Zaza Faly, un emocionante encuentro en Madagascar

Relatos de viaje: de cómo se constituyó Niños Felices para sacar a los niños de la calle

Marco Pascual
Viajero
04 de Febrero de 2024
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Marco Pascual y Ralf, con niños en Madagascar
Marco Pascual y Ralf, con niños en Madagascar

Antananarivo, capital de Madagascar, era la ciudad con mayor población de personas sin techo, familias enteras que vivían en la calle y, desgraciadamente, también niños huérfanos o abandonados que sobrevivían a la mendicidad.

La avenida de la Independencia, la calle más importante de la ciudad, al estar porticada acogía a muchos sin techo como refugio para dormir en la noche, protegidos únicamente por cartones. En aquella época era peligroso andar en la noche, me alojaba el antiguo hotel Términus al final de la avenida y cada noche después de cenar salía a pasear en esta calle para charlar con la gente que se encontraba allí, y de paso, invitar a algunos a comer algo en uno de los carritos que aparecían de noche en la calle junto a la estación de tren asando pequeñas brochetas de carne y otras cosas.

Con algunos que entablé más confianza los llegué a “contratar” por el día para ayudarme en mis compras de artesanías. Su trabajo consistía en llevar lo que compraba a un almacén y, por otra parte, ayudarme para buscar en algún mercado y llevar los materiales que necesitaba para los embalajes, como periódicos usados, cajas de cartón usadas y otras cosas necesarias. Incluso para una mejor protección de las piezas dos de ellos iban a un descampado lleno de hierba para cortarla, dejar que se secara un par de días y después traerla al almacén en fajos. Sin esperarlo había encontrado unos magníficos ayudantes que además me servían de protección, pues los extranjeros éramos una golosina para los ladrones. No dejaban que se acercara a mi ninguno de ellos. 

Por otra parte, como solía salir por la noche a la discoteca, tuve también unos improvisados guardaespaldas que me acompañaban en el camino a pie, lo que hubiera sido una gran temeridad de haber ido caminando yo solo. Con ellos sin embargo me sentía seguro. La verdad que esa no fue idea mía, sino de ellos. Como en principio rechacé su ofrecimiento, me dijeron que por eso no tenía que pagarles. Luego, mientras yo estaba dentro, ellos se quedaban fuera hasta el momento de regresar al hotel. Aquellos chicos me hacían sentir una extraña y fabulosa sensación, unos desconocidos se habían convertido en mis amigos incondicionales.

Como solía salir por la noche a la discoteca, tuve también unos improvisados guardaespaldas

Cuando después llegué a Antsirabe, igualmente con mucha gente pasando las noches en la calle, lo que en invierno era duro, pues las temperaturas podían bajar a los cinco o seis grados, no pude resistirme a hacer lo mismo que hacía en Antananarivo, salir al encuentro de esa gente. Aunque quizá menor, también podía existir riesgo al andar por sus calles de noche, oscuras y amenazantes de cualquier asalto. Aun así el deseo de repetir aquella experiencia y obtener las especiales sensaciones que me causaba el encuentro con aquella gente desfavorecida, era mayor que el temor a que pudiera ocurrirme algo.

Esta vez para llegar al centro tenía que andar un trecho de unos diez minutos. No era mucho, pero en la noche se hacía largo, pues cada segundo de cada minuto había que ir alerta. Es difícil describir la sensación de deambular en la noche en solitario entre sombras y débiles puntos de luz, con una mezcla de miedo y placer, pero en cualquier caso era una sensación excitante a la que no deseaba renunciar. 

Era principio del invierno, del verano aquí, salía vestido con camiseta, camisa y cazadora. Aun así andaba un poco encogido por el frio nocturno. Lastimaba ver a la gente que vivía en la calle con poca ropa, algunos solo una camiseta y a veces rota a jirones, y los pies desnudos, yo que llevaba calcetines y zapatillas, casi sentía frio.  Poder invitarlos a algo caliente aunque fuese insuficiente era una satisfacción a medias. Sabía que momentáneamente calmaba el hambre y aminoraba el frío, pero no remediaba la situación, que se repetiría a la noche siguiente y todas las demás.

Estaba hablando con un pequeño grupo de personas sin techo en la calle cuando entre las sombras vi una en movimiento que venía en nuestra dirección, me quedé mirando hasta que lo distinguí mejor, alguien  que iba con una bolsa de plástico colgada de la mano, un blanco, rubio y de pelo largo.  Me sorprendió.  Otro que camina solo en la noche, me dije.  Aunque no lo conocía de nada, me hizo sentir curiosidad, quizá se dirigía a su hotel. De cualquier manera, presentí que algo debíamos tener en común.

