Mérida (Venezuela):Falsas amistades (3)

Verdaderamente era una gran tontería mantener aquel obstinado objetivo porque cualquiera con apariencia normal podía llevar armas

Marco Pascual
Viajero
12 de Noviembre de 2023
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Marco Pascual en Valencia, donde vivió una rocambolesca historia por unas falsas amistades
Marco Pascual en Valencia, donde vivió una rocambolesca historia por unas falsas amistades

Al segundo día del robo en la tarde volví a ir a la oficina de policía para informarme sobre el asunto y saber si había alguna novedad.  Después de ver al jefe en su despacho me dijo que todo seguía igual, no habían descubierto nada. Dudé si realmente habían investigado algo, en cualquier caso si para entonces no los habían encontrado sería ya muy difícil hacerlo, los ladrones ya no estarían en Mérida. Le pedí ver a las dos chicas amigas de los ladrones para intentar hablar con ellas y ver si podía sacarles alguna confesión.  Me dio la autorización, como ya sabía en qué celda estaban fui yo solo.

En el camino a la celda me encontré con una situación rocambolesca. En el patio interior a cielo descubierto de la planta baja había un grupo de personas, supuse que detenidas en espera de interrogatorios o de alguna otra cosa. Lo extraño es que entre ellos había un tipo vestido únicamente con un pantalón corto de deporte, lo que resultaba muy chocante. Yo andaba por un corredor de la primera planta, el tipo se dio cuenta de mi presencia y enseguida llamó mi atención levantando la mano diciendo mientras se dirigía a mí: ¡turista, turista!

Me detuve, se había dado cuenta de que yo era un turista de visita allí y vino hacia mí.  Desde abajo empezó a hablarme en italiano. Yo soy un turista y no sé por qué me han traído aquí, yo solo soy un turista, tienen que dejarme que vuelva a mi hotel. Todo esto con alto grado de excitación y movimientos con las manos. Le pregunté qué había pasado. Me dijo que simplemente había salido del hotel temprano por la mañana a correr. Como hacía calor y su hotel estaba fuera del centro en una zona tranquila, salió llevando puesto únicamente el pantalón de deporte. Cuando estaba corriendo pasó una camioneta de la policía y paró al verlo. Le pidieron documentación, pero no llevaba nada encima. Les dijo el hotel en que estaba, que lo podían comprobar, allí tenía su pasaporte, sólo era un turista en la ciudad. No le hicieron caso, le obligaron montar en la camioneta con un habitáculo detrás para llevar detenidos y se lo llevaron,  metiéndolo después al patio de la comisaría de policía junto con otras personas detenidas y dejándolo allí, pasando toda la mañana y hasta ese momento sin que nadie se preocupara de él. No dejaba de soltar improperios y quejarse por aquella ridícula e incomprensible situación.  Me pidió que hablara con alguien para que le dejaran salir de allí, no paraba de repetir que sólo era un turista.

Valencia 1
Calle de Valencia

Las dos chicas amigas de los ladrones nada más verme empezaron a rogarme y suplicarme que las sacara de allí, que ellas ni eran amigas de ellos ni tenían nada que ver. Únicamente se habían encontrado en el viaje y no sabían nada más de ellos. Seguían manteniendo la misma versión. Les dije que para salir primero tenían que colaborar, tenían que darle a la policía alguna información que les permitiera dar con los ladrones. Me repitieron que no sabían nada de ellos, que los habían visto por primera vez en la estación de autobuses en Valencia y durante el viaje a Mérida, luego buscaron juntos el hotel, pero no sabían nada de sus vidas, ya se lo habían dicho a la policía.  Las vi tan desesperadas que las creía, en el fondo pensé que ellas eran otras víctimas más, con la mala suerte de haberse tropezado en su camino. Me dieron lástima, más aún al tener con ellas al niño de año y pico encerrado también. Les prometí que si me decían algo que pudiera ayudarme a dar con ellos, hablaba con la policía para que las soltara. Viendo mi obcecación la angustia que sentían hizo saltar sus lágrimas, y yo acabé creyéndolas, no merecían estar allí.

Viendo mi obcecación la angustia que sentían hizo saltar sus lágrimas, y yo acabé creyéndolas, no merecían estar allí.

Regresé a la oficina del oficial jefe para hablar con él, le dije que creía que ellas no tenían nada que ver, que sólo habían coincidido con ellos y nada más, pidiéndole que las soltara. Supongo que él también debía pensar lo mismo, porque me hizo caso y estando yo allí llamó a un ayudante y le dio instrucciones para soltar a las chicas.  De paso aproveché para hablarle del italiano que había visto en el patio interior, el cual era solo un turista que había salido por la mañana a correr en pantalón corto dejando su documentación en el hotel, y por eso lo habían detenido y dejado allí sin que nadie más volviera a hablar con él.  Le dije que podían verificar sus datos llamando a su hotel. Cuando le conté la historia el oficial de policía arrugó el entrecejo sorprendido, no tenía ninguna noticia de eso, al parecer en el cambio de turno nadie le había informado sobre ese turista y su detención. Le pidió a su ayudante que se lo explicara. Él he hizo un breve resumen corroborando lo que yo le había dicho, a lo que el jefe respondió entre exclamaciones con visibles muestras de enfado que lo dejaran volver a su hotel.

Pasadas las fiestas y de vuelta a la normalidad pude ir al banco y recuperar los 1500 dólares en cheques de viaje, lo que me iba a permitir continuar los dos meses y medio que me quedaba de viaje. También pude comprarme ropa, una mochila, efectos para el aseo y alguna otra cosa accesoria. De los ladrones ninguna noticia, ya di por hecho que no los iban a coger, lo único que me quedaba era ir yo a por ellos. Tenía dos cosas claras: sabía quiénes eran y dónde vivían, aunque buscarlos en una ciudad de novecientas mil personas no sería fácil. Como único dato, si era cierto, intuía dónde se movían. Cuando nos conocimos me dijeron que les gustaba ir a un centro comercial donde solían pasar parte de su tiempo libre, y yo sabía cuál era, había estado allí no hacía mucho, justo antes de ir a Mérida había pasado unos días en Valencia.

Mi amiga la auditora terminó su trabajo y debía partir a Barcelona, el siguiente lugar donde tenía que realizar otra auditoría. Me dijo si la acompañaba. La idea me gustaba y  en Mérida ya no tenía nada que hacer, pero por otra parte no quería resignarme a darlo todo por perdido, por lo que decidí ir antes a Valencia y explorar las posibilidades de dar con los ladrones, luego iría a Barcelona. Gabriela me dijo que tuviera mucho cuidado, que no hiciera nada por mi cuenta, que cuando llegara lo primero que tenía que hacer era poner en conocimiento de la policía lo que me había pasado y el objetivo que me llevaba allí. Sobre todo me advirtió de que, si por casualidad llegaba a encontrármelos no me enfrentara a ellos, no sabía qué clase de gente eran o si podían llevar armas. Nos despedimos con la promesa de vernos en Barcelona, Gabriela me dio el nombre y  teléfono del hotel en que iba a estar al menos una semana, para encontrarnos allí.

Valencia 2
Caminando por Valencia

Cuando llegué a Valencia después de un viaje por la noche en autobús, lo primero fue buscar un hotel, y lo inmediato ir a una oficina de policía a explicarles la situación. Después de contarles lo que había pasado y la presunción de que vivían allí, con el dato de que solían ir al centro comercial que les gustaba y teniendo en cuenta de que ahora tendrían dinero para gastar, imaginaba que podían acudir allí de nuevo para gastarlo. Después de escucharme, el policía que me atendió se mostró dispuesto a cooperar para descubrirlos, aunque sin tener sus nombres o una foto de ellos no sería fácil. Le comuniqué mi deseo de instalarme en el centro comercial para esperarlos allí por si se les ocurría ir, a lo que el policía me dio instrucciones de lo que debía hacer si los encontraba. Me dijo que si por casualidad los veía en el centro comercial no debía hacer nada, es decir, no debía enfrentarme a ellos, era peligroso. Lo que debía hacer era salir a la calle y parar al primer coche de policía que pasara, explicarles la situación y ellos se encargarían de detenerlos. Pero había una contrapartida. Cambiando el tono de voz, me dijo que en Venezuela los salarios eran bajos, a los policías tan apenas les resultaba para llegar a final de mes, entonces era normal que si ellos me ayudaban a mí yo colaborara con ellos dándoles algo por su ayuda, o sea, que por entrar a detenerlos tenía que darles dinero para hacer su trabajo.

Era normal que si ellos me ayudaban a mí yo colaborara con ellos dándoles algo por su ayuda, o sea, que por entrar a detenerlos tenía que darles dinero para hacer su trabajo

Después de estar en la policía, se me ocurrió ir a la Hermandad Gallega de Valencia, un centro español, quería que alguien además de la policía supiera que estaba allí y la misión que tenía, y si eran españoles mucho mejor, seguramente podrían aconsejarme,  orientarme a la hora de actuar, algo que pudiera ayudarme en la búsqueda. Al llegar fui al bar y pregunté por el encargado, vino el secretario, un hombre de mediana edad que desde el primer momento fue muy amable conmigo. Después de escuchar lo que me había pasado en Mérida y la razón por la que había llegado a Valencia, me hizo una recomendación: no hagas nada.

Me dijo que me hiciera a la idea de dar por perdido todo lo que me habían robado.  El dinero era imposible que lo volviera a recuperar, y sobre los efectos personales, lo que fuera de valor ya lo habrían vendido. Entonces no valía la pena correr ningún peligro. También me aconsejó no enfrentarme a ellos, aquí cualquiera lleva un arma, dijo, y las usan si alguien se les pone por delante.  En este centro no hay un solo socio que no hayamos sido atracados con armas, y algunos más de una vez, a mí mismo un día llegando a casa con la familia en el coche, cuando lo estaba metiendo en el garaje aparecieron dos tipos con escopetas recortadas, nos metieron en casa y tuvimos que darles todo lo que teníamos. En estos casos lo mejor es darles todo, no oponerse ni resistirse, por menos de nada te pegan un tiro. Así actuamos todos, mantenerlos tranquilos y darles lo que piden, luego no sirve de nada denunciarlos, nunca los cogen. En tu caso veo muy difícil que llegues a recuperar nada, incluso aunque por casualidad te topes con ellos, avises a la policía y los atrapen, tampoco, en el supuesto de que aún tuvieran dinero, la cámara o algo de valor con ellos, entonces sería la policía quien se lo quedaría.

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Vista aérea de Valencia

Después de escucharlo mis esperanzas se hundieron casi al completo, me dejaba con la duda de qué hacer, seguir mi plan o renunciar a él, haciéndome a la idea de darlo por perdido como me dijo. Como era ya mediodía comimos juntos en el restaurante que tenían allí, luego me enseñó orgulloso las instalaciones que ocupaban unos cincuenta mil metros cuadrados, donde entre otras cosas había una bolera y diversas pistas deportivas, como el tenis, incluso con una piscina olímpica. Me dijo que era la única en todo el estado y cuando se hacían competiciones de natación a nivel nacional usaban la piscina de la Hermandad Gallega.  Antes de despedirnos me dijo que si necesitaba algo o tenía algún problema podía acudir al centro, y me dio el teléfono por si necesitaba llamar.

En la tarde llegó el momento de actuar o desistir.  Estaba en el proceso de asumir que la pérdida de mis cosas no tenía remedio ni recuperación, pero en mi fuero interno guardaba un profundo resentimiento a los ladrones que me habían robado, por su mala clase de quedarse también con mis efectos personales, como los rollos fotográficos usados o las cosas que después tirarían a la basura, por haberme dejado sin absolutamente nada. Quería encontrármelos de frente, aun sabiendo que no iba a recuperar mis cosas.

Decidí ir al centro comercial, bastante grande y moderno por cierto, en un lugar céntrico de la ciudad.  Confiaba en que si tenían dinero podía volver a verlos allí, aunque temía un poco mi reacción si los veía, si haría caso a la policía, al secretario del centro español o por el contrario no podría contenerme.  Llegado el caso, para mi defensa no portaba nada.

La táctica fue dar vueltas por todo el centro comercial de una forma discreta observando a la gente, estando atento a todo el mundo que se movía al alcance de mi vista

La táctica fue dar vueltas por todo el centro comercial de una forma discreta observando a la gente, estando atento a todo el mundo que se movía al alcance de mi vista.  Tan importante era verlos a ellos como que ellos no me vieran a mi.  Cualquier lugar allí podía ser el indicado para tropezarlos, las salas de cine, los restaurantes, las tiendas, la bolera, cualquier lugar que tuviera interés para gente joven.

Me pasé la tarde vigilando a toda la gente que entraba o paseaba en el centro comercial hasta casi la hora de cierre, sin suerte de verlos por allí en ese primer día.  Del centro comercial me fui a cenar y de allí al hotel, sobre las diez de la noche. En la calle había poca gente caminando, creo que yo era el único y eso me daba poca seguridad, el indice de criminalidad en Valencia era alto, hasta que no llegué al hotel no me vi tranquilo.

Al día siguiente regresé por la mañana al centro comercial, aunque a esas horas no tenía muchas esperanzas de que fueran por allí.  A la hora de comer volví a la Hermandad Gallega, su restaurante estaba abierto a socios y no socios, primero tomé algo en el bar, donde había un par de españoles con los que hablé, poco después llegó el secretario y hablamos los cuatro. Luego de contarle que el día anterior pasé toda la la tarde en el centro comercial me reprobó que hubiera tomado esa decisión, no iba a recuperar nada, en cambio podía encontrarme en un serio problema si llevaban armas. Los otros dos pensaban igual, los tres me quitaron ideas de  que fuera al centro comercial, era una tontería, aunque pudieran ir por allí era mejor no encontrarlos, no sabía las consecuencias que eso podía traer para mi.

Me iba convenciendo de que todos tenían razón, ellos eran españoles que vivían allí desde hacía muchos años y conocían bien la situación, debía seguir su consejo y dejarlo estar.  Pero por mi terquedad o por la rabia que aún sentía me costaba renunciar. Esa tarde volvía a insistir regresando al centro comercial.

Pasaban las horas de vigilancia con el mismo resultado del día anterior, nada, ni rastro de ellos. Aquello me desanimaba, aunque temía lo que pudiera pasar, deseaba encontrármelos, en el fondo los seguía viendo como simples ladrones que usaban  su apariencia y la astucia para robar y no como delincuentes criminales.

Apuré hasta casi la hora de cierre otra vez, sin suerte, o quién sabe si la suerte era no encontrarlos, pero me sentía frustrado. Hice lo mismo que el día anterior, del centro comercial fui al mismo restaurante, y de allí al hotel.  A esas horas volví a sentir el miedo de caminar solo en la calle, era tarde, había zonas oscuras y en la calle solo circulaban esporádicos coches.  Hasta que llegué al hotel no me sentí tranquilo.  Llamé al timbre, primero había una puerta de barrotes de hierro, para más seguridad, y después una puerta normal de madera. Tuve que insistir en la llamada hasta que vino el recepcionista a abrirme.

Valencia 5
Zona recreativa en Valencia

Primero abrió la puerta de madera, después al ver que era yo abrió la de barrotes y me dejó pasar. Una vez dentro noté enseguida su nerviosismo.  En la recepción me contó lo que acababa de pasar, hacía menos de cinco minutos acababan de marchar dos atracadores que le habían robado. Le pregunté qué había pasado.  Me explicó que llamaron a la puerta, abrió la primera y vio a dos tipos, quienes le preguntaron si tenía una habitación. Como tenían una apariencia normal, les dijo que si y abrió la puerta de barrotes, una vez en la recepción sacaron una pistola y se la pusieron en la cabeza amenazándolo para que les diera todo el dinero que tuviera allí. Como el botín era poco, lo que hicieron a continuación fue ir habitación por habitación atracando a los clientes que se hospedaban en el hotel.  Fue inevitable pensar entonces lo que hubiera pasado de haber llegado un poco antes al hotel, de estar allí habrían entrado  en mi habitación y me habrían dejado pelado de nuevo. En el fondo estaba teniendo mucha suerte.

El chico de la recepción estaba muy nervioso, habían sido unos minutos de pánico y aún le duraba el susto en el cuerpo. Los clientes que se encontraban allí también salieron a la recepción con el susto en el cuerpo y empezaron a comentar entre si lo que había pasado.  Me di cuenta de que ni siquiera dentro del hotel podía uno sentirse tranquilo.

Lo que ocurrió esa noche me hizo recapacitar, verdaderamente era una gran tontería mantener aquel obstinado objetivo, tal como me habían dicho, cualquiera con apariencia normal podía llevar armas y ninguno de ellos tenía problema en hacer uso de ellas. Esa noche tomé la decisión de abandonar, a la mañana siguiente dejé Valencia, tomé un autobús para ir a Caracas y allí otro para Barcelona, encontrarme con mi amiga la auditora era el mejor plan que podía tener para olvidarme del robo.

Venezuela, febrero de 1996

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