguí hacerle entender que mi vuelo había llegado con mucho retraso, había perdido mi vuelo a Madrid y no salía hasta el día siguiente, necesitaba dormir y descansar en un hotel, hasta que por fin logré que me hicieran un visado de tránsito por 24 horas, advirtiéndome, eso sí, que sólo era para ir al hotel, no podía salir a la ciudad.

Pude salir y busqué un hotel en el centro de Moscú, una vez en el hotel vi absurdo no poder salir de él, de modo decidí desobedecer y salí a la calle, era mi primera vez en Moscú, ¿cómo iba a quedarme sin salir del hotel? Lo peor fue que estábamos a finales de noviembre y yo sólo llevaba ropa de verano.

Al llegar a Madrid fui a la recogida de equipajes con grandes dudas sobre si estarían allí todos mis bultos, la verdad que no tenía mucha confianza, pero uno a uno fueron apareciendo todos.  Me parecía increíble. Todo había salido bien, estaba realmente contento, sólo quedaba una cosa: pasar la aduana.

La aduana la pasé sin problema, nadie me preguntó nada. La suerte seguía acompañándome.  Después de toda la incertidumbre todo se había resuelto con relativa facilidad.  Lo último era lo más incómodo y pesado, llegar hasta mi casa arrastrando los 96 kilos de equipaje, y sin ruedas.

India, noviembre de 1989

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