Navidad en Burundi con Fernando Simón

Marco Pascual
Viajero
25 de Diciembre de 2022
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Fernando Simón con un grupo de niños
Fernando Simón con un grupo de niños

El lunes 23 de diciembre a las cinco de la tarde salía un barco del puerto de Bujumbura, Burundi, para hacer la travesía del lago Tanganika.  Había quedado allí con mis amigas Julie y Karen para tomar juntos ese barco.  Ese mismo día logré a duras penas cruzar la frontera desde Ruanda y llegar a Bujumbura, pero el retraso en la salida del transporte y los posteriores puestos de control del ejército en la carretera, me hicieron llegar veinte minutos más tarde y perder el barco.

Tuve que resignarme. Tocaba pensar qué iba a hacer hasta la salida del próximo barco al lunes siguiente.  Lo primero que hice fue ir al Club Náutico, mis amigas me dijeron que pensaban quedarse allí con su Land Rover, ya que sería más seguro para dormir en él.  Albergaba una pequeña esperanza que ellas tampoco hubieran podido tomar el barco y nos encontráramos allí.

Al llegar al Club Náutico pregunté por ellas, el camarero llamó al jefe y éste vino a hablar conmigo. Me llevó a la terraza y me dijo señalando el barco sobre el horizonte del lago: allí están.

Fernando Simón en su consulta del hospital
Fernando Simón en su consulta del hospital

El dueño era un luxemburgués que se llamaba Eduard y hablaba perfectamente el español.  Como aún no había comido nada ese día me quedé a cenar allí, entre tanto tenía que decidir qué iba a hacer después.  Era el único cliente ese día, supongo que cosas de la guerra que se vivía en Burundi en esas fechas, o quizá porque ya era tarde y había toque de queda a las ocho de la noche.  Eduard me preguntó si tenía hotel, le dije que no, había ido allí directo desde el puerto.  Como ya era tarde para ponerme a buscar hotel, me ofreció su casa, esa noche podía dormir allí.

Abandonamos el Club Náutico cuando ya eran las ocho, si nos encontrábamos con alguna patrulla íbamos a tener problemas, a esas horas todo el mundo debía estar en sus casas.  Me pidió que tuviera preparado el pasaporte y enfilamos las calles a toda velocidad, también la adrenalina corría por mis venas a alta velocidad.  Por suerte no nos topamos con los militares, de haber sido así lo más probable es que Eduard hubiera perdido la recaudación del día y yo lo que hubieran podido sacarme, quizá todo lo que llevaba.  Los militares solían tener dos condiciones: soldados por el día, ladrones por la noche. 

Eduard era de esa estirpe de expatriados europeos residentes en África, mezcla de hombre de negocios y aventurero.  Exponerse a una detención, una extorsión o una bala, por entonces resultaba algo cotidiano.  Estaba divorciado y vivía solo en su casa, donde uno tampoco podía estar tranquilo, los militares ya habían asaltado varias casas de blancos europeos, de manera que no dejaba de sentir cierto miedo que eso le ocurriera a él.  Vivía como un topo, con todo cerrado y fortificado, cortinas echadas y luz de velas.  Con la casa en penumbra sacó dos cervezas y nos acomodamos para hablar.

Al día siguiente debía tomar la decisión de qué hacer, no tenía ningún plan. Fue Eduard quien me sugirió algo interesante. Me comentó que en un pueblo del norte llamado Ntita había un médico español trabajando para Médicos del Mundo, como ya estábamos a 24 de diciembre, me recomendó que sería más agradable pasar la Nochebuena en compañía de otro español, de paso conocía algo del país antes de partir en el próximo barco.  Una excelente idea.

Iniciando el camino a Ntita
Iniciando el camino con Ntita

A la mañana siguiente salimos juntos en su coche, me dejó en la estación de minibuses para informarme de las horas que podía tomar uno para Ntita y luego podía ir al centro para explorar la ciudad, Eduard llevaría mi mochila al Club y yo iría allí al mediodía para comer y recoger la mochila.

Tal como imaginaba, me dijeron que podía ir en cualquier momento del día hasta las cuatro de la tarde.  Después fui a desayunar, por recomendación de Eduard me dirigí a una pastelería griega, allí tomé el mejor yogur que había probado nunca, me bebí un litro.  Era el tamaño normal, me dijeron al traerlo.

La ciudad no tenía nada de especial, se veía sencilla, pobre y fea. Al mediodía llegué al Club Náutico, un microparaiso en Bujumbura.  Hice una comida ligera, recogí la mochila y me despedí de Eduard agradeciéndole su hospitalidad.  Partí dispuesto a renovar las negativas sensaciones que había recibido el día anterior al llegar a Bujumbura.  Me fui sabiendo que sólo tenía un visado de tránsito de 24 horas, pero de haberme esperado a conseguir un visado turístico no hubiera podido ir a Ntita al encuentro con el médico español y quedarme allí la Navidad, de forma que decidí arriesgarme a las consecuencias. 

Saliendo de la capital los controles no eran tan exhaustivos y perdimos menos tiempo en el viaje, me habían dicho que el minibus pasaba por Ntita, pero lo cierto es que su destino era Gitega, allí tuve que tomar otro minibus, de nuevo me aseguraron que éste pasaba por Ntita, pero cuando llegamos al punto donde tenía que bajar no veía el menor rastro de ninguna población. Al ver mi desconcierto los demás pasajeros me mostraron una pista de tierra, el desvío para ir a Ntita, y aún falataban unos quince kilómetros.  Lo peor era que a partir de allí ya no había más transporte, debía ir por mis propios medios, y los únicos que tenía eran mis piernas.

Iglesia en Burundi
Iglesia en Burundi

Me quedé en la carretera con mis bultos y mi preocupación, no sabía qué hacer, ¿echaba a andar o esperaba el paso de algún vehículo?.  Frente a mi sólo tenía una pista de laterita roja que se perdía entre verdes colinas pobladas de vegetación. Metido en mis dudas aparecieron de improviso dos hombres en bicicleta.  Sin duda me habían visto desde algún lugar y venían para ofrecerme transporte.  Parecía una alternativa conveniente, por no decir la única, de modo que discutimos el precio y llegamos a un acuerdo, uno llevaba mi mochila y el otro me llevaba a mi.

El inicio de la ruta parecía uniforme y sin baches, pero eso duró poco, Burundi es un país muy montañoso donde colinas y picos se suceden sin parar, asi que pronto empezaron los sube y baja de las constantes pendientes y los baches de medio metro producidos por las rodadas que dejaban los vehículos después de las inundaciones, dejando tramos absolutamente intransitables donde teníamos que bajarnos de las bicis e ir a pie. 

A falta de pocos kilómetros para llegar pasó un Land Rover y se detuvo, su conductor me invitó amablemente para llevarme a Ntita. Pagué lo convenido a los esforzados ciclistas y cambié de vehículo.  Poco más tarde el chófer me depositó en la puerta de la casa donde vivía el médico español.

Me abrió una señora de mediana edad, la sirvienta, haciéndome saber que el doctor no estaba en casa. Que mala suerte, pensé.  Como era blanco y debió pensar que era alguien de su familia que iba a visitarlo me hizo pasar dentro diciéndome que esperase, el doctor llegaría más tarde.  Me quedé en la terraza, que me proporcionaba una amplia y bella estampa de las colinas alrededor.

Cuando llegó el médico y entró en la terraza se quedó mirándome extrañado, al parecer la sirvienta le había dicho que habia llegado desde España alguien de su familia, de modo que al verme debió llevarse una decepción.

El médico era bastante joven, nos saludamos y me presenté, al decirle que era de Huesca la seriedad de su rodtro se transformó en cordialidad, él era de Zaragoza y ser de la misma tierra ya era un punto que nos acercaba.  De inmediato solucionó mi alojamiento invitándome a quedarme en su casa los dias que quisiera.

Por esos azares de la vida, había llegado en Nochebuena a la casa de Fernando Simón, el célebre portavoz del gobierno desde que empezó la pandemia del covid.

Fernando había estado trabajando hasta ese momento, ahora iba a preparar las cosas para celebrar una pequeña fiesta de Navidad con sus colaboradores del hospital allí en la terraza de su casa.  Al poco empezaron a llegar sus trece enfermeras y un enfermero, todos burundeses, juntos comenzaron a prepararlo todo.  Fernando había comprado una garrafa con unos diez litros de cerveza local y una caja de cerveza corriente, para comer había previsto brochetas de carne asadas, mazorcas de maiz y unas frituras típicas hechas de vegetales mezcladas con carne y rebozadas de harina. Poco más tarde se incorporaron tres técnicos del Ministerio de Sanidad que aprovechando las vacaciones de Navidad Fernando había contratado para dar unos cursos de higiene y salud a los maestros de aquella zona del país para que ellos después las impartieran a sus alumnos.

Luego llegaron tres personas más. Javier, otro médico español de UNICEF en Bujunbura, su novia burundesa, y otra médica japonesa compañera de Javier.   Estuvimos todos hablando, comiendo y bebiendo hasta después de oscurecer.  Mi viaje en África me estaba proporcionando grandes emociones y bonitas sensaciones, pero la de ese día de Nochebuena fue una de las más especiales, nunca, ni siquiera horas antes, hubiera podido imaginar que iba estar en África con amigos españoles y burundeses celebrando la Navidad, lejos de mi familia pero en tan extraordinaria compañía.

Ya de noche se marcharon todos a sus casas, todos menos los técnicos de sanidad encargados de impartir los cursos, sin duda pensaban que ese día habría una cena especial y permanecían allí en espera de que Fernando los invitara.  Él no supo echarlos, pero resistimos impasibles hasta que se marcharon, aunque agotaron el tiempo al máximo. Cuando por fin nos dejaron Fernando le dio orden a la sirvienta de preparar la cena.

La de ese día fue una de las cenas más especiales de Nochebuena que he vivido, la comida era sencilla, nada fuera de lo ordinario, lo excepcional era estar reunidos allí, tres españoles, una burudensa y una japonesa, celebrando la Navidad en aquel remoto lugar de África. Fernando guardaba una botella de vino traída de España que descorchamos para aquel momento especial y del que disfrutamos cada gota que pasaba por nuestras gargantas. Como en el pueblo no había luz eléctrica la iluminación era de velas, lo cual convertía la velada en una noche aún más idílica, acomodando nuestros espíritus al confort del placer que nos hacía sentir aquel encuentro.

Atrapados por la magia que despedía aquella noche entre luces de velas, estuvimos hablando y contando historias de nuestras respectivas experiencias, Javier, con su sentido del humor y fina ironía, era quien más capitalizaba la atención contándonos las extrañas historias vividas allí como médico haciéndonos reír con sus bromas y sus aventuras vividas en África.  Sólo dos semanas antes viajando los dos en el coche de Fernando un día que había ido a Bujumbura a comprar medicamentos para el hospital, fueron tiroteados por el ejército en un cruce de calles dentro de la ciudad.  Aún estaban las marcas en el vehículo del impacto de un par de balas en la parte trasera.  Obligados a detenerse, en el registro los militares le robaron a Fernando todo el dinero que llevaba con él para la compra de las medicinas, pero por suerte conservaban la vida y podían estar allí en ese momento celebrando la Navidad. Aún esto Javier se lo tomaba con sentido del humor haciendo bromas.  

Prolongamos aquella humilde celebración hasta pasado algo más de la medianoche, una Nochebuena particularmente emocionante e inolvidable para mí.

Burundi, 24 de diciembre de 1991

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