Perdido en las Grandes Ruinas de Zimbawe

Una larga noche en la que sólo los porros evitaron el miedo por permanecer a la intemperie en un lugar silvestre

Marco Pascual
Viajero
28 de Enero de 2024
Guardar
Con Mark en Zimbawe
Con Mark en Zimbawe

Conocí a Mark en la recepción del camping de las Cataratas Victoria, esta coincidencia nos sirvió para compartir un bungaló, y después para compartir un viaje de tres semanas en Zimbawe. Para los dos era la primera vez en el país. Mark era inglés y trabajaba en un canal de televisión, acababa de llegar a Zimbawe para pasar allí sus vacaciones. Durante este tiempo pasamos muy buenos momentos y algunas aventuras juntos, como la que tuvimos en Las Grandes Ruinas de Zimbawe, Patrimonio de la Humanidad y uno de los mayores tesoros arquitectónicos de África.

Llegamos a Masvingo a primera hora de la tarde desde la ciudad de Bulawayo. Desde allí tuvimos que tomar un minibús dirección a las ruinas, a 30 kilómetros, que nos dejó en el cruce de la carretera y desde allí caminamos los últimos 3 kilómetros. Llegamos sobre las cinco de la tarde, mala hora para visitar las ruinas. Sin embargo decidimos ir para ver la puesta de sol desde allí, que sería sobre las seis y media. Sólo había poco más de un kilómetro desde el camping, por lo que nos daba tiempo.  De modo que dejamos las mochilas en la recepción y partimos sin perder tiempo.

La ciudad medieval que íbamos a visitar era la más grande e importante de todo el continente, construida a partir del año 1100 por la civilización Shona. Las ruinas abarcan una extensión de 750 hectáreas, distribuidas en tres partes principales, el Conjunto de la Colina, el Conjunto del Valle y la Gran Cerca, una gran muralla que encerraba unas trescientas estructuras de piedra, aunque las más elaboradas se encontraban de forma independiente y alejadas del centro, probablemente construidas para los reyes. Teníamos mucho por recorrer y reconocer, por lo que esa tarde sólo nos serviría para tomar la primera impresión.

La afluencia del turismo en Zimbawe era más bien escasa, más del noventa por cien eran sudafricanos y el resto viajeros europeos que llegaban en viajes organizados y sólo visitaban las Cataratas Victoria, por lo que esa tarde éramos los únicos visitantes de las ruinas, algo que a Mark y a mi nos hizo sentir afortunados. Teníamos aquel increíble tesoro para disfrutarlo en soledad, y ni siquiera había que pagar por verlo.

Entre las primeras cosas que nos sorprendieron fueron algunos tramos de calles empedradas y la altura de las estructuras, algunas llegaban a los once metros, todas piedra sobre piedra y conservadas en buen estado, especialmente la impresionante muralla.  Después de recorrer el lugar a nuestro aire y acercándose la puesta de sol, decidimos subir a un promontorio sobre unas rocas y construcción en piedra, desde allí teníamos una vista general de las ruinas y del terreno a nuestro alrededor, el lugar perfecto para vivir aquel atardecer.

Mark era aficionado a la marihuana, en Zimbawe era barata y fácil obtenerla, de manera que una vez en lo alto se lió un porro para disfrutar de aquel momento en toda su plenitud

Mark era aficionado a la marihuana, en Zimbawe era barata y fácil obtenerla, de manera que una vez en lo alto se lió un porro para disfrutar de aquel momento en toda su plenitud.  Yo no solía fumar, pero en una ocasión tan especial como aquella requería solemnizar aquellos instantes para una mejor conexión con nuestros órganos sensoriales, así que compartí el porro con Mark.  La unión de una cosa con la otra nos proporcionó un placentero bienestar, engrandecido al ser los únicos testigos de aquel atardecer en  tan  excepcional lugar. Al primer porro le siguió un segundo mientras en silencio observábamos un sol rojo que parecía desplomarse sobre las ruinas lejanas, hasta que desapareció por completo y dio paso a la oscuridad de la noche. Sin darnos cuenta se nos hizo de noche allá arriba.

La oscuridad lo cubría todo cuando descendimos a la parte baja, había que regresar al camping, pero primero teníamos que situarnos, dónde nos encontrábamos y qué dirección debíamos tomar. La noche lo cambió todo. Lo que de día parecía fácil de recordar,  la oscuridad nos puso muchas dudas delante.  Creíamos saber cuál era el camino de salida, pero antes intentamos analizar algunos datos, buscar referencias, para tener una adecuada orientación. Lo cierto es que de noche todo nos parecía igual, ni en los edificios ni en los senderos se veían con claridad sus diferencias.  Ambos decidimos seguir un sendero que nos parecía el camino correcto para llegar a la salida, y echamos a andar.

Pensábamos que la salida debía encontrarse a unos diez minutos caminando. Pasado ese tiempo sin ver indicios que nos llevaran por el camino correcto a la salida, fue cuando nos dimos cuenta de que quizá habíamos cogido un camino equivocado. Tomamos aquella senda convencidos de que era el camino correcto, pero cuanto más avanzábamos más desorientados estábamos.  Proseguimos un poco más hasta que definitivamente nos dimos cuenta de que nos habíamos confundido de sendero, que en lugar de llevarnos a la salida nos alejaba de ella.

Había que volver a replantearse todo, no teníamos ni idea de dónde nos encontrábamos, posiblemente habíamos tomado la dirección opuesta. Concluimos que si era así lo que debíamos hacer era regresar al punto de partida por el mismo camino.  Al ver que ni siquiera estábamos seguros de cuál era la senda por la que habíamos llegado hasta allí, fue cuando nos dimos cuenta de nuestra completa desorientación, y ahora la noche era totalmente negra. No se distinguía nada más allá delante de nosotros, casi era como estar ciegos, pues habíamos llegado hasta un lugar rodeados de vegetación.

Tomamos una dirección al azar, siendo conscientes de que nos habíamos metido en un laberinto del que iba a ser difícil salir, y de nuevo debimos equivocarnos. En lugar de llevarnos a las ruinas nos llevó a un bosque, haciéndose todo aún más imperceptible a nuestro alrededor, el despiste inicial nos había llevado a la confusión total. Orientarse era absolutamente imposible, lo único que teníamos claro es que tomamos el camino contrario a la salida para ir al camping y sin la menor referencia que sirviera para orientarnos sería imposible encontrar el camino para regresar. Por otra parte, no podíamos quedarnos parados en medio de no se sabía donde sin hacer nada, por lo que proseguimos caminando, ya no con la esperanza de llegar al camping, sino de encontrar alguna luz que nos guiara a alguna casa, a alguna aldea habitada.

Atravesamos un tupido bosque prácticamente a ciegas, por lo que nos dimos de frente con ramas y arbustos

Atravesamos un tupido bosque prácticamente a ciegas, por lo que nos dimos de frente con ramas y arbustos, usando las manos delante como defensas para evitar que nos golpearan las ramas en la cara. Era angustioso caminar así, sin embargo aún nos quedaban ganas de reírnos de nosotros mismos, de lo idiotas que habíamos sido.  Luego llegamos a un punto de más claridad donde pudimos apreciar el horizonte y ver el cielo de nuevo, todo seguía siendo una masa oscura, negra, pero en la distancia se veía una colina. Eso nos animó a continuar. Si subíamos a ella tendríamos desde allí una mejor vista de los alrededores, sobre todo pensado en ver alguna luz en la distancia que pudiera guiarnos hasta algún lugar donde hubiera vida.  Eso nos animó a seguir, después de unas tres horas caminando a ciegas y a trompicones, estábamos cansados y desanimados.

A duras penas salvando los obstáculos que nos ponía el terreno logramos ascender hasta lo alto de la colina.  Se veía el cielo, lo cual ya era algo que abría la esperanza. Desde lo alto se apreciaba el horizonte de las siluetas ondulantes que formaba el terreno poblado de árboles. En realidad todo era una masa oscura donde no se distinguía ni una sola luz, ni un solo vestigio de vida.  Volvimos a frustrarnos, dándonos por vencidos. Era inútil continuar, seguir sin saber dónde era como caminar a ciegas, un esfuerzo en vano. Además, estábamos exhaustos y hambrientos, tan apenas tomamos un ligero desayuno antes de salir para Masvingo y cuando llegamos sólo comimos una hamburguesa en un puesto de comida rápida, lo que aún aumentaba más nuestro desánimo. 

