Ucrania (II), las peripecias de un viajero

De las extrañas costumbres en las relaciones a una compleja vicisitud con un policía

Marco Pascual
Viajero
27 de Noviembre de 2022
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Yalta, una maravilla en Ucrania
Yalta, una maravilla en Ucrania

La única y lejana referencia que tenía de Yalta era los acuerdos que se tomaron allí por los presidentes de Inglaterra, EE.UU. y la Unión Soviética para definir el nuevo régimen del mundo poco antes de terminar la segunda guerra mundial, algo que aún coleaba en mi memoria y despertaba mi curiosidad.

Para alojarme, encontré una pequeña casa de planta baja a cinco minutos del centro en buenas condiciones por 15 dólares al día. Después de verla le pagué a su dueña una semana por adelantado. Hice un primer reconocimiento de la ciudad, regresando a última hora de la tarde para tomar una ducha y salir.  Después de ducharme vi que en la cocina había un poco de agua embalsada y busqué la llave de paso para cerrarla. Como no la encontré llamé  por teléfono a la dueña, sin respuesta, de modo que se me ocurrió ir a la casa de un vecino  para que me dijera donde podía estar la llave de paso. Allí había un chico y una chica que se disponían a cenar, quienes amablemente me acompañaron para intentar encontrar la llave de paso. Ellos no eran de allí, sino de Jarkov, y estaban también alquilados.  Después de mirar por todo encontramos la llave y la cerramos.  Antes de regresar a su casa los chicos me invitaron a cenar con ellos, de manera que acepté.  Me explicaron que habían ido a Yalta para trabajar como camareros en verano, llevaban dos días allí y en otros dos comenzaban a trabajar.

La cena era algo frugal, salchichas de Frankfurt sacadas de una lata que comían directamente y trozos de pepino sin más, con vodka de bebida.  Me costaba digerir aquella combinación.  Después de probar un poco les dije que los invitaba yo a cenar. Salimos de allí poniendo rumbo a un restaurante, ellos escogieron un sitio donde daban pollo asado con patatas y esa sí que fue una cena en condiciones, esta vez regada con cerveza.  Luego pasamos por el bar donde trabajaba la tercera compañera del piso donde vivían ellos, una chica realmente bonita, también de Jarkov, a quien pasaríamos a buscar a las dos de la mañana, hora en que terminaba su trabajo. Antes de regresar a casa compramos en una tienda de licores que aún permanecía abierta una botella de vodka de medio litro, con ella en la mano nos fuimos al paseo marítimo a tomárnosla a palo seco bajo las estrellas frente al mar.  Había hecho mis primeras amistades en Yalta.

Con Sveta en su bar y sus dueños, un matrimonio armenio.
Con Sveta en su bar y los dueños, un matrimonio armenio

Al día siguiente por la mañana, caminando por en centro de la ciudad y su paseo marítimo, pude darme cuenta de que había unos cuantos coches de alta gama, todos rusos, por lo visto. Yalta debía haberse convertido en el retiro estival de los nuevos ricos rusos.  Después tomé un autobús en el mercado y me fui a ver el palacio de Livadia, el que fue lugar de retiro de verano del último zar ruso Nicolas II y donde se tomaron los acuerdos de Yalta en la Segunda Guerra Mundial, ahora  convertido en museo.

Para comer encontré ese día un restaurante céntrico acogedor y con precios asequibles, al cual me hice asiduo desde el primer momento. Allí hice mi segunda amistad, un camarero de trato fácil y cordial, que además hablaba algo de inglés. Al segundo día salimos juntos por la noche después de cerrar el restaurante.  Él tenía una novia y le dijo a ella que llevara a una amiga, las dos trabajaban también de camareras, él era de Jarkov al igual que mis vecinas de casa, pero las chicas eran rusas de Krasnodar.  Ellas tan apenas sabían unas palabras en inglés, por lo que pasamos hablando entre nosotros dos casi todo el tiempo.  De su vida en Jarkov me contó que tenía novia allí y estaban prometidos, pensaban casarse al año siguiente.  Me mostré extrañado, me acababa de presentar a su novia y me decía que estaba prometido con otra en su ciudad. Ante mi extrañeza, me explicó que tanto los ucranianos como los rusos no sabían vivir solos, tenían que tener una pareja, que él tuviera otra novia temporal en Yalta era algo normal, su chica allí también tenía novio en Krasnodar.  Por más que él lo viera algo natural, a mí me chocaba. Observando eso, le dije que entonces, mientras él estaba allí, seguramente su novia en Jarkov se habría buscado otro novio transitorio hasta que volviera él, si eso era lo normal.   Sonrió sin responder, luego me dijo que esperaba que no.

Mi tercera amistad fue el dueño del restaurante, un hombre de cuarenta y pocos años.  La siguiente noche que salí fue con él. Tenía una novia que era doctora y trabajaba en el hospital de Yalta, le habló de mí y quedaron en que esa noche fuera a cenar al restaurante y luego saldríamos por ahí. De paso le dijo que trajera una amiga suya para ir todos juntos.  Su novia, que se llamaba Rosa, Rosavy en ruso, de la única que recuerdo el nombre, se trajo con ella a una amiga que era además compañera de trabajo en el hospital. Al verlas cuando llegaron me quedé sorprendido, las chicas eran dos mujeres impresionantes.  Durante la cena traté de hacer alguna broma con ellas y su trabajo de doctoras para que notaran lo impresionado que me habían dejado, como que trabajando en el hospital lo mismo podían rematar de un infarto en algún paciente al verlas, que resucitar a un muerto, pero la reacción era nula, salvo algunas palabras ninguna de las dos hablaba inglés, seguramente no entendían el significado de lo que quería decirles.

Paseo marítimo de Yaltea
Paseo marítimo de Yalta

Fuimos a una discoteca, bailamos, bebimos, paseamos después a la orilla del mar, hicimos de todo lo normal en estos casos, de todo menos conversar fluidamente, me refiero entre la amiga de Rosavy y yo, sólo podíamos hacer cortos intercambios de palabras pasando gran parte del tiempo descifrando su significado, lo que resultaba algo fatigoso pese a que ella trataba de esforzarse por comprender.  El momento más sorprenderte de la noche llegó a la hora de despedirnos. Íbamos los cuatro en el coche del dueño del restaurante, iba a llevarme hasta la casa donde me alojaba. Cuando descendí del coche vi que la amiga que nos acompañaba también se bajaba por el otro lado.  Me quedé desconcertado.  Me acerqué a la ventanilla del conductor y le pregunté a mi amigo si ella también vivía cerca de allí. Él respondió que no, mirándome como si fuera estúpido.  Como seguía sin tenerlo claro, a continuación me dijo que ella quería quedarse conmigo.

Años después, en el 2009 estando en Odesa de nuevo por cuarta vez, conocí a Anders, un sueco que había ido allí para abrir una agencia de contactos en Kyev. Había hecho un estudio personal y según él a los ucranianos les costaba relacionarse, les gustaba tener pareja pero muchos tenían dificultades para encontrarla, de modo que creó una empresa para fomentar las relaciones entre hombres y mujeres, organizando encuentros en discotecas, restaurantes, hoteles, realizando eventos diversos al objeto de que los miembros de aquel club de solteros pudieran conocerse y relacionarse teniendo como fin formar parejas.  Mantuve el contacto con Anders en los años posteriores, cada semana me enviaba información de las cosas que organizaba, después fotos de la gente que acudía a los lugares donde se realizaban los encuentros, siempre con muchos participantes. Anders estaba muy satisfecho con el resultado, me invitó a ir varias veces para que lo viera y participara de la experiencia, parecía que su agencia cada vez tenía más exito, de hecho a los dos años abrió otra en Jarkov.  Visto eso, parecía que Anders tenía razón en lo de que a los ucranianos les costaba relacionarse por sí mismos.

En los días siguientes me veía con mis vecinas camareras antes de que empezaran a trabajar, luego por las tardes pasaba a tomarme una cerveza en el bar de Sveta, mi vecina guapa, que era la chica que más me interesaba y con quien tenía una mayor conexión.  Con el dueño del restaurante, su novia y la amiga salimos una noche más, pero con la  dificultad de comunicarnos me faltaba motivación y terminaba aburrido, de manera que concentré mis esfuerzos en ver y compartir el tiempo con Sveta, la culpable de que alargara dos días más mi estancia en Yalta.

Dejé la ciudad un día a las seis de la tarde tomando un autobús directo a Odesa, unas catorce horas de viaje, largo, pero más entretenido de lo que esperaba.  Íbamos poca gente, al otro lado del pasillo paralelo a mí iba un hombre de unos sesenta años, al poco de empezar la marcha intentó comunicarse conmigo en ucraniano. Por más que le decía que no entendía, él no escuchaba y continuaba hablándome sin parar. Luego sacó una cerveza y por gestos me pidió un abridor.  Llevaba una navaja multiusos y se la presté, él sonrió contento. Echó un trago y luego me ofreció la botella para que bebiera yo.  Tuve que rechazarla varias veces.  No sé si sería algo natural, pero le veía la nariz algo roja, lo que parecía claro es que andaba más animado de lo normal. Paramos en Sinferopol y hubo nuevos pasajeros que subieron al autobús. Observé que mi amigo, después de bajarse, regresaba acompañado de una elegante señora, más joven y relativamente guapa, sentándose juntos en la parte de atrás.  Al poco de arrancar el autobús el hombre vino a recoger su bolsa de viaje, me miró con una sonrisa pícara y regresó a la parte de atrás con la mujer.  Tuve la sospecha que aquel no era un encuentro convencional.  De vez en cuando atraído por la curiosidad echaba la vista atrás, pero estaba oscuro y tan apenas se veía nada.

Un par de horas después el autobús paró para hacer un descanso y cenar. Al encenderse las luces miré atrás y vi que ambos estaban recomponiéndose, ella se encontraba en sujetador, colocándose la chaqueta directamente sobre la piel de su cuerpo y él colocándose también la ropa. Sí, era lo que sospechaba, aquello parecía una nueva modalidad en la práctica de la prostitución, esa prostituta ofrecía sus servicios en los trayectos largos de autobús para liberar del aburrimiento a los pasajeros.  Luego observé que la mujer se colocó en el andén donde otro autobús se encontrba dispuesto para salir, posiblemente esperando algún otro cliente de regreso al lugar donde había salido. Buscando un sitio para cenar algo encontré al compañero de viaje, ya estaba comiendo una especie de gruesa salchicha y tomando cerveza, animándome a que me sentara y comiera algo allí con él.

Pasadas las tres de la mañana paramos en Jerson para tomar un descanso de diez minutos.  Aproveché para salir fuera en busca de un baño, tenía ganas de orinar.  El baño estaba cerrado y la estación de autobuses medio a oscuras,  desierta a esas horas de la noche.  Me quedé pensando qué podía hacer, porque el autobús no tenía baño. No me sería posible esperar a la próxima parada, de modo que decidí orinar en cualquier parte aprovechando la soledad de la estación y la penumbra que nos rodeaba.  Al fondo vi una arboleda donde la oscuridad era absoulta, de modo que me dirigí allí.  Me adentré entre los árboles y oriné con tranquilidad.  Justo al terminar, subiéndome la cremallera del pantalón, apareció frente a mi una luz enfocándome y un hombre que se incorporaba gritándome algo.  Debía estar agachado y oculto tras un árbol. Lo primero que pensé fue: ¿quién es ese tipo?, ¿qué hace ahí escondido?

El hombre echó a andar hacia mí mientras decía algo en ucraniano, di media vuelta y me apresuré a salir de entre los árboles, mientras el hombre hizo lo propio siguiéndome. Pensé que debía ser alguien que esperaba una víctima para robarle allí en la oscuridad.  Al salir fuera donde había luz me di cuenta de que mi perseguidor era un policía con malas pulgas, gesticulando y gritándome para que me detuviera.  En aquel momento no sabía qué podía ser peor, si un delincuente o un policía.

Tuve que pararme y soportar el enfado que traía por no haberle obedecido de quedarme quieto a la primera. De mal humor me exigió la documentación.  Al responderle se dio cuenta de que era extranjero y entonces me pidió el pasaporte.  Dudé si dárselo, cuando un policía corrupto tiene tu pasporte te tiene agarrado por los cataplines.  Al final no me quedó más remedio que dárselo.  Lo miró y después me soltó un breve sermón en su idioma, supongo que por haberme pillado orinando allí,  pidiéndome dinero a continuación, lo que ya imaginaba.  Ese policía se ponía a hacer horas extras en la noche por su cuenta para pillar a la gente que iba a orinar allí, supuse que yo no debía ser su primera víctima.

Entramos en un diálogo de besugos, cada uno hablaba en su idioma sin entendernos ninguno.  Yo le explicaba que el baño estaba cerrado, no era mi culpa si había orinado allí,  pidiéndole que me devolviera el pasaporte. Él lo retiraba de mi vista como dispuesto a quedárselo si no pagaba, el típico chantaje. 

En aquel toma y daca entre los dos escuché el sonido del autobús al ponerse en marcha a la vez que se activó el encendido de las luces, eso me alarmó, temía que partiera sin mí si no acudía en seguida. El policía se dio cuenta de que debía ser mi autobús y me miró con ojos maliciosos, sabiendo que me tenía en sus manos.

Con la apariencia de hacerme un favor ante la urgencia que tenía para resolver aquello, lo entendí muy bien, porque diez en ucraniano se pronuncia parecido al español.

Tuve que actuar rápido ante la inminente salida de mi autobús, no fuera a ser que  me dejara tirado en Jerson. Metí la mano en el bolsillo donde guardaba algunos billetes pequeños, en los bolsillos sólo llevaba dinero para comprar alguna cosa en las paradas, y se los di a la vez que le cogía el pasaporte de su mano sin que él entonces opusiera resistencia. Nada más recuperarlo salí disparado hacia el autobús, antes de que contara el dinero y se diera cuenta que sólo debía haber una cantidad aproximada a los cuatro euros.

Pasadas las ocho de la mañana llegamos a Odesa.  Regresé al hotel donde había estado antes, ese día me lo tomaría de descando mientras planificaba el poco tiempo que me quedaba ya en Ucrania.

Junio del año 2001

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