La llegada al aeropuerto a Teherán ya predecía las estrictas normas que sometían a los ciudadanos del país, normas que también existían para los extranjeros. Me revisaron el equipaje minuciosamente en busca de artículos prohibidos como revistas, libros o música en inglés. Antes ya me habían denegado el visado de turista. Cuando llamé a la embajada para pedir explicaciones me dijeron que no podía viajar solo, si quería visitar Irán tendría que hacerlo en un viaje organizado. No me quedó otro remedio que acudir a una agencia de viajes, llamé a Marco Polo, una agencia en Madrid que organizaba viajes alternativos. Tuve suerte, tenían un viaje a Irán para las vacaciones de Semana Santa, pero era de diez días, demasiado poco. Como les había organizado itinerarios de viaje para dos países y tenía confianza con ellos, les pedí que me apuntaran, pero tenían que conseguirme un mes de visado.
Lo consiguieron, de modo que después de los primeros diez días gozaría de otros veinte con la independencia de moverme y decidir por mi cuenta.
Nuestro viaje tenía un guía local, quien a su vez no sólo era responsable de mostrarnos el país, sino de guiarnos dentro de las normas del islám que allí imperaban y tenernos bajo su control. Kashan era la tercera ciudad que visitábamos, allí conocí a Shideh, una chica que viajaba en sus vacaciones con sus compañeras de la universidad. Nos hicimos algunas fotos juntos y antes de despedirnos Shideh me dio su teléfono para que cuando regresara a Teherán la llamara para vernos.
Al quedarme solo busqué alojamiento y acto seguido llamé a Shideh, quien poco más tarde llegó a buscarme al hotel, esperó en la recepción y después salimos a la calle, me sorprendió que viniera a buscarme en su coche, no recuerdo haber visto otra chica conduciendo en el país. Desde ese momento pasé de tener un guía para descubrir las cosas que oficialmente permitía el gobierno a tener una guía personal, joven y guapa, con la que descubriría el otro lado de las cosas. Sólo había un problema, que Shideh era mujer y no era ni mi hermana ni mi esposa, lo que podía conllevarnos a un alto riesgo y un severo castigo. Hombres y mujeres no podían ir juntos en la calle o en público si no eran marido y mujer.
Desde ese momento estábamos quebrantando la ley y eso me producía una cierta excitación. Al igual que existe una policía de la moral, entonces también existía una policía dedicada exclusivamente a vigilar a las parejas y preservar la decencia, iban de paisano y en cualquier momento podían requerir a quienquiera que anduviera en la calle con una chica las pruebas de que no estaban infringiendo las leyes islámicas, de modo que si no tenían los documetos de estar casados, ser hermanos o padre e hija, serían detenidos y castigados. Aquello me lo tomaba un poco a broma, sin embargo Shideh se lo tomaba muy en serio. Aun así ella asumía ese riesgo con el valor que demuestran las mujeres iraníes, sin por ello dejar de estar constantemente alerta observando alrededor, incluso cuando íbamos en coche miraba por el espejo retrovisor por si alguien nos seguía. A mí me parecía estar viviendo dentro de una película.
Esa misma tarde Shideh me llevó a su casa para presentarme a su familia. Vivían en un buen edificio, de clase alta. Mi amiga vestía igual que el resto de las mujeres del país, con el chador que cubría la cabeza y parte de su rostro, y una especie de bata o gabardina holgada que la cubría hasta los pies ocultando las formas de su cuerpo, todo negro. No podía mostrar el cabello, no podía maquillarse el rostro o pintarse los labios, no podía mostrar ninguna parte de su cuerpo, salvo las manos. Una vez dentro de casa Shideh se liberó del chador y de la tela que cubría su cuerpo, dejando al descubiuerto una chica normal como cualquier otra chica occidental, vistiendo una blusa de color y una falda corta vaquera.
No fue la única sorpresa, Shideh tenía una familia abierta y encantadora. Su padre era un ingeniero y empresario de sesenta y cuatro años, su madre, veinte años menor, poseía una gran belleza y simpatía, luego un hermano más joven, estudiante de cinematografía y fan de Pedro Almodóvar. Hablando sobre esto, su hermano me dijo con gran entusiasmo que su deseo era ser director de cine, comentándome que hacía poco había rodado una película entre los alumnos de la escuela, quieres hacían también de actores. En casa guardaba una copia oculta bajo una baldosa sobre la que a su vez tenía encima una pata del piano de cola que había en el salón. Al parecer la película quebrantaba las leyes, en ella las actrices mostraban sus rostros, cabello y brazos, y además entre las escenas de la película había un crimen, cuando los actos violentos también estaban prohibidos. Todo esto era suficiente para llevar a prisión a todos los que habían participado en la película.
El padre de Shideh había sido el dueño de una gran fábrica, pero cuando en el 89 llegó al poder el ayatolá Jomeini el gobierno confiscó su fábrica y se quedó sin nada. Tuvo que volver a empezar de cero. En lo personal, era un hombre de caracter afable y amistoso, quien le daba a su hija toda la libertad de la que era privada por el gobierno.
Todo lo que llegara de occidente estaba prohibido, libros, películas, imágenes, noticias, programas de televisión, alcohol... Sin embargo existía un mercado negro donde podía conseguirse de todo, en casa de Shideh también recurrían al mercado negro para proveerse de artículos prohibidos, que después debían ocultar muy bien para no ser encontrados por la policía, pues solían presentarse de repente en los domicilios para hacer revisiones en busca de cosas prohibidas. No hacía mucho que a un amigo de la familia le descubrieron en casa una botella de whisky y el castigo por ello fueron cincuenta latigazos, de cuyas consecuencias encontró la muerte después. En la azotea de su edificio ocultaban algo que de ser descubierto les hubiera causado serios problemas: una antena parabólica para ver televisiones europeas. Convivir con el riesgo de hacer o poseer algo considerado ilegal por el gobierno, era una experiencia muy común en Teherán.
Aunque ya había muerto, también conocí al abuelo. Un día visitando un museo Shideh me mostró un gran libro de historia que había expuesto allí. Aparecía un hombre vestido de uniforme militar de gala sobre un caballo blanco, ese era su abuelo. Me habló de sus históricas hazañas a principios del siglo XX (ahora no recuerdo bien) que lo llevaron a ser considerado como héroe nacional, había luchado por el país y había contribuido a su modernización, siendo un personaje importante. Formaba parte de la historia reciente del Irán, pero para el gobierno que surgió de la revolución islámica no parecía tener la misma consideración.
Por medio de Shideh fui conociendo las estrictas normas a las que estaban sometidas las mujeres. Cada minuto del día en que estábamos juntos en público era una amenaza para nuestra integridad, a veces nos cogíamos de la mano de una forma furtiva aumentando con ello el riesgo y la excitación de ser descubiertos, sin entretenernos mucho en el mismo lugar, previniendo que alguien pudiera denunciarnos a la policía y pudieran detenernos. Hablando con la gente que conocí, la estimación que saqué es que el gobierno islámico podía tener un apoyo máximo del tres por cien de la gente. Aun así no había que fiarse. Shideh me contó varios ejemplos de la represión que se vivía en país, en especial las mujeres, el más reciente y cercano fue en su universidad, una de sus amigas mantenía una relación en secreto con uno de sus compañeros, un mes atrás alguien los pilló juntos besándose en un cuarto del centro universitario a solas, los denunció al rector y sin más pruebas fueron expulsados de inmediato de la universidad, añadiendo a esto el hecho de no poder estudiar más en ninguna otra universidad del país.
Con Shideh empezamos tambien una relación sentimental, quizá sin ser consciente del todo de lo que eso podía suponer para mí si nos descubrían. Visité la casa de sus padres varias veces en los días que estuve en Teherán, el ascensor para llegar a su piso era el único lugar que nos proporcionaba la privacidad que necesitábamos para estar ocultos de miradas ajenas, de modo que allí Shideh se quitaba el chador y la tela que cubría su cuerpo metiéndolo en un bolso para seguidamente entregarnos a nuestros apasionados deseos, subiendo y bajando hasta el último piso varias veces seguidas, aprovechando cada segundo para besarnos y abrazarnos acaloradamente. Aquel ascensor fue testigo de la forma mas surrealista de poder tener contacto con una chica que he tenido en mi vida.
En público era imposible demostrarse nada. Aun así a veces nos cogíamos de la mano brevemente como desafío a las normas impuestas elevando el grado de excitación, cuando maś se elevó el nivel fue una noche que cenamos en un lugar idílico. El restaurante estaba al aire libre rodeado de jardines, árboles, un pequeño río y algo de oscuridad. Entre las mesas había distancia y no muchos clientes esa noche, por lo que pudimos mantener un contacto más estrecho y disimulado. Al salir del restaurante había cierta distancia hasta el coche. En el solitario camino a esas horas de la noche y amparados por la oscuridad, nos detuvimos para abrazarnos y besarnos. De repente cruzó delante de nosotros un hombre, que en nuestro empeño por prodigarnos arrumacos no vimos venir. Shideh se alarmó, ese hombre nos había visto claramente, pasó de largo sin decir nada, pero podía llegar a su casa y hacer una llamada de teléfono para denunciarnos. Me cogió de mano y tiró de mí, salimos corriendo hacia el coche y nos alejamos de allí a toda prisa, con una elevada agitación al haber sido descubiertos.

Ya antes Shideh había puesto en mi conocimiento en qué consistían las consecuencias si éramos descubiertos por la policía. Al no estar casados, el acto conllevaba el castigo de cincuenta latigazos a cada uno y una posible prisión como castigo. La única forma de evitarlo, casándose. Y esta norma se incluía también para extranjeros. Aunque todo eso me parecía como un juego, en algunos momentos me preguntaba qué pasaría si nos pillaban, qué pasaría si sólo tenía esas dos opciones, casarnos o latigazos. Dificil dilema. Suponía que seguramente no aceptarían un matrimonio por horas, como ya existían allí. Estos matrimonios eran en realidad la forma de encubrir la prostitución, también prohibida. Si uno deseaba ir con una prostituta, antes ambos debían acudir a una oficina donde un funcionario sellaba un documento que acreditaba haberse casado por unas horas o por un día, cuyo contrato se rescindía de forma automática pasado el tiempo estipulado en el documento, de forma que boda y divorcio se concertaban a la vez. Después de este acuerdo podían ir a un hotel, ser admitidos y mantener sexo sin ser sancionados. Aquello debía convertir a las prostitutas iraníes en las mujeres con más divorcios a sus espaldas en el mundo.

En aquellos días en Teherán hubo muchos momentos y circunstancias que abrieron mis ojos sobre la realidad que en general se vivía en el país y que las mujeres padecían en particular. La tensión que provocaba estar juntos en público duró hasta el ultimo momento en el día de mi regreso a España. Por alguna causa que no recuerdo, auspiciada por el gobierno había convocada una protesta ante la embajada de Alemania contra ese país, Shideh me llevaba en su coche al aeropuerto y debíamos evitar pasar cerca de la zona de la embajada, se preveía mucha gente, mucha policía y posibles altercados. Shideh condujo de forma rápida y resolutiva para evitar retenciones y policías. Aun así pasamos junto a algunos a toda velocidad, creo que de habernos echado el alto Shideh no llevaba intención de detenerse. Ella fue un ejemplo de la valentía frente a la represión que el gobierno ejercía sobre sus ciudadanos, en especial sobre las mujeres.
Irán, abril de 1997
Después de mi salida de Irán mantuve el contacto con Shideh, su familia tenía dinero y a través de un abogado, tras un año y cinco mil dólares de pago, logró un visado para entrar y residir en Canadá, consiguiendo así su libertad. En el año 2000 la visité en Toronto.