José Bitrián Casajús. Pepito Bitrián. En ocasiones, el diminutivo cariñoso engrandece a las personas, cuando los próximos y los ajenos pronuncian su nombre con respeto. Es lo que sucede con el propietario del Mibar, icono del buen servicio en el Coso Alto. Paradigma de espíritu asociativo. Esta madrugada, a las 6 de la mañana, ha expelido su último hálito y confían algunos de sus amigos, como Ángel Más, en que el siseo de la respiración haya salido con los sones de La Zarzamora. Que, en versión de Pepito, dignificaba la composición de Quintero, León y Quiroga tanto como las más grandes, Lola Flores y Rocío Jurado, y como el más mítico, Carlos Cano.
Pepito era un señor de otros tiempos. Y de este. En realidad, su perfil exige una presencia permanente para hacer comunidad. Para hacer ciudad. Para hacer pueblo. Nació, porque quisieron sus padres, en la calle Lanuza, pero él lo lucía como la más alta condecoración. De Huesca y de la calle Lanuza. Ni más ni menos. Del barrio de Santo Domingo y San Martín. Ha dejado ahora atrás, 90 años después de su primer luz, las fiestas del Payaso y la Abueleta. Pepito fue salesiano de formación. Debió cursar rápido y bien porque, a los 12 años, comenzó a trabajar con su tío Gregorio en el Mibar. De esa barra no se movió hasta que cumplió 65. Cierto, se ganó bien la pensión.
En el ocaso de los setenta, tirando al umbral de los ochenta, Pepe Bitrián se enroló en el nuevo compromiso: la Asociación Provincial de Hostelería, con Luis Acín de presidente. Y permaneció con Ángel Más Portella, con el que han sido uña y carne. Y con José Antonio Pérez. Bitrián era, por empuje y por convicción, el profesional ungido para desempeñar la vicepresidencia de Cafés y Bares, una de las secciones más poderosas de la entidad. Vivió con mucha intensidad aquellas largas jornadas de prodigiosos acontecimientos como las jornadas gastronómicas. Acababan las veladas con todos los amigos en torno a una buena copa. Y ahí emergía la sugerencia: Pepito, La Zarzamora. Y ahí que se arrancaba.
"¿Qué tiene la Zarzamora,
Que a todas horas llora que llora,
Por los rincones?
Ella que siempre reía
Y presumía de que partía los corazones".
Cada momento tenía su oración. Era el Pepe jovial, con una sonrisa de oreja a oreja, bromista, imparable en su contagio. Luego venía el profesional estricto, detrás de la barra y como representante del sector en la Cámara de Comercio e Industria para analizar la problemática del oficio. Era bastante estricto, recuerdan sus hijos Ramón y Javier, dos orgullos en el relevo generacional. El servicio era su convicción y su pasión, aunque sacaba algo de tiempo para ir a cazar o para pasear hasta Vadiello cuando no había pantano.
Sus amigos le han llorado hoy en el Tanatorio de Huesca, donde han acompañado en el sentimiento plenamente a Paquita Castán, a sus hijos, a sus nietos y todos los familiares. Ángel Más no tiene más que "grandes recuerdos de un gran hombre. Siempre dispuesto a todo. Buena persona. Yo creo que es la bondad personificada". Aunque había sufrido una pequeña intervención, nada hacía presagiar este rápido desenlace mientras la convalecencia apuntaba a recuperación en el hospital. Un ictus madrugador y traicionero. Y, rápido y discreto, Pepito dijo adiós a la vida y legó la herencia de su testimonio. Que es mucho. Que pasa al arcón del paisanaje de Huesca. Hoy, a las 11, en la Catedral, dará su último adiós a sus seres queridos, que son tantos... Y estos verterán sus lágrimas para fertilizar el campo de la amistad y de la generosidad. Descansa en paz, amigo Pepito, que aquí dejas un reguero de tu gloria.