Estaba tranquilo en mi habitación pero no dejaba de tener cierta inquietud con lo que estaba sucediendo en Nairobi. En menos de una hora debía acudir a la cita con mi amiga Sara y no sabía si ir o quedarme en el hotel. En la recepción me habían dicho que el gobierno había decretado el toque de queda en la ciudad.
Me incorporé de la cama para mirar por la ventana. Mi habitación daba a una calle lateral que desembocaba en Latema Road, la principal, donde había visto gente al llegar. Justo cuando me asomé por la ventana vi aparecer un camión cargado con policías antidisturbios, sabían que en Latema había gente en la calle y venían a por ellos, pensé. El camión se paró justo debajo de mi ventana y los policías empezaron a descender en silencio justo debajo de mis narices, Una vez que estuvieron todos en tierra salieron corriendo hacia la calle Latema, a menos de 15 metros, para pillar por sorpresa a la gente que estaba allí.
Mi visión de la calle Latema era muy limitada, sólo pude ver como unos policías la emprendían a porrazos contra dos individuos que trataron de escapar sin suerte, mientras los demás giraban a la derecha perdiéndose de mi vista. Me apresuré a coger la cámara para tomar fotos, pero ya no pude ver nada relevante que fotografiar, mi ángulo de visión era muy reducido desde la calle lateral en la que estaba mi habitación.
Apunté el objetivo de la cámara hacia el camión que tenía debajo, había quedado allí un policía de retén y le hice una foto. El leve ruido que hizo el motor de arrastre de la cámara al avanzar la película fue suficiente para alertar al policía, quien miró hacia arriba y de inmediato alzó la porra amenazante profiriendo gritos contra mí. Me retiré de la ventana ipso facto. Me quedé pensando qué podía pasar si subían a mi habitación y, en esa situación, qué podía hacer. Por si acaso, quité el rollo de la cámara y lo sustituí por otro, si subían y la cosa se ponía fea podía sacarlo y darles el rollo vacío.
Por suerte se olvidaron de mí y estuve dejando pasar el tiempo tirado en la cama, regresar al centro, con todo cerrado y el toque de queda era impensable, de modo que di por perdida la cita con Sara.
Me aburría y mi estómago empezaba a quejarse, ¿dónde podría comer, si estaba todo cerrado? Decidí arriesgarme y salir, la calle Latema había quedado vacía y en completo silencio. Primero iría a ver a mi amigo el pintor Julius Njau, era tanzano, pero vivía en el hotel New Keya Lodge, donde nos habíamos conocido anteriormente.
"El pintor Julius Njau, era tanzano, pero vivía en el hotel New Keya Lodge, donde nos habíamos conocido anteriormente"
No había mucha distancia desde mi hotel, sólo tenía que seguir Latema Road hasta el final y tomar River Road, poco más allá estaba su hotel, unos ocho minutos a pie. Julius era un tipo peculiar con una fuerte personalidad, por los recortes de prensa que me había enseñado, estaba considerado uno de los mejores pintores africanos y con mayor proyección internacional, ya había expuesto en Europa y en Japón, habiendo presentado en este pías sus exposiciones y cosechando un notable éxito tras casi un año viviendo allí.
Julius era un tipo curioso, coleccionaba gorros y sombreros, tenía en su cuarto al menos doscientos de ellos y cada día se ponía uno distinto. Por otra parte, se compraba flores casi a diario, en su cuarto nunca faltaban, y cuando subía a la azotea para pintar, además de los materiales, se subía también las flores.
En su habitación del hotel guardaba las pinturas enrolladas, entre ellas había dos de formato más grande que guardaba con especial cuidado, mostrándomelas. Me dijo que le habían ofrecido más de diez mil dólares por cada una. Sin embargo no quería venderlas. Al preguntarle por qué (en Kenia su cotización estaba entre mil y dos mil dólares), dijo que esperaba que esas pinturas en pocos años tendrían más valor.
Cuando le pedí al recepcionista del hotel que me abriera la puerta para salir se quedó extrañado, me advirtió de que se había decretado un toque de queda. Le dije que sólo quería ver si era posible poder comer en alguna parte. La calle ahora se encontraba completamente desierta. Con cautela fui caminando mirando a uno y otro lado, alerta a cualquier ruido, pudiendo llegar hasta el hotel New Kenya Lodge sin novedad.

Tuve que llamar varias veces hasta que me abrieron la puerta, luego subí las estrechas escaleras hasta la recepción en la primera planta, la habitación de Julius estaba justo en la parte posterior rodeando la recepción. Era un simple cubículo sin ventanas atiborrado de cosas, no entendía por qué había escogido la peor habitación del hotel para vivir, la única explicación que se me ocurría era por seguridad, quizá pensaba que al estar pegada a la recepción sus pinturas estarían más seguras cuando él no estaba allí.
Lo encontré en su habitación. Después de preguntarme qué tal había ido mi viaje puso una carta en mis manos, la había recibido hacía escasos días y estaba esperando que yo llegara para que la viera, con sorpresa vi que la carta llegaba de España. Me pidió que la leyera, quería saber mi opinión. La carta había sido enviada por el Comité Organizador de la Exposición Mundial Sevilla ‘92. En esencia, le comunicaban que era uno de los tres jóvenes pintores africanos escogidos para exponer sus obras en la Exposición Mundial de Sevilla.
Lo felicité, sin embargo él no parecía muy contento. Tenía sus dudas sobre la importancia que eso podría tener para él, pero sobre todo recelaba de una cosa: en la carta le explicaban el número de pinturas que debía enviar, que tenía que hacerlo mediante British Airways a portes y seguro pagados por la organización, que en unas fechas determinadas recibiría una invitación con los billetes de vuelo para viajar a España y asistir a la presentación de sus obras, con la estancia pagada durante una semana.
Todo estaba bien detallado, pero Julius no se fiaba, en su desconfianza tenía miedo de enviar sus pinturas y no volver a verlas más. Después de discutir sobre eso, de querer quitarle su preocupación y asegurarle que eso significaría un espaldarazo definitivo en su proyección internacional, decidimos salir a comer. Antes de bajar a la calle le pregunté si me había pintado algo en la camiseta que le dejé, él se limitó a responder que no. Quise saber por qué, no le estaba pidiendo un cuadro, sólo un dibujo o unos trazos de pintura como recuerdo. Entonces fue más explícito, dijo que no me había pintado nada porque seguramente lo que haría después sería vender la camiseta. La respuesta me decepcionó, le dije que estaba equivocado. Julius tenía una fuerte personalidad y una indudable inteligencia, pero quizá no entendía que uno de los conceptos de la amistad estaba basado en la confianza.
Bajo un desacostumbrado silencio, la calle permanecía desierta en un día soleado y agradable. Con cautela, tomamos River Road a nuestra derecha, Julius conocía un sitio donde solía ir y confiaba en que allí podríamos comer. Caminábamos alerta a cualquier emergencia que pudiera suceder, como que apareciera la policía. Todo continuaba cerrado a cal y canto, extrañamente tranquilo y silencioso, éramos los únicos en la calle. Teníamos que andar despacio porque Julius tenía una pierna más corta que la otra y, pese a llevar un zapato con plataforma, caminaba cojeando un poco.
Por el camino fue quien primero me explicó la situación, había sido organizada una manifestación para pedir elecciones y democracia, la cual había sido prohibida por el gobierno, se sabía que asistir a la manifestación sería peligroso. Ahora que la manifestación había sido disuelta y obligado a que la gente volviera a sus casas, todo parecía en calma. Sin embargo la amenaza del gobierno permanecía, no querían ver a nadie en las calles de Nairobi.
El rugido del motor de un viejo camión llegó hasta nosotros, un camión cargado de policías antidisturbios venía en nuestra dirección. No había posibilidad de ocultarse en ningún lugar, además, ya nos habían visto. Nos quedamos parados mirando al camión en espera de ver lo que hacían, no teníamos escapatoria. A menos de 50 metros de nosotros vimos cómo varios policías sacaban los cañones de sus fusiles por encima del tablero lateral apuntándonos con el camión siguiendo su marcha. Instintivamente nos tiramos al suelo ocultándonos detrás de un coche aparcado en la calle. Por suerte fuimos más rápidos en echarnos al suelo que ellos en apretar los gatillos. Las bolas de goma que dispararon dieron en la pared detrás nuestro. Al pasar frente a nosotros nos gritaron algo, pero el camión siguió su camino sin detenerse, seguramente acudían a alguna parte.
"Un camión cargado de policías antidisturbios venía en nuestra dirección. No había posibilidad de ocultarse en ningún lugar"
Con el susto metido en el cuerpo seguimos caminando hasta el final de River Road, nos detuvimos sólo unos metros antes de llegar a una gran plaza donde también confluía la calle Tom Mboya y en la que había una estación de matatus, habíamos llegado al restaurante que conocía Julius, por supuesto también cerrado. Julius llamó a la puerta sin que tuviéramos respuesta. Después de insistir diciendo quién era, finalmente alguien abrió. Dentro había otras personas comiendo, todos en el más absoluto silencio.
Cuando terminamos de comer, la persona que vigilaba el exterior nos dijo que podíamos salir, regresando a nuestros respectivos hoteles sin novedad.
Me aburría en la habitación y a media tarde decidí volver a salir, sentía una irresistible curiosidad por ver cómo seguía la situación, confiaba en que si me pillaba la policía no haría lo mismo que hacía con los keniatas. Decidí ir a la Calle Tom Mboya y la avenida Moi, dos de las arterias principales de la ciudad, su visión podría darme los detalles para evaluar cómo estaba la cosa.
La distancia a Tom Mboya era corta y conseguí llegar sin dificultades. La visión era desoladora, la calle más concurrida de Nairobi estaba completamente vacía. Mientras pensaba si seguir caminando hasta la avenida Moi escuché de nuevo el inconfundible sonido de un camión acercándose. Llegó por el lado opuesto al que yo me encontraba, me quedé inmóvil observándolo. Al pasar delante de mí me gritaron algo haciendo gestos con la mano de que me fuera de allí, pero seguí inmóvil observando cómo se alejaban. Una cosa quedaba clara, la policía seguía patrullando la ciudad.
Seguramente se dieron cuenta de que no me había movido de mi sitio, un poco más adelante el camión aminoró la marcha y giró saltándose la mediana cruzando al otro lado y viniendo en mi dirección de nuevo. Eso indicaba que venían a por mí. No esperé ni un segundo para comprobarlo. Eché a correr cruzando al otro lado para tomar la calle adyacente por la que había llegado, sin parar de correr hasta que llegué a mi hotel.
Tuve que quedarme en mi habitación, sólo y aburrido, sin ningún medio para seguir el desarrollo de los acontecimientos de ese día. A las siete de la tarde no aguanté más y volví a salir, ya no era sólo una cuestión de seguridad, sino de hambre. Ya estaba completamente oscuro, tenía que buscar un lugar para comer algo, aunque no tenía idea dedónde podía ir.
Seguí la calle Latema dirección River Road pegado a la pared, oscuridad y silencio se asociaban esa noche como nunca. De repente me topé con alguien que apareció de la nada, me preguntó qué estaba buscando. Al decirle que un lugar para cenar, me señaló con la mano al otro lado de la calle. No vi nada, pero me aseguró que allí podría comer. Hasta que no llegué al otro lado no me di cuenta que allí había un tipo junto a un entoldado, un tipo de piel negra, vestido de negro y bajo una oscuridad casi absoluta, era como un hombre invisible. -Ven-, me dijo, sin que yo viera nada que se pudiera parecer a un restaurante.
A cierta altura de la pared salía una lona negra apuntalada con palos sobre la acera, formando un toldo que caía hasta el suelo cubriendo también los lados. El hombre se acercó a un lateral y separó un poco la lona dejando una abertura para que pasara dentro. En el interior había un espacio de unos dos metros de ancho y unos diez de largo, con un estrecho tablero pegado a la pared que servía de mesa y unos bancos para sentarse. En un hueco de la entrada había una gran olla con comida que habrían cocinado en alguna parte, de manera que de esa forma habían instalado un restaurante clandestino para esa noche en plena calle.
Mientras el receptor se quedaba en la puerta vigilando, otra persona me pidió que me sentara. Sobre el tablero había unas velas como iluminación indetectables desde el exterior. En el menú había una sola cosa: lo que fuera que hubiese dentro de la olla. Me sirvieron un plato con comida caldosa donde lo único que pude identificar fue el arroz entre las cosas que contenía. Pagué al terminar y, antes de salir, el vigilante asomó la nariz para observar el exterior. “Okay, you can go”, dijo para anunciarme que podía salir.

Ya que estaba a mitad de camino, decidí ir al New Kenya Lodge a ver a Julius. Tuve que golpear la puerta varias veces y decir quién era hasta que me abrieron la puerta. Encontré a Julius en la recepción, sorprendido al verme. Acto seguido nos fuimos a su habitación para hablar de los acontecimientos del día. No habrían pasado ni diez minutos cuando empezamos a escuchar gritos y golpes en la puerta de entrada al hotel. Nos quedamos en silencio aguzando el oído, al instante Julius se levantó como un resorte, echó el cerrojo de la puerta y apagó la luz. Pidiéndome que no hablara ni dijera nada. Al poco escuchamos gente subiendo las escaleras a la recepción entre voces y gritos. Pregunté qué estaba pasando pero Julius me dijo que no hablara ni me moviese.
Los gritos aumentaron, llegaban desde la recepción, separada de nuestra habitación únicamente por un panel de madera. Al hablar en suajili no podía entender lo que sucedía, pero escuchando los gritos y los golpes se podía intuir que estaban asaltando el hotel. Creo que Julius nunca había pasado tanto miedo en su vida como en ese momento.
Al cabo de unos minutos se hizo el silencio, después escuchamos el sonido de pisadas sobre el suelo de tarima llegando a la puerta de nuestra habitación, alguien la empujó intentando entrar mientras nosotros conteníamos la respiración. El tipo que estaba fuera gritó para que abriéramos la puerta, pero viendo que no obtenía respuesta se alejó de nuevo. Otra vez silencio, las voces y gritos habían dejado de escucharse, aun así Julius seguía cagado de miedo, no tanto por él como por lo que guardaba allí, sus pinturas.
Cuando todo parecía en calma intenté salir de la habitación para saber qué había pasado ante la oposición de Julius, no quería dejarme salir por el miedo que sentía al abrir la puerta, pero salí y él se encerró dentro de nuevo. En la recepción sólo quedaban el joven recepcionista y el vigilante, dos muchachos jóvenes molidos a palos.
Magullados y exaltados empezaron a contarme lo que había sucedido. Una patrulla de tres policías había entrado al hotel, en un principio el vigilante se resistió a abrir la puerta, lo que después le sirvió para recibir una tunda de porrazos. El chico de la recepción, oliéndose lo que pasaba, sacó de la caja el poco dinero que había y lo metió dentro de sus calzoncillos. Nada más llegar los policías a la recepción le preguntaron donde estaba el dinero. El chico les mostró el cajón vació diciendo que no había dinero, la reacción de los policías fue darle una paliza a porrazos para que les dijera dónde lo guardaba, pero el joven y valiente recepcionista aguantó la paliza sin decir nada.
"El chico les mostró el cajón vació diciendo que no había dinero, la reacción de los policías fue darle una paliza a porrazos para que les dijera dónde lo guardaba"
Tras el fracaso en la recepción, los policías se dedicaron a registrar las habitaciones una por una, dos de ellas ocupadas por blancos europeos, quienes cometieron el error de abrir la puerta. Los policías les robaron todo el dinero que encontraron. Pasado el asalto, los clientes del hotel fueron descendiendo a la recepción entre sorprendidos e indignados después de haber sido asaltados por la propia policía. El joven recepcionista repetía su hazaña a todo el que le preguntaba, magullado pero orgulloso de que los policías no habían podido robarle el dinero de la caja. Después de lo ocurrido, quedaba evidente quiénes eran los peores ladrones en Nairobi.
Pasado el revuelo tuve que plantearme qué hacer, el vigilante dijo que había patrullas de la policía dando vueltas en la zona, por lo que después de lo acontecido allí no parecía recomendable arriesgarse a salir y verme en una nueva persecución, o peor aún, caer en sus manos. Alguien que se hospedaba en el hotel me invitó a compartir su habitación, de manera que decidí pasar allí la noche.
Unos meses más tarde, ya finalizado el viaje en África, llegó a mi casa una postal de Julius en la que decía que cuando viajara de nuevo a Kenia me pintaría una camiseta. No mucho después recibí una llamada de él desde Sevilla, acababa de llegar para la presentación de sus obras en la Expo Mundial.
Nairobi, noviembre de 1991