Viaje en África, el incómodo efecto de una compañía indeseada

Relatos de viaje: la insistencia no bien recibida de Juliet, una viajera neozelandesa con intenciones de roce

Marco Pascual
Viajero
25 de Febrero de 2024
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Marco Pascual con un gueparado en un viaje por África que compartió con una compañía no deseada
Marco Pascual con un gueparado en un viaje por África que compartió con una compañía no deseada

Había conocido a Juliet, de Nueva Zelanda, en un viaje en Laos. Aunque yo no tenía ninguna pretensión de estar en contacto con ella, nos cambiamos los correos electrónicos.  Al cabo de unos meses un día me preguntó cuál era el próximo viaje que tenía previsto, le respondí que en seis días partía a Johannesburgo para viajar después por el sur de África. Al día siguiente tenía su respuesta, en la que me pedía si podía acompañarme.  Me sorprendió. Sólo la conocía al haber coincidido en el hotel de Luang Prabang en Laos, nuestra relación se limitó a encuentros en el hotel. 

Pensaba viajar solo, no deseaba compañía, y precisamente por la de Juliet no sentía el menor interés.  Al día siguiente le envié mi respuesta, mintiéndole al decirle que no me importaba si quería venir conmigo, porque en realidad no creía que pudiera conseguir los vuelos en tan corto espacio de tiempo. Cuando le envié mi respuesta sólo quedaban tres días para el viaje y ella estaba trabajando, era la secretaria de la ministra de Asuntos Exteriores de Nueva Zelanda. Por otra parte su país estaba en la parte opuesta del mundo, de forma que conseguir vuelos y conexiones para Johanesburgo a tan sólo tres días lo veía poco probable. Al día siguiente recibí su respuesta pidiéndome los datos de mi vuelo, iba a ver si podía conseguir los vuelos y, si era posible, después pediría un mes de vacaciones.

Sinceramente creí que sería muy difícil que tuviera tanta suerte para que encontrara vuelos y enlaces para llegar a Johanesburgo en tres días, y también que accedieran a su petición de vacaciones con sólo dos o tres días de antelación. Para mi desolación, me equivoqué.  La noche antes de partir recibí un correo de Juliet diciéndome que había comprado un vuelo a Johannesburgo vía Sidney y Singapur, y la llegada de su avión sería cuarenta minutos después del mio. 

Nos encontramos en el aeropuerto de Johannesbusgo, un autobús nos llevó hasta la estación central de autobuses en el centro de la ciudad y allí mismo compramos los billetes hasta Windhoek, capital de Namibia. Luego fuimos al mismo backpaker, albergue para mochileros, en el que ya había estado en el año 94 cuando Nelson Mandela ganó las elecciones presidenciales.  Nos dieron un dormitorio para cuatro personas, aunque sólo estuvimos nosotros dos en camas individuales.  Al día siguiente a primera hora de la tarde partimos en autobús hacia Namibia, hasta ese momento todo iba bien.

"Para mi desolación, me equivoqué.  La noche antes de partir recibí un correo de Juliet diciéndome que había comprado un vuelo a Johannesburgo"

Llegamos a la frontera en mitad de la noche. A la hora de pasar inmigración me sorprendió la amabilidad de los policías conmigo.Al ver mi pasaporte su respuesta fue: “Bienvenido a nuestro país”, creo que era la primera vez en África que era recibido así, sin el menor problema y casi con honores, sellando mi pasaporte con una sonrisa y deseándome una buena estancia en Namibia. Por alguna razón desconocida, con sólo ver que era español habían hecho un despliegue de cortesía conmigo.

Todo lo contrario con Juliet, al pedirle su pasaporte y ver que no tenía visado le dijeron que no podía pasar. Yo tampoco tenía visado, al parecer para los españoles no era necesario pero sí lo era para neozelandeses. Teníamos un serio problema. Juliet intentó argumentar algunas razones, rogando que le dieran allí el visado de entrada, pero se negaron, diciéndole que debía volver a Pretoria y pedirlo allí. Juliet y yo éramos los únicos extranjeros del autobús. 

Viendo que los policías continuaban negándose a permitirle la entrada, intercedí por Juliet diciendo que era mi amiga y viajábamos juntos, pidiéndoles que la dejaran entrar, podíamos regularizar su visado a la llegada en Windhoek. Para mi sorpresa, sin más discusión accedieron a la petición dándole allí mismo un visado de turista por un mes. Estaba claro que gracias a mi solicitud acabaron permitiéndole la entrada, aunque yo no entendía nada, estaba realmente sorprendido de la benefactora actitud de los policías conmigo. Lo entendería después de llegar a Windhoek.

De no haber mediado por Juliet nuestro viaje juntos habría acabado allí y yo hubiera quedado libre para viajar a mi aire, pero por suerte para ella pudo continuar.  En Windhoek buscamos un hospedaje que salía en la guía de viajes, un “bed and breakfast” de un blanco de origen inglés que ofrecía habitaciones en su casa.  El sitio era fantástico, nos dio una habitación grande y teníamos desayuno incluido.  A partir de ese momento había que planificar el viaje y los lugares a visitar. Juliet ya me había dicho que se acoplaba a lo que yo decidiera, y mi prioridad allí era  ir a Kaokoland, la tierra de los Himba.

Esa misma tarde empezamos a buscar la forma para ir allí, estaba justo al norte del país. Había algunas agencias que se dedicaban a llevar turistas extranjeros a los principales lugares de interés del país, pero no a Kaokoland, el viaje no figuraba en ninguno de los folletos de las agencias.

"Mi prioridad allí era  ir a Kaokoland, la tierra de los Himba"

Ese primer día sólo nos dio tiempo para un reconocimiento de la ciudad, cenamos y a partir de las ocho de la tarde ya no quedaba nadie en las calles, de modo que nos dirigimos a la casa donde estábamos alojados. Llegó el momento de acostarnos. La habitación tenía una cama de matrimonio, por lo que tendríamos que compartirla.  Aunque Juliet no se había mostrado muy incitante respecto a sus deseos, yo notaba evidentes detalles de que ella no buscaba sólo un compañero de viaje, mientras yo no deseaba más que eso, no sentía ninguna atracción por ella. Una lástima, porque íbamos a pasar juntos un mes. Esa noche todo fue bien, apagamos la luz, le di las buenas noches y me giré del lado opuesto de la cama dándole la espalda.

A la mañana siguiente alguien me informó de que un tal Bennie, un africaner de origen holandés, podía hacer el viaje en su camión todoterreno. Lo llamé y concertamos una cita en un café.  Estaba disponible para partir en cualquier momento, tenía el camión  preparado para llevar hasta seis personas.  Con un mapa sobre la mesa estudiamos los posibles recorridos eligiendo yo mismo las rutas que deseaba tomar según el interés que tenía cada una y las recomendaciones de Bennie. Después de más de una hora concluimos el recorrido en un viaje de diez días.  El viaje incluía la comida y las bebidas, con nosotros vendría una cocinera para prepararnos las comidas cada día. Para dormir, el primero y el último día lo haríamos en cabañas, el resto de los días en tiendas de campaña. Bennie calculó el precio del viaje para seis personas, ya que sólo para Juliet y para mí era inasumible, de modo que a partir de ese momento sólo quedaba encontrar a otros cuatro viajeros interesados. 

Hicimos un tour por los backpakers de la ciudad en busca de viajeros independientes para proponerles el viaje. Encontramos algunos, pero ninguno estaba interesado, sólo querían rutas más clásicas y menos complicadas. Al final encontramos cuatro chicas dispuestas a hacer el viaje, una holandesa, una neozelandesa y dos danesas. A última hora de la tarde  volví a llamar a Bennie para decirle que tenía otras cuatro pasajeras para el viaje, él me dijo que necesitaba un día para preparar la logística del viaje, por lo que podíamos partir  en dos días al amanecer. Por curiosidad le pregunté si la cocinera que vendría con nosotros era su mujer y él me respondió: No, es mi suegra. Me quedé perplejo, Bennie debía tener unos 55 años, no me imaginaba a una señora mayor en un viaje tan duro, siendo además quien más iba a trabajar y menos iba a descansar.

Windhoek no tenía muchos atractivos, era una ciudad moderna, limpia, ordenada y tranquila, muy diferente del resto de capitales africanas. Como no había mucho que ver, fuimos a un museo, creo que era el único que había, referido a la historia de Namibia, el país más joven de África, había conseguido la independencia de Sudáfrica en el año 1990, tan solo nueve años atrás.

Windhoek no tenía muchos atractivos, era una ciudad moderna, limpia, ordenada y tranquila

El museo era pequeño, dedicado casi en su totalidad a la historia reciente de Namibia. De hecho el protagonismo se centraba en el surgimiento del SWAPO, el movimiento de liberación nacional, y la lucha que habían mantenido hasta conseguir la independencia.

Sobre esto había algo que destacaba y que me sorprendió.  Nada más entrar ya me llamó la atención que allí había una bandera española y la foto de Felipe Gonzalez. Había documentos gráficos y escritos sobre el apoyo del gobierno español al SWAPO desde el año 1987 hasta el día de su independencia en 1990. El apoyo había sido en Naciones Unidas y lo fue también en ayuda material y logística a través de vuelos regulares del ejército español, recuerdo que hasta había un gran mapa donde se señalaba el recorrido que realizaban los aviones españoles con ayuda hasta llegar a Namibia. 

Todo lo que vi dejaba claro el profundo agradecimiento que a través de ese reconocimiento tenía el gobierno de Namibia hacia España y los españoles. Después España fue el primer país europeo en abrir una embajada en Windhoek, estableciendo unas relaciones preferentes con nuestro país, de las cuales surgieron varios tratados de cooperación y acuerdos, entre los más importantes, acuerdos de pesca para los pesqueros españoles.  En aquel museo comprendí la exquisita cordialidad con la que me recibieron en la aduana.

El primer día de viaje atravesamos el Parque Nacional de Etosha, la reserva de animales salvajes más grande del país, para llegar al final de la tarde a la hacienda privada donde íbamos a pernoctar. Nos quedamos a la entrada a la espera de que viniera el dueño a abrirnos, tenía tres guepardos viviendo allí en libertad. Una vez dentro el dueño nos explicó lo que podíamos o no podíamos hacer para que los guepardos se mantuvieran tranquilos, los cuales no tardaron en aparecer viniendo hacia nosotros. El dueño los detuvo acariciándolos, posiblemente para calmarlos y hacerlos acostumbrar a nuestra presencia. Quizá para evitar riesgos, tenía preparadas unas buenas porciones de carne de mono que les entregó poco después. Más tarde, con la tranquilidad de que ya habían satisfecho el hambre y bajo la presencia del dueño, acaricié a uno de ellos. De todos modos, nos dio la consigna de que por la noche después de ir a dormir no saliéramos fuera de la cabaña.

Llegó el momento de acostarnos,  afortunadamente teníamos camas individuales.

La noche transcurrió sin preocupación, yo seguía manteniendo la distancia con Juliet. Además dormir en camas separadas facilitaba mucho la tranquilidad. Durante el día con las demás chicas todo era mucho mejor, podía hablar con ellas y eso me hacía sentir más libre y desligado de Juliet. Además desde el primer momento tuve una buena conexión con Louise, una de las chicas danesas, la más guapa del grupo, con quien mantuvimos durante todo el día una fluida conversación.

"Vestían espectaculares vestidos victorianos, llamativamente coloridos y formados por nueve capas, todo eso bajo un sol achicharrante y una temperatura que rondaría los 35º2

Lo más interesante del segundo día fue al llegar a una zona donde habitaban las mujeres Herero, una etnia cuyas mujeres vestían espectaculares vestidos victorianos, llamativamente coloridos y formados por nueve capas, todo eso bajo un sol achicharrante y una temperatura que rondaría los 35º. Lo más gracioso era el enorme gorro que llevaban todas sobre su cabeza del que salían dos grandes prolongaciones hacia los lados.  Era la zona más desértica e inhóspita que habíamos encontrado en nuestro camino. An así, además de las mujeres Herero también vimos algunos “elefantes y jirafas del desierto”, como los llamaba Bennie. Difícil imaginar cómo animales tan grandes podían subsistir allí sin tan apenas agua y vegetación.

Subsistir impasible y resignado a la cercanía de Juliet sería en adelante mi principal preocupación del viaje, arrepentido de mi decisión de decirle que podía acompañarme.  Durante las travesías en el camión solía sentarme junto a Louise, que era con quien más contacto tenía del grupo. En las paradas para observar algo era con Louise con quien intercambiaba impresiones, a la hora de parar para organizar las comidas debíamos colaborar con la suegra de Bennie, mientras ella se encargaba de ir preparando la comida los demás realizábamos alguna otra tarea, como preparar la mesa y las sillas, sacar la cubertería, ir a por leña para hacer fuego…

Louise y yo nos encargábamos de esa tarea, salir a buscar leña seca entre la vegetación. Pese a mis esfuerzos por evadirme de Juliet, resultaba verdaderamente difícil, durante los viajes en el camión intervenía en nuestras conversaciones, en los lugares donde parábamos para ver algo interesante se acercaba a nosotros para introducir sus comentarios, y cuando íbamos a por leña, lejos del camión y ocultos entre la vegetación, aparecía también Juliet para ayudarnos sin que nadie se lo hubiera pedido.  Yo trataba de mantener algo de intimidad con Louise, pero Juliet se encargaba de que eso fuera misión imposible.

Me crispaba aquella obsesión por interponerse entre nosotros, pero lo peor vino por las noches a la hora de acostarnos.  A partir del segundo día teníamos que dormir en tiendas de campaña, dos por tienda, que iban sobre el techo del camión.  Para mí era el momento menos deseado del día. Las tiendas tenían suficiente espacio para dos. Sin embargo Juliet se pegaba demasiado a mí, que yo a mi vez dormía pegado al lateral de la tienda. Por la noches seguía haciendo bastante calor, yo dormía con un simple pantalón corto y Juliet con una sencilla camiseta de tirantes, no decía nada, pero se acercaba tanto a mí que notaba el roce de su cuerpo sobre el mío, lo que no se atrevía a decir con palabras lo insinuaba con el roce de sus piernas y el aliento de su respiración tras mis oídos.

"Notaba el roce de su cuerpo sobre el mío, lo que no se atrevía a decir con palabras lo insinuaba con el roce de sus piernas y el aliento de su respiración"

Las insinuaciones de Juliet me agobiaban, su compañía para dormir en la tienda me resultaba tan excitante como un libro de instrucciones para montar un mueble. Sin embargo para no desairarla me limitaba a responder a su acoso silencioso con impasibilidad e indiferencia, intentando esquivar sus insinuaciones con la habilidad con la que un gato esquiva el agua.

Después de soportar tres noches seguidas las mismas insinuaciones puestas en práctica por Juliet, a la cuarta agotó mi paciencia. Paramos para hacer noche a orillas del rio Kunene, que suponía la frontera natural entre Namibia y Angola. Ya empezamos mal porque a la luz de la bombilla que nos iluminaba para cenar se agruparon volando alrededor unos mosquitos que parecían cucarachas voladoras. Cuando estábamos recogiendo todo para subir a la tienda uno de esos mosquitos me picó en la parte superior del pecho cerca del cuello. Casi de inmediato noté un fuerte y doloroso picor, surgiendo en poco tiempo una ampolla considerable en el lugar del picotazo.

Dispuestos  para dormir, sin haberse rebajado del todo la picazón que sentía, empecé a notar de nuevo el roce del cuerpo de Juliet pegándose a mí. Volví a usar la táctica de la indiferencia aguantando impasible. Sin embargo esta vez Juliet fue más allá subiéndose encima de mí. Fue la gota que colmó el vaso. Me giré para apartarla de mí conteniéndome para no gritar lo que realmente deseaba decirle, procurando hablar con el tono de voz bajo para que no se enteraran nuestras vecinas. Le pedí por favor que me dejara en paz y se apartara de mí.

En los días sucesivos me vi liberado del agobio que me hacía sentir Juliet por las noches, pero no pude desprenderme de su pegajosa compañía cada vez que yo me acercaba a Louise, estaba claro que se había propuesto interponerse entre los dos para arruinar cualquier posible relación con ella.

Cuando terminamos nuestro viaje  a Kaokoland pensé en decirle a Juliet que a partir de entonces cada uno siguiera por su lado, pero al final no supe hacerlo, era como dejarla abandonada y, aunque ya era mayorcita, no me vi capaz de dejarla sola. Continuamos hasta Zimbawe haciendo noche en el delta del Okavango en Botsuana. Visitamos las Cataratas Victoria, y después a mi amigo de Bulawayo Alen, alojándonos en su casa. Regresamos en autoestop a Sudáfrica para desde allí ir a Maputo en Mozambique.

Hasta ese momento todo transcurrió con relativa normalidad,  no hubo más insinuaciones, aunque mi relación con ella era más un pesado compromiso que una compañía agradable. Sin embargo, desde que llegamos a Maputo Juliet me hizo sentir la misma desafección que había tenido en Namibia. La causa volvía a ser parecida, los mozambiqueños y mozambiqueñas son gente amistosa y abierta, en la noche salíamos a tomar cerveza en los bares con ambiente, la gente no solía hablar inglés, pero podía entenderme con ellos hablando español y ellos en portugués, quizá Juliet se veía excluida y eso la molestaba, por lo que cada vez que hablaba con alguna chica siempre estaba allí para aguarme el placer de conversar con ella.

El peor momento sucedió en la ciudad colonial de Inhambane. Por el día había conocido a unas chicas y por medio de nuestras propias lenguas acordamos en vernos por la noche en la discoteca, por supuesto a espaldas de Juliet, quien al no conocer español o portugués no podía saber qué hablábamos.

"Juliet consiguió lo que nada ni nadie había conseguido hasta entonces: desear que terminara aquel viaje"

Después de regresar al hotel por la noche tras la cena, tuve que inventarme una excusa para salir a la calle, y una vez que estuve allí desaparecer rumbo a la discoteca. Regresé casi a las tres de la mañana y me encontré sin poder entrar al hotel. La puerta de entrada se encontraba cerrada y sin nadie que atendiera la recepción para abrir, nuestra habitación se hallaba en la planta baja cercana a la recepción, seguro que Juliet escuchaba mis golpes en la puerta para que abrieran, pero nadie acudió a abrir.  Entonces fui junto a la ventana de nuestra habitación y llamé a Juliet pidiéndole que me abriera la puerta, pero sólo obtuve el silencio como respuesta. Me hizo esperar en la calle como unos veinte minutos hasta que por fin salió a abrirme, creo que lo hizo en venganza por haberme marchado sin ella, imaginándose que había ido a la discoteca. 

Juliet consiguió lo que nada ni nadie había conseguido hasta entonces: desear que terminara aquel viaje.

Los últimos días decidimos pasarlos en la playa de Barra, una de las más hermosas de Mozambique. No estaba lejos de Inhambane, pero los últimos tres kilómetros tuvimos que hacerlos a pie cargados con las mochilas bajo un sol abrasador, y peor aún, por un camino de arena y dunas, lo que suponía un doble esfuerzo. A falta de un kilómetro Juliet se desplomó cayendo de bruces sobre el camino. Entre el calor y el esfuerzo sufrió un desvanecimiento. En principio me asusté al verla caer, se hallaba  extenuada y sin fuerzas. Tuve que darle lo que nos quedaba de agua y dejar que descansara un poco antes de ponerse de pie.  Luego, para poder seguir hasta la playa, no me quedó otro remedio que cargar también con su mochila.

La playa de Barra era un auténtico paraíso, teníamos un bungaló amplio y acogedor, el lugar perfecto para disfrutar de unos días románticos. El único defecto que deslucía la estancia era estar allí con Juliet, la gota de amargura que me había impedido disfrutar con plenitud durante todo el viaje.

Viaje en el sur de África, marzo de 1999

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