Cada viaje tiene sus episodios, y cada episodio vivido en un viaje constituye una línea imborrable que se graba en nuestra memoria. Es el tatuaje invisible que permanecerá en nuestra mente hasta el fin de nuestros días.
Observar la vida y sus acontecimientos cotidianos en lugares desconocidos siempre produce un interés inédito para nuestros sentidos. Puede que, cuanto menos sepamos de esos lugares, más grande será la fascinación que nos harán sentir. Los sentidos atrapan la vida y el alma filtra sus sensaciones.
Ya había estado muchas veces en Bali, conocía de sobra la isla y muchas de sus más importantes tradiciones, pero también ignoraba otras muchas. El encuentro con Suryani, una chica balinesa, me proporcionó el conocimiento de una nueva tradición inseparablemente unida a su cultura. Suryani tenía veintidós años, era atractiva, agradable e inteligente, excelentes dotes para alcanzar un futuro prometedor. Vivía con su familia en Tegalalang, un pueblo en el centro de la isla, trabajaba para un banco como agente de seguros y, por las tardes, complementaba su trabajo con el arte de pintar. Aunque no era mucho, con la venta de sus pinturas obtenía una aportación extra a su salario del banco, a veces superándolo. A simple vista, uno podía pensar que la vida de Suryani sería fácil, parecía encaminada hacia un porvenir prometedor y una vida feliz. Sin embargo, ciertas circunstancias encerraban un pequeño inconveniente, algo sin aparente importancia, pero rigurosamente trascendental para su vida.
Era la segunda de tres hermanas, la favorita de sus padres, quizá eso podía hacer pensar que tuviera más privilegios, pero en realidad no significaba más que la condena que condicionaría negativamente su vida para siempre.
Nos conocimos comiendo en un pequeño restaurante local de Tegalalang. Al despedirnos me invitó a visitarla en su casa y esa misma tarde, antes de regresar a mi hotel en Kuta, decidí ir a verla. Las casas de Bali son de planta baja, por lo general rodeadas de un pequeño terreno ajardinado, y de un muro. Las habitaciones son como módulos independientes, un poco elevadas para evitar inundaciones en época de lluvias, la cocina está en un lugar aparte y el salón o comedor se podría decir que es inexistente, en su lugar hay un pórtico techado sostenido por cuatro columnas de madera, también elevado del suelo y sin amueblar, a lo sumo unas esteras o algún sillón, que sirve de zona comunitaria para comer, descansar o reunirse.
El baño suele ser comunitario y muy simple, el retrete es una plataforma con un hoyo en el suelo y la ducha una pileta de agua con un cazo que sirve tanto para echársela uno mismo sobre el cuerpo como para echarla sobre el retrete después de hacer sus necesidades. Lo más imprescindible de la casa es un pequeño templo en el que cada día rezan y depositan sus ofrendas. Los elementos decorativos de las casas suelen ser árboles, plantas, flores y los estanques o peceras con peces de colores. La casa de Suryani tenía todo esto, contando además con una gran extensión de terreno donde había árboles, plantas tropicales, flores y un pequeño río en su parte trasera.
"Bali es la isla de las tradiciones, la más importante la ceremonia de la cremación donde se incinera a los muertos"
La religión es el eje sobre el que gira la vida de los balineses y del que nadie se separa un solo milímetro. Religión y tradición están inseparablemente unidos. Bali es la isla de las tradiciones, la más importante la ceremonia de la cremación donde se incinera a los muertos. Como hinduistas, creen en la reencarnación y para ellos la muerte no es más que el paso a una nueva vida y su continuidad en otra disposición metafísica. Entre las variadas e incuestionables tradiciones que existen, hay una referente a la familia en la que los padres, cuando llegan a viejos, nunca quedan solos. La costumbre es que los hijos varones permanecen en la casa con los padres, ellos son los encargados de cuidarlos cuando son mayores. Las hijas, por el contrario, siempre van a vivir a la casa del marido después del matrimonio, quienes convivirán y cuidarán a los padres de él.
El problema en la familia de Suryani es que no había hijos varones. Suryani era la segunda de tres hermanas, en una situación así los padres escogían a la hija que se quedaría con ellos y Suryani fue la elegida.
El hecho de ser la elegida lo cambiaba todo, complicando mucho su futuro. Es cierto que dispondría de una casa grande con mucho terreno y bien ubicada, pero esa concesión no favorecía en nada para lograr un futuro feliz, sino todo lo contrario, perjudicaba todas sus aspiraciones para serlo. Ser la elegida por sus padres significaba una desgracia segura contra la que nada podría hacer para evitarlo. Ser la más bella de las tres hermanas, la más inteligente, la de trato más agradable y mayor encanto, más que fortuna sólo podía traerle desdicha.
No pasé una, sino varias veces a visitar a mi amiga en su casa en las tardes antes de regresar a mi hotel en Kuta. Nos sentábamos en el suelo del porche de su habitación y hablábamos con la confianza de dos buenos amigos, tenía una sonrisa fácil y sincera, con un encanto natural que estaba por encima de todas las chicas que había conocido en Bali.
Un día le pregunté si tenía novio, ya contaba con veintidós años y a esa edad en Bali una chica ya estaba en disposición de casarse. Su respuesta fue que no. Eso me sorprendió, tenía sobradas cualidades para tener el novio que quisiera, pero lo que más me sorprendió fue cuando me dijo que nunca lo tendría y, en consecuencia, nunca se casaría.
En principio no entendí aquel extraño pesimismo, saltaba a la vista que Suryani, además de belleza y simpatía, tenía numerosas cualidades, lo que la convertía en un buen partido. Luego entendí que su vaticinio nada tenía que ver con el pesimismo o la desconfianza en sus propios encantos, simplemente era realista. Me contó que, de sus dos mejores amigas y de su misma edad, una ya se había casado y la otra pronto lo haría, ella. Sin embargo, ya había renunciado a tener esa suerte. Y el problema no era sólo quedarse soltera y sola, sino que se extendería hasta su vejez, pues si no tenía hijos, ¿quién la cuidaría a ella?
Ahora entendía la desgracia acaecida cuando fue elegida por sus padres para quedarse con ellos en la casa.
Era fácil imaginar que una chica como Suryani tendría muchos pretendientes. Al comentarle esto ella sonrió afirmando, aunque después su respuesta me dejó un poco desconcertado: “Pero contra la tradición nada se puede hacer” -dijo. En ese momento yo desconocía a qué tradición se refería, por eso su respuesta me parecía un misterio. ¿Qué tradición?, le pregunté.
"Pocas chicas podían igualarla, el valor de sus cualidades estaba por encima de la mayoría, era guapa, responsable, trabajadora y de buen corazón"
Pocas chicas podían igualarla, el valor de sus cualidades estaba por encima de la mayoría, era guapa, responsable, trabajadora y de buen corazón, los principales fundamentos en los que se fijan los chicos y sus familias, y además poseía excelentes condiciones para afrontar la vida en todos sus sentidos. No le faltaba nada para ser una de las más deseadas, de hecho me contó que ya desde la escuela había chicos que se sentían atraídos por ella, luego algunos quisieron dar el paso de ser sus pretendientes. Ahora también los había que se preocupaban por ella y deseaban estrechar relaciones, le pedían una cita o iban directamente a su casa para hablar. En principio todos parecían interesados en ella, sin embargo en cuanto se enteraban de que no tenía hermanos y sus padres la habían escogido para quedarse con ellos, sus pretendientes desaparecían para siempre.
Suryani pintaba sus cuadros sentada en el porche de su habitación con las piernas cruzadas, dedicándose a ello todas las tardes mientras había luz solar. Su estilo era algo naíf, de mucho colorido, de dibujos y formas muy minuciosas y elaboradas, poseía una extrema habilidad y una gran inspiración. Sus temas preferidos los sacaba de la naturaleza, paisajes exuberantes, bosques plagados de vida, pájaros multicolores, eran las diferentes versiones del paraíso que fabricaba en su imaginación y daba vida con la maestra destreza de sus manos. Una vez por semana pasaba un comerciante de pinturas para comprarle las que tuviera terminadas para venderlas él después a los turistas japoneses.
Ver a Suryani creando formas y colores en sus obras rodeado de aquel agradable entorno mientras me tomaba un té frío era un bálsamo para el estrés donde los sentidos se acomodaban plácidamente. Una de esas tardes tuvo la visita de un joven de su edad, un chico atractivo y educado, que buscaba novia. Afortunadamente ya no era como antes, cuando las familias arreglaban el matrimonio de sus hijos, ahora ellos podían escoger libremente sin que las familias se interpusieran, siempre y cuando escogieran entre su misma clase social, es decir, de su misma casta. Un matrimonio entre dos castas diferentes era imposible.
Me aparté para que pudieran hablar tranquilamente, al cabo de un rato el chico se marchó y yo regresé junto a Suryani. Me alegré por ella y sonreí, parecía que se abría una posibilidad a sus legítimas aspiraciones. Si el chico había ido a verla para hablar con ella era porque le gustaba, entonces le pregunté qué le había parecido él. Suryani dijo que lo conocía sólo de vista, solamente habían hablado casualmente alguna vez, no negó que era guapo y esforzándose por sonreír confesó que le parecía un buen chico y que también a ella le gustaba. Además creía que sus intenciones eran serias y contaba con un buen trabajo. Yo me alegré al escucharla, le dije que a mí también me había dado una buena impresión el chico, podía ser la persona adecuada para ella. Suryani sin embargo me respondió con poco optimismo: “estoy segura de que nunca más volverá” -dijo con infalible intuición-, “es por la tradición” -sentenció convencida.
"Aunque a mí me pareciera una tradición absurda y estúpida, para los balineses las tradiciones eran inquebrantables"
La dichosa tradición balinesa se imponía a cualquier otra decisión, más importante que cualquier deseo personal. Aunque a mí me pareciera una tradición absurda y estúpida, para los balineses las tradiciones eran inquebrantables. En su cultura los hijos varones debían quedarse en la casa de los padres a su cuidado y las esposas debían ir a vivir a la casa de sus maridos, así se había hecho siempre y así continuaba. Realmente no había nada que hacer. Por muy interesado que cualquier chico estuviera en Suryani, al enterarse que debía quedarse en su casa con sus padres no les quedaba más alternativa que renunciar al matrimonio con ella. Los hombres no podían abandonar bajo ningún concepto a su familia, si lo hicieran serían repudiados por sus familiares. Las mujeres debían ir a vivir en la casa de sus maridos y no al revés, eso hubiera sido ir contra la tradición.
Verdaderamente ir a vivir a la casa de Suryani tenía sus ventajas, disponía de un gran terreno y en un lugar excelente. Por otra parte cuando sus padres muriesen ya no tendrían que compartirla con nadie más, Suryani me confesó que a más de uno no le habría importado ir a vivir a su casa. Alguno de los interesados ya le había declarado su amor y el deseo de casarse con ella, pero si se saltaba la norma que imponía la tradición para convivir en la casa de su mujer perdería el respeto de sus familiares, vecinos y amigos, quienes sin duda además se burlarían de él. La única posibilidad que quedaba era que Suryani incumpliera el deseo de sus padres y siguiera a su marido como establecía la tradición, pero antes que abandonar a sus padres, ella había decidido relegar su propia felicidad. No podía dejar de admirar que, pese a la tristeza que se ocultaba en el interior de Suryani al verse obligada a renunciar a tener su propia familia, nunca dejaba de sonreír.
Bali, año 2006
Cuatro años después de haber conocido a Suryani volví a su casa para saber qué era de su vida. Me recibió su madre, quien me recordaba perfectamente. No hablaba inglés, pero sabía que iba a ver a su hija y me hizo un gesto con la mano de que esperara, entonces cogió el teléfono y llamó a Suryani para decirle que estaba allí. Mientras esperaba, vi un niño de corta edad en el porche de la habitación de mi amiga, era la señal inconfundible de que la vida de Suryani había cambiado.
Llegó en su moto a los pocos minutos con una sonrisa estampada en su rostro, reprochándome haber tardado tanto en ir a verla. Me confirmó lo que ya suponía, se había casado y tenía un niño de dos años. Inicialmente pensé que algún chico había roto la sagrada tradición balinesa y se habían casado yendo después a vivir en la casa de ella, pero no fue así, en realidad la boda fue un arreglo de sus padres.
En los años setenta un hermano de su padre había emigrado a Sumatra, tenía un hijo soltero, de modo que las familias se pusieron de acuerdo y enviaron al chico para su boda con Suryani. Hasta entonces Suryani sólo lo había visto una vez, pero al ser también de religión hinduista no había problema. En Bali no existía inconveniente para casarse entre primos, si las familias lo decidían así.
Suryani había perdido su empleo en el banco y ya no pintaba, ahora tenía una nueva y curiosa dedicación: diseñadora de ropa para perros. Una amiga japonesa le había dicho que en Japón a la gente le gustaba vestir a sus mascotas, animándola a que pusiera un negocio como ese. Su pueblo estaba cerca de Ubud, donde cada año llegaban miles de turistas, de modo que decidió probar suerte con esa clase de negocio. Tuvo que pedir un préstamo para alquilar un local en Ubud (en Bali si quieres alquilar un local por un año hay que pagar el año completo por adelantado) que utilizaba como tienda para vender la ropa que ella misma diseñaba y confeccionaba, mientras que su marido se encargaba de venderla. Entre el material que necesitaba para sus confecciones, también tuvo que comprar un perro con pedigrí de importación que servía de modelo para mostrar cómo quedaba la ropa canina, el cual le había costado bastante caro, además se lamentaba de que mantener al perro le costaba más que mantener a su hijo.
Fue el primer negocio de ese tipo que se abrió en Bali, había sido una inversión considerable que le estaba resultando difícil poder rentabilizar, la ropa no era fácil de confeccionar y los vestidos costaban más caros que los de una persona, y para complicar más la situación estaba embarazada de nuevo. Sin duda era un negocio innovador y arriesgado, pese a todo, yo estaba seguro que si en lugar de su marido fuera ella la vendedora, indudablemente las ventas habrían ido mejor.
Finalmente Suryani se había casado y tenía su propia familia, quizá no era exactamente lo que ella había soñado para su vida, pero me dijo que era feliz.