La mujer del teniente

Marco Pascual
Viajero
28 de Mayo de 2023
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Con Alen en Zimbawe
Con Alen en Zimbawe

Estaba en Zimbawe y acababa de iniciar viaje desde Bulawayo en el Nissan color mostaza que mi amigo Alen me había prestado. Iba acompañado por Kathy, uma mujer sudafricana de raza blanca de 33 años, descendiente de ingleses, rubia, alta, atractiva, de un carácter sociable y encantador, formaba parte del entorno de amistades de Alen, quien ya hacía algún tiempo me la había presentado, casada con un inglés, el cual trabajaba para Alen. Nos conocíamos de sus visitas a casa de mi amigo, donde yo vivía cada vez que fui a Bulawayo durante las seis veces que viajé allí después de conocerlo, incluso de haberla visitado en su casa junto a Alen y su esposa Lorraine. Kathy no trabajaba, por eso más de una vez me había acompañado fuera de Bulawayo cuando, también con el Toyota pick up que Alen me prestaba, iba a los mercados o donde se producía artesanía para comprar las tallas en madera que luego enviaba a España. 

Un día antes de partir Alen me sorprendió con una pregunta: ¿te importa que te acompañe Kathy en el viaje? Me sorprendió porque esta vez el viaje era de un par de días o quizá tres, el objetivo era ir a Masvingo y luego a Mutare para investigar la zona de esa parte del país en busca de artesanías para comprar.  Alen tenía el concesionario de maquinaria pesada para minería en Zimbawe, por ese motivo me explicó que en la parte donde íbamos tenía un cliente y Kathy podía pasar a saludarlo en su nombre. Le dije que si, no había problema. Además, tener la compañía de Kathy sería agradable y haría más interesante el viaje, aunque pensé que si sólo era para saludar a su cliente podía hacerlo yo perfectamente, incluso aún más sencillo, podía coger el teléfono y hacerlo él mismo.  De todos modos me agradó la propuesta, además no podía negarme a nada que me pidiera Alen, para mí, la mejor persona del mundo.

Había conocido a Alen en mi segundo viaje a Zimbawe, caminando una tarde en Bulawayo en busca de hotel. Había empezado a oscurecer y al verme paró su coche para preguntarme si necesitaba algo. Al decirle que estaba buscando hotel me dijo que se estaba haciendo de noche y no era bueno caminar en la calle, proponiéndome llevarme con él a su casa esa noche y al día siguiente por la mañana podía volver a buscar hotel. Acepté y me subí a su coche.  Alen vivía a siete kilómetros de la ciudad en una gran casa solitaria en un amplio terreno de su propiedad. Al día siguiente, desayunando con él y su adorable esposa Lorraine, me dijo que si quería podía quedarme allí el tiempo que estuviera en Bulawayo. Volví a aceptar agradecido por su invitación. Esa noche había dormido en una buhardilla de unos sesenta metros, pero después me instaló en una casa anexa, donde antes vivían los empleados domésticos, muy parecida a un chalet de aquí, con todas las comodidades de una casa europea. Yo sólo tendría que comprarme comida para hacerme los desayunos y las cenas. 

La amabilidad y generosidad de Alen no tenían límites,  me ayudó en todo y me facilitó enormemente mi trabajo, me prestaba su Toyota para ir a comprar y poder cargar lo que compraba. Cuando fui a las Cataratas Victoria para comprar en su mercado puso a mi disposición un camión de su empresa con el chofer para ir hasta allí, a 440 kilómetros de distancia, y lo mismo cuando más tarde fui a la zona de Masvingo,  yo sólo tenía que poner el gasoil, después me dejaba parte de su almacén para guardar y poder embalar mis compras, encargándose también sus empleados de buscarme las cajas y embalajes para las artesanías rematando su impagable ayuda ocupándose los empleados de su oficina de hacer todos los trámites y papeleos para la exportación y el transporte por tierra hasta el puerto de Durban en Sudáfrica y después en tránsito marítimo en barco hasta Barcelona, todo sin tener que pagarle nada.

"La amabilidad y generosidad de Alen no tenían límites,  me ayudó en todo y me facilitó enormemente mi trabajo"

Como iba cada día al almacén y la oficina, allí conocí también a Alfred, el esposo de Kathy, quien trabajaba como vendedor de maquinaria. Alfred tenía una severa discapacidad, Alen me había contado que conocía a sus padres, ingleses como él, y esa amistad le llevó a ofrecerle trabajo, pues con su discapacidad le sería difícil encontrarlo en ninguna parte. Me dijo que inicialmente lo hizo para ayudarlo, confesándome después que no sólo hacía bien el trabajo, sino que era el mejor vendedor que tenía.

La propuesta de Alen de que me acompañara Kathy me había parecido extraña, al fin y al cabo era una mujer casada y era obvio que íbamos a pasar dos o tres días juntos, incluidas sus noches, pero lejos de molestarme me complacía llevarla conmigo, era encantadora y nos entendíamos bien.

Para llenar un contenedor hacía falta mucho material, por eso Alen me sugirió ir a otras zonas del país para buscar otros mercados y estilos, ofreciéndome uno de sus dos coches  para ir, él incluso me informó de los lugares donde producían otras artesanías. Sólo tendría que preguntar en la zona para encontrar los puntos exactos donde se vendían, indicándome que algunos de esos puntos de venta se encontraban en las carreteras al sur de Masvingo y de Mutare, vías donde transitaban los turistas sudafricanos, y, si me interesaban, podía volver después con su camión para traer las mercancías. Un plan interesante y apropiado.

Íbamos directos hasta Masvingo, un viaje de unas cuatro horas. La carretera estaba en buenas condiciones, por entonces Zimbawe y Sudáfrica ostentaban las mejores carreteras en África, además la ruta se estaba completamente desierta, por lo que podíamos ir rápido.  Allí se encontraba el cliente de Alen que debíamos visitar, por lo que decidimos que iríamos a visitarlo nada más llegar.

Por delante teníamos un largo trayecto y mucho tiempo para hablar, Alen ya me había contado algunos detalles de la vida y de las circunstancias que habían llevado a Alfred, el esposo de Kathy, a su situación actual. Sin embargo con ella no habíamos hablado nada aún sobre eso. Ahora, fuera porque podíamos hacerlo más tranquilamente, porque ambos teníamos más confianza, o tal vez porque le pregunté yo, no lo recuerdo bien, empezó a contarme cómo se habían conocido con su marido y qué le había llevado a dejar Johanesburgo para ir a Bulawayo.

En el año 1979 Kathy era una joven enfermera trabajando en un hospital de Johanesburgo el día en que trajeron a un joven paciente de Rhodesia, como  entonces se llamaba Zimbawe al ser todavía colonia británica, para un tratamiento.  Ese paciente era Alfred, mostrando de cuello para abajo la falta de las funciones musculares de su cuerpo, es decir, una parálisis total. A partir de ese día cambió su vida.

Alfred era joven como ella, antes de verse en esa situación había sido un chico rebelde, mal estudiante, ateo, tomaba drogas y solía hacer todo lo contrario de lo que sus padres le pedían. Cuando llegó a los dieciocho años y en vista de que no quería seguir estudiando, como única forma de corregir y enderezar su anárquica conducta, a su padre se le ocurrió alistarlo en el ejército.  El plan no era que su hijo hiciera carrera militar, sino que estuviera allí por un tiempo para ver si así sometían su indomable carácter.

Un año después sucedió algo que su padre no había previsto. La insurgencia se había organizado y empezó la lucha guerrillera contra el gobierno británico para pedir la independencia de Zimabawe.  Era la guerra. Los rebeldes, liderados por Mugabe, habían formado un partido clandestino donde surgió el brazo armado al que llamaron Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbawe. El gobierno tuvo que hacer frente a las hostilidades guerrilleras y su ejército tuvo que combatir, de manera que Alfred fue uno más de los que se vieron involucrados en esos combates. Durante la contienda Alfred demostró valor y otras importantes aptitudes militares, por lo que en muy poco tiempo fue ascendido a teniente.

Un día aparentemente tranquilo se encontraba con su destacamento de patrulla en una zona de bosque, caminaban por una senda en fila india y él iba el primero.  Cuando menos lo esperaban, de repente y por sorpresa surgió un grupo de guerrilleros camuflados entre la vegetación, uno de los rebeldes se plantó frente a él y disparó.  En disparo fue hecho a poca distancia, quizá poco más de veinte metros, la bala le entró por la frente y le atravesó el cerebro.  Era la forma que tenía la guerrilla de atacar, aparecían por sorpresa, realizaban unos disparos y antes de que los soldados británicos pudieran organizarse huían desapareciendo del lugar.

Alfred cayó fulminado dándolo sus compañeros por muerto.  De todos modos llamaron por radio y pidieron un helicóptero para evacuarlo.  Los ingleses tenían medios y el helicóptero llegó a la posición en poco tiempo.  Se lo llevaron.

El médico que llegó con el helicóptero también pensó que estaba muerto.  Alfred no parecía tener signos de vida, aun así realizó el protocolo habitual de emergencia administrándole los auxilios de urgencia para su reanimación y tratar de estabilizarlo mientras lo llevaban al hospital. Esos primeros cuidados fueron esenciales para que pudiera recuperar la vida que creían tener perdida.

Alfred estuvo durante un tiempo en coma, cuando despertó se encontraba totalmente paralítico.  La bala que le había entrado en la cabeza se había llevado con ella parte de masa encefálica, curiosamente el cerebro funcionaba, lo que no funcionaba era el resto del cuerpo.  El pronóstico en Zimbawe fue pesimista, los médicos le dijeron a la familia que se quedaría así para siempre.

De alguna manera, el padre de Alfred se sentía responsable de lo que le había ocurrido a su hijo, no quiso resignarse a ese diagnóstico y junto con su esposa decidieron llevarlo a un hospital más especializado en Johanesburgo para su tratamiento. Allí les dieron alguna esperanza, pero ninguna garantía.

Fue en aquel momento cuando Kathy conoció a Alfred, formando parte del equipo que debía intentar su rehabilitación.  El tratamiento duró un año entero, periodo durante el cual, el 18 de abril de 1980, Zimbawe proclamó su independencia de los británicos, el fin de la guerra había llegado sólo unos meses después de que Alfred sufriera la emboscada que lo dejó paralítico.

Durante ese año Kathy fue la enfermera encargada de cuidar el proceso de rehabilitación de Alfred, obrándose el milagro, aunque sólo en parte, de la recuperación de su movilidad, de cintura para arriba era capaz de ejecutar movimientos, sin embargo de cintura para abajo seguía completamente paralítico. Kathy pasó muchas horas atendiendo a Alfred, compartiendo algo más que una simple relación entre paciente y enfermera. Había nacido un vínculo que iba más allá de la amistad, había surgido el amor entre ellos.

Llegó el momento de regresar a Bulawayo y Kathy decidió ir con él, deseaba compartir su vida con aquel hombre a pesar de su situación, ella misma le dijo que quería casarse con él.

Le pregunté entonces si su familia estuvo de acuerdo con aquella decisión, no era fácil de entender que una chica joven de apenas veinte años dejara su trabajo, abandonara su país y su entorno familiar para seguir a un hombre que estaba paralítico, con las duras consecuencias que eso iba a conllevar para su propia vida.

Me dijo que sus padres no lo aceptaban, le decían si se había vuelto loca. La presionaron de todas las formas posibles para que fuera consciente de lo que iba a hacer y desistiera de esa decisión. Sin embargo ella se mantuvo firme y se casaron allí mismo, en Johanesburgo.  Así fue como llegó a Bulawayo, casada con su paciente.

En Bulawayo comenzó una nueva vida, completamente diferente a la de otra persona de su edad.  Alfred por su parte, después de despertar del coma había sufrido una gran transformación en su personalidad.  En principio sólo recordaba una agradable y dulce sensación, percibía haber estado dentro de una oscuridad absoluta a la que siguió después una gran fuente de luz, como si hubiera atravesado un túnel y al fondo apareciera una luz que iba invadiéndolo todo sintiendo un plácido bienestar.  Ese claro recuerdo que existía en su mente seguramente correspondía al momento posterior de haber sido alcanzado por el disparo en el que sus compañeros lo dieron por muerto.  Muerto o no, lo cierto es que sí vivió una experiencia muy cercana a la muerte que lo marcó para el resto de su vida.

"Muerto o no, lo cierto es que sí vivió una experiencia muy cercana a la muerte que lo marcó para el resto de su vida"

Algo que no había cambiado en Alfred era su capacidad cerebral, en eso no había sufrido ninguna merma, por el contrario quizá había potenciado su inteligencia. Mantenía además sus sensaciones emocionales, había desarrollado una hasta entonces desconocida disposición a la reflexión y a la vez fortalecido su facilidad de expresión, cuyas palabras solían cautivar a quien le escuchara hablar.  Pero el cambio más radical en su personalidad después de sufrir la parálisi, fue que después de haber sido un joven rebelde, anárquico, que tomaba drogas, de ir contra el sistema y no obedecer a casi nada,  siendo un ateo que se burlaba de la religión, pasó a ser un fervoroso creyente, incluso fue más allá haciéndose pastor protestante.

Alen, que también era creyente, fue uno de los primeros en darse cuenta de la capacidad intelectual que había desarrollado al oírlo hablar en la iglesia en sus discursos  de los domingos, demostrándole que estaba muy capacitado para trabajar, de modo que le ofreció el trabajo de vendedor. Sólo tenía que ir a la oficina, como se desplazaba en silla de ruedas únicamente necesitaba que alguien lo llevara hasta allí, cosa de la que se encargaba Kathy, luego sólo tenía que hablar con los clientes y convencerlos para que compraran sus pesadas máquinas para la minería, convirtiéndose desde el primer día en el mejor vendedor que tuvo.  De esta manera Kathy había entrado a formar parte de las amistades de Alen y su familia.

Kathy me comentó que no sólo su familia y amigos en Sudáfrica le decían que había cometido una locura casándose tan joven con un hombre discapacitado, inútil de cintura para abajo,  sino también allí en Bulawayo, muchos pronosticaron que no duraría mucho junto a su marido, pero todos se equivocaron, allí seguía junto a él después de trece años.

Llegamos a Masvingo y fuimos directos a la oficina del cliente de Alen para transmitirle sus saludos, pensé que habría alguna otra consigna, pero no, realmente sólo era eso. Luego, antes de ir a buscar un hotel, fuimos primero a un restaurante para comer, ya era la hora. La oferta de hoteles era reducida, a pesar de estar cerca Las Grandes Ruinas de Zimbawe, las más antiguas y grandes del África subsahariana.  Encontramos uno que nos pareció adecuado y decidimos quedarnos allí, tuve la duda de si pedir una o dos habitaciones, decidí que lo mejor era preguntarle a Kathy y ella dijo que podíamos compartir habitación.

La habitación era sencilla pero pulcra y amplia, además tenía baño.  Nos aseamos un poco y dejamos sin abrir nuestras bolsas de viaje para salir sin perder tiempo, en África oscurece temprano y era necesario ponerse en ruta de nuevo, había dos puntos que deseaba visitar esa tarde, uno de tallas de madera y otro en distinta dirección de las famosas esculturas Shona, auténticas obras de arte hechas en piedra.

Regresamos al hotel poco después de oscurecer, nos duchamos y nos vestimos para ir a cenar, ya eran las siete de la tarde.  Como el hotel tenía restaurante nos quedamos allí mismo.  El grado de confianza que tenía con Kathy ya era alto, pero después de ese día y de sus confidencias había llegado a un punto superior, no parecía haber secretos para nosotros. Aun así había algo que me rondaba en el pensamiento llenándome de curiosidad. Sin embargo, pese a la confianza que sentía, no me atrevía a preguntar.  En aquel momento mientras hablábamos esperando la cena, finalmente me decidí. Me intrigaba un aspecto de la discapacidad de su marido, sabía que estaba paralítico de cintura para abajo, por lo que le pregunté si su parálisis era realmente completa.  Ella afrontó la pregunta con bastante naturalidad. 

-Si te refieres a si podemos tener sexo, no, no podemos tener sexo físico, sus órganos genitales también están paralizados -respondió con franqueza.

Fue la confirmación de lo que ya suponía, aunque mi curiosidad no se detenía allí, esto me llevaba ahora a otra cuestión: si no podía tener sexo físico con su marido, ¿no lo había tenido con nadie en todos esos años junto a él?.  Pero frené mi curiosidad y no dije nada, creí que eso ya era meterme en su intimidad y, después de todo, pese a la confianza que teníamos, no me daba derecho a ser indiscreto.

Pasadas las ocho y media regresamos a la habitación, teníamos una larga noche por delante. Desde que Alen me propuso ir acompañado por Kathy en aquel viaje tuve el presentimiento de que no fue fruto de la casualidad o de la necesidad de Alen por transmitir saludos a su cliente, sino que él podía ser la pieza que encajaba como colaborador en algún acuerdo entre Kathy y su marido.  Aquella misma noche el enigma se resolvió por sí solo.

Zimbawe, mayo de 1993

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