Él también me había visto a mí y se acercó a nosotros, nos saludamos y nos presentamos, se llamaba Ralf y era alemán. No hablaba francés, de modo que nos entendimos por medio del inglés, aunque tampoco era mucho lo que hablaba. Sin embargo me sorprendió verle hablar a los malgaches que estaban allí en su lengua. Entonces me explicó que llevaba tres meses en Madagascar, en realidad en Antsirabe, si bien ya había estado antes una vez. 

El hecho de ver la situación de pobreza en el país le hizo tomar una decisión radical a su regreso en Alemania. Él vivía en Alemania del Este, en la pobre, aunque hacía ya tres años que se habían reunificado las dos alemanias, la determinación que tomó fue dejarlo todo y volver a Madagascar para ayudar a la gente, dejó su trabajo, vendió su viejo coche y cogió sus pocos ahorros para comprar un vuelo y partir. 

Volvió a Madagascar para ayudar a la gente, dejó su trabajo, vendió su viejo coche y cogió sus pocos ahorros para comprar un vuelo y partir

Casi desde que llegó empezó a colaborar en un centro de la Madre Teresa de Calcuta que ayudaba a los niños huérfanos o desamparados que vivían en la calle.  El centro se dedicaba únicamente a darles comida una vez al día, aseo si lo querían y alguna ropa si la necesitaban, pero no alojamiento.  Fuera de esto, él salía por las noches con una bolsa de plástico con comida para repartir entre la gente que vivía en la calle.

Cuando le pregunté cómo es que hablaba malgache en lugar de francés, me dio una razón muy convincente: dijo que allí la gente pobre no iba a la escuela, menos aún los niños que vivían en la calle,  por lo tanto ninguno hablaba francés, de manera que para qué quería aprenderlo si no podía comunicarse con ellos. Por eso vio más necesario aprender el malgache.

Pasamos juntos en la calle una hora más antes de regresar a nuestros respectivos alojamientos, pero quedamos en vernos al día siguiente.  Aquel encuentro fue el más inesperado y a la vez el más estimulante.

EL ENCUENTRO

Al día siguiente nos encontramos por la tarde y terminamos cenando juntos en un restaurante. Tuvimos mucho tiempo para hablar, durante el cual Ralf me contó sus planes, más bien su aspiración. El centro de la Madre Teresa hacía una buena labor para los niños de la calle, pero era insuficiente, no solucionaba el problema. Él deseaba que tuvieran una ayuda integral y más completa. Para él las necesidades básicas eran comida, un techo y educación.  Su aspiración era poder abrir un centro, una casa común, para los niños de la calle donde encontraran un hogar, tuvieran comida, educación y amor. Desde luego era una aspiración encomiable, pero había un problema: no tenía dinero para llevarla a cabo.

Después de un par de días de haber conocido a Ralf, viendo su hermoso deseo y la firme voluntad de llevarlo a cabo, pensé que podía ayudarlo. Lo estuvimos hablando y llegamos a un acuerdo: si él formalizaba su proyecto creando una ONG para proporcionar un techo, comida y educación a niños de la calle, antes de regresar a España le daría el dinero que me sobrara del viaje, procurando enviarle más cuando llegara a España. 

Proseguí mi viaje a Fiarantsoa y Toliara, desde allí tenía planeado ir a Fort Dauphin, pero lo cancelé, estaba obligado a tomar un vuelo que, junto a la estancia, significaba un gasto mayor, y en ese momento ya pensaba que debía ahorrar. Regresé a Antsirabe doce o trece días después. Volvimos a vernos con Ralf, ya tenía hechos los documentos y el registro de su ONG para poder empezar a realizar su trabajo, bastante rápido, pero en Madagascar el tiempo de demora en conseguir los papeles que necesitas del gobierno, depende de la gratificación que puedas darles a los funcionarios. Lo sé bien de cuando yo tenía que recorrer los diferentes despachos para obtener los permisos y documentación de las mercancías que iba a exportar. Si no pagabas el tiempo era indefinido, si pagabas podías tenerlo en menos de una hora.

Eso es lo que me ocurrió unos días después para extender mi visado ya que me iba a pasar de los 30 días. En la oficina de policía me dijeron que volviera en una semana. Manifesté que no podía esperar, lo necesitaba ya. Ellos respondieron que no era posible. Simplemente les di algo de dinero para que fuera posible, entonces me dijeron que volviera a buscar el pasaporte en una hora.

Si él formalizaba su proyecto creando una ONG para proporcionar un techo, comida y educación a niños de la calle, antes de regresar a España le daría el dinero que me sobrara del viaje

Ralf ya tenía su ONG y los permisos para acoger niños de la calle. Le pregunté qué nombre le había dado a su proyecto. Me dijo que le había puesto Zaza Faly, cuyo significado era Niños Felices. Ahora todo empezaba por tener un lugar de acogida, una casa, ya que Ralf ni poseía una en alquiler, se alojaba en el centro de la Madre Teresa. Después habría que sacar de la calle a los primeros niños, que debían ser huérfanos y sin familia conocida.

Sobre el lugar donde instalarse, me dijo que había pensado trasladarse a Fenoarivo, una localidad de unos veinte mil habitantes en la costa al norte de Toamasina. La razón de trasladarse a Fenoarivo era básicamente por el clima, no hacía frío, y después por los precios, más baratos que en Antsirabe. En cuanto a los niños, contaba con muy poco dinero y sólo podía acoger a tres, ya los había elegido: el primero Albert, el mayor,  inteligente y responsable, su idea era que fuese como el hermano mayor de los demás; luego otro niño de unos ocho años y una niña de dos. Verdaderamente, para la necesidad que había, tres eran pocos, de manera que le dije que acogiera a otros tres, yo me encargaría de ellos, comprometiéndome a cubrir sus gastos mientras estuvieran en Zaza Faly. Quedamos que al día siguiente al mediodía me presentaría a los tres primeros en el centro de la Madre Teresa y después escogeríamos a otros tres. 

Cuando nos vimos al día siguiente, Ralf ya había pensado en los tres que deseaba acoger y me los presentó: una chica, Olga, y dos chicos, Pascal y Andry. A partir de ese momento serían mis ahijados.  Ahora quedaba registrar a los seis bajo su tutela y obtener los permisos de las autoridades, una vez concluido esto el siguiente paso sería el traslado a Fenoarivo y búsqueda de una casa allí para alojarse y empezar el proyecto. Después de hacer cálculos, le dije a Ralf que le daría el dinero que podía sobrarme, unos 250 dólares.

Ralf me propuso ir juntos a Fenoarive y buscar una casa allí antes de mi regreso a España. La idea me atrajo, pero no tenía tiempo suficiente, el visado expiraba en pocos días. Al final decidimos que yo saldría un día antes a Antananarivo para pedir la extensión del visado y ellos lo harían un día después, quedando en encontrarnos en la estación de minibuses para seguir juntos hasta Fenoarivo.

Afortunadamente pude conseguir el visado en el mismo día. Por otra parte, los 250 dólares sobrantes del viaje los cambié en el comercio de un hindú que conocía, obteniendo un 25% más de lo que me hubiera dado el banco. Habíamos quedado por la tarde para tomar un minibús por la noche, y eso fue lo que hicimos todos juntos, llegando a Toamasina a primera hora de la mañana. Desayunamos algo en la misma estación y poco más tarde tomamos otro minibús para Fenoarivo, a unas dos horas y media.

Fenoarivo era un precioso y tranquilo lugar de playa. Sin embargo no era un sitio turístico, por lo que escaseaban los sitios para poder quedarse a dormir. Finalmente encontramos un lugar donde alquilamos dos habitaciones, una para los seis niños y otra para nosotros. Ese mismo mismo día empezamos a informarnos para alquilar una casa, la preferencia de Ralf es que tuviera un terreno junto a ella con el fin de cultivar cosas y tener espacio libre para jugar los niños. El primer día fue desolador, las casas disponibles donde preguntamos nos dieron un precio desorbitado, entre dos y tres veces por encima de su precio normal, el precio de ser extranjeros. Ralf tuvo la idea de ir a ver al párroco de la iglesia principal para pedirle ayuda. El párroco, después de conocer el proyecto de Ralf, se prestó a colaborar buscando una casa a un precio razonable y hacer la gestión del alquiler como si fuera para él.

Dos días después Ralf ya tenía su casa de acogida. Para conseguir que el precio  fuera razonable, el párroco tuvo que decir que el proyecto de Zaza Faly era de la iglesia y Ralf sería su encargado. 

El día que Ralf y los niños iniciaron su andadura en aquella casa fue un día de felicidad para todos

El día que Ralf y los niños iniciaron su andadura en aquella casa fue un día de felicidad para todos, habían llegado prácticamente con lo puesto, con la ilusión como único equipaje. A partir de ese momento tendrían que construir su nueva vida. La casa era de planta baja, no muy grande, tenía tres habitaciones, un salón, una cocina y un sencillo baño, pegado a la casa había además un cobertizo que podía utilizarse de almacén.

Algo muy apreciable es que tenía un terreno de unos setecientos metros cuadrados, ideal para jugar los niños y para crear un huerto donde cultivar verduras. La vivienda contaba con algunos muebles básicos, pero necesitaría ser adaptada a las necesidades, una habitación sería para los chicos y otra para las chicas. Lo primero que hacía falta eran literas y una mesa grande de comedor.  Era como empezar desde cero, proveerse de las cosas necesarias para cocinar, asearse, vestirse... todo debía ser planificado, empezando por escolarizar a los niños, para emprender una nueva vida.

Yo tenía que marcharme, pero Zaza Faly ya estaba en marcha. Antes de partir Ralf hizo cálculos de los gastos que iba a tener y luego los dividió por los seis niños para saber el presupuesto necesario por cada uno, la verdad que era poco comparado con aquí.  Quedamos que cuando llegara a España le enviaría el dinero de los tres niños para un año a la cuenta del banco que acababa de abrir.

Había llegado a Madagascar con los únicos planes de comprar y viajar, pero salía de allí con un propósito no previsto: ayudar a encauzar la vida de tres niños, el propósito más hermoso de cuantos viajes había hecho.

Durante los siguientes meses seguí en contacto con Ralf por carta, un día me expresó el deseo de poder acoger a más niños, buscaba formas de poder financiarse para ello. Planeaba regresar un año más tarde, de forma que además de que yo pudiera aportar algo de dinero para que Ralf tuviera la posibilidad de aumentar su proyecto con los niños, pensé en recurrir también a mis amistades. Les expliqué a mis amigos, esencialmente a los que tenía más confianza, lo que era Zaza Faly y les pedí un donativo para llevarlo conmigo a Madagascar. No pedía ninguna cantidad, solo lo que quisieran aportar.

Felizmente a todos los que pedí me  dieron un billete de cinco mil.  Estaba sorprendido y emocionado, no esperaba tanto. Sólo se lo había pedido a los amigos que sabía iban a confiar en mí, no quería que alguien pudiera pensar que quizá lo utilizaba para pagarme el viaje a Madagascar. También le pedí una aportación a la CAI, e igualmente me dieron más de lo que esperaba: treinta mil pesetas y un kilo de caramelos de los que tenían en el banco para los clientes. Todos fueron formidables.  Estaba realmente contento, recibí más de lo que esperaba, al final entre todos habíamos reunido una cantidad cercana a las 400 mil pesetas. Con ese dinero se podían hacer muchas cosas en Madagascar, empezando por comprar una casa de acogida.

El primer plan nada más llegar a Madagascar fue llevar el dinero para Zaza Fal

El primer plan nada más llegar a Madagascar fue llevar el dinero para Zaza Faly. Entre ese dinero y el que llevaba para mí era una suma muy alta. Llevarlo conmigo todo el tiempo era una responsabilidad y un peligro. Antes fui a ver al comerciante hindú y cuando le dije lo que deseaba cambiar se sorprendió, luego me escribió la dirección de su casa y me citó allí dos horas más tarde.

En el viaje a Fenoarivo, el volumen del dinero malgache que llevaba ocupaba la mitad de mi mochila de apoyo. Con el cambio del hindú el valor había aumentado además un veinticinco por cien. Ralf se sorprendió al ver todo aquel dinero, lo primero que pensó es que había dinero suficiente para comprar una casa de gran tamaño e incluso sobraría para acoger a más niños.

La casa tenía un mejor aspecto que cuando yo la vi el año anterior, Ralf había encargado unas bonitas literas para los niños, que ahora eran ocho, dos más, y él mismo había construido la mesa del comedor. Por otra parte, tenía a una mujer que hacía la comida y la limpieza de la casa, quien también era una persona sola y sin techo, por lo que se alojaba igualmente con ellos.

Ralf empezó a hacer nuevos planes, el primero comprar una casa con terreno, pero no en Fenoarive, allí había malaria y alguno de los niños la había pasado ya, eso era un problema, por lo que decidió volver a Antsirabe.

Cuando regresé un año más tarde a Madagascar, Zaza Faly había dado un gran cambio. Tenían una casa más grande con un terreno relativamente grande también y la familia había aumentado a cuarenta y cinco niños, el máximo que podía alojar la casa. Lamentablemente no pudo comprarla, los propietarios de las casas que vio le pedían el triple de su valor, lo que hizo imposible su deseo. No le quedó más remedio que alquilar. El precio era muy alto, quinientos dólares al mes. Con ese alquiler y los cuarenta y cinco niños, más otras personas que tuvo que contratar, no me imaginaba cómo le podía llegar el dinero para sufragar todos los gastos.

El dinero que yo le había llevado sirvió de motor de arranque para fortalecer un proyecto más ambicioso, con la casa en propiedad y los cuarenta y cinco niños eran la prueba de la veracidad y dimensión que tenía su ONG para ayudar a los niños de la calle, por lo que hizo fotos y las envió a sus amigos de Alemania como demostración para que ellos se encargaran de conseguir donativos con los que financiar el proyecto. Las fotos obraron el milagro, sus amigos fueron consiguiendo el dinero y se lo iban enviando, y lo mejor, consiguieron un benefactor que se encargó de pagar directamente desde Alemania el alquiler mensual de la casa.

La transformación afectaba a todos los ámbitos, el de la educación, el de la formación, el de la salud, el de calidad de vida

Cuando regresé otro año más tarde, el proyecto de Ralf todavía se había transformado más. Seguían los mismos niños, bueno, eran uno más porque Ralf había adoptado un niño de meses dándole su apellido, Karmazcly. La transformación afectaba a todos los ámbitos, el de la educación, el de la formación, el de la salud, el de calidad de vida...y no sólo el de los niños de Zaza Faly, sino de todos los niños pobres de Antsirabe y de muchas familias pobres. Por un lado, pretendía que Zaza Faly fuera en parte autosuficiente, en el terreno que disponían, aproximadamente de una hectárea, los niños cultivaban sus propios vegetales, criaban cerdos, pollos y conejos.  Por otro lado, Ralf había establecido un tiempo de permanencia en Zaza Faly hasta los dieciséis años, tiempo suficiente para haber adquirido la necesaria educación para defenderse en la vida, pero como creía que la formación aún era más importante para conseguir trabajo, contrataba profesionales de albañilería o carpintería para enseñarles el oficio a los chicos, y otros diferentes para las chicas, a los dieciséis años debían estar todos preparados para poder depender de si mismos.

Los amigos alemanes de Ralf le enviaban al menos un contenedor al año lleno de las cosas que les donaba la gente, desde ropa a todo tipo de enseres en buen estado, incluso un dentista les dio el sillón  y todo el equipo de trabajo cuando renovó el suyo.  Además, periódicamente le enviaban igualmente las medicinas de todo tipo que los alemanes ya no necesitaban hasta conseguir una fabulosa farmacia en casa que él mismo administraba, seguramente no había en Antsirabe una farmacia tan abastecida como la suya.

Eso le servía no solo para sus niños, sino para todos los niños pobres de la ciudad, tenía registrados más de mil trescientos, y de muchas familias adicionalmente, quienes llegaban a la casa con la receta del médico para pedir las medicinas que ellos no podían pagar.  De manera que repartía ropa, calzado y medicinas a cientos de niños y mayores.  En cuanto al equipo del dentista, lo que hizo fue instalarlo en una consulta que construyó para tal propósito, contratando a un dentista malgache que trabajaba ocho horas diarias para los niños de Zaza Faly y cientos de niños pobres en Antsirabe.

Zaza Faly había progresado mucho con el ingenio, el esfuerzo y la capacidad de Ralf, un tipo que seguía siendo el mismo que yo conocí, sencillo y espartano. Había una cosa que me hacía gracia, después que había conseguido que los niños de Zaza Faly y la mayoría de niños pobres de Antsirabe pudieran ir calzados, el único que andaba con los pies descalzos era él.  Cuando le pregunté por qué, me dijo que se había acostumbrado a andar así y se encontraba cómodo andando descalzo, ya fuera en la casa o en la calle. Sólo se ponía zapatos cuando tenía que ir a ver al alcalde, al jefe de policía u otras autoridades.

Viaje a Madagascar, verano de 1993

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