Visitando a un amigo pakistaní

La hospitalidad de Nadim y su familia no sólo me llevó a conocer y compartir su vida, sino a descubrir otro tipo de valores

Marco Pascual
Viajero
21 de Enero de 2024
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Marco Pascual en casa de Nadim en Lalamusa, Pakistán
Marco Pascual en casa de Nadim en Lalamusa, Pakistán

En el vuelo de Barcelona a Karachi mi vecino de asiento fue un joven pakistaní que había estado de vacaciones en España, hablamos bastante durante el viaje y cuando llegamos me dio su dirección invitándome a su casa. Vivía en Lalamusa, una ciudad al norte del país.  No estaba en mis planes, pero, como pensaba ir al norte era una oportunidad para visitarlo y conocer directamente la vida pakistaní.

Semanas después, desde Rawalpindi llamé a mi amigo Nadim para decirle que iba a tomar un autobús a Lalamusa. A la llegada Nadim vino a buscarme con su hermano menor Bilal. Lalamusa era una ciudad pequeña, poco más de lo que es Huesca, carecía de edificios grandes, sus casas eran individuales y tenían dos o tres plantas, al llegar a la de Nadim no entramos directamente, sino que llamó a la puerta y esperó a que saliera su madre. Si llega alguien que no es de la familia primero hay que esperar para que las mujeres se oculten o se cubran.

Tras esperar un par de minutos, su madre abrió la puerta  y salió fuera acompañada de otras dos hijas, las hermanas de Nadim, tendrían alrededor de los veinte años, eran guapas y sonrientes, pude verles el rostro porque lo tenían descubierto, pero en los tres días que estuve esa fue la primera y única vez que las vi, no volví a ver sus rostros y tampoco a ellas. Luego me diría Nadim que al ser extranjero no musulmán habían hecho una excepción conmigo presentándome a su madre y sus hermanas. Ni siquiera Faisal, su mejor amigo, quien iba casi a diario a su casa desde hacía años, conocía los rostros o había hablado nunca con sus hermanas. En la presentación fui a estrechar la mano de su madre como saludo, pero ella la rechazó y con un gesto amable posó la suya sobre mi cabeza, no caí en la cuenta de que los hombres no podemos tocar a las mujeres musulmanas.  Las tres me parecieron amables, dulces y sonrientes, seguramente era la primera vez que hablaban con un extranjero y además lo iban a tener en casa. Después de los saludos la madre me invitó a entrar.

La casa tenía tres plantas, en la baja había un patio a cielo descubierto que servía de distribuidor, desde allí pasamos al salón y las mujeres desaparecieron de mi vista, al poco llegó Faisal y se reunió con nosotros.  Me explicaron que yo dormiría allí mismo, en el salón, por la noche lo prepararían. Los padres  dormían en la habitación que había al otro lado del patio.  La madre de Nadim trajo algo de comer y beber  para mí y nos volvió a dejar solos. Estuvimos charlando durante un rato y después salimos a la calle para conocer Lalamusa. Lo primero fue ir a la casa de Faisal para presentarme a su familia, después seguimos el recorrido donde fui conociendo otras amistades de Nadim, llevándome a sus casas o lugares de trabajo.  Así fue como empecé a conocer muchas cosas de la cultura pakistaní, de sus elementos cotidianos y sus tradiciones habituales.

Desde el primer momento fui objeto de una desmesurada atención por parte de mis nuevos amigos, ellos se hacían cargo de mí por completo, empezando por cualquier cosa que me apeteciera, insistiendo continuamente para que probara de esa bebida o de aquella comida típicas, incluso comprándomela aun sin decir que la quería. Después de explorar cuantas cosas pudieran tener curiosidad para mí, fuimos a cenar a un restaurante y más tarde aún estuvimos deambulando en los lugares que se encontraban concurridos. Cuando llegamos a casa los demás ya estaban durmiendo.

Cuando le devolví su revólver, Nadim sonrió, había cumplido con una de sus tradiciones

Nadim improvisó para mí una cama en el sofá del salón, serían sobre las diez de la noche pero antes de acostarnos subimos a la azotea. Desde allí teníamos una interesante vista de las azoteas de Lalamusa, en ese momento de la noche sólo visibles con la luz de la luna. Mientras observaba las azoteas vecinas y las siluetas de los edificios que nos rodeaban bajo la oscuridad, Nadim descendió a buscar algo. Cuando regresó, en una mano llevaba un revólver y en la otra una caja de balas, acto seguido lo cargó y apuntando al cielo disparó hasta vaciar el cargador.  A continuación volvió a cargar el revólver y me lo entregó diciéndome que lo cogiera y disparase yo. Lo rechacé negándome, un poco sorprendido por el ofrecimiento, pero por más que rehusé no hubo forma de que Nadim desistiera, finalmente tuve que coger el arma. -Dispara al aire-, me dijo una vez tuve la pistola en mi mano.  Alcé el arma y apuntando al cielo disparé. Como sólo hice un disparo, Nadim me pidió que siguiera disparando hasta terminar todas las balas. Cuando le devolví su revólver, Nadim sonrió, había cumplido con una de sus tradiciones.

No éramos los únicos disparando al cielo, desde otras azoteas se escuchaban más disparos a la vez. Cuando le pregunté a Nadim por qué disparaban, simplemente dijo que era una tradición, y al preguntarle concretamente por qué disparaba él, dijo que eso le hacía sentir bien, subía cada noche a la azotea para disparar.  La tradición se mezclaba con el amor a las armas que tenía todo el mundo en Pakistán, me dijo que allí todos tenían al menos un arma.

Descendimos de la azotea para ir a dormir.  Nadim me acompañó hasta el salón reconvertido en dormitorio. Antes de darnos las buenas noches me dijo que cuando me levantara a la mañana siguiente no saliera al patio hasta que llegara él.

Me desperté temprano, quedándome a la espera de que llegara Nadim para poder ir al baño, necesitaba orinar y se encontraba justamente en la azotea. Cuando finalmente llegó se lo comuniqué, me dijo que esperase y se marchó.  Subió a avisar a su madre y hermanas de que yo iba a subir al baño, supongo que para evitar que nos cruzáramos en las estrechas escaleras.  Al subir él iba delante de mí. Llegando a la primera planta se detuvo colocándose frente a la entrada de la cocina, donde no había puerta. Allí se encontraban su madre y hermanas, de modo que se colocó delante como parapeto para impedirnos la visión, no sé si la mía de ellas o la de ellas de mí, al parecer con el primer encuentro que tuvimos ya era suficiente. Cuando regresamos del baño Nadim volvió a repetir la operación.

Salimos hasta el mediodía, uniéndose a nosotros su amigo Faisal. Volvimos a recorrer distintos lugares de la ciudad, ahora con más gente, incluso mujeres,  pues ellas eran quienes se encargaban de ir a mercados o tiendas para hacer la compra y otras cuestiones domésticas, pero la mayoría iban cubiertas por completo y sólo podía verles los ojos. Observando las tiendas y mercados, a la gente que ejercía sus oficios artesanales en plena calle y los distintos elementos que formaban la vida en Lalamusa, daban la impresión de que la vida allí se había detenido en una época anterior.

Lo que más se valoraba de la esposa era el hecho de ser la madre de sus hijos, así es como la veían más que como una amante, de hecho no existía el amor cuando se casaban ni era lo que buscaban

La comida en casa de Nadim fue abundante y creo que especial por estar yo allí. En el salón solo disfrutamos de la comida los hombres, Nadim, el padre, el hermano y yo, la madre sólo fue quien nos traía la comida y retiraba después los platos. Para la tarde Nadim y su hermano habían hecho un plan para mí, al que también se unió Faisal.  Primero alquilaron un carruaje de caballos y me llevaron hasta la hacienda de un pariente para que pudiera ver el contraste en la forma de vida entre la ciudad y el campo. Al regresar a Lalamusa nos dirigimos con el coche del padre de Faisal hasta otra pequeña ciudad, famosa en el país por su origen medieval y su importancia histórica.

Para terminar con las actividades del día, me llevaron a un restaurante típico pakistaní, donde sólo se comían platos locales y se hacía el chapati en un horno de piedra allí mismo, incluso me mostraron el proceso de hacerlo dándome además los ganchos para que sacara yo mismo los chapatis pegados a la pared del horno. Aún fuimos después  a dar una vuelta más, pero una vez que llegaba la noche la ciudad se apagaba, por lo que pasamos bastante rato hablando en un café, momento que aproveché para preguntarles por cuestiones que me intrigaban, como por ejemplo cuál era la forma que tenían para conocer a una chica y poder casarse con ella después.  Ya me habían dejado claro que para ellos antes que la esposa estaban los amigos. Al preguntarles por el orden de importancia que tenían en sus vidas, el primero era la religión, luego la familia, dentro de la familia la madre era quien más valor tenía, y después los amigos, todo lo demás iba después, incluida la esposa. Lo que más se valoraba de la esposa era el hecho de ser la madre de sus hijos, así es como la veían más que como una amante, de hecho no existía el amor cuando se casaban ni era lo que buscaban.

Si no podían hablar con las chicas, si no podían conocer o tener ninguna relación previa al matrimonio con ninguna mujer, me intrigaba cómo podían escoger a sus esposas. Mis amigos me explicaron la forma que había para elegir a la chica que les gustaba, aunque los matrimonios concertados por las familias era lo más habitual. Si por ejemplo Nadim había conocido a una chica de su barrio y guiándose por la mirada de sus ojos le gustaba, él hablaría con sus hermanas para que le contaran cómo era ella, si era guapa, cuál era su carácter y, muy importante, qué cosas sabía hacer, imprescindible que fuese trabajadora, supiera cocinar, coser y ejercer todas las tareas domésticas propias de la mujer, si reunía todas esas cualidades sería una buena esposa.  De manera que Nadim se guiaría por las referencias que le dieran sus hermanas, él confiaba en ellas. 

En el caso de que sus hermanas no la conocieran, se informarían sobre ella a través de otras personas para intentar saber como era y cuáles eran sus cualidades. Si las referencias eran buenas el siguiente paso correspondía a sus familias, ellas debían ponerse de acuerdo para reunirse, normalmente en el domicilio de la chica, y celebrar la petición de mano del pretendiente. Si ambas familias daban su aprobación, ese mismo día se formalizaba la alianza y se pactaban los acuerdos para la boda. Una vez formalizado todo, la chica podía quitarse el velo para que el pretendiente le viera el rostro, pero sólo esa vez, después no volvería a verla hasta el día de la boda cuando estuvieran casados.

Para reparar de alguna forma aquel sinsentido donde los pretendientes llegaban a la boda sin conocerse, Nadim dijo que el amor podía nacer después con la convivencia

Llegados a ese puntó pregunté si la chica podía rechazar a su pretendiente. Mis amigos me miraron como si hubiera hecho una pregunta extraña. No, eso no solía pasar, me dijeron, lo normal es que la chica, si la familia aceptaba, ella también aceptase la boda. La única conclusión que podía sacarse de eso es que para las mujeres no existía opción de escoger y tampoco de rechazar a quien la escogía a ella si las dos familias estaban de acuerdo.  A mí me costaba entender y aceptar algo así, les dije que no lo veía justo, tanto él como ella deberían tener el mismo derecho a escoger o rechazar, nadie debería decidir sobre la vida de las mujeres, ni siquiera sus propias familias. Ellos se limitaron a decirme que era su tradición.  Para reparar de alguna forma aquel sinsentido donde los pretendientes llegaban a la boda sin conocerse, Nadim dijo que el amor podía nacer después con la convivencia.  Lo que estaba claro es que el amor no era lo importante en el matrimonio.

