Fallece Adolfo Ibáñez, el director que metió Huesca en el Hotel Pedro I

El director general del Grupo Gargallo en Aragón muere seis meses después de su jefe y amigo entrañable Miguel Gargallo Llaquet

22 de Octubre de 2023
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Adolfo Ibáñez con Miguel Gargallo Llaquet en Marruecos
Adolfo Ibáñez con Miguel Gargallo Llaquet en Marruecos

¿Dónde y con quién estabas el 11-S? La pregunta recurrente encuentra respuesta sencilla en mi caso: comiendo con Antonio Angulo, Luis Gómez, Diego Isarre y Adolfo Ibáñez. En medio del agasajo que Adolfo nos había preparado, salió de la cocina un gran chef, Iñaki Aldabe, y nos dijo que un avión se había estrellado en las Torres Gemelas. Hubo de repetirnos tres veces que era cierto.

Fue aquella la única aventura empresarial de Adolfo, que al haberse criado en el Grupo Gargallo en el que comenzó de botones se empleaba siempre para ejercer la industria de la hospitalidad a lo grande. Como consideraba a los clientes lo mejor y a los amigos como lo mejor de lo mejor, no tenía medida como anfitrión. A veces, nos reíamos cuando yo le decía: "¡Como se entere el jefe que me estás poniendo las mostazas que se hace traer de Francia, te vas a enterar!" Adolfo, que bien podría haber ejercido la carrera diplomática, me replicaba: "Si el jefe se entera de que es para ti, estará encantado". El jefe no era otro que Miguel Gargallo Lázaro, el patriarca, el dios del grupo, pleno de humanidad y de amor a la vida.

No tenía nada de particular que la familia Gargallo confiara ciegamente en Adolfo Ibáñez Horta, que esta mañana ha fallecido con 62 años de edad. Adolfo era un torbellino. Como Sean Connery, ha protagonizado a lo largo de su fructífera trayectoria una película vital que bien podría titularse "Nunca digas nunca jamás". O, como la marca de material deportiva, "impossible is nothing", nada es imposible.

Adolfo Ibáñez Horta, director que fue del Hotel Pedro I
Adolfo Ibáñez Horta, director que fue del Hotel Pedro I

Cuando los Gargallo le confiaron la dirección del Hotel Pedro I de Aragón en el umbral en los primeros años noventa, se propuso meter a Huesca dentro de estas instalaciones. Ha sido muy del estilo de don Miguel, como una hormiguita, como el personaje que, a base de migas, iba amasando un hotel cada vez más acogedor, en el que la palabra, la sonrisa y el abrazo ejercían de amalgama. Era como el chiste de cómo metes cuatro elefantes en un Seiscientos: pues dos adelante y dos detrás. Aquel Certamen de Bandas con Guillermo Vizán en que miles de comensales se distribuían en salones, restaurante, cafetería y habitaciones en varios turnos, con Santos de proverbial guisandero, fue algo similar a una multiplicación de los panes y los peces en versión posmoderna.

Mimaba todos los detalles y pensaba siempre en grande, hasta el punto de ser la imagen del grupo cuando recibía en nombre de la familia cualquiera de los premios a los que se hacían acreedores los Gargallo. Era también su representante en organizaciones empresariales y sociales de todo tipo.

Suya fue la habilidad, además, para convencer al Ayuntamiento de Huesca de la fusión de los dos premios taurinos, el Albahaca de Plata consistorial y el San Lorenzo de Plata del hotel, que atrajo a multitud de toreros, empresarios y ganaderos a magníficas galas que alternaba con La Venta del Sotón. Tenía un encanto especial Adolfo, y lo exprimía. Era un negociador supremo.

El caso es que, hipérboles aparte, Adolfo lo logró. Varió el rumbo del Hotel Pedro I y, después de diversas vicisitudes, la confianza de los "migueles", Gargallo Lázaro y Gargallo Llaquet, se convirtió en mano derecha y cabeza visible. En profesional admirado en el sector turístico a nivel nacional, querido por turolenses y oscenses, y como la familia merecedor de reconocimientos del Ejército, la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Adolfo vivía por y para el grupo, como luego insufló en su mujer, Lola, la cancerbera de las llaves del funcionamiento del Hotel Reina Cristina de Teruel, y su hija Soraya, en funciones de márquetin en el imperio turolense de Gargallo Hoteles.

Cuando falleció el patriarca, se volcó mucho más allá de su condición de director general del Grupo en Aragón en apoyar a Miguel Gargallo Llaquet en la faceta profesional y personal. A Miguel, que heredó el calificativo del "jefe" de su padre, le acompañó también en los últimos meses de la vida en la que vio la última luz el 16 de abril pasado. Aquejado de EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Compulsiva), Miguel quiso aprovechar hasta el postrer hálito, y juntos se fueron a Marruecos primero y a Galicia después en un viaje que tuvo algo de Camino de Santiago de despedida... de ambos.

A las pocas semanas, a Adolfo se le detectó un cáncer. Lo escribo sin complejos porque él así lo manifestaba en el último desafío de una existencia que no fue fácil, porque nadie le regaló nada. Me dijo un mal día que se lo habían detectado y había hecho metástasis en los huesos. Luchó con denuedo y parecía vencer en esa búsqueda de la supervivencia. En los tres últimos días, inopinadamente después de haber mejorado, se ha ido a algún rincón celestial donde reirán con Miguel Gargallo Llaquet mientras Gargallo Lázaro les mirará con su cara bondadosa (naturalmente con un habano humeante) para su peculiar bendición. Allí habrá amabilidad, afecto y cordialidad, que eran los atributos que en el esfuerzo profesional siempre practicó Adolfo.

De momento, sus amigos le despiden desde las 17 horas de este domingo en el Tanatorio de Torrero, en la sala 6, y el lunes a las 12:30 se procederá al entierro. En la atmósfera del recuerdo, acompañando a Lola y Soraya, no es descartable que un ángel la atraviese recordando que, en esta vida, hemos disfrutado de una personalidad única. Descanse en paz.

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