Decidimos quedarnos allí mismo, en lo alto de la colina, y esperar a la mañana siguiente, con el día podríamos tener una visión más clara de lo que nos rodeaba para poder determinar qué rumbo tomábamos. Nos sentamos usando cada uno el tronco de un árbol como respaldo de nuestra espalda. Entonces, Mark hurgó en su bolsillo y sacó una bolsita poniéndola delante de mis ojos: al menos aún tenemos esto, dijo refiriéndose a la marihuana. Acto seguido sacó el papel y lió un porro.

En pocos minutos la marihuana borró el desánimo de nuestra mente, aún nos quedaban ganas de reírnos de nuestra torpeza y de la situación en la que nos encontrábamos. Nuestra única preocupación era no saber si por allí habría serpientes. En Zimbawe hay unas cuantas especies y algunas extremadamente venenosas, como la mamba negra o la víbora bufadora.  También nos preocupaban los animales salvajes que pudiera haber por la zona,  cerca de allí no había ninguna reserva de fauna salvaje pero a veces  los animales podían salir de su zona habitual y recorrer largas distancias. 

Nuestra única preocupación era no saber si por allí habría serpientes

En un viaje nocturno en autobús en Tanzania, a la una de la mañana le pedí al chófer parar para orinar, él detuvo el autobús y yo bajé, alejándome unos cuatro metros de la carretera para orinar.  Al subir de nuevo al autobús y mirar al frente, las luces iluminaron a una leona que venía caminando en paralelo a la carretera en la misma dirección en la que estaba yo. Era evidente que me había visto y venía a por mí mientras orinaba tranquilamente. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, si llego a demorarme medio minuto más posiblemente me habría convertido en la cena de aquella leona.

Haciendo comentarios sobre los hipotéticos riesgos que corríamos esa noche nos entraban las risas y nos alejaba el sueño, hablamos de que si dormíamos se pasaría más rápida la noche, pero ninguno era el primero en cerrar los ojos. Una manta seguramente hubiera facilitado la pernocta, pues con la noche había bajado la temperatura, aunque tampoco sentíamos frio, por otra parte no se escuchaba ningún ruido, todo era silencio. Si había bichos debían estar durmiendo.

Finalmente el sueño fue venciéndonos y nos dormimos, aunque yo lo hice de forma intermitente.

Al despertar en la mañana y una vez amaneció el día, todo cambió.  El horizonte se despejó, no se veía nada habitado, pero pudimos ver que a unos dos kilómetros pasaba una carretera, nuestra salvación.  Sin dudarlo tomamos esa dirección y una media hora más tarde llegamos. No debíamos estar muy lejos del camping desde allí, podíamos seguir la carretera caminando, pero por temor a equivocarnos de dirección nos quedamos allí a la espera de algún vehículo.

Pasadas las ocho y media de la mañana dos vehículos llegaron hasta nosotros y pararon, eran un grupo de jóvenes turistas sudafricanos que iban al camping, subimos uno en cada coche y de esta forma llegamos unos quince minutos después, fin de nuestra aventura.

En la recepción se encontraban nuestras mochilas tal como las habíamos dejado. Al parecer no nos habían echado en falta sabiendo que la tarde anterior no habíamos regresado al camping después de ver las ruinas, no se habían preguntado qué había sido de nosotros ni habían llamado a la policía para comunicar nuestra desaparición. Esa falta de preocupación nos enojó un poco, por suerte pudimos regresar por nuestra cuenta.  Sacamos las cosas de aseo y fuimos al baño comunitario, al vernos en el espejo nos dimos cuenta del penoso aspecto que presentábamos, con los brazos y piernas cubiertos de rasguños y la ropa tiznada de color ceniza, hasta el rostro teníamos tiznado. Sin darnos cuenta debimos atravesar algún trozo de bosque quemado recientemente. 

Después del aseo fuimos a la terraza del restaurante, celebrando nuestra vuelta a la normalidad con un potente desayuno.

Zimbawe, enero de 1992

Archivado en

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante