Venezuela, carnaval en Carúpano

Sentirse como en casa gracias a la afabilidad de la familia de Teresa en torno al carnaval venezolano más famoso

Viajero
05 de Febrero de 2023
Teresa, con mamá y sus cinco hijas, en Carúpano, el carnaval de Venezuela más famoso

Acababa de llegar al aeropuerto de Caracas, por delante tenía tres meses de estancia en Venezuela, pensaba recorrer todo el país.  Para empezar me iba directo a Carúpano, en dos días empezaba su carnaval. Antes de ir había leído que el carnaval más famoso de Venezuela era allí, así que pensé que sería un buen modo de empezar el viaje.

Después de pasar aduana y control de inmigración, en la sala de llegadas me abordó una chica para ofrecerme transporte hasta Caracas en su vehículo particular, una furgoneta que tenía aparcada fuera, dándome un precio más barato que los taxis oficiales. Ya tenía pensado ir en autobús. Además, no me fiaba de la gente desconocida, incluso tomar un taxi oficial no me daba todas las garantías, de manera que rechacé su propuesta. Ella, no obstante, me siguió fuera en la terminal insistiendo en llevarme, hasta que vio que me dirigía a la parada del autobús. Entonces regresó a buscar otro cliente.

Nada más llegar a Caracas tomé un autobús para Barcelona, enlazando después con otro a Carúpano, que se encontraba ya cerca de Guyana y de la isla Trinidad. No tuve problemas en encontrar hotel, pero me advirtieron que sólo podría estar dos días, después con el carnaval tenían todo el hotel reservado.  Eso mismo sucedió con el resto de hoteles que a pie de calle estuve preguntando en la ciudad, todo estaba reservado para el carnaval, por lo visto llegaba mucha gente de Caracas a pasarlo allí.

Carúpano

Sólo me quedaban dos opciones, o marcharme o empezar a buscar en casas particulares.

La mañana que debía marcharme dejé la mochila en el hotel y me lancé a la calle a ver si tenía suerte, preguntando en diferentes casas de un barrio con buena pinta si podían alquilarme una habitación.  Llegué a una donde vi a una chica joven y guapa en la puerta, me respondió igual que las anteriores, no tenían.  La chica parecía receptiva, le pregunté entonces si ella sabía de alguien que pudiera alquilármela, ya que todos los hoteles estaban llenos.  Ella me dijo que tal vez en casa de su tía podían alquilarme una habitación.  Ya tenía al menos esa posibilidad. La chica me dijo que si quería podía acompañarla a la casa de su tía, pero tendría que ser después, estaba trabajando en esa casa haciendo la limpieza y terminaba en media hora.

A la hora convenida pasé otra vez por la casa y juntos partimos a la casa de su tía. Pasamos de un barrio bueno a un barrio pobre.

Teresa, que así se llamaba la tía, desde el primer momento se mostró muy amable conmigo y dispuesta a no dejarme en la calle. Había aterrizado en el mejor lugar posible de Carúpano.  Me hizo pasar dentro de la casa de planta baja, donde había un gran patio interior que servía de comedor y distribuidor de las diferentes habitaciones, mostrándome la  que podían dejarme. Era grande y sencilla, de hecho era la más grande y mejor de la casa, se trataba de la habitación de Teresa y su marido.  Cuando me di cuenta le dije que no era necesario ocupar esa habitación, podía quedarme en otra más pequeña, pero Teresa me obligó a aceptarla, era la habitación que tenía para mi y no había más que hablar, iban a cambiar la cama, arreglar el cuarto y dejarlo bien “limpito”. Sentía cargo de conciencia quitándoles la cama a Teresa y su marido, que en esos momentos no estaba en casa, pero no me dio otra opción. La verdad es que no esperaba un recibimiento tan fantástico. Desde el minuto uno ya empecé a sentir aprecio por Teresa, la jefa de la casa, con carácter y un encanto desbordante, pero sobre todo con un gran corazón.

La madre de Teresa con su sobrina

Salvo el marido, allí estaba congregada toda la familia a mi alrededor, la abuela y las cinco hijas de Teresa, las dos mayores de un primer marido y las tres pequeñas del segundo, todas expectantes del nuevo inquilino que había llegado como caído del cielo. 

Al darme cuenta de lo numerosa que era la familia, más la sobrina, imaginé que ahora por mi culpa tendrían que organizarse entre ellas para reubicarse en el resto de habitaciones,  lo que debía suponerles un incómodo trastorno. Sin embargo sólo veía sonrisas y plena disposición de todas las mujeres que había allí reunidas.

Fui a buscar la mochila al hotel y para cuando regresé Teresa ya me había preparado la habitación, aún sentía cargo de conciencia por habérsela robado durante los cuatro días que duraba el carnaval. Estuve un rato hablando con la familia, conociéndonos. Las dos mayores tenían un hijo cada una de relaciones anteriores, ahora tenían también novio las dos, que casualmente ambos eran policías. El marido de Teresa no tenía trabajo, solamente ganaba un poco de dinero yendo cada mañana al puerto para ayudar a descargar los barcos de pesca, aunque imagino que con eso de poco serviría para mantener a una familia tan numerosa, teniendo en cuenta que nadie más trabajaba en casa, salvo la sobrina de Teresa, la que me condujo hasta allí.

Era mediodía y dije que me marchaba al centro para comer, a lo que Teresa se opuso diciéndome que estaba terminando de hacer la comida y comiera allí con ellos. No pude negarme. No recuerdo el qué, pero ese primer día ya preparó algo especial para mi. Me sentía muy feliz y emocionado compartiendo aquellos momentos con una familia tan maravillosa, me estaban haciendo sentir como si fueran mi propia familia.

Carnaval de Carúpano

Cuando estábamos comiendo en el televisor salió una información en las noticias que me sobrecogió, habían apresado a los asesinos de un ministro de Economía y Hacienda hasta hacía menos de un año con el presidente Rafael Caldera. El asesinato había ocurrido dos días antes.  Como ya tenían todos los datos, completaron la historia de lo sucedido.  El ministro, un hombre ya mayor que se había jubilado al dejar su cargo, regresaba de un viaje a los Estados Unidos con su esposa, en el aeropuerto una chica los había abordado para ofrecerles su coche y llevarlos a Caracas. El ministro no tenía necesidad de coger ese transporte particular en lugar de un taxi, pero convenció a su mujer de ir con la chica porque así la ayudaban.  El coche era en realidad una furgoneta, de donde durante el trayecto a la ciudad salió un individuo que permanecía oculto en la parte trasera.  Les encañonó con una arma exigiéndoles todo el dinero que llevaban encima, mientras la furgoneta seguía circulando. El ministro no se resistió, al contrario, colaboró dándole todo lo que llevaba de valor con él, pidiéndole que se calmara, a lo que acto seguido el asesino le  disparó con el arma, disparando también a la esposa. Después la furgoneta se detuvo y arrojaron a los dos por una pendiente junto a la carretera.

Cuando encontraron sus cuerpos la esposa seguía viva, la trasladaron a un hospital y, aunque continuaba grave, al día siguiente pudo relatar a la policía como sucedió todo, por lo que  después pudieron apresar a los asesinos de su marido.

Quedé estremecido al conocer la noticia, todo parecía indicar que la mujer cómplice del asesino debía ser la misma que antes me había ofrecido a mi el transporte para ir a Caracas.  No pude dejar de imaginar qué habría pasado si hubiera accedido a ir con  aquella mujer.

Esa tarde empezaban los carnavales, Teresa me advirtió antes de salir por donde no debía ir, aconsejándome que me quedara por el centro. Como habría mucha gente sería más difícil que me asaltaran, pues durante el carnaval junto con los turistas de Caracas llegaban también los delincuentes. La última advertencia fue que no me quedara hasta muy tarde, el barrio donde ella vivía quedaba un poco alejado y por la noche en solitario la travesía podía ser peligrosa.

El centro estaba repleto de gente. Creo que las comparsas, carrozas y participantes ya empezaban a pasar a partir de las tres de la tarde, durando hasta el anochecer, respirándose un gran ambiente festivo.  Aunque es cierto que al regresar por la noche a casa andaba con un poco de tensión, no tuve el menor problema, de lo único que fui testigo fue de un robo bastante absurdo.  Estaba una tarde tomando una cerveza en un chiringuito donde también preparaban cosas de comer, cuando uno de los clientes advirtió al dueño de que alguien le acababa de robar una caja de cervezas que tenía en la parte de atrás.  El dueño dejó su puesto y salió fuera echando a correr detrás del ladrón, hasta que el ladrón vio que iba a ser alcanzado y soltó la caja de cervezas.

En casa de Teresa hacía una vida bastante en común con toda la familia desde el momento en que me levantaba por la mañana, había un solo baño para todos, de forma que teníamos que ir a la ducha por turnos. A esas horas el marido de Teresa ya se había marchado al puerto, así que me encontraba en la casa rodeado de ocho  mujeres y dos niños, dándome la confianza para sentirme como uno más de la casa. Cada mañana, cuando desayunaba, me pasaba el rato viendo ir y venir chicas al baño, aunque ellas solían ocuparlo de dos en dos.  Ese segundo día a media mañana llegó el marido de Teresa con un pescado que ella le había encargado para que yo lo probara. Carúpano, además de tener unas playas espectaculares, era una ciudad de pescadores y gozaba con la fama de tener los mejores pescados de Venezuela.  Me dijo que ese pescado era muy bueno y lo iba a preparar al estilo criollo. Cada día de todos los que estuve allí me preparaba un plato tradicional especial para mí, siempre me decía para que yo probara las cosas buenas típicas de su tierra, y lo cierto es que en ningún restaurante podría haber comido mejor.  Creo que nunca he sido tan agasajado como por Teresa y su familia.  El aprecio se había convertido en adoración.

Pasé muchas horas con ellas, a veces sentados en un porche junto al patio y a veces directamente sentados en la calle sacando una mesa y sillas. Eso era cuando venían los novios de las hijas mayores, los policías. Ellos se encargaban de traer cervezas para tomar mientras esperaban que las hijas mayores se preparaban para salir a ver el carnaval, ir al parque de atracciones o cualquier otro lugar. Teresa, que era quien me hacía todas las confesiones de la familia, me dijo que los novios de sus hijas estaban casados, que vivían con sus mujeres y sus hijos, por eso no podían verse todos los días.  Me quedé un poco sorprendido, lo decía como si fuera algo natural, aceptando plenamente esas relaciones.  Comenté que ese tipo de relación no era muy conveniente para sus hijas, siendo las amantes de dos hombres casados. Si ellos continuaban con sus mujeres, ¿qué futuro les esperaba a ellas? Teresa me respondía que allí a una mujer, si le gustaba o se enamoraba de un hombre, "no le paraba bola".  Parecía ser que el futuro no importaba, sólo el presente.

Ellos son buenos, ayudan a mis hijas con los niños, les pagan los gastos del colegio y, si necesitan algo, se lo compran, me decía Teresa como justificando que ellos cumplían de alguna forma. Ellos, al estar casados, un día salían con sus esposas y otro con las amantes, en público, sin esconderse, por lo que supongo que las esposas tenían conocimiento de esa relación extramatrimonial y la aceptaban. Supongo que, mientras cumplieran llevando dinero a casa, todo se perdonaba.  Aquí parece que se ha puesto de actualidad el poliamor entre los jóvenes solteros, cuando en Venezuela y resto de países latinoamericanos los casados ya lo practican desde hace décadas.

Gentío en las calles de Carúpano

La sobrina de Teresa era la más guapa de quienes estaban en la casa, estaba soltera y sin compromiso, deseaba pedirle salir conmigo al carnaval, pero desde el primer día en que llegué casi no volví a verla. No entendía por qué, solamente trabajaba por las mañanas, ni siquiera la veía por la noche, creo que esos días no dormía en la casa.  Sin embargo las hijas estaban siempre allí. Tuve el presentimiento de que Teresa se dio cuenta de que me gustaba su sobrina y decidió alejarla de casa esos días, tal vez para dejar el camino libre a sus hijas. Con la segunda fue con quien tuve una mayor relación y creo que Teresa veía eso con buenos ojos.

Después de cuatro días terminó el carnaval y todo volvió a la tranquilidad habitual,  me sentía tan bien que no deseaba irme de allí. Le dije a Teresa que si no le importaba me quedaba otros cuatro días más.  Ella estuvo encantada, honestamente creo que todos se alegraron de eso, lo notaba en sus palabras y en sus caras.  Durante esos otros cuatro días todavía me integré más en la casa. Por la mañana acompañaba al marido de Teresa al puerto para ver la llegada y descarga del pescado, luego iba con Teresa al mercado, ella decidía lo que quería y yo lo compraba.  En la casa era prácticamente un miembro más de la familia, sólo con la diferencia de que todos los privilegios eran para mí.  Me sentía en un paraíso muy particular, sólo me faltaba tener una cita con la sobrina para que mi felicidad fuese completa, las pocas veces que había podido estar con ella teníamos una buena química, incluso llegué a sentir en ella la misma atracción que sentía yo, pero no pude llegar a tener esa cita. 

Pese a no alcanzar mi anhelo fueron otros cuatro días maravillosos, el entrañable recuerdo que guardo de esos días no se borrará nunca.  Cuando fui a pagarle Teresa rechazó el dinero, no lo quería, me dijo que yo era un amigo de la familia y no podía cobrarme, es más, volvía a invitarme otra vez cuando quisiera volver, diciéndome que esa era mi casa. Tuve que ponérselo en la mano y obligarla a cogerlo, pero al verlo volvió a rechazarlo diciendo que era demasiado.  El día que llegué le pregunté cuánto costaba la habitación y ella me dijo que eso no era problema, que le diera lo que yo quisiera.  Le recordé eso, le daba lo que yo quería en correspondencia a todo lo que ella y su familia me habían dado a mi, ningún regalo en realidad.

Me despedí de toda la familia, incluida la sobrina que en ese momento estaba en casa. Desde los primeros pasos que di hacia la estación de autobuses, ya empecé a notar la pesada nostalgia que arrastraban mis pies.

Venezuela, febrero de 1999

Etiquetas: