Mérida (Venezuela): Falsas amistades (1)

Una situación extrema tras el robo de las mochilas en el hotel y la decisión de enfrentarse a los ladrones tras localizarlos

Marco Pascual
Viajero
29 de Octubre de 2023
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Mérida, en Venezuela. Falsas amistades
Mérida, en Venezuela. Falsas amistades

Llegué a Mérida en la tarde, justo un día antes de empezar las Fiestas del Sol.  Me quedé en el mismo hotel donde estaba antes de ir a Los Llanos, un edificio de tres plantas reconvertido en hotel por un italiano, todavía estaba distribuido como cuando era un edificio de viviendas, dos en cada planta, tres habitaciones en cada una con su baño privado, salón y una cocina. Se hallaba en el parque Las Heroínas, una plaza rectangular con árboles y jardines cercana al centro donde había otros hoteles y restaurantes. Yo me quedaba en la tercera planta en la habitación que daba a la plaza.

Era la tercera vez que llegaba a Mérida, la conocía bien, no era una ciudad grande y entre los viajeros de mochila era la más popular del país, a mí en particular era la que más me gustaba, se encontraba en la región de los Andes, zona de montaña y por lo tanto con un clima muy agradable. La parte vieja guardaba el aroma de ciudad colonial, con casas tradicionales de una o dos plantas, gozando de un entorno precioso y unas cuantas cosas para ver y hacer fuera de Mérida. Además, era una de las ciudades con menos delincuencia de Venezuela, aunque eso tampoco significaba que fuera una ciudad segura, sólo que era un lugar más tranquilo.

Ese año las fiestas coincidían con los carnavales, de forma que ambas se solapaban creando un ambiente mayor y más especial. Dentro del país era el lugar con más afluencia de turismo local. También había viajeros de mochila europeos, aunque españoles al único que vi fue a Javier Conde, un torero que actuaba en una corrida de la feria, con el que por casualidad coincidí cuando llegaba a su hotel. Todos los hoteles estaban llenos, el mío también, esa misma tarde se ocuparon las dos últimas habitaciones con dos chicos y dos chicas. Una de ellas viajaba con un niño pequeño, ellos se alojaron en la tercera planta en el mismo lado que estaba yo y ellas en la segunda.

Como es natural, pasaba en la calle desde que me levantaba hasta la hora de dormir avanzada la noche, salvo algunas visitas puntuales al hotel para descansar. Allí encontraba siempre a los chicos, en su habitación o en la de las chicas, no sabía si eran parejas o sólo tenían un rollo. La cuestión es que parecía existir algún tipo de relación entre ellos.  Los chicos fueron muy amistosos conmigo, me dijeron que eran de la ciudad de Valencia, como todos los demás habían ido a pasar allí unos días de vacaciones, lo extraño es que no salían mucho del hotel, siempre los encontraba allí, en la nevera de la cocina tenían cervezas y alguna cosas para comer. Me dijeron que si me apetecía algo que cogiera lo que quisiera, de hecho el primer día nos tomamos una cerveza juntos allí, los dos rondarían los veinte años, eran altos, uno moreno y el otro rubio, catire, como dicen en Venezuela a los rubios, parecían más europeos que venezolanos.

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Mérida.

Al tercer día de fiestas me propusieron encontrarnos por la noche para tomar algo en algún bar, acepté y quedamos en el Lorenzos Bar, un conocido local con música y mucho ambiente, a las doce y media de la noche.  Estuve esperando allí a la hora convenida, pero no llegaron. Pasada media hora me olvidé, supuse que habían cambiado de planes o se habían quedado en el hotel con sus amigas.  Continué por mi cuenta hasta las dos de la mañana, momento en que decidí regresar. Aunque esos días aún quedaba gente en la calle, caminar solo en la noche a esas horas era peligroso en cualquier lugar de Venezuela.

Fui descendiendo a lo largo de la calle principal durante unos diez minutos hasta que giré para tomar la calle que llevaba al parque Las Heroínas. A medida que me alejaba del centro fui dejando atrás la presencia de gente, en los últimos cinco minutos no me había encontrado con nadie en la calle. Cuando tenía mi hotel a poco más de cien metros, pese a la oscuridad que reinaba en la noche, el alumbrado público era muy pobre, observé que alguien salía de la puerta de mi hotel con una mochila al hombro y tomaba la dirección opuesta a la que iba yo.  Sólo pude distinguir una figura de hombre, con la oscuridad que había imposible distinguir sus rasgos.  Me extrañó mucho que alguien saliera del hotel a esas horas, y más con una mochila al hombro, el único huésped con mochila era yo. Tuve un mal presagio, me daba que esa podía ser mi mochila.  Aceleré el paso con las pulsaciones aceleradas. Cuando llegué a la puerta del hotel la persona que había salido ya se había esfumado entre las sombras de la noche.

Me habían robado todo, absolutamente todo, tanto las cosas de valor como la ropa, las cosas del aseo...

En la planta baja había una recepción y un vigilante nocturno, nada más entrar le pregunté quién acababa de salir.  El vigilante, con cara de desconcierto, sólo supo responder: ¿qué? Le repetí la pregunta ya gritándole: ¿Que quién es el tipo que acaba de salir del hotel hace un minuto con una mochila al hombro?. Cuando me dijo que era un cliente del hotel y en qué habitación estaba, era lo que me temía, uno de los dos chicos con los que yo había quedado, vecinos de mi habitación. Subí las escaleras a pasos agigantados, cuando abrí la puerta fue la desolación: no había nada. Me habían robado todo, absolutamente todo, tanto las cosas de valor como la ropa, las cosas del aseo...No habían dejado absolutamente nada. Entonces entendí su engañoso trato amistoso que tenían conmigo, sólo deseaban ganarse mi confianza. El hecho de quedar por la noche sólo había sido una táctica para estar seguros que yo no estaría en el hotel cuando entraran a robarme.

Bajé las escaleras corriendo y muy exaltado, indignado también con el tonto del vigilante, habían pasado delante de sus narices después de las dos de la mañana cargados con mis mochilas y no había hecho nada, cuando lo que hacían no era nada normal. ¿Cómo era posible que no sospechara que habían estado robando en una habitación? Nadie salía a la calle cargado con equipaje a esas horas y más sin haber pagado la cuenta para dejarlo.  Creo que en mi alteración le dije que había sido un estúpido.  Le ordené que cogiera el teléfono y llamara de inmediato a la policía para denunciar el robo.  Yo salí a la calle de nuevo, hacía muy poco que acababan de robarme, quizá tenía alguna posibilidad de encontrármelos en la calle, aunque no tenía ni idea de qué camino podían haber tomado. Con esa inconsciente idea, me lancé a la calle en su busca, sabiendo que  sería difícil volver a verlos e ignorando el peligro al que me exponía.

Merida 2
Mérida, desde lo alto

Me encontraba muy enrabietado, primero por el robo. Se habían llevado todo, hasta mis calzoncillos, dejándome con lo puesto, unos verdaderos bastardos, pero también estaba fastidiado conmigo mismo por haber caído en su trampa. Salí del parque Las Heroínas tomando otras calles más oscuras y peligrosas a esas horas, con la ilusoria esperanza de encontrarlos en algún lugar. Después de deambular unos diez minutos por las calles desiertas como un lobo herido, sobre todo herido en mi orgullo, me detuve a pensar. ¿Qué podían haber hecho? Habían llegado en autobús, pero no podían ir a la estación porque en la noche no salían autobuses, si lo hacían sería a la mañana siguiente, pero, entretanto, ¿dónde podían estar?  Lo único que se me ocurrió fue que podían haber reservado habitación en otro hotel y se hubieran ido directos allí con mis mochilas.  El siguiente paso fue buscar los hoteles o posadas en esa zona.

Entré en el primero que encontré, preguntando al recepcionista si habían llegado al hotel dos chicos, describiéndole sus características, pero la respuesta fue negativa, nadie había llegado al hotel recientemente. Cuando le conté lo que me había pasado y que estaba buscando a los ladrones que me habían robado, debió pensar que estaba loco. Me desaconsejó que lo hiciera, primero porque ya se habrían ocultado en alguna parte y no los volvería a ver, y aun si los encontraba no debía enfrentarme a ellos, podían estar armados, pero sobre todo porque era muy peligroso para mí andar solo en la calle a esas horas, sólo podía conseguir que algún otro me asaltara para robarme. Ignoré su recomendación, por el contrario aproveché para preguntarle dónde estaban otros hoteles por esa zona. Me dijo que sólo había dos más, de modo que desde allí fui en busca del segundo.

A menos que tuvieran otros compinches alojados en otra parte, lo único que me entraba en la cabeza era que se habían ido a otro hotel con mis cosas y tenía que encontrarlos esa noche, de lo contrario al día siguiente desaparecerían de Mérida. En el segundo hotel que pregunté obtuve el mismo resultado, nadie había llegado recientemente. Seguí buscando el hotel que me faltaba. Cuando llegué a él en la recepción había una chica, acompañada por un vigilante uniformado con una escopeta de cañones recortados  en la mano.  Cuando le pregunté, dándole las características de los ladrones, la chica se quedó pensativa, tuve que repetirle que eran dos chicos altos, de buena presencia, uno moreno y otro catire, que debían llevar equipaje o bultos con ellos. Finalmente la chica confirmó que hacía un rato habían llegado dos personas que respondían a la descripción que yo le había hecho, además los dos llevaban bultos consigo. ¡Bingo! pensé para mí, tenían que ser ellos. 

Mis pulsaciones se aceleraron de repente. Le pedí que me dijera en qué habitación estaban. La chica se asustó, dijo que no podía ir a su habitación, sería muy peligroso. Pedí entonces que me acompañara el vigilante armado, quien escuchaba sin decir palabra, pero dijo que tampoco, que eso era asunto para la policía. Como la chica se negó a decirme en qué habitación estaban, no me quedó más remedio que preguntarle dónde estaba la policía más cercana de allí. Ella me dijo que debía ir hasta una plaza donde en el centro había un puesto de policía 24 horas.

Me habían robado todo, absolutamente todo, tanto las cosas de valor como la ropa, las cosas del aseo

Volví a la calle relativamente contento por el hallazgo hecho, aún había que comprobarlo, pero estaba seguro de que los ladrones estaban allí. Cuando llegué a la plaza, tan a oscuras como todo lo demás, vi una especie de kiosco de forma hexagonal cuya puerta se hallaba cerrada, acristalado y a oscuras, con un cuarto u oficina en su interior. Llamé en los cristales golpeando con la mano varias veces, pero nadie respondió. Pensé que allí no había nadie, pero seguí dando fuerte con la mano en los cristales.

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Comercios en Mérida.

De pronto se abrió la puerta del cuarto interior y apareció un policía con la camisa desabrochada y una pistola en la mano encañonándome. Alcé las manos para que viera que no llevaba nada y le dije fuerte para que me oyera que era un turista español. Se acercó al cristal receloso sin dejar de apuntarme. ¿Qué quiere? preguntó con mala cara, seguramente estaba durmiendo y lo había despertado. Le expliqué que me habían robado y le conté la situación, pidiéndole que me acompañara al hotel para identificar a las personas que habían entrado esa noche media hora antes. El policía bajó el arma, pero no parecía dispuesto a hacer nada. Tuve que insistirle, estaba denunciando un robo y tenía localizados a los autores, teníamos que comprobar que eran ellos. Finalmente accedió, aunque de mala gana, volvió al despacho y se puso la chaqueta de policía sobre su camisa y la gorra.  Salimos y regresamos juntos al hotel.

Una vez estuvimos en la recepción había que trazar un plan, mi idea era subir a su habitación y sorprenderlos allí, pero no estuvieron de acuerdo conmigo, no era buena idea, podían estar armados.  Creo que el policía era quien más miedo de todos tenía. Yo sin embargo estaba sobreexcitado, con las pulsaciones al mil ante el inminente momento de atrapar a los ladrones, no veía el peligro, sólo quería verlos y tirarme encima de ellos con toda la rabia que llevaba dentro, interiormente no los imaginaba que fueran el tipo de delincuentes que iban armados.

Hablamos de cómo actuar y convenimos un plan. La recepcionista subiría a la habitación, llamaría y les diría que tenían una visita que les esperaba en la recepción. Nosotros, el policía, el vigilante y yo, estaríamos esperando abajo. La recepción del hotel era pequeña, unos quince metros cuadrados, justo entrando a la derecha estaban las escaleras de madera que subían a las habitaciones, a continuación se encontraba la recepción, también pequeña, con un mostrador y un hueco bajo las escaleras. Mientras subía la chica, nos preparamos, el vigilante se sentó en una silla frente a las escaleras con el arma entre las manos apuntando de frente simulando normalidad, casi pareciendo como distraído. Yo me coloqué pegado a la pared entre las escaleras y la recepción, dispuesto a tirarme al cuello del primero de los dos que bajara, y el policía pegado detrás de mi con la pistola en la mano.  Aquello parecía más una secuencia de una película tragicómica.

Yo me coloqué pegado a la pared entre las escaleras y la recepción, dispuesto a tirarme al cuello del primero de los dos que bajara

Estábamos en una situación tensa, existía preocupación por lo que pudiera pasar, si eran los ladrones que me habían robado cualquier cosa podía suceder. Yo también me encontraba nervioso, pero no tenía miedo, estaba decidido a resolver aquello a mi manera machacando al primero que viera.

Cuando regresó la recepcionista dijo que iba a bajar uno de ellos.  Acto seguido se metió tras el mostrador ocultándose en el hueco de la escalera. Nosotros nos mantuvimos en silencio, al policía y a mí no podía vernos cuando bajara, sólo vería al vigilante en una posición de aparente tranquilidad.  Al poco escuchamos el sonido  de los pasos descendiendo lentamente por las escaleras de madera, el desenlace estaba a punto de suceder sin que supiéramos lo que realmente podía pasar, cómo iba a reaccionar el ladrón en cuanto se viera en la encerrona y cómo íbamos a reaccionar los demás para atraparlo. En realidad no habíamos hablado de lo que tenía que hacer cada uno. Únicamente el policía me había dicho que yo no hiciera nada, y sin embargo me dejaba a mí en primer lugar para recibirlo. Por supuesto no pensaba quedarme sin hacer nada, estaba resuelto a tirarme sobre él en cuanto lo viera aparecer antes de darle tiempo a que pudiera abrir la boca.

Venezuela, febrero de 1996

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