Esa segunda noche cambiaron de idea, me dijeron que sus padres iban a dormir en otra habitación y yo lo haría con Nadim en la suya. Sin duda debía ser la mejor de la casa  y debieron pensar que allí estaría mejor. Después de cumplir con el ritual de subir a la azotea a disparar, al acostarnos me chocó que Nadim lo hiciera con la misma ropa que había llevado durante los dos últimos días, es decir, el traje típico pakistaní: un pantalón parecido a un pijama y una camisola a juego hasta las rodillas.

Lo que me hizo menos gracia fue que cogió su revolver y lo cargó, dejándolo después debajo de la almohada.  Al preguntarle por qué lo había cargado y por qué lo dejaba allí, la respuesta fue por si en la noche entraba algún ladrón en la casa. Sus padres guardaban cosas de oro, de manera que era para protegerse de cualquier ladrón. Luego le pregunté si realmente era necesario tener el arma cargada, él sólo dijo que no me preocupara, sólo que si deseaba levantarme para algo, antes le avisara a él.  Tuve que aceptar su decisión, pero dormir con alguien que tenía una pistola cargada bajo la almohada no me daba mucha tranquilidad.

A la mañana siguiente Nadim me preguntó si quería ducharme, pues en su casa no tenían baño. Le dije que sí, luego me comentó que después me llevaría a un sitio. Supongo que ellos se aseaban en casa, pero quizá para un extraño como yo no era lo apropiado habiendo mujeres en la casa.  Después de visitar algunos lugares Nadim me llevó al lugar donde podría darme una ducha. De camino pasamos por una calle que, como tantas otras, había cosas que llamaban mi atención, esencialmente puestos de venta de cosas extrañas.  Cada vez que me detenía a mirar Nadim tiraba de mí o me hacía gestos con la mano diciéndome que continuara. Le dije que deseaba ver algunas cosas, a lo que él respondió que no era posible. Al preguntarle por qué, dijo que era peligroso. Su respuesta me dejó desconcertado, yo no veía peligro alguno, pero Nadim me obligó a continuar. -Luego te lo explico-, dijo urgiéndome para que siguiera.

-¿Ves esa pared? -dijo cuando terminamos de atravesar la calle-, detrás hay un colegio de secundaria para chicas, ellas pasan por esta calle todos los días cuando acaban sus clases y ahora están a punto de terminar. Por eso está prohibido detenerse en esta calle, si lo hacemos y nos ve la policía van a pensar que lo que queremos es mirar a las chicas cuando salgan y por eso nos pueden detener, suele haber policías ocultos o de paisano para eso.

Está prohibido detenerse en esta calle, si lo hacemos y nos ve la policía van a pensar que lo que queremos es mirar a las chicas cuando salgan

El lugar donde Nadim me llevó para ducharme era una barbería. Cuando llegamos había otros clientes esperando, pero el barbero me dio prioridad. Lo primero fue prepararme el baño, habló con alguien que debía ser un ayudante y éste se encargó de lo necesario: un par de cubos de agua caliente, un cazo para echármela por encima, una pastilla de jabón y una toalla. Cuando estuvo listo me introduje por una puerta que daba a un pequeño habitáculo que servía como ducha, me desvestí y me bañé a la antigua usanza.

Cuando salí Nadim me preguntó si quería afeitarme, ya puestos, para seguir con la tradición local dije que sí. De nuevo el barbero me dio preferencia y me senté en el sillón dejando a los demás en espera, pero no vi que nadie se molestara, creo que su curiosidad por mí era más importante que la prisa por afeitarse o cortarse el pelo. Terminado el afeitado a navaja, el barbero me pasó por el rostro un mineral que parecía un trozo de hielo, quizá equivalente a nuestra crema para después del afeitado.  Para finalizar, no sé si como algo habitual o como algo extra, me dio varios masajes en la cabeza, rostro y cuello. Ni siquiera aquí me dejó pagar Nadim, el barbero rehusó mi dinero y tomó el de Nadim.

En mi último día de estancia en Lalamusa, Bilal, el hermano de Nadim y a quien tomé un gran afecto, me propuso ir juntos a Lahore. Él estudiaba en una universidad de allí y me invitó a conocerla. Sin dudarlo le dije que sí. Era mi siguiente destino, no estaría mal empezar por conocer una universidad. Lahore era la ciudad más interesante de Pakistán, capital del Punyab y segunda en población del país, considerada el centro de la cultura pakistaní, albergando además las principales universidades y la que más riqueza histórica contenía, como su famosa ciudad amurallada, santuarios, mezquitas y otros importantes monumentos. Por otra parte, junto a Karachi era la ciudad más socialmente liberal y progresista del país, aunque en sus deméritos, tenía el ser la ciudad más contaminada y sucia del país.

Según me dijo Bilal camino de Lahore, era la única ciudad del país donde en sus universidades podían estudiar chicos y chicas en las mismas clases, algo revolucionario en Pakistán.  Aquella visita era un regalo para mí. Poder acceder allí era una experiencia fuera del alcance de cualquier turista.

Naturalmente lo que no se podía evitar era el lenguaje visual entre ellos, aunque si hablar estaba prohibido, las relaciones mucho más

Lo primero que hicimos fue atravesar el campus hasta llegar al edificio donde se alojaba Bilal, nos fuimos cruzando con otros estudiantes. Desde el primer momento fui el centro de las miradas de todo aquel que nos encontrábamos. La habitación de Bilal era compartida por cuatro estudiantes, bastante austera, pues ni siquiera tenía camas para dormir, lo hacían sobre una esteras en el suelo, y el baño, por supuesto, era comunitario. Hablamos un poco con sus compañeros y luego salimos a recorrer la universidad, mientras mi amigo iba explicándome como funcionaba todo allí. En las clases los chicos y chicas estaban juntos, pero no podían hablar entre ellos, estaba prohibido, tanto dentro como fuera de clase, aunque ya era mucho asistir juntos en el mismo aula sin velos, a rostro descubierto. Naturalmente lo que no se podía evitar era el lenguaje visual entre ellos, aunque si hablar estaba prohibido, las relaciones mucho más.  A la hora de sentarse, para no dar facilidades de distracción a los chicos, ellos se sentaban en la parte de delante y ellas en la parte trasera.

Entramos también al edificio donde se encontraba la facultad de Bilal y me mostró un aula donde él estudiaba. Me presentó a uno de sus profesores, nos tropezamos igualmente con chicas, quienes no eludieron la mirada manifestando por mí la misma curiosidad. Hicimos un buen recorrido por todas las dependencias posibles. Cuando pasamos junto al campus donde residían las chicas, aproveché para comentar que allí, lejos de las aulas y de profesores, sería fácil hablar o tener algún contacto entre chicos y chicas, sin embargo mi amigo dijo que no era posible. Para evitar cualquier tentación existían los vigilantes, labor de la que se ocupaban los propios estudiantes. Existían turnos diarios de dos horas para todos los estudiantes varones de forma permanente y rotatoria situándose en la entrada y bajo las ventanas de la residencia de las chicas para impedir que ningún chico se acercara para hablar con alguna de ellas a través de la ventana. En cuestión de sexos, había más restricciones que en un acuartelamiento militar.

Conocer los hábitos y costumbres de un país desde dentro es un privilegio para quienes nos gusta conocer y compartir cosas de otras culturas con su propia gente. La hospitalidad de Nadim y su familia no sólo me llevó a conocer y compartir su vida, sino a descubrir otro tipo de valores y disfrutar de la hospitalidad que me brindaron.

Al partir, mis amigos Nadim, Bilal y Faisal me acompañaron a la estación de tren, nada más llegar Nadim le dijo algo a su hermano y en poco tiempo regresó con el billete que había comprado para mí. Nuevamente se negaron a aceptar mi dinero. Por si fuera poco, antes de subir al tren aún me hicieron un regalo, entregándome una pieza de alabastro como recuerdo de nuestra amistad.

Pakistán, enero de 1994

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