El Santo Cáliz camina despaciosamente con el Cenáculo en el 70 aniversario de su primera procesión

La Cofradía Salesiana y el Grupo de Tambores Luis Esteban Felipe discurren sin más concentración que la escena en torno a la Última Cena

15 de Abril de 2025
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La Cofradía del Santo Cáliz, en su recorrido con el Cenáculo. Foto Carlos Jalle González
La Cofradía del Santo Cáliz, en su recorrido con el Cenáculo. Foto Carlos Jalle González

La Cofradía del Santo Cáliz ha sorteado la lluvia amenazante para desfilar El Cenáculo como viene haciendo desde 1955, setenta años ya en los que sólo las inclemencias climatológicas han impedido muy ocasionalmente esta expresión de fe con el carisma salesiano. Precisamente, de la Iglesia María Auxiliadora han partido las filas rojas de las túnicas con la Cruz amarilla que emerge desde el capirote con la imagen de la Cofradía Salesiana en el pecho, entre el corazón que destila pasión y los pulmones de la fe.

El Grupo de Tambores Luis Esteban Felipe, siempre activo en tantas y tantas exhibiciones, deja para este lunes la esencia de su mayor armonía, de su coordinación, de su paso que se compenetra con los cofrades y con el paso para componer una auténtica obra de arte en movimiento.

Ha asistido como invitada la Sección de tambores y bombos de la Cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía de Zaragoza.

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Dentro del misterio de la Pascua hasta la Muerte de Jesús, estos primeros acontecimientos preparan por el camino de la fe a los feligreses que han acompañado a esta cofradía que nació en 1955 en medio de la esperanza, la misma que hoy impregna el Jubileo para los peregrinos. Es la manifestación vocacional de la Asociación de Antiguos Alumnos Salesianos del Colegio de San Bernardo que, en su dinamismo desde sus brotes en 1917, encuentra esos preciosos instantes de reflexión, de rezo. Pararse para pensar la vida, arrancar para desarrollarla en medio de la virtud.

Una celebración en torno al Jesús flanqueado por sus apóstoles en torno a la mesa, preparados para celebrar la Última Cena en la que los discípulos inquieren al Salvador sobre quién será el traidor, ayunos de entendimiento, seguros en la certeza de Cristo. La gran mesa se ha llenado de oscenses que han admirado el conjunto cuyo origen se remonta 160 años atrás en las manos de Cristóbal Mendoza, en 1865, reconstruido en 1943 por el oscense Larruy y policromado por Félix Escartín tras el incendio de 1934.

En la esencia, la divinidad vestida de humildad del Jesús que lava los pies de sus discípulos para purificar sus almas. El recorrido, por Avenida Monreal, Coso Alto, Capuchinas, calle del Parque, Miguel Servet, Coso Alto, Moya, López Allué, Cuatro Reyes, Goya y Coso Bajo hasta desembocar en Santo Domingo, ha transcurrido en medio del respeto y un apreciable silencio, sin mirar al cielo más allá de la búsqueda de la orientación en las virtudes teologales que impregnan la Semana Santa. Felicidad final porque el Cenáculo ha formado parte del destino, de la ruta de la cristiandad con la vocación de trascendencia.

 

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