Vida en Los Llanos

Aquellos cuatro días allí fueron la mejor experiencia de Venezuela y entre las mejores de mi vida, nunca me había sentido tan libre y conectado a la naturaleza salvaje

Marco Pascual
Viajero
22 de Octubre de 2023
Guardar
Oso hormiguero y la fortuna de verlo. Vida en Los Llanos, una fascinante aventura en Venezuela
Oso hormiguero y la fortuna de verlo. Vida en Los Llanos, una fascinante aventura en Venezuela

Venezuela posee una extensa riqueza natural en la que destacan sus numerosos parques nacionales y sus hermosas playas, también cuenta con montañas y selva amazónica, pero entre toda su diversidad geográfica hay un lugar donde yo disfruté una experiencia personal como en ninguna otra parte: Los Llanos.

La región de Los Llanos comprende una extensa parte del país ubicada en la zona central, dentro se encuentran varios parques nacionales y numerosas zonas boscosas, en su territorio discurre el imponente río Orinoco y sus numerosos afluentes, pero sin duda sus principales estrellas son su flora y su fauna, ricas como en pocas partes del planeta.

Me encontraba en la ciudad de Mérida, allí empecé a indagar dónde ir y cómo hacerlo. Podía reservar a través de una agencia de viajes una estancia en un hotel hacienda dentro de uno de los cinco parques nacionales de la extensa zona, pero me salía a cien dólares diarios, incluidos alojamiento y tres comidas, más el transporte para llegar allí, demasiado, por lo que tuve que buscar otra alternativa.  Después de estudiarlo, decidí ir a Barinas, capital del estado del mismo nombre y más cercana para llegar a Los Llanos occidentales desde donde me encontraba, allí tomaría otro transporte a la población más cercana del parque nacional y en ese lugar vería las posibilidades para explorar Los Llanos.  Antes de dejar mi hotel en Mérida reservé para la vuelta y poder estar en las Fiestas del Sol seis días más tarde, las más populares del país.  No quería perdérmelas.

Llegué a Barinas poco antes del mediodía, después de informarme comí y luego tomé un minibús a la población que me indicaron, considerada como la puerta de entrada al parque nacional.  Llegué a media tarde, así que debía buscar un lugar para dormir y la manera de llegar al día siguiente al interior del parque nacional, incluido  un lugar donde quedarme.

Para ir más ligero, había dejado la mochila en el hotel de Mérida, sólo llevaba una  más ligera con lo justo para pasar esos días. El pueblo era pequeño, se podía recorrer caminando y eso hice para buscar un hospedaje en primer lugar.  En mi camino encontré una mujer joven y guapa sentada a la sombra en el porche de su casa, paré para preguntarle si allí había algún hotel, me dijo que había una posada indicándome cómo llegar, aproveché también para preguntarle cómo podía llegar al parque nacional y si existía algún lugar para quedarme allí.  Ella sabía que dentro del parque nacional había algunas haciendas particulares, quizá podía quedarme en una de ellas, desconocía cómo llegar, pues era la maestra de la escuela del pueblo y era su primer año allí, pero sabía de alguien que tenía un transporte y conocía bien la zona, él podría informarme y llevarme hasta el lugar.  Amablemente se ofreció a llevarme hasta su casa, cerca de allí,  para preguntarle.

El hombre en cuestión dijo que conocía todo el parque como la palma de su mano,  sabía de una de familia que vivía en su hacienda que estaría dispuesta a alojarme por un módico precio.  Me pareció ideal, solo quedaba saber lo que me iba a cobrar por llevarme hasta allí y por recogerme pasados cuatro días.  La verdad que me dio un precio muy razonable, seguramente porque la gasolina costaba muy barata en Venezuela, unas 4 pesetas el litro, mucho más barata que el agua, y además después de haber cambiado en el mercado negro dólares a bolívares, todo me salía por un coste muy bajo.  Acepté y quedamos al día siguiente temprano, con la condición para estar seguro de que vendría a recogerme, de que le pagaría a la vuelta.

Regresé con la maestra a su casa, ya tenía solucionado lo más importante. Nos sentamos en el porche de su casa y me invitó a una limonada fría casera para refrescarnos del calor.  La chica, de unos treinta años, estaba soltera y vivía sola, cuando empezaba a anochecer y debía ir en busca de una posada, me invitó a quedarme en su casa.  Hasta el momento, todo estaba saliendo a la perfección.

Salimos temprano al día siguiente en un pequeño todoterreno, iniciado el viaje el hombre me dijo que como había mucho tiempo, si quería podía llevarme a hacer un recorrido por el parque hasta el mediodía ya que el dueño de la hacienda no disponía de vehículo, sería muy interesante. Como el precio que me dio era muy razonable y con el cambio me salía barato, acepté encantado la propuesta.

"Empecé a darme cuenta de la inmensa riqueza natural que atesora aquella región venezolana"

Al poco de adentrarnos en el parque empecé a darme cuenta de la inmensa riqueza natural que atesora aquella región venezolana. a flora, con unas cuantas especies autóctonas, es una de las más destacadas.  Entre su abundante vegetación las palmeras llaneras eran una de las más comunes aportando belleza a lo largo del recorrido, aunque los que más me sorprendieron fueron los bucares, los cuales distinguía a lo lejos por su intenso color anaranjado de sus hojas sobresaliendo dentro del paisaje verde, y los samanes, árboles enormes en forma de paraguas que suelen superar los treinta metros de alto y llegar a los sesenta de diámetro, que sirven de refugio tanto de la lluvia como del sol a los rebaños de ganado.

El parque nacional estaba habitado por algunas familias que en distintos lugares, vivían en sus haciendas del cultivo y la ganadería con sus tierras privadas, la zona era extremadamente fértil y rica en todo, agua, vegetación y fauna, con numerosas especies de animales que campaban libres a lo largo del parque.  Lo que más me impactó durante el recorrido fueron los miles de patos salvajes que vimos a nuestro paso, un verdadero espectáculo cuando echaban a volar todos a la vez cubriendo el cielo. 

La fauna en Los Llanos es exuberante
La fauna en Los Llanos es exuberante

El recorrido por el parque valió la pena, mi chófer se convirtió a la vez en guía improvisado, comentándome las especies más comunes de animales que habitaban en el parque, algunas de las cuales ya pudimos ver durante el recorrido, como capibaras, allí llamados “chigüires”, uno de los más emblemáticos de la zona, rabipelados o zarigúeñas, un extraño marsupial con cara de rata y cuerpo de jabalí, zorros, algún armadillo gigante, monos muy peculiares, venados… pero sobre todo muchas aves, hermosas como nunca antes había visto, entre ellas diversos tipos de garzas, quizá la más llamativa era la garza soldado, vistas de pie tenían la altura de una persona, u otras como las tautacos o las corocoro, unas aves de plumaje rojo intenso fosforescente. 

Después de relatarme la fauna que pudimos ver durante el camino, también me contó la que no vimos pero habitaba en el parque, como los caimanes, diversos reptiles, entre ellos la boa constrictor, allí llamada “tragavenados”, que según dijo podían comerse un ternero, y la mapanare, la más peligrosa por su veneno mortal.  Si tenía suerte, también podía ver al oso hormiguero y al oso palmero, o felinos como el cunaguaro, una especie de leopardo pero de menor tamaño, o el tigre mariposa, entre otras especies de animales que ya ni recuerdo.

Si tenía suerte, también podía ver al oso hormiguero y al oso palmero, o felinos como el cunaguaro, una especie de leopardo pero de menor tamaño, o el tigre mariposa

No tenía ni idea de que en aquella región hubiera tal variedad de especies, y tan accesibles, sin saberlo, estaba llegando a un lugar fascinante.

Llegamos a la casa y el chofer me presentó a la familia, un matrimonio de unos cuarenta años y sus dos hijos, el chico de once años y la chica de nueve. Se mostraron dispuestos a hospedarme con pensión completa, en cuanto al precio no tuve nada que objetar, al cambio me salía por once dólares diarios.  Con el chófer quedamos que iba a pasar cuatro días allí y al quinto vendría a buscarme, pero temprano, porque quería llegar a Mérida en el día.

Llegué casi al mediodía, por lo que la mujer de Fernando, el dueño de la hacienda, pasó a la cocina para preparar la comida, mi lugar para dormir era una caseta al lado de la casa, la entrada no tenía puerta y las dos aberturas de la pared carecían de ventanas. En cuanto a la cama, dormiría en una hamaca.  Por supuesto no había baño, la esposa me traería agua en un cubo para bañarme, en cuanto a mis otras necesidades, tenía el campo abierto a mi disposición.  Dejé mi mochila en la caseta que iba a ser mi habitación, temía dejar allí mi dinero y mis cosas de valor, pero me dijeron que no me preocupara, allí no llegaba nadie, estaría todo seguro.  Al principio, aunque no hubiera gente en muchos kilómetros a redonda, no me daba mucha tranquilidad dejar mis cosas en un lugar completamente accesible para cualquiera.

Entretanto su mujer preparaba la comida, Fernando me mostró su pequeña hacienda, un vallado con vacas y otros animales, unos caballos, el cultivo de maíz próximo a su casa y poco más. Mientras Fernando me contaba cómo era la vida allí, yo pensé: bueno, ya estoy aquí, ¿y ahora qué?  En la tarde no hice mucho, salvo explorar por mi cuenta los alrededores de la hacienda, no vi muchos animales, aunque justo al lado había una laguna en la que habitaban los “babos”, como llamaban allí a los caimanes, ya era algo para empezar. Fernando me dijo que podía ir a verlos, no eran agresivos, pero me recomendó que no me acercara a la orilla.  Sí que vi una manada de unos veinte capibaras, “chigüires”, como los llamaban allí, al parecer suelen ir en grupo con sus crías. Durante la cena Fernando me propuso un plan. Ya que yo no tenía vehículo, me dijo que podíamos hacer un recorrido a caballo durante la mañana, él me acompañaría.  Acepté encantado. Antes de acostarnos me dijo que debía madrugar si quería ver las aves que cada mañana con el amanecer llegaban a beber a la laguna.

Al día siguiente desperté cuando empezaba a amanecer, a las seis de la mañana me dispuse a esperar la llegada de las aves. Fueron puntuales, surcando el cielo llegaron en perfecta formación de vuelo una enorme bandada de garzas reales bellas y magestuosas,  sólo verlas volar con sus alas extendidas era un espectáculo precioso, luego se posaron sobre la laguna cubriéndola de blanco, había cientos de ellas.  Como si fuera algo coordinado, al poco de marcharse ellas llegaron las llamativas corocora, igualmente por cientos cubriendo esta vez de rojo el cielo, quienes al igual que las garzas, minutos después de haberse abastecido levantaron el vuelo. Fue un momento sencillamente hermoso, el anuncio que presagiaba un buen día.

Después del desayuno salimos a caballo, Fernando me prestó un sombrero vaquero para el sol y salimos dejando atrás la casa cogiendo una pista en el terreno y luego tomando senderos, ya sólo el hecho de estar allí cabalgando en plena naturaleza con el parque entero para nosotros, era un privilegio del que gozaba profundamente en mi interior,  más aún siendo acompañado por el mejor guía que podía tener.  Aquellos momentos me hicieron recordar a un popular personaje de mi infancia, “El Llanero Solitario”.

Caminábamos al ritmo de paseo, aguzando bien la vista para poder advertir los animales con los que pudiéramos cruzarnos, de todos los que vimos recuerdo dos que me causaron una impresión especial.  El primero de ellos fue un águila, se encontraba posada sobre lo alto de una estaca que componía un vallado de alambre, nos fuimos acercando sin que ella levantara el vuelo hasta que llegamos a unos cinco metros de ella, entonces nos detuvimos simplemente a observarla en silencio. Podía verla perfectamente al detalle, incluso sus ojos al ser observados por ella. Quedé fascinado de poder ver tan cerca por primera vez un águila, un ave que me fascinaba desde pequeño. Saqué la cámara con cuidado, enfoqué y disparé, ese leve ruido que hizo la cámara al disparar fue suficiente para asustar al águila, que echó a volar. El otro momento fue cuando divisamos un oso hormiguero, hasta entonces sólo lo conocía por los libros de texto, se encontraba en el interior de una finca vallada con alambre de espino.  Desmontamos dispuestos a cruzar la alambrada, incluso Fernando estaba emocionado de ver al animal.  Primero cruzó él y después lo hice yo con cuidado de no quedarme enganchado en el alambre, echando a correr hacia el oso. El animal se asustó al vernos, pero no corría muy rápido, por lo que lo alcanzamos en poco tiempo, uno fue por un lado y otro por el lado contrario para cogerlo entre dos fuegos. 

El colorido destaca en Los Llanos
El colorido destaca en Los Llanos

Cuando llegamos hasta él el oso hormiguero se detuvo exhausto y jadeando, al igual que nosotros. Nos quedamos mirándolo en silencio, contemplándolo felices a sólo un par de metros, él también nos miraba a nosotros con cara de asustado, temeroso de lo que podíamos hacerle. Fue un momento maravilloso, único.  Después que recuperé el resuello saqué la cámara y le hice varias fotos a placer.  Luego nos apartamos para dejarle libre el paso y el oso se marchó.  Con aquello tuve un alto chute de adrenalina, empapado de emoción. Fernando señaló que había tenido mucha suerte.  Quizá si vuelves veinte veces por aquí no lo hubieras visto una sola, dijo.

Quizá si vuelves veinte veces por aquí no lo hubieras visto una sola

Al día siguiente Fernando confeccionó un nuevo plan para mí, en la mañana saldríamos a navegar por el río que transcurría cerca de su hacienda en una barca suya, esa zona contaba con más vegetación y tenía otros tipos de animales, de paso pescaríamos en el río unos caribes para la cena.

Después de ver de nuevo el espectáculo de garzas y corocoros  en la laguna, mientras esperaba sentado en un banco fuera de la casa por el desayuno, vi un grupo de capibaras que se acercó hasta la casa, la esposa de Fernando también se dio cuenta y sacó un puñado de maíz que puso en mis manos. Muéstreselo -dijo en referencia al maíz-, ellos vendrán.  Abrí la mano para que lo vieran, se acercaron unos metros, pero no hasta mí.  Entonces lo deposité en el suelo dos metros mas allá y volví a sentarme en el banco.  Los capibaras perdieron el miedo y se acercaron a comerse el maíz.  Fue otra maravillosa visión justo delante de mis narices.

Fernando estaba siendo genial, se había puesto a mi disposición para guiarme en el parque sin pedirme nada a cambio.  Partimos, esta vez en otra dirección y a pie hasta que  unos veinte minutos más tarde llegamos al río, a sus orillas había una barca y nos subimos a ella para explorar el curso del río y la fauna que contenía a lo largo del recorrido, sobre todo pájaros, algunos de un tamaño considerable y completamente desconocidos para mí, como los tautacos y otros de vistosos colores de los que no recuerdo su nombre. 

El momento especial del día llegó cuando navegando por el río Fernando paró el motor y señalando uno de los árboles junto al río dijo: mira, una “tragavenados”.  Yo miré, pero entre la espesa vegetación no veía nada.  Tuvo que acercar la barca hasta la misma orilla bajo el árbol, entonces sí, la vi, se trataba de una serpiente enorme, se había subido al árbol y había sorprendido a un pájaro del tamaño de una gallina, en el justo momento que la vimos estaba enroscando su cuerpo alrededor del pájaro para axfisiarlo.  Entonces Fernando me dijo si quería que la cogiera. Me quedé estupefacto, cómo pretendía coger esa descomunal serpiente, él mismo me había dicho antes que las llamaban así porque podían tragarse un venado.  Le dije si no sería muy peligroso, él ni respondió, arrimó lo que pudo la barca a la orilla y saltó allí, tronzó un palo y empezó a escalar el árbol.  Yo pensé, este hombre está loco.  Me imaginaba a la culebra cambiando al pájaro por el cuerpo de Fernando cuando llegara hasta ella, sentía mucho miedo por él. 

Le dije que por mí no hacía falta que la cogiera, pero no me hizo caso. Empezó a pincharla con el palo hasta que consiguió tirarla del árbol. Yo asistía alucinado a lo que estaba viendo.  Una vez que cayó al suelo sin soltar el pájaro, Fernando cogió con sus manos la culebra y me dijo que tomara la barca y retrocediera unos cincuenta metros atrás donde había un pequeño hueco en el que podría desembarcar.  Me reuní con él y pude ver a la tragavenados en toda su longitud mientras Fernando la sujetaba, tendría unos cinco metros o más de larga y era bastante gruesa, tanto como mi pierna. Se la echó a los hombros para que yo le hiciera una foto. Luego me preguntó si quería que él me hiciera a mí la foto con la tragavenados. En otras circunstancias habría salido corriendo nada más verla, pero con Fernando me sentía más seguro, aun así tenía miedo, era un serpiente salvaje, peligrosa y demasiado grande.  Me dijo que no temiera, podía cogerla tranquilo, sólo tenía que hacerlo poniendo una mano en su cuello pero sin apretar, y la otra en el cuerpo, la colocaba sobre mis hombros y él me haría la foto. 

Tenía un poco de miedo, si una pequeña ya me lo daba, una de ese tamaño era para salir pitando de allí. Pero confié en Fernando, si él lo había hecho yo también podría. Lo hice tal como él me dijo y la elevé sobre mis hombros, no se cuántos kilos pesaría, pero tuve que hacer fuerza para levantarla.  Fernando  hizo la foto y luego vino a ayudarme para quitármela de encima.  La dejamos en el suelo, para entonces ya había soltado el pájaro, que se quedó allí muerto cuando ella abandonó el lugar ocultándose entre la espesa vegetación.  Fue un momento que pasé algo de miedo, pero fue memorable.

Al final de la mañana nos dedicamos a pescar caribes, como los llamaba él, que en realidad eran pirañas, otro momento fascinante

Al final de la mañana nos dedicamos a pescar caribes, como los llamaba él, que en realidad eran pirañas, otro momento fascinante.  Como si yo no supiera lo que eran, me dijo que no metiera la mano en al agua, y menos que se me ocurriera darme un baño en el río.  No teníamos caña, sólo un sedal y un anzuelo.  Se había llevado un poco de cebo y nada más echar el anzuelo picó la primera.  Esa sirvió de cebo para seguir pescando, la cortó con un cuchillo y colocó un trocito de piraña, desde la barca podía verse cómo al echar el anzuelo con la carnaza acudían en masa peleándose para comerse la carne de su compañera.  Fernando me dio otro sedal para que yo pescara también, él cogía una por minuto, de unas treinta que cogimos, yo solo pesqué dos. A la cena comimos pirañas fritas, la verdad que la cabeza casi abultaba tanto como el cuerpo, tenía poca carne pero era sabrosa, había que comer cinco para quitarte el hambre.  Fue otro día fantástico.

Al día siguiente Fernando dijo que no podía acompañarme, tenía algo que hacer, pero podía encargarse su hijo de mí, él podía acompañarme si quería salir, sólo tenía once años y era algo canijo para su edad, pero ya había visto que se manejaba en las tareas como si fuera un adulto.  Por la mañana ya pude comprobar que pese a su edad podía desenvolverse en aquel medio a la perfección. La primera prueba fue cuando esperaba sentado por el desayuno leyendo un libro a la puerta de la casa, de repente el chico, que se llamaba Ernesto, vino a mí y me preguntó resuelto: Marco, ¿quieres que coja un “babo” para que le hagas la foto?  Me quedé mirándolo con sorpresa, pensando que me tomaba el pelo, ¿como iba a coger un caimán un simple niño?.  No lo tomé en serio, pero le dije: vale, sí, ve a cogerlo y cuando lo tengas me avisas.  Él tomó la palabra y se metió en la casa, al poco salió con una cuerda larga y gruesa a la que anudó un gancho como los que había en las canicerías colgando carne, y acompañado de su pequeña hermana se dirigió a la laguna.  No podía creer que estuviera hablando en serio.

Interrumpí la lectura para mirar de reojo qué era lo que hacían.  Observé su método dándome cuenta de que no iba en broma, para llegar a la laguna había que subir un pequeño repecho, desde la casa yo no podía ver la laguna ni los caimanes, pero lo veía a él tirando la cuerda con el gancho al agua como si tirara el lazo un vaquero, con esto lo que pretendía era intentar que el gancho se agarrara al cuerpo de un caimán para tirar de la cuerda y cogerlo.  Unos cinco minutos después escuché: ¡Marco, ya lo tengo!

Dejé el libro, cogí la cámara y corrí a ver.  Después de unos cuantos intentos, por fin el gancho se había agarrado como un anzuelo en el cuerpo junto a la pata delantera del caimán, lo que sería su axila, y entonces los dos hermanos empezaron a tirar de la cuerda, el caimán, que no era de los grandes, se resistía, y esa resistencia lo que hacía era clavar más el gancho.  Después de un tira y afloja el caimán fue cediendo y los hermanos lo sacaron del agua, desde donde estábamos en terreno descendía unos metros hasta la orilla, por lo que además de la resistencia del caimán tenían que tirar fuerte para salvar la pendiente.  Yo estaba perplejo.

Consiguieron traer al caimán hasta ellos, ahora quedaría por ver qué iban a hacer para cogerlo, cosa que ya tenían prevista, seguramente no era el primero que cazaban. Nada más tener al caimán junto a sus pies, en un rápido movimiento Ernesto dejó la cuerda y cogió un trozo de tronco que tenía al lado, colocándolo con fuerza encima del cuello del animal para inmovilizarlo, mientras su pequeña hermana, más canija que él, lo agarraba por la cola.  Nunca hubiera imaginado cosa igual. En otro rápido y coordinado movimiento, Ernesto dejó de hacer presión con el tronco y tomó por el cuello al caimán, acto seguido lo levantaron en el aire entre los dos hermanos para que yo hiciera la foto.  Se trataba de un joven caimán de unos dos metros contando la cola, aún así creo que yo jamás me habría atrevido a cogerlo.  Aquel  chico era mi héroe.

Ernesto dejó de hacer presión con el tronco y tomó por el cuello al caimán, acto seguido lo levantaron en el aire entre los dos hermanos para que yo hiciera la foto

La segunda prueba de que Ernesto estaba capacitado para cualquier cosa fue después del desayuno. Tenían un trabajador que llegó a la casa con un problema que no sabía como resolver: una vaca había metido la cabeza entre dos palos de la valla y ahora no podía sacarla de allí.  Fue el chico quien primero fue a ver la vaca, y yo detrás de él para ver qué hacía, problema que resolvió en el primer segundo nada más llegar hasta ella. Sólo hizo colocarse delante de la vaca y darle una patada con el pie plano en el morro, la vaca echó para atrás de golpe y sacó la cabeza atrapada entre los dos palos al instante.

Esa mañana mi guía en el parque fue Ernesto, volvimos a coger un caballo cada uno y partimos, si su padre confiaba en él yo también, bastaba verlo con la destreza que montaba a caballo y la seguridad en todas las situaciones para estar tranquilo. El cuarto y último día también me acompañó él, entre otras cosas navegamos por el río con la barca volviendo a demostrar su capacidad para todo, a la hora de pescar pirañas también fue él quien las pescó todas.  Ernesto no había ido a la escuela, era analfabeto, su destino era continuar en la hacienda de su padre, pero a listo y  preparado para la vida aislado en el campo, no le ganaba nadie.

Aquellos cuatro días allí fueron la mejor experiencia de Venezuela y entre las mejores de mi vida, nunca me había sentido tan libre y conectado a la naturaleza salvaje.  A Los Llanos le faltaban los grandes animales de África, pero yo no lo cambiaba por ninguno de los parques africanos que he conocido, donde el hecho de hacer un safari se parece más a un circo con los minibuses de turistas dando vueltas en busca de animales que a un natural encuentro con el entorno salvaje, en el cual ni siquiera tienen el tiempo de observar y absorber con calma.

Lo peor de todo fue la pérdida unos días más tarde de las fotos hechas, de todo lo que perdí fue lo que más me dolió.

Venezuela, febrero de 1996

Archivado en

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante