Una noche con Elle Macpherson

Una bonita velada con la prestigiosa modelo en las playas de Bali, con champiñones mágicos incluidos y viaje en moto

Marco Pascual
Viajero
14 de Enero de 2024
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Marco Pascual en Bali. "Una noche con Elle Macpherson"
Marco Pascual en Bali. "Una noche con Elle Macpherson"

Por casualidad una noche conocí a Livio en un bar de Bali. Livio era italiano y al igual que yo viajaba solo.  Era un tipo enormemente atractivo, un Brad Pitt en moreno, pero más alto, calculo que cerca del 1,90, y con un cuerpo escultural.  Llevaba una larga melena de pelo lacio, de piel morena y, a diferencia de un italiano clásico, hablaba poco. En cuanto a la personalidad, su atractivo no era menor que el físico, entre ambas cosas seducía con facilidad a las chicas. Solo con su presencia atraía la mirada y los comentarios de todas las turistas. Para mí lo mejor de Livio es que era un tipo sencillo, amable y nada vanidoso. Conectamos bien y esa misma noche comenzó una amistad que duró casi un mes, justo hasta su regreso a Italia.

Yo trabajaba durante el día, de modo que quedábamos por la noche a cenar y a partir de allí hasta que aguantara el cuerpo. Conocía un sitio clandestino donde preparaban “magic mushrooms”, en español champiñones mágicos, unas setas alucinógenas que contienen sustancias psicoactivas. Le dije a Livio si quería probar y a partir de ese momento cada noche después de cenar y antes de ir a las discotecas nos tomábamos nuestra ración de setas. A veces íbamos con amigas que seducidas con el efecto también querían probar, aunque si era la primera vez las tomaban cocinadas en tortilla, y luego, por temor a que les sentara mal, sólo comían la mitad, de manera que su otra mitad la comíamos Livio y yo además de nuestra propia tortilla, lo que nos producía después una sobre estimulación que nos duraba la noche entera.  Estos hongos suelen alterar tanto la percepción sensorial como el estado de conciencia dentro de un placentero estado de relajación, dando como resultado extrañas pero fantásticas alucinaciones. Tienen otro efecto, que era el que Livio y yo buscábamos, crear un estímulo que llegaba a la euforia pero sin perder la percepción de las cosas. Para conseguirlo sólo había que estar activo, despierto, abierto a las cosas y la gente de alrededor. 

Después de tomar nuestra dosis y hasta que empezara a hacer efecto, íbamos al Café Luna, un bar bastante grande de gente guapa, europeos en general e italianos en particular. Cuando notábamos que el efecto empezaba a llegar, después de una media hora, dejábamos la tranquilidad del Café Luna y pasábamos al Goa 2000, el bar musical de más ambiente en la calle Legian. El efecto que las setas solía producir en mé era como una transformación de la personalidad. Para empezar era dicharachero, reía mucho y fácilmente, hablaba inglés con fluidez y mi cabeza se volvía brillante, hasta yo mismo me sorprendía al ver lo fácil y natural que me salía todo sin ningún esfuerzo. Por otra parte, también se producía una alteración en los sentidos, adquirían una mayor sensibilidad y, en según qué circunstancias, provocando divertidas distorsiones. Si por ejemplo estaba hablando con una chica y la miraba fijamente a la cara más de cinco segundos, su rostro se distorsionaba tomando extrañas y a veces monstruosas formas. Mi reacción al percibir esto era simplemente reír, reír con una risa tonta viendo el resultado de mi visión, lo que dejaba extrañada a la chica, seguramente preguntándose de qué me reía. Pero debía ser una risa inocente, limpia y natural, porque nadie se lo tomaba a mal. Es más, cuando Livio y yo nos reíamos juntos la gente que estaba a nuestro alrededor nos observaba extrañados sin comprender, intrigados por el origen de nuestra risa, lo que aún nos provocaba más risa y nos convertía en mayor centro de atención en el bar, y si a eso se le añadía el poderoso atractivo físico de Livio, no había un minuto en toda la noche que no hubiera chicas a nuestro alrededor. Por supuesto Livio era quien polarizaba la mayor atención de ellas, quienes muchas veces parecían competir por conquistarlo. Sin embargo, él creo que se divertía más en aquel juego que nos llevábamos a la casual compañía de una de las chicas. Aun así, varias noches cada semana terminaba con una chica distinta en la cama del hotel, eso después de separarnos cuando después de quemar la noche, ya casi al amanecer, yo tenía que ir a dormir porque a las ocho debía levantarme para ir a trabajar.

"Livio exclamó: ¡mira, Elle Macpherson!. Me giré para ver y sí, allí justo al lado se encontraba Elle Marpherson"

Una de esas noches, después de haber tomado nuestra diaria ración de champiñones mágicos, llegamos al Café Luna, que ya se encontraba lleno. Mirando por una mesa libre, Livio exclamó: ¡mira, Elle Macpherson!. Me giré para ver y sí, allí justo al lado se encontraba Elle Marpherson sentada a una mesa con una amiga suya, pasando desapercibida para todos. Yo tampoco me había dado cuenta de que era ella hasta que Livio me lo dijo, allí parecía una turista más. Elle Macpherson era una de las top models más importantes en el mundo de la moda de los años noventa y estaba allí mismo, a escasos tres metros de nosotros.  La verdad que vestía de forma discreta, lucía poco maquillaje y no destacaba especialmente entre las demás chicas, cualquiera de las asistentes allí iba más emperifollada que ella.

-¿Qué hacemos? -me preguntó Livio.

-Vamos a decirle algo -le respondí.

Nos acercamos a su mesa y saludamos a las dos. No recuerdo qué les dijimos de entrada, pero al poco nos sentamos junto a ellas, no sé si nos invitaron o nosotros mismos tomamos la iniciativa.  Poco después Daniela, la manager del local originaria de Sumatra y amiga mía desde hacía tres años, me vio y vino a saludarme. Tampoco ella se había dado cuenta de que tenía allí a Elle Macpherson. En cuanto se lo dije mandó a los camareros preparar otra mesa para nosotros dándonos un tratamiento vip, de manera que nos cambiamos a una mesa mejor situada y con más espacio.

A la euforia de encontrarnos con la modelo y estar con ella, se unió la euforia de los champiñones emergiendo en nuestro cerebro. La verdad que no sufrimos el rechazo por parte de ellas, ni siquiera una mala mirada o una fea palabra, sólo ligeras sonrisas y asentimiento al escucharnos. De entrada se habían tomado bien nuestro asalto. Creo que las dos debían estar un poco aburridas y nuestra presencia no solo no les desagradaba sino que quizá las complacía.

Desde el primer momento quienes dirigían la conversación éramos Livio y yo. Ellas se limitaban a escuchar y emitir breves comentarios, la amiga hablaba más, Elle sin embargo parecía más reservada, incluso diría que parecía tímida. Lo cierto es que allí estábamos en nuestro terreno y junto al efecto de los champiñones supimos captar su interés con nuestra desenfadada actitud. Sus ligeras sonrisas iniciales fueron convirtiéndose en abiertas sonrisas, nos habíamos ganado su confianza y aceptación.

Estuvimos hablando y riéndonos cerca de una hora, demasiado tiempo estáticos en un mismo lugar. Livio y yo necesitábamos algo de acción, de manera que les propusimos un plan para esa noche: irnos juntos a una discoteca. Ellas se miraron, como pensando en la respuesta. Pero no les dimos la opción de rechazar el plan, aunque ciertamente no nos costó mucho convencerlas para que se vinieran con nosotros. Creo que entre eso o irse ellas solas por su cuenta, nuestra opción era más divertida. 

Les dijimos que íbamos a llevarlas a una nueva discoteca que había abierto hacía poco tiempo y que la mayoría de turistas desconocía, un lugar único y diferente que les iba a gustar. Salimos del Café Luna y fuimos por nuestras motos, ellas pensaban que íbamos a tomar un taxi, pero finalmente accedieron a subirse con nosotros a las motos. Elle Marpherson se subió a la de Livio y su amiga a la mía. El problema era que no teníamos cascos para ellas, de manera que tuvimos que tomar dos cascos prestados de otras dos motos aparcadas junto a las nuestras. En principio se mostraron un poco reacias, pero les dijimos que eso pasaba todas las noches, que era bastante normal (cosa cierta), y quienes fueran a buscar las motos y se encontraran sin sus cascos tomarían otros de las motos más cercanas.  Entendieron esta forma de resolver el problema y aceptaron los cascos, creo que incluso aquello les resultó algo excitante. Luego, siguiéndolos detrás, con la amiga de Elle reímos viéndolos a ellos sobre la moto, una moto de 125 c.c. con dos pasajeros patilargos cuyas piernas sobresalían exageradamente. Al ir despacio para salir del aparcamiento la moto zigzagueaba de forma inestable, por lo que Elle, que se había subido sin sujetarse, no tuvo más remedio que abrazarse a Livio para no caer.

El problema era que no teníamos cascos para ellas, de manera que tuvimos que tomar dos cascos prestados de otras dos motos aparcadas junto a las nuestras

Normalmente Livio y yo solíamos ir a la discoteca Double Six, la más popular y con mejor ambiente de Bali, también en Legian y junto a la playa, pero pensamos que era mejor ir a una nueva, con un concepto más original y mayor encanto. Era un lugar a cielo abierto cuyo interior parecía más un precioso jardín botánico que un lugar para bailar, había árboles de diferentes clases, plantas tropicales, jardines con abundantes flores, componiendo un diseño realmente cautivador, entre árboles y plantas había luces colocadas estratégicamente, combinando las zonas iluminadas con las de cierta oscuridad, donde uno si quería podía ocultarse entre la vegetación y pasar desapercibido. Las mesas y butacas estaban distribuidas igualmente entre los árboles y plantas, por supuesto también había una barra de bar y camareros que atendían las mesas, y en la  zona central la pista de baile, la única parte con cemento, el resto era de tierra o gravilla, con las luces propias de cualquier discoteca y el sonido de la música. Allí se podía beber, bailar, conversar y disfrutar de la noche de una manera distinta, al tiempo de tener la sensación de estar en plena naturaleza, donde al mirar a lo alto el único techo que se veía era el cielo lleno de estrellas.  Tanto a Elle como a su amiga les encantó.

Aquella discoteca era ciertamente un lugar altamente romántico, pero quizá no era el lugar más apropiado para nosotros. Íbamos a velocidades distintas, ellas calmadas, serenas, receptivas pero sin estímulos visibles, y nosotros más dinámicos en palabras, en  movimientos, en gestos y en iniciativas, ellas parecían estar cómodas, pero les faltaba chispa, les faltaba haber probado unos champiñones mágicos.

A las dos de la mañana les propusimos otro plan: ir a la “Ibiza party” de esa noche.  Un par de veces por semana se organizaban fiestas en la playa que llamaban Ibiza party, esa noche había una en la playa de Jimbarán, en realidad en una cala unos kilómetros más adelante, hasta donde se tardaba en llegar unos veinte minutos. El plan las seducía, aun así parecían tener algunas reticencias. Otra vez tuvimos que convencerlas, si bien es cierto que sin mucho esfuerzo, en el fondo la idea les atraía. Sólo tuvimos que mentirles un poco diciéndoles que estaba cerca, pues ellas propusieron ir en un taxi.

Al llegar se mostraron un poco en desacuerdo por haber ido en moto, les pareció mucha distancia, pero les mostramos el parking, estaba lleno de motos y ni un solo coche, allí todo el mundo iba en moto. Luego, al llegar a la cala en la playa la sonrisa de sus labios nos mostró que el lugar les gustaba, la verdad que no era para menos. Bajo las rocas estaba montado el puesto de el DJ sobre una elevada tarima con unos potentes altavoces a ambos lados, y a ambos lados también, pero más separadas, dos grandes hogueras ardiendo e iluminando la noche, frente a todo esto la playa y la gente, algunos y algunas, que habían llevado sus bañadores, bañándose en el mar. Era una imagen idílica.

Todo ese conjunto de cosas unidas formaban una perfecta sintonía entre la transmisión y recepción de emociones que llegaban a nuestros sentidos.

Tuve la impresión de que ellas no estaban acostumbradas a saltarse ciertas normas, a salirse de sus rutinas, a sentirse con la libertad de hacer lo que quisieran, porque creo que para ellas eso les parecía una aventura. 

También había una barra de bar donde se vendían bebidas, esta vez ellas rehusaron tomar algo, pero después de insistir no pudieron negarse a probar “arak madú”, una bebida típica hecha con limonada natural, miel y arak, un licor balinés. Les encantó. Seguramente aquella noche estaban rompiendo unas cuantas reglas.

La naturalidad era el principal ingrediente de aquella fiesta, de cuya atmósfera emanaban cautivadoras sensaciones. Bailamos sobre la arena, nos sentamos en ella observando el brillo de la luna sobre el mar, escuchamos la música mientras tomábamos arak madú, todo aquello era bastante normal. Lo excepcional era que estábamos haciéndolo junto a Elle Macpherson, y todo ese conjunto de cosas unidas formaban una perfecta sintonía entre la transmisión y recepción de emociones que llegaban a nuestros sentidos.  El colofón de aquellos momentos extraordinarios lo ponían los champiñones mágicos, sólo con posar la vista en la lejanía de las estrellas y ser invadidos por  fantásticas alucinaciones.

Livio y yo nos habíamos dejado llevar por nuestros impulsos, en buena parte potenciados por el efecto de los champiñones mágicos, ellas sin embargo no perdieron la compostura en ningún momento. Sobre las cuatro y media de la mañana nos pidieron regresar al hotel. Las llevamos y nos despedimos allí, a las puertas de su hotel,  agradeciéndonos por haberlas acompañado esa noche, añadiendo que habían disfrutado mucho con nosotros y dándonos un pequeño abrazo como fin de la pequeña aventura que significó el encuentro con Elle Macpherson.

Bali, julio de 1995

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