Rosa Magallón denuncia el hospitalocentrismo del sistema sanitario

La profesora de Medicina de Familia ofreció en el Colegio de Médicos de Huesca una conferencia crítica sobre la marginación del primer nivel asistencial

09 de Junio de 2025
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Rosa Magallón y Olga Ordás, presidenta del Colegio Oficial de Médicos de Huesca.
Rosa Magallón y Olga Ordás, presidenta del Colegio Oficial de Médicos de Huesca.

La doctora Rosa Magallón, médica de familia, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública y reconocida referente en Medicina Familiar y Comunitaria (MFyC), considera que la Atención Primaria (AP) continúa siendo invisibilizada en todos los niveles del sistema sanitario español. A pesar de que en este ámbito se resuelven más del 80 % de los problemas de salud de la población, la AP sigue sufriendo un trato marginal tanto en la prestación asistencial como en la gestión, la docencia, la producción científica y la financiación. Esta falta de visibilidad no solo acarrea consecuencias profesionales, sino que representa, en última instancia, un grave problema de salud pública.

Durante una reciente intervención en el Colegio de Médicos de Huesca, Magallón explicó que esta situación deriva, principalmente, del modelo hospitalocéntrico que estructura el sistema sanitario. La asistencia, la administración de recursos, la investigación y el discurso público sobre salud giran en torno al hospital, relegando a la Atención Primaria a un segundo plano. Esta dinámica actúa, según sus palabras, como un proceso de fagocitosis: las actuaciones hospitalarias tienden a anular o desdibujar el impacto de las intervenciones realizadas en el primer nivel asistencial, consolidando así la percepción de que existen ámbitos asistenciales de primera y de segunda categoría.

Esta jerarquización condiciona tanto la asignación de recursos como la valoración social de los distintos niveles de atención. Según Magallón, políticos, gestores, profesorado universitario, investigadores, medios de comunicación y la ciudadanía en general han interiorizado esta pirámide de prioridades. Sin embargo, recuerda que el volumen de trabajo que asume la Atención Primaria es colosal –más de 500 millones de consultas al año– y que solo entre un 10 % y un 20 % de los casos requieren derivación a especialistas hospitalarios.

LA FORMACIÓN

En el terreno formativo, la doctora alerta sobre el sesgo educativo transmitido desde las facultades de Medicina. Los planes de estudio –afirma– están fragmentados en disciplinas hiperespecializadas y centrados en patologías graves pero poco frecuentes. Esta estructura impide que el alumnado comprenda el enfoque integral propio de la medicina de familia y limita su conocimiento sobre la labor de la AP. Cuando esta disciplina se introduce en el grado, aunque sea de forma escasa, la satisfacción del estudiantado es alta, pero su presencia aún es demasiado marginal como para tener un impacto real en la elección de especialidad.

A este modelo contribuye también la proximidad física entre hospitales y universidades, que facilita la docencia hospitalaria frente a una AP más dispersa geográficamente. Como resultado, los futuros médicos se forman desde la lógica de la incidencia, sin exposición suficiente a la alta prevalencia y capacidad resolutiva que caracteriza a la Atención Primaria.

DESEQUILIBRIO EN LOS FONDOS

El mismo patrón se reproduce en el ámbito investigador. Magallón denuncia un claro desequilibrio en la orientación de los fondos, tanto públicos como privados, que priorizan proyectos ligados a la atención hospitalaria o al desarrollo farmacológico.

Cita como ejemplo un estudio del NICE en el Reino Unido, según el cual entre 2000 y 2020 el NHS destinó 75.100 millones de libras a nuevos medicamentos que apenas ofrecieron una ganancia media de seis meses de buena salud por paciente. En contraste, si ese presupuesto se hubiera invertido en fortalecer la Atención Primaria o mejorar el manejo de enfermedades crónicas, se podrían haber generado hasta cinco millones de años de vida ajustados por calidad (AVAC). No obstante, este tipo de inversión ha sido sistemáticamente desplazado por la prioridad otorgada a los tratamientos innovadores.

Esta tendencia se enmarca, según Magallón, en lo que los investigadores Jones y Wilsdon denominaron “burbuja biomédica”, recogida en una editorial de The Lancet en 2018. Esta burbuja tendría cinco capas: especulativa –por la sobrevaloración artificial de los productos farmacéuticos–; epistémica –por el sesgo de la investigación hacia lo farmacológico–; valorativa –por la sobrestimación de los medicamentos en la mejora de la salud–; social -por la creación de redes de retroalimentación ajenas a criterios de coste-beneficio–; y de atención –por la exclusión sistemática de intervenciones no farmacológicas del debate público y político-.

ESTRATEGIAS

Frente a este panorama, Magallón propone diversas estrategias. En el plano económico, aboga por reclamar una financiación adecuada para la AP como una verdadera inversión en salud, respaldada por evidencia científica. Asimismo, considera fundamental apoyar económicamente la longitudinalidad, los puestos de difícil cobertura y el desempeño en contextos complejos, además de igualar condiciones laborales y salariales con el entorno hospitalario.

En lo asistencial, apuesta por una reorganización centrada en estructuras como las Unidades de Atención Familiar (UAF), con una actitud proactiva que deje atrás la cultura de la queja y potencie la visibilidad del trabajo en centros de salud. Reivindica la necesidad de impulsar acciones preventivas –en sus cuatro niveles– y de reforzar los pilares fundamentales de la AP: accesibilidad, abordaje integral y continuidad asistencial.

En el ámbito universitario, Magallón respalda con firmeza las doce recomendaciones de la Asociación de Medicina de Familia y Comunitaria (AMFE) para la formación en grado. Entre ellas se incluyen la implantación de una asignatura obligatoria específica con al menos 6 créditos ECTS (con un horizonte de 12), la incorporación de prácticas tuteladas desde los primeros cursos, la unificación terminológica en torno al nombre de Medicina Familiar y Comunitaria, el reconocimiento curricular del profesorado clínico, la creación de departamentos universitarios propios y el papel clave de la especialidad en la ECOE final de carrera.

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En materia de comunicación, considera prioritario informar con transparencia, crear redes de portavoces clave, y dar visibilidad al valor de la AP tanto en medios generalistas como en redes sociales. La misma estrategia aplica al campo de la investigación: fomentar grupos de estudio en AP, publicar en revistas especializadas y diversificar la noción de innovación hacia enfoques digitales, sociales, conductuales o ambientales, más allá de lo exclusivamente biomédico.

En cuanto a la formación especializada, Magallón ve imprescindible una mejor coordinación entre niveles, el desarrollo efectivo de la troncalidad y la incorporación de rotaciones en centros de salud para profesionales en formación hospitalaria. También recalca la importancia de prestar atención a las unidades docentes de medicina de familia, clave para garantizar una formación sólida y bien articulada.

Finalmente, en el plano social y personal, advierte del sesgo cultural que sigue relegando a la medicina de familia a un rol secundario. Frente a ello, propone reivindicar la excelencia profesional como herramienta de empoderamiento: conocer las evidencias, formarse con rigor, defender activamente la especialidad y crear redes de apoyo entre colegas. En lo individual, anima a recuperar la pasión por esta vocación, a apostar por la conciliación –que afirma es posible– y a sostener una identidad profesional basada en el compromiso, el conocimiento y la labor colectiva.

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