De Malawi a Tanzania (II)

Un viaje en autobús con pasajeros ebrios, la búsqueda de un hotel y la peripecia para encontrar algo donde comer o beber

Marco Pascual
Viajero
14 de Mayo de 2023
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Probando buñuelos caseros con mi bastón turkana. Tanzania es un lugar peculiar
Probando buñuelos caseros con mi bastón turkana. Tanzania es un lugar peculiar

Me sentí solo y desprotegido, una víctima fácil al amparo de la oscuridad de la noche.  Estaba en tensión, a mi lado pasaba gente a un lado y otro, aunque yo parecía invisible para ellos, nadie me dijo nada. Me resultaba extraño que hubiera gente caminando por allí cuando no había cerca una población, ni siquiera había casas o luces a la vista, resultaba extraño. No podía estar tranquilo, y cuando más tiempo pasaba  más inquietud sentía.

No sé cuanto estuve allí, quizá entre veinte y treinta minutos, cuando afortunadamente vi las luces de un autobús venir en mi dirección.  Me situé en mitad de la carretera con los brazos en alto para obligarlo a parar.  El chófer paró.  Abrí la puerta y pregunté si iba a Mbeya, él respondió que iba a la cochera, ya había terminado su trabajo.  Ese autobús era mi única oportunidad, no podía dejar que se escapara.  Le pedí por favor que me llevara.  Seguramente al ver la situación el conductor se compadeció de mí y me dijo que subiera, preguntándome dónde iba. En realidad no sabía dónde iba, tenía que buscar un hotel al llegar, de manera que le dije que iba al centro.  Antes de sentarme le pregunté cuanto costaba el billete, él, con un gesto de la mano, me dijo que pasara y me sentara. Además de hacerme el favor de recogerme en la carretera, me llevaba gratis.

Junto al chófer iba el ayudante, un chico joven, tenía todo el autobús para mí. Caminé unos pasos y tomé asiento por la mitad. Al poco de haber arrancado, el autobús frenó bruscamente.  Gritos y ruidos de golpes en la puerta del autobús me alarmaron.  Al igual que había hecho yo, un grupo de cuatro hombres jóvenes se habían puesto en mitad del camino para obligar a parar el autobús. Al chófer no le quedó más remedio que frenar.  Pretendían subirse y el ayudante sujetaba la puerta para impedirles subir. Los gritos y los golpes arreciaron. Finalmente los de fuera consiguieron abrir la puerta y subirse al autobús, el ayudante se puso delante para impedirles el paso, pero sólo consiguió una lluvia de golpes en cuanto aquellos energúmenos consiguieron meterse dentro.  El chófer se negó a arrancar ordenándoles que se bajaran, pero lo único que logró fue que ahora los golpes le cayeran a él. Ante aquella agresividad me encogí entre los asientos tratando de ocultarme para pasar desapercibido, si me veían quizá la tomaban conmigo, aquellos tipos estaban locos, se comportaban como bestias salvajes.

Los cuatro individuos aparentaban estar bastante borrachos, llevaban una botella de licor que se iban pasando de uno a otro excitados sin parar de hablar en alto, prácticamente a gritos. Por suerte se bajaron en un punto ya dentro de la ciudad y nos dejaron tranquilos. El conductor dijo que iba a la cochera para guardar el autobús, sin embargo tuvo la enorme consideración de meterse en la ciudad y dejarme en el centro. Al bajarme y en agradecimiento al favor  que acababa de hacerme quise darle un poco de dinero, pero lo rechazó alzando las manos y haciendo un gesto de negación con la cabeza.  El trabajo de aquel hombre con el plus de peligrosidad que conllevaba no estaba pagado, aun así rehusó mi dinero. En realidad su honestidad y su bondad eran impagables.

"Los cuatro individuos aparentaban estar bastante borrachos, llevaban una botella de licor que se iban pasando de uno a otro excitados sin parar de hablar en alto",

Me encontraba en el centro de Mbeya pero la ciudad estaba completamente desierta, lo cual parecía normal,  ya era cerca de las diez de la noche y a esas horas en África la gente dormía ya.  Por indicación del chófer del autobús me dirigí a una calle donde me dijo había un hotel. La ciudad, además de estar vacía, también estaba oscura, tan apenas había luces que alumbraran las calles.  Tampoco allí me sentía seguro.

Llegué al hotel pero se encontraba lleno. Allí mismo pregunté por otro hotel cercano donde dirigirme. Salí en su busca, no lejos de allí. Al llegar sucedió lo mismo, se encontraba lleno.  Me extrañó, ¿cómo era posible? El recepcionista me lo explicó, era sábado, y los sábados siempre llegaba gente de fuera.  Tuve que buscar un tercer hotel y volvió a ocurrir lo mismo. No podía creerlo, tres hoteles y los tres completos. Regresé a la plaza donde me había dejado el autobús, ya no sabía dónde buscar.  Entonces apareció Nelson, un tanzano de unos treinta años y baja estatura con cara de buena gente y una cámara fotográfica colgada al cuello, como si fuera un turista blanco despistado. Tuvo que explicarme que la cámara era su herramienta de trabajo. Como era sábado, por la noche iba a la discoteca  para hacer fotos a las parejas y después vendérselas.

 Al verme solo y cargado con las mochilas supuso que iba buscando hotel, y me preguntó si podía ayudarme.  Le dije que no encontraba hotel y le pregunté si él sabía alguno donde podía quedarme.  Dijo que sí, él me llevaba.  Al primero que me llevó era uno de los que ya había estado, le dije que ya estuve en ese y otros dos más sin suerte, esos eran los que él conocía en el centro. Después de pensarlo me dijo que aún había otro más y me pidió que lo siguiera. Tampoco en ese hubo suerte. Nelson preguntó al recepcionista en qué hotel podríamos encontrar una habitación y él dijo que probáramos en uno, quedaba un poco lejos, pero allí habría más posibilidades de encontrar una habitación.

Nos salimos del centro y de la poca luz que allí había, para meternos en calles de tierra a oscuras, casas desperdigadas y terrenos que parecían abandonados.  Le pregunté a Nelson si estaba seguro que ese era el camino para llegar.  Me dijo que no conocía  el hotel, pero sabía cómo llegar a él.  La verdad que yo no estaba tranquilo, a veces caminábamos por sendas y entre viviendas que parecían abandonadas, no podía evitar estar en tensión y atento a cualquier ruido que se produjera a mi alrededor sujetando fuerte mi bastón turkana, lo único que podía darme un poco de protección si alguien pretendía asaltarme.

El camino se me hizo largo, yo caminaba detrás de Nelson siguiendo sus pasos, alerta al menor ruido, al menor movimiento, mirando a uno y otro lado a la defensiva dispuesto a usar mi bastón turkana a la menor aproximación de alguien.  Hicimos el camino en absoluta soledad, con el único sonido de nuestros propios pasos hasta que llegamos al edificio del hotel, aislado de la ciudad. Entramos y al preguntar al recepcionista obtuvimos la misma respuesta: no hay habitación.

Aquello era desmoralizante, ni siquiera ese lugar alejado de todo tenía una sola habitación libre.  Le preguntamos entonces si él conocía otro hotel que pudiera tener una habitación.  Nos dio el nombre pero Nelson no lo conocía. Cuando le preguntó, estaba lejos de allí, había que volver a caminar entre desmontes. Antes de ir, a Nelson se le ocurrió la idea de llamar por teléfono para preguntar, de esa forma si íbamos lo hacíamos con la seguridad de encontrar sitio.  El recepcionista buscó el teléfono, marcó el número y se lo dio a Nelson para que hablara.  Por fin hubo suerte, respondieron que sí, tenían habitación. 

Antes de marcharnos el recepcionista le dijo algo a Nelson y vi que éste le daba unas monedas. Pregunté por qué le daba ese dinero, a lo que dijo que era por la llamada.  Había visto que le dio cinco shillings, demasiado por una llamada local.  Le pedí que me diera el dinero para devolvérselo a Nelson, no podía permitir que encima pagara él la llamada, y tampoco que cobrara tanto.  Protesté diciéndole que el precio que le había pedido a mi amigo era muy alto por una llamada local, pidiéndole que me diera el precio normal. Entonces me dio una sorprendente respuesta: es igual, no importa.  Sorprendía que a un tanzano quisiera timarlo cobrándole de más y a mí me dejara la llamada gratis. Opté por darle dos shillings, que era lo que me costó hacer una llamada local la vez anterior en Tanzania un par de meses antes cuando desde el norte entré desde Uganda.

Nos pusimos en marcha de nuevo caminando otros diez largos minutos atravesando descampados y casas desperdigadas. Alerta de nuevo a cualquier eventualidad que pudiera depararnos semejante excursión nocturna por los arrabales de Mbeya.

Aquella travesía nocturna en esa ciudad fantasma caminando entre sendas de tierra, setos, basuras, viejas casas que parecían abandonadas, bajo la oscuridad que infundía  un lúgubre panorama, no dejaba de ser un tránsito de emociones interiores conectadas por la incertidumbre, y al mismo tiempo una sensación que comunicaba directamente con el placer, con la impresión de tener la suerte como aliada al ser consciente de que esa noche no sólo estaba acompañado, sino junto al ángel que me guiaba y protegía.

Llegamos al hotel, aun siendo muy simple mejor de lo que me esperaba.  Me dieron una habitación con baño común pero limpia y decente, en ese momento la mejor del mundo para mí. Llegó el momento de despedirnos con Nelson, mi ángel particular. Quise darle un dinero para agradecerle su valiosa compañía, pero se negó en rotundo ha aceptarlo.  Insistí varias veces, pero él siguió en su negativa.  Antes de marcharse le dio su cámara a la chica de la recepción para que nos hiciera una foto juntos y tener un recuerdo de nuestro encuentro.  Como me arrepentí después de no haber hecho lo mismo con mi cámara, a veces la imaginación no basta para recordar a las personas que, aunque sólo sea por un momento determinado, te dan tanto a cambio de nada.

De repente, solo en mi habitación, me di cuenta que desde la una del mediodía no había comido nada, y tampoco había bebido nada desde que se me acabó el agua cuando hacía auto stop en la carretera  para ir a la frontera.  Tenía hambre y sed.

Estuve pensando qué hacer, ya era muy tarde para encontrar un lugar donde comer algo, y por otra parte salir solo a esas horas de la noche podía ser demasiado peligroso.  No sé por qué, pero sentí un irresistible deseo de salir, era sábado y algún lugar tenía que estar abierto, además donde se encontraba el hotel era una zona con casas, es decir, habitada.  Le pregunté a la chica de la recepción dónde podía ir para comer y beber algo.  Me dijo que para comer sería difícil a esas horas, pero si quería probar me dio unas indicaciones de qué dirección debía tomar.  Salí a la calle, me sentía ligero sin el lastre de las dos mochilas, aunque llevé conmigo mi inseparable bastón turkana.  El lugar era como un barrio con una calle principal, la única alumbrada, tenía que encontrar esa calle y seguir por ella, era el único lugar donde quizá podía haber algún local abierto.

"No puedo negar que sentía una alta excitación caminando en solitario entre las sombras de esa parte de la ciudad, sin duda una estúpida temeridad"

No puedo negar que sentía una alta excitación caminando en solitario entre las sombras de esa parte de la ciudad, sin duda una estúpida temeridad. Me crucé con alguien que me miró extrañado de verme, pero sin decirme nada.  Mientras observaba las casas buscando un lugar abierto, sentía un extraño placer disfrutando en soledad de aquel paseo nocturno entre sombras, a la vez que no dejaba de estar en tensión alerta a cualquier movimiento sospechoso. Encontré un lugar, más bien un cuchitril oscuro y tétrico, donde había un hombre atendiendo un caldero de barro al fuego.  Algo debía tener dentro, quizá una sopa o algo parecido.  Husmeé un poco y pregunté qué contenía, desafortunadamente el hombre no hablaba inglés y no pude entender que podía ser aquello, en cualquier caso dado el aspecto que tenía el sitio no podía ser nada que fuera muy apetecible, por lo que me olvidé de probar nada a ciegas.

Al final de la calle encontré un bar, un bar lleno de gente.  Eso me alegró, por lo menos podría quitarme la sed.  En realidad era una tasca típica africana donde la gente va a tomar cerveza. La mayoría eran hombres, pero también alguna mujer, sentados en mesas, al verme entrar todos me miraron, extrañados de ver allí a un blanco.  Lo más curioso del bar es que la barra estaba cerrada por unos barrotes que salían del mostrador  y llegaban hasta el techo, dando la impresión que el camarero estaba tras los barrotes de una celda carcelaria.  Pedí una cerveza y pregunté si tenía algo de comer, algún snack….pero nada, ni siquiera unos cacahuetes, solo cerveza, así que me pedí una de medio litro.

Sentado junto a una mesa al principio me sentí observado por todos, después creo que su curiosidad fue apagándose.  Tomé la cerveza y me largué de allí, ahora lo que necesitaba era descansar. Tenía que centrarme para recordar el recorrido que había hecho, no fuera a perderme.  El trayecto de vuelta lo hice quizá con un aumento de la adrenalina, debía ser una hora cercana a las doce de la noche, una hora nada recomendable para andar solo en África. Un par de veces me topé con gente que aparecieron de repente entre las sombras y eso activó mis alertas, pero aparte de aumentar mis pulsaciones nada ocurrió.

Llegué al hotel y me fui directo a la cama dejando la ducha para la mañana siguiente.  Antes de dormir estuve repasando aquel intenso día desde el momento que  temprano por la mañana había dejado Livingstonia en Malawi para tomar un autobús a la frontera con Tanzania, luego el auto stop y el problema en inmigración, después la incertidumbre en la aduana tanzana, el viaje con las misioneras, el autobús que me recogió en el cruce de la carretera para llevarme a Mbeya y la insólita situación vivida con unos violentos borrachos, y por último el afortunado encuentro con Nelson.  En realidad, todo el día de principio a fin fue un día afortunado, podía dormir satisfecho.

Tanzania, febrero de 1992

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