Liderazgo parental

Los padres deben ejercer su autoridad moral que sepa combinar exigencia con paciencia, cariño y ternura

Studiosi pro Universitate Sertoriana
04 de Diciembre de 2022
Los progenitores han de ejercer su liderazgo parental

Si queremos hacer crecer a nuestros hijos en todos los ámbitos de la persona (emocional, espiritual, intelectual…) necesitamos ser líderes en nuestros hogares.

Y para llegar a ser ese modelo, guía, referente amistoso que los hijos necesitan, los padres deben ejercer su autoridad moral. Una autoridad que sepa combinar exigencia con paciencia, cariño y ternura; suavidad en las formas con firmeza en el fondo. La autoridad no es dominio, represión o autoafirmación, sino un servicio que debemos prestar los padres y que necesitan nuestros hijos para mejorar, pues les enseña a obedecer y a crecer en autocontrol, fortaleza, criterios morales y responsabilidad y que, por lo tanto, les encaminará hacia su felicidad. Si los padres ejercen bien la autoridad adquieren prestigio y respeto ante los hijos y conseguirán ser un buen referente y ejemplo.

En ocasiones observamos en los niños conductas agresivas, arrogantes, desobediencia a edades bastante tempranas. Incluso niños que insultan a sus padres, les dan patadas, los menosprecian o no toleran que se les diga NO.

Estas conductas se dan porque los padres no están ejerciendo debidamente la autoridad, carecen de liderazgo y olvidan la necesidad de educar para hacer de sus hijos personas felices y preparadas para la vida, capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo.

Los niños tienen la capacidad suficiente para superar la desilusión, las pequeñas contrariedades del día a día; pero les es mucho más difícil superar los devastadores efectos de ser mimados en exceso, de ser excesivamente indulgentes con sus malos comportamientos y caprichos. ¡Cuidado! porque esto los puede ir convirtiendo poco a poco en pequeños tiranos que se consideren el centro de la casa (y no lo son, son uno más, amadísimo como todos), escasamente resistentes a los fracasos y frustraciones, incapaces de enfrentar y resolver problemas por sí solos, débiles, inseguros, llenos de cosas que no valoran ni cuidan.

Lo que estamos proponiendo no es tarea fácil, y el mundo que nos rodea, tremendamente hedonista y materialista, no ayuda. No trataremos da dar recetas, cada familia es una y todo debe adaptarse a las peculiaridades de cada uno de sus miembros, por eso no estableceremos normas fijas para ayudar a los padres en este aspecto. Nos limitaremos a dar algún consejo sobre los que reflexionar:

  • No sustituir a los hijos. Ellos deben hacer lo que son capaces de hacer, aunque cueste más tiempo o aunque lo hagan mal: comer solos, lavarse, vestirse, peinarse, atarse los cordones, poner la mesa, hacer la cama, recoger los juguetes, dejar la mochila en su sitio, llevar la ropa a la lavadora, prepararse el desayuno,… Si es preciso nos levantamos antes. Demostrémosles que confiamos plenamente en ellos.
  • Las órdenes no se dan repetidamente. En lugar de dar órdenes continuamente, permitamos que los niños experimenten las consecuencias de sus actos, buenos o malos. Si no recojo los juguetes, probablemente mañana no los encuentre. Si no como lo que me han puesto, pasaré hambre, porque el plato no se cambia.
  • Establecer normas y límites –pocos, claros y justos- en casa para todos (para los padres también). Trabajar todos en los mismos objetivos ayuda. La obediencia y el orden son las primeras virtudes a enseñar.
  • Luchar contra los caprichos. No se cambia el bocadillo o la comida (es mamá quien decide lo que hay que comer o la ropa; se ve la tele cuando dicen los papás. Tengo un horario para ir a la cama.
  • Y todo ello con un atracón de cariño, en positivo, con paciencia y flexibilidad, yendo por delante con el ejemplo y confiando inmensamente en los hijos, ese maravilloso brillante por pulir.

Etiquetas: