Pederastia en Sri Lanka I

Unas costumbres ajenas a las occidentales que chocan en el caso de las preferencias sexuales

Marco Pascual
Viajero
25 de Junio de 2023
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Viajando en moto en Sri Lanka
Viajando en moto en Sri Lanka

Sé que estoy llegando, lo sé porque mientras me deslizo en mi vieja Honda alquilada en Colombo el aire que choca en mis narices está impregnado del olor a mar. Se trata del Océano Índico, quien con sus aguas azules y olas rebeldes humedecen la brisa que transporta hasta mi olfato el adelanto de su presencia.

La carretera va pegada al mar, serpenteando constantemente. Me gusta inclinar la Honda a un lado y a otro en las continuas curvas en suaves y prolongados movimientos, cada giro a la izquierda sucede otro a la derecha, agarrado al manillar de la moto observo la exuberante vegetación a un lado y los cocoteros al otro junto a la orilla del mar que aparece y desaparece de mi vista, sintiendo una moderada emoción circulando en aquella sinuosa carretera al sur de Sri Lanka.

El ritmo de curvas parece interminable y cuando llego a las rectas éstas se convierten en profundas pasarelas engalanadas por un paisaje intensamente verde donde sobresalen altos cocoteros cimbreándose sobre la carretera por el viento que los empuja. Junto a las curvas, lo que más abunda son los desniveles, las cortas subidas y bajadas no cesan.  Entre curvas y desniveles del ondulado terreno la carretera emerge y se sumerge de improviso como si flotara en un espacio inestable, una circunstancia adicional para hacer más emocionante mi conducción.  A ratos tengo la sensación de que la carretera no es una carretera, que el asfalto negro sobre el que rueda mi moto no es la vía que me lleva a alguna parte, sino la oscura cicatriz que parte en dos el hermoso relieve de aquella superficie caracterizada de idílico paraíso. 

Mi destino es Matara, una ciudad en la costa. Embriagado de aquella maravillosa sensación de libertad, decido interrumpir la marcha desviándome para lanzarme cuesta abajo en busca de la orilla del mar, hipnotizado por su intenso color azul y su salada fragancia que el aire transporta hasta mi nariz  En mi aproximación, los árboles y la enmarañada vegetación que los rodea ponen de manifiesto la belleza salvaje de ese lugar, observando desde el camino arenoso por el que ahora transito la arena blanca de la playa, sus palmeras, el océano infinito, el cielo transparente, empapándome de un placer que estimula todos mis sentidos.

Descabalgo de la moto allí mismo, frenado por la arena de la playa. Toda la orilla se encuentra sombreada por desordenadas hileras de palmeras, teniendo a su retaguardia erguidos cocoteros con sus copas cargadas de abigarrados frutos.  La arena blanca y fina contrasta con enormes rocas negras como meteoritos caídos del espacio, donde acaban estrellándose las suaves olas dejando ligeras capas de espuma.  Ando por la arena en el límite donde llegan las olas, dejando que el agua cubra mis pies y su frescor estremezca ligeramente mi cuerpo, subiéndome después a una de esas rocas que se encuentran sobre la playa sentándome en lo alto, donde percibo una brisa ligera que alivia los verticales rayos de sol.  Mirando a mi alrededor, me doy cuenta que tengo un paraíso a mis pies.

Enfocando mi vista sobre el mar, a cierta distancia observé una visión insólita: pescadores sobre zancos clavados en el agua.  A unos cincuenta metros de la orilla había una serie de palos clavados en el mar sobresaliendo unos dos metros del agua, en el que se veía un trozo de palo cruzado donde se sostenían los pescadores de pie apoyando el cuerpo sobre el palo erguido mientras lanzaban su caña o un simple sedal es espera de capturar su pesca, colgando de su costado una bolsa de plástico donde metían los peces.  Aunque había más palos, sólo cinco de ellos estaban ocupados por pescadores, aún así este método de pesca resultaba una imagen sorprendente que nunca antes había visto en mi vida.  Imagino que serían pescadores pobres, sin recursos para comprarse un simple bote con el que adentrarse en el mar, pero aquel sistema de pesca me parecía un verdadero suplicio teniendo que permanecer allí absolutamente inmóviles encaramados en un palo cruzado en acrobática postura durante horas.

"Se veía un trozo de palo cruzado donde se sostenían los pescadores de pie apoyando el cuerpo sobre el palo erguido mientras lanzaban su caña o un simple sedal"

Sentí admiración por su capacidad de adaptarse a una posición tan incómoda, el único movimiento que les vi hacer fue cambiar la postura de pie por la de agachado, y la de intercambiar un pie por el otro para sostenerse.  Por si fuera poco martirio, era media mañana y el sol pegaba fuerte, ni siquiera se cubrían la cabeza con un sombrero. El resto de los postes seguramente habían sido ya abandonados por los demás pescadores, cada uno era dueño de su palo, que en el futuro heredarían sus hijos.  Alcé la mano agitándola para saludar a los que quedaban, devolviéndome ellos el saludo de la misma forma.

Matara era la ciudad más al sur de Sri Lanka, la guía de viajes la describía como una ciudad con mucha vida, una bonita playa y varias referencias históricas, de modo que reunía suficiente interés para hacerle una visita.  Para quedarme, elegí un pequeño hotel familiar justo frente a la playa. Como todas las playas del país era natural y preciosa, antes de ir al hotel la recorrí de extremo a extremo con la moto para absorber la brisa y la maravillosa vista que me proporcionaba, totalmente desierta. Allí no existían los comunes elementos que suelen existir en las playas turísticas, como hoteles, apartamentos, restaurantes, terrazas o chiringuitos al borde del mar, nada de cemento.  Por no haber, no había ni un sólo turista, la playa perfecta. 

Al borde de la arena blanca y suaves dunas transcurría paralela una pista de tierra  que separaba de la playa los árboles y vegetación del otro lado, integradas entre esa vegetación algunas viejas edificaciones de casas particulares, como el hotel al que me dirigía.

El hotel se llamaba Mayura Beach Resort, sonaba algo pretencioso para ser en realidad un pequeño hotel familiar, se encontraba en el extremo de la playa y, más que un hotel, tenía la apariencia de una gran y bonita casa con un porche delante y una terraza en la parte superior, rodeado de hermosa vegetación.  Al bajarme de la moto vi que al otro lado sobre un montículo de arena en la playa había un pequeño grupo de muchachos muy jóvenes vistiendo únicamente un pantalón corto de deporte mirando hacia el hotel en cuclillas.  En realidad creo que me miraban a mi. Los miré mientras aparcaba la moto y ellos levantaron sus manos para saludarme exhibiendo de forma simultánea sus blancas sonrisas sobre la piel tostada de sus rostros.

El único huésped del hotel se encontraba comiendo en una mesa en el porche de la entrada. Al llegar extendió su mano para saludarme y sonriendo me dijo que se llamaba John y era irlandés. Era un hombre de mediana edad, rubio, apuesto, cuerpo atlético, vistiendo como cualquier otro turista, bermudas y camisa floreada, que llevaba completamente desabotonada.  Le estreché la mano y me presenté también.  En esa acción tan natural creo que él retuvo mi mano más tiempo del necesario, mirándome directamente a los ojos con una intensidad que me hizo sentir incómodo.  Antes de entrar para preguntar por una habitación él mismo me adelantó que no había problema, el hotel no tenía otros huéspedes. 

Antes de entrar aún continuó manteniendo la conversación prosiguiendo con un sutil cuestionario con el que parecía querer sondearme, como preguntarme por qué había escogido ese lugar para mis vacaciones, cuáles eran mis gustos, mis planes en Matara.  Intuí que pretendía averiguar cuáles eran mis tendencias personales.  Para ser la primera vez que nos veíamos su curiosidad excedía los límites normales, eso sin dejar de estudiarme ocularmente de arriba abajo, para volver a clavar su mirada en mis ojos sin el menor pudor.  Su insolencia empezaba a fastidiarme.

"Intuí que pretendía averiguar cuáles eran mis tendencias personales"

Estaba deseando entrar al hotel y John no paraba de formular nuevas preguntas, creo que con la intención de retenerme más tiempo allí sin dejar de mostrarme ni un segundo su elocuente sonrisa profidén, no se podía negar que era locuaz y persuasivo.  A mí no me interesaba saber nada de él, cuanto mayor era su interés por mi, menor era el mío por él, aún así, sin preguntarle, me dijo que era profesor y trabajada dando clases en un instituto para chicos en Dubai y ese era el tercer año que iba de vacaciones a Sri Lanka.

Una vez dentro del hotel conocí a su dueña, una mujer en plena juventud, bella y encantadora, desde el primer momento me trató como si ya hubiera estado allí muchas veces.  Antes de nada me hizo guardar la moto en el garaje descubierto que había dentro del edificio, luego me mostró la habitación donde iba a quedarme.  A continuación me preguntó si había comido, al decirle que no, me llevó al comedor y me mostró el menú para que eligiera el plato que deseara y de inmediato se ponía a hacerlo, dando por hecho que iba a quedarme a comer allí.  La verdad que Dhara, que así se llamaba la joven dueña del hotel, me cayó muy bien desde el primer instante, era resuelta, agradable y me otorgaba un trato amistoso de plena confianza. Naturalmente me hizo sentir muy bien y no dudé un instante en comer allí, si ponía el mismo afecto en la comida como había puesto en mi, estaría deliciosa.  Dhara me dijo que fuera a descansar a mi habitación, cuando la comida estuviera hecha iría a avisarme.  Aquella mujer era una joya.

Por suerte no volví a encontrarme al irlandés, después de comer di un paseo por la playa y luego cogí la moto para ir a la ciudad y empezar a explorarla.  No tardé mucho en darme cuenta de que, fuera del mercado, había poca actividad, en cuanto a los lugares históricos o interesantes se reducían a dos fuertes, uno construido por los portugueses y otro por los alemanes, y el impresionante templo de Wererahena, con un buda descomunal sentado en posición de meditación ocupando toda la fachada del templo, el resto de las atracciones se encontraban en las afueras de Matara a pocos kilómetros y tenían que ver con la naturaleza.

Regresé al hotel a última hora de la tarde, encontré en el salón a la dueña, le pedí una cerveza y nos sentamos a hablar.  Me preguntó si yo era amigo del irlandés. Al responderle que no, que era la primera vez que lo veía, noté por su sonrisa que esa confirmación le agradaba. Pese a que nos acabábamos de conocer seguimos conversando con la confianza de haber sido viejos amigos, Dhara era una mujer muy abierta y natural, poniendo mucha efusividad en sus palabras.  No sé si por esa recién adquirida mutua confianza, al explicarle que viajaba solo Dhara me sorprendió con una pregunta, no es que la pregunta en sí fuera una sorpresa, sino el hecho de que fuera ella quien me lo preguntara. -Intuí que pretendía averiguar cuáles eran mis tendencias personales.   Su pregunta no parecía esconder ningún tipo de malicia o de negocio encubierto, creo que simplemente lo propuso como una alternativa a mi soledad, quizá pensando que sería más agradable para mí estar acompañado en el hotel. Realmente no había pensado en buscar ningún tipo de compañía, pero tampoco deseaba decepcionar las muestras de cooperación de Dhara, de modo que opté por mostrarme indeciso. Por otra parte, debo confesar que el tema me resultaba interesante.

-¿Qué clase de chica? -pregunté.

-Pues una chica de aquí -respondió-, cuando los clientes quieren una mi esposo va a la ciudad y les trae una.  Pero ahora mi esposo no está aquí, nuestro pequeño hijo estudia en Candy, acaba de terminar el curso escolar y ha ido a buscarlo, como su familia vive allí se va a quedar unos días.

Le pregunté si sólo su esposo era el encargado de buscar las chicas, si ella no se ocupaba de eso. Me respondió que de eso sólo se ocupaba él, ella conocía a las chicas porque iban allí y hablaba con ellas, pero sólo su marido sabía donde vivían.

-Entonces las chicas son prostitutas  -dije yo.

-¡Oh, no, no! -respondió ella-, son chicas que viven con sus familias, chicas jóvenes de familias pobres que necesitan dinero.

-Entonces, ¿las chicas vienen aquí con el consentimiento de su familia?

-Sí, mi esposo habla primero con la madre para obtener su permiso, nadie más lo sabe, luego mi esposo las vuelve a llevar a su casa.

Aunque Dhara no lo reconociera como prostitución, lo cierto es que sólo cambiaba la forma, pero el fin era el mismo, o aún peor, pues las chicas estaban explotadas por sus propias familias, quienes por lo que me dio a entender Dhara eran muy jóvenes, prácticamente adolescentes. Aquello iba mucho más allá de una simple inmoralidad por parte de todos quienes entraban en ese juego, algo verdaderamente detestable.

Aunque podía imaginarlo, le pregunté que si el dinero que ganaba la chica era para ella o para sus padres. Dhara respondió que ese dinero era para ayudar a la familia, pues eran pobres.  Aquello debía ser tan normal que quizá ella veía el trabajo de su esposo como una forma de ayudar a las familias. Aquello indicaba el poco valor que tenían las hijas para sus padres, quienes por el hecho de ser pobres justificaban el acto de usar a una hija para obtener dinero con ella obligándola a la prostitución. Si la explotación sexual de chicas jóvenes era algo execrable, que lo hicieran los propios padres resultaba mucho más abominable. Hacerlo en secreto, como insinuaba Dhara, para que nadie supiera que era entregada a la prostitución, ni escondía ni disminuía en nada la culpa de los padres de tan injustificable y aborrecible actitud.

Le pregunté entonces si había muchos clientes que pidieran una chica.

-¡Oh, si!, hay muchos clientes que no tienen mujer y esa es una de las necesidades normales del hombre -respondió con naturalidad.

Luego le pregunté qué clase de chicas les gustaban a los clientes, si le pedían a su marido chicas jóvenes.

-Si, claro.  Todos las quieren jóvenes y hermosas -dijo sonriendo como si hubiera dicho una obviedad.

A continuación quise saber si su esposo siempre encontraba las chicas que le pedían los clientes.

-A veces es más difícil -dijo-, algunos las quieren demasiado jóvenes, incluso vírgenes.

Aquello era verdaderamente triste, indigno y repugnante, utilizar a inocentes niñas para profanar su integridad, unos, sus padres, para obtener un beneficio económico por su consentimiento a la violación, y otros, los pedófilos, por su abyecta conducta en su detestable proceder para satisfacer sus depravados instintos sexuales.

Creo que Dhara malinterpretó mi repudio a esas prácticas rechazando la propuesta de buscar una chica.

-¿No será que te gustan los hombres?  -dijo con el gesto torcido.

Tuve que aclararle que no, que sólo me gustaban las mujeres, adultas y guapas, como ella. Creo que mi respuesta le agradó, cambió su gesto torcido por una sonrisa. Intuí que para seguir siendo amigos era condición indispensable que me gustaran las mujeres.

"Intuí que pretendía averiguar cuáles eran mis tendencias personales"

Convencida de que no era un tipo extraño ni tenía por qué desconfiar de mí, me confesó que mi decisión le parecía bien. Ella, aunque lo asumía, tampoco aprobaba que los hombres tuvieran relaciones sexuales con chicas jóvenes por dinero, sólo estaba de acuerdo con las relaciones normales, por amor, en ese caso, si la mujer era libre para decidir esa relación lo demás no importaba.

Hablando sobre eso, aproveché para preguntarle por ella misma, por la relación con su esposo, por su matrimonio, si fue de mutuo acuerdo o fue una imposición de sus familias.

Me explicó que en Sri Lanka las bodas tradicionales eran concertadas por los padres, manteniéndose esa tradición en la mayor parte de los matrimonios, en los que los novios no se conocían hasta el día que las familias acordaban el matrimonio de los hijos, pero la suya fue diferente, ella ya conocía a su pretendiente.  Un día acudieron a sus respectivas familias a fin de solicitar el permiso para casarse, la de ella se opuso por no ver el matrimonio adecuado, y la de él, al saber que su hijo no era aceptado, hizo lo propio mostrando su desacuerdo.  No tenían el permiso de ninguna de las dos familias, pero eso no los hizo renunciar, por lo que tomaron la decisión de huir de sus casas y casarse en secreto.

Fue una decisión valiente al ir contra la voluntad de sus familias desobedeciendo su decisión, lo que a ella le costó ser repudiada por la suya. Desde entonces habían pasado tiempos muy duros, viviendo apartados de sus familias y sin un trabajo con el que poder sobrevivir, los continuos problemas estuvieron a punto de llevarlos a la separación varias veces, hasta que dos años atrás un tío de su marido les prestó el dinero para comprar esa casa junto a la playa y convertirla en un pequeño hotel familiar para ganarse la vida.  Desde ese momento les fue mejor, ya tenían trabajo y con algo de dinero que iban obteniendo tanto la situación económica como los problemas personales habían mejorado.

Estuvimos charlando hasta avanzada la madrugada, el tiempo pasaba sin darnos cuenta, nos encontrábamos solos en la penumbra del salón, había un chico de dieciséis años que trabajaba ayudándole en las tareas del hotel, quien también vivía en la casa, pero no lo volví a ver desde el mediodía, al igual que el irlandés, supuse que ambos estarían en sus habitaciones. 

Dhara tenía una belleza poco cuidada pero natural, su piel morena y rasgos orientales le conferían un exótico atractivo al que se sumaba un cuerpo sensual y bien proporcionado, donde se incorporaba además el toque seductor de su mirada y una sonrisa deslumbrante.  No nos conocíamos, pero ambos sentíamos el placer de estar allí conversando, hablando de nuestras vidas y de nosotros mismos.  Así pasamos varias horas aquella primera noche hasta el tardío momento de ir a dormir. Entonces no imaginaba que al día siguiente sucedería algo que cambiaría la situación.

Sri Lanka, mayo de 1998

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