Pánico en Panamá

Una peripecia sobrecogedora en un país donde la vida vale poco para los delincuentes y la policía se lo toma con "tranquilidad"

Marco Pascual
Viajero
12 de Febrero de 2023
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Llegada en barco de turistas panameños. Aquí el autor sintió pánico
Llegada en barco de turistas panameños. Aquí el autor sintió pánico

Después de unos días en Puerto Viejo, Costa Rica, crucé la frontera a Panamá, se acercaba el carnaval, había leído que el más famoso era el de Las Tablas, aunque antes de ir allí pasaría los días previos en Bocas del Toro, un archipiélago  considerado el lugar más turístico de Panamá.

Lo que no sabía es que el país ya estaba en vacaciones y no quedaba alojamiento libre en Bocas del Toro.  No me quedó otro remedio que andar por la calle e ir preguntando en las casas si me alquilaban una habitación.  Tuve suerte, una señora mayor que vivía sola y tenía espacio en casa me la alquiló.  Era una casa de planta baja de madera, sencilla pero bonita y acogedora, mejor que un hotel, pensé.  La señora me dejó una llave para que entrara y saliera de la casa cuando quisiera.

Me fui a dar una vuelta de reconocimiento por la pequeña ciudad al borde del mar, no había playa, pero la exuberante vegetación tropical bordeando la costa ofrecía bonitas vistas, las playas tropicales de arena estaban en otras islas a las que se debía  ir en barca.  Junto al puerto había una agencia donde se podían comprar los pasajes para ir a las otras islas o hacer un tour por ellas, incluido uno en el interior para conocer su flora y fauna. De momento, ese día iba a quedarme en Bocas del Toro y así ir conociendo todas las posibilidades que ofrecía aquel sitio, a los ojos y al espíritu muy agradable. Pensaba estar unos cuatro días, con lo que tendría tiempo para visitar las otras islas antes de ir al carnaval de Las Tablas.

Al mediodía coincidí con una pareja de argentinos y comimos juntos en un restaurante junto al mar, quedamos en vernos por la tarde para salir a tomar algo antes de la cena.  La verdad que no había mucho que hacer, la ciudad era pequeña, el centro se veía animado con el turismo nacional que había llegado a pasar sus vacaciones. Según parecía la actividad principal era visitar y pasar el día en las otras islas, cosa que dejé para el día siguiente.

Poco antes de la hora convenida para verme en un punto con los argentinos empezó a llover, tuve que regresar a la casa para refugiarme del chaparrón que estaba cayendo. No paró en más de una hora. Salí después pero ya no vi a la pareja de argentinos, imaginé que con la lluvia ellos tampoco salieron.  Tuve que buscar un sitio para cenar. Allí conocí a un panameño de unos treinta y tantos años que también había ido solo, hablamos de lo que podía hacerse allí en la noche y él me comentó que iba a ir a un bar discoteca que solía estar con buen ambiente para bailar.  Me dijo el nombre y donde se encontraba, animándome a ir.  Le dije que si, iría más tarde, de modo que quedamos en vernos por la noche.

Después de salir del restaurante comenzó a llover de nuevo, menos fuerte pero igualmente molesto para estar en la calle, de modo que me retiré de nuevo a mi alojamiento.

Sobre las once de la noche paró de llover, estuve dudando si ir o no ir, pero finalmente lo hice, quería conocer cómo estaba el ambiente en Bocas del Toro.  Al ser de noche debía seguir una ruta con referencias para no perderme.  La referencia era fácil, salí a la calle tomando dirección al aeropuerto, llegando a la calle que cruzaba donde al otro lado había una valla que delimitaba la pista de aterrizaje, y giré a la izquierda.  La calle de tierra se encontraba  embarrada y con charcos que había dejado la lluvia, ahora sólo tenía que seguir de frente hasta llagar a otra valla que seguía delimitando el aeropuerto y girar de nuevo a la izquierda, el trayecto era en forma de ele y finalizaba en el centro.  El aeropuerto, incrustado dentro de la ciudad, me servía de guía.

La calle paralela al aeropuerto desembocaba en la calle principal, una vez allí tenía que girar a la derecha y atravesar todo el centro pasando por la plaza Simón Bolivar,  casi tenía que atravesar la ciudad de lado a lado hasta llegar a un sector cercano al puerto, donde se encontraba el local de música y baile.  Durante el recorrido no recuerdo haberme encontrado con nadie, seguramente la lluvia había retraído a la gente a salir esa noche. Salvo la parte central de la Plaza Bolivar el resto de las calles tan apenas tenían iluminación, la verdad es que no acababa de sentirme muy seguro caminando en solitario. Por el día se veían muchos policías, tanto a pie como en vehículos patrullando entre la gente. Sin embargo, por la noche no vi ni uno.

Llegué al local, era bastante grande, parecía un almacén, había una gran barra de bar y sonaba música latina, no fue difícil encontrar a la persona con la que había quedado allí, el sitio se encontraba prácticamente vacío, unas ocho personas nada más.  Estaba sentado a una mesa con otras dos personas, nos saludamos y me hizo un gesto para que me acercara.

Me aseguraron que llegaría más gente, más chicas, pues sólo había dos.  Pedí cerveza y me senté con ellos. 

Pasaba el tiempo y seguíamos igual, el lugar carecía de ambiente por completo, no veía el aliciente para quedarme allí por ningún lado, me hubiese marchado nada más tomarme la cerveza.  El amigo sin embargo parecía pasarlo bien, de vez en cuando salía a bailar con una de las chicas, después las dos se unieron a la mesa con nosotros mientras yo permanecía callado y aburrido, pensando que haber ido allí estaba resultando una pérdida de tiempo.  Deseaba marcharme, pero a medida que pasaba la noche más dudada de volver solo, sabía que el amigo vivía en la zona donde yo estaba alojado y esperaba irnos juntos, la única razón para seguir allí.

Pasada la una de la mañana le pregunté hasta cuándo pensaba quedarse allí, él respondió que aún era pronto, que pidiera otra cerveza y sacara a bailar a la otra chica.  Se veía que él estaba a gusto y no tenía intención de regresar, menos aún después de estar intentando ligar con una de las chicas.  Me quedé estudiando la situación, cuanto más tarde irme, peor, pensé.  Di por sentado que tendría que volver solo a la casa, de manera que decidí hacerlo ya.  Me despedí del grupo y salí fuera, era la una y veinte cuando en absoluta soledad  enfilaba la calle de nuevo, arrepentido de haber salido.

Un rincón en Bocas del Toro
Un rincón en Bocas del Toro

En mi cabeza estaba realizar el mismo recorrido que tenía memorizado sin equivocarme para llegar a casa, y por otra parte observar bien a mi alrededor aguzando todos los sentidos.  No me sentía seguro. Llegué al centro, al pasar por la plaza Simón Bolivar, una plaza arbolada con un monumento al Libertador en el centro, había un grupo de chicos sentados a los pies de la estatua, eran seis y una bicicleta.  Los miré de reojo, la primera impresión me dio mala espina.  Hubo un instante en el que se encontraron nuestras miradas, algo me decía que podían ser una pandilla de delincuentes. Me puse alerta por si tenía que  correr.

Crucé la plaza sin ver nada raro, seguían inmóviles observándome en silencio.  La desconfianza que me hicieron sentir me puso en tensión.  Unos metros más adelante miré hacia atrás y vi que tres de ellos habían echado a andar en mi dirección.  Las alarmas se activaron. Venían tres, uno de ellos con la bici. ¿Era casualidad que se marcharan a su casa justo entonces?, ¿casualidad que tomaran la dirección que llevaba yo?.  No podía saberlo, pero la sospecha era que no.

No sabía cuáles eran sus intenciones, pero podía imaginarlo. Tenía que buscar la intersección para desviarme y coger la calle paralela al aeropuerto, al hacerlo vería si seguían adelante o por el contrario tomaban el mismo camino que yo.  Continué después de doblar la calle y coger la intersección, girando la cabeza cada pocos pasos para ver qué hacían. Los vi aparecer en el cruce y me quedé observando.  Sentí algo de alivio al ver que no, no me seguían, continuaron adelante por la misma calle.  Había sido una falsa alarma.

Tenía que llegar a la calle donde se encontraba  la valla del aeropuerto que doblaba a la derecha en ángulo recto, después continuar hasta un punto donde giraría de nuevo a derecha y enseguida estaba la casa donde me alojaba.  Ese sector no tenía alumbrado público, las únicas luces provenían de las estrellas y de algunas casas que dejaban una bombilla encendida sobre la puerta de entrada. 

De repente, cuando menos lo esperaba, surgieron de la oscuridad tres tipos viniendo hacia mí.  Al ver que uno iba en bicicleta  advertí quiénes eran. Todo mi cuerpo se tensó.  Me di cuenta de que habían seguido adelante para torcer en la calle siguiente y seguir en paralelo a la que iba yo. Como no había cambiado de dirección, sabían que llegaría hasta la valla del aeropuerto y tendría que girar para continuar por esa calle. 

Cuando los encontré de frente, a un lado del camino iba uno con la bici, otro sentado en barra y el tercero por el otro lado. Estaba claro que venían a por mí.

Se tensaron todos mis músculos, había que reaccionar rápido y sólo tenía dos opciones, seguir adelante o dar media vuelta y echar a correr.  No sé por qué, pero decidí continuar. Si tenía que enfrentarme a ellos, mejor de cara.

Al cruzarnos realizaron un movimiento que ya debían tener planeado, el que iba sólo por un lado se vino hacia mí, el que iba sentado en la barra de la bici por el otro lado saltó de ella y se  lanzó hacia mí igualmente, mientras el otro tiraba la bici al suelo para hacer lo mismo.  Querían cogerme entre dos fuegos. La calle no tendría más de cuatro metros de ancha, por lo que a pesar de la oscuridad pude ver sus caras y sus miradas al echarse encima de mi.  Lo que verdaderamente me asustó fue ver que quien se había bajado de la barra de la bicicleta llevaba un cuchillo en la mano, alzándola amenazante hacia mí.  Di un grito de terror a la vez que me protegía con el brazo izquierdo del ataque, sintiendo un choque con alguna parte de su brazo, a la vez que instintivamente me tiré hacia el otro lado para escapar del cuchillo.  Prácticamente me abalancé sobre el otro individuo, que me agarró del brazo para sujetarme.  De un fuerte tirón me zafé de él y con el impulso me salí de la calle embarrada entrando en el césped húmedo de la casa que había enfrente. 

Al  primer paso de contactar con la yerba, resbalé aterrizando sobre el césped. Al caer me vi perdido, me tenían a su merced.  Desde el suelo giré la cabeza atrás para mirar si se echaban sobre mí, fue un momento de verdadero pánico, sabía que en los países centro o sudamericanos la vida no tenía ningún valor para los delincuentes y no dudaban en matar a cualquiera para robarle. Sin embargo vi a los tres inmóviles en la calle mirándome, como dudando qué hacer.  Quizá con el grito que di al ver de cara el cuchillo pensaron que podían haberse despertado los vecinos de la casa de al lado y ver lo que estaba ocurriendo.

En ese segundo de vacilación me levanté del suelo lo más rápido que pude y eché a correr. Corrí con todas mis fuerzas mirando hacia atrás cada poco, era la única forma de escapar,  pero no me siguieron, aún así no paré de correr hasta que llegué a la casa.

Entré con todo el susto metido en el cuerpo y las pulsaciones de mi corazón al mil.  Fui directo al baño, me quité la camiseta y me miré en el espejo, observando si tenía sangre.  Había sentido el contacto con el tipo del cuchillo, no noté ningún pinchazo, pero quizá con la excitación no me había dado cuenta. Estuve un par de minutos mirándome en el espejo para cerciorarme de que no había sangre en ninguna parte de mi cuerpo. Antes de acostarme a dormir, aún regresé de nuevo al baño para volver a mirarme en el espejo, casi no podía creer que no me hubiera pasado nada.  Volví a acordarme de la estampa de San Antonio que mi madre me daba en los viajes, creo que esa noche tuvo que hacer horas extras para sacarme del apuro.

Al día siguiente le conté a mi casera lo que había pasado.  Ella se llevaba las manos a la cabeza implorando a Dios y lamentándose por lo que me había pasado a la vez que daba las gracias por no haberme ocurrido nada.  Ella misma me comentó entonces que hacía unos tres meses a otro chico extranjero que también iba solo lo habían asaltado una noche unos delincuentes para robarle dejándolo gravemente herido.  Se lo llevó una ambulancia a un hospital sin saber ya más de él.

Esa mañana después de desayunar me fui a la policía para denunciarlo.  Escucharon mi relato de lo sucedido. Sin embargo, con algo de desidia por su parte, ninguno pareció inmutarse.  Dijeron que esos delincuentes no eran de Bocas del Toro, seguramente venían de Panamá ciudad.  Sólo me aconsejaron que por la noche procurara no volver a salir, al menos solo.  Aproveché para reprocharles que por el día se veían muchos policías en la calle, y por la noche, cuando podían ser más necesarios, no había ni uno solo. Les pregunté qué pensaban hacer, pero no hubo respuesta, porque en realidad no pensaban hacer nada. Al final dijeron que estarían alerta por la noche con alguna patrulla, pero dudo de que lo hicieran.  Yo tampoco quise comprobarlo. En los días siguientes después de cenar y tomar un trago en una terraza me iba a dormir, la primera noche que salí había vuelto a nacer y no quise tentar más a la suerte.

Panamá, 3 de febrero del año 2001

 

 

 

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