La pedagoga y psicopedagoga Mar Romera, referente en educación emocional y creadora del modelo pedagógico “Educar con tres Cs: Capacidades, Competencias y Corazón”, ofrece su visión sobre la transformación de la educación infantil. Romera, que ha participado en Summit Educación Infantil 0-6 de Huesca, con la conferencia inaugural, destaca la importancia de situar al niño y la niña en el centro del aprendizaje, potenciar la creatividad y las emociones, y reconocer el papel fundamental del profesorado para construir escuelas más humanas, inclusivas y capaces de responder a los retos del siglo XXI.
PREGUNTA: ¿Qué esperaba transmitir al público con esta charla inaugural?
RESPUESTA: Bueno, el título ya dice mucho de lo que iba a tratar, lógicamente, y lo que se pretendía transmitir al público era la necesidad de tener una mirada especial de cara a los pequeños, a los niños y a las niñas, cuando estamos hablando de su educación y del acompañamiento en la etapa más importante de la vida. Es evidente que en la actualidad la inteligencia para la educación emocional está de moda. Aparecen miles de programas, pero también es un término relativamente nuevo: ‘inteligencia emocional’ fue acuñado en 1990, y hay demasiadas teorías alrededor con muchísimo ruido.
No estamos aprendiendo a convivir con ellas, a regularlas, a conocerlas, a identificarlas, a diferenciar el miedo de la ira, o a entender que el miedo y la ira son absolutamente necesarios para la supervivencia. No hay emociones ni positivas ni negativas; todas son respuestas adaptativas para la supervivencia y absolutamente todas necesarias.
P: Usted es una de las grandes referentes en pedagogía emocional y también en políticas de igualdad. ¿Cómo se traduce esa “visión transformadora del papel de las emociones en el aprendizaje” en la práctica educativa del día a día?
R: Todo aquello que te hace emocionarte deja una marca en tu proceso de aprendizaje. Tener en cuenta a la persona en su totalidad, cómo siente, cómo vive, qué le impacta, qué le provoca curiosidad y qué le sorprende, es conocer a las personas. No puedo intervenir en el proceso educativo de un niño o una niña si no lo conozco, porque la educación tendría que ser exclusiva para cada persona; es un paso más allá de la inclusividad.
En este 2025, casi al final del primer cuarto de siglo, necesitamos repensar la escuela. Sabemos que las cosas no están bien: el profesorado no se siente cómodo con su trabajo, el alumnado tampoco, y tenemos cada vez más recursos en el aula, pero no evolucionamos. El exceso de recursos sin un uso adecuado no nos mejora. Quizás ha llegado el momento de detenernos y reconsiderar el sentido de la escuela, de la inclusión y de la igualdad.
El sentido de la escuela no es exclusivamente la enseñanza ni solo el aprendizaje. La escuela también debe cuidar. No hablo solo de necesidades básicas como alimentación o sueño, sino del cuidado integral de la persona. Del cuidado del alma, del sentido de estar seguro, de que alguien te mire a los ojos y te diga: ‘Aquí estás bien’. Cuidar también significa poner límites, acompañar cuando te caes y ofrecer apoyo en un mundo que va muy deprisa. La escuela no solo enseña; incluye. Y la inclusión es mucho más que atender necesidades educativas específicas: es respeto integral por la persona, por su color, altura, cultura y todas sus características. Por eso, la escuela debería tener un sentido mucho más amplio del que solemos interpretar.
P: El Summit se organiza bajo el lema “Innovación, emoción y creatividad para transformar el aprendizaje”. ¿Qué papel juegan estos tres pilares en el desarrollo de los niños y niñas de 0 a 6 años?
R: En el caso de la innovación, es otro lema de moda: innovación, transformación, es imprescindible como en cualquier tipo de empresa; o cambias o mueres. Pero cambiar no es incluir más cosas en la escuela. Nuestro niño y nuestra niña no pueden más. Llevar ordenadores a la escuela no es innovar, y llevar distintos soportes de información tampoco lo es.
En segundo lugar, la creatividad. Si no tenemos en cuenta que el ser humano, el sapiens sapiens, tiene esta capacidad de creatividad y pensamiento crítico, tendríamos que apartarnos, como si en una plaza de toros estuviéramos, escondiéndonos en algún ladero. La IA está saliendo con muchísima fuerza, y no se trata de enfrentarnos; lo que procede es acompañarla en un baile de armonía, pero desde nuestras grandes fortalezas, que son la creatividad y el pensamiento crítico.
Y el tercero, las emociones. Inevitablemente marcan nuestras conductas, y luego viene la razón. Las emociones nos salvan la vida. Ahora, el mundo en general está dominado por el miedo. El miedo es la gran empresa, el miedo es la gran panacea de este siglo. Se nos domina a todos con el miedo. Si nosotros lo conocemos, será mucho más fácil de sobrellevar.
P: Como experta en inteligencia emocional, ¿qué importancia tiene este enfoque en la infancia y qué herramientas deberían tener los docentes para trabajarlo en el aula?
R: Importancia tiene toda. Evidentemente, la admiración como emoción básica es una de las… la admiración y la seguridad son los pilares fundamentales que van a llevar a que la escuela y la educación infantil o la educación obligatoria sean exitosas para la persona.
¿Y qué herramientas debería tener el profesorado? Fundamentalmente su propio equilibrio. Esto no va de tener más recursos, ni de enseñar matemáticas con bloques lógicos o regletas, ni de meter más herramientas en el aula. Esto va de si el profesor está bien, si se siente bien, si está construido y equilibrado. El resto vendrá solo. Un profesor bien construido y equilibrado será un buen profesional.
Ser buen maestro o maestra de educación infantil, y de todas las etapas, significa tener enfrente a una persona con cultura: que lea, que participe de acontecimientos culturales, cine, teatro, música; una persona que dialogue, que debata, que escuche, que tenga distintas perspectivas, que viaje, aunque sea virtualmente. Porque los niños y las niñas no aprenden prácticamente nada de lo que les enseñamos; aprenden de nosotros. Y si el espejo que tienen enfrente no es un espejo bonito, evidentemente no aprenderán lo que deben aprender.
P: En una etapa tan decisiva como la educación infantil, ¿cómo pueden las emociones convertirse en motor de aprendizaje sin dejar de lado los contenidos curriculares?
R: Ahora mismo estamos hablando de contenidos curriculares, porque la entrevista tiene este contenido. ¿Y tú qué haces? ¿Sin curiosidad? ¿Sin seguridad? ¿Sin miedo a que te contesten mal? Esto no va de estudiar una cosa frente a otra; esto va de conocernos, construir nuestro propio autoconcepto y, a partir de ahí, aprovechar la estructura del desarrollo y las capacidades que nos llevan a una correcta autoestima.
Las emociones no son más; si estamos tejiendo un jersey, las emociones son la lana, por mucho contenido que tenga el jersey. Esto no va de hacer más, esto va de hacer diferente.
P: ¿Qué conclusiones espera que saquen los asistentes y cómo cree que este tipo de espacios pueden contribuir a mejorar la pedagogía y la educación infantil?
R: Desde mi punto de vista, las conclusiones son individuales. Estos espacios permiten que cada persona pueda interpretar y percibir en función de su camino y de su proceso. Por tanto, la conclusión o lo que se puede extraer al final siempre va a ser muy personal, absolutamente personal, porque cada persona está en un punto del camino diferente.
Si tuviese que hacer un titular, sería: ilusión para el cambio. Y no porque estés haciendo las cosas mal, sino porque absolutamente todo es necesario cambiarlo y evolucionar. Un cambio desde dentro, entendiendo que la puerta del cambio siempre se abre desde dentro, y que la clave del éxito del sistema la tiene el profesorado. Aquellos que hacen política con la educación han, desde mi punto de vista, errado el tiro. La educación necesita buena política, pero nunca hacer política con la educación. Burocratizar más el sistema no mejora la calidad. Confundir innovación con sumar más asignaturas o propuestas curriculares tampoco tiene sentido”.
He aprendido que la solución, o la única solución posible, está en manos de los maestros y maestras, dentro de su aula. Si el profesorado que asiste a este congreso empuja un poquito más la tecla de sentir que son tremendamente poderosos y que pueden cambiar la vida de 15, 20, 22 niños que tengan en su aula, para mí sería suficiente. Y si además alguna persona encargada de política reflexiona un poco con nosotros, pues tampoco estaría mal.
P: Desde su experiencia, ¿cómo valora el estado actual de la educación infantil en España? ¿Qué avances destacaría y qué retos considera urgentes?
R: Considero que la educación infantil en España sobrevive, aunque tenemos un problema fundamental: no tenemos niños. Este es un problema grave que deberíamos analizar más en los medios y en la sociedad. La educación infantil es de las etapas más importantes, cuando los pequeños construyen sus pilares fundamentales, sobre todo a nivel emocional, y la escuela puede ser su gran aliada o todo lo contrario. Nuestro profesorado, en general, no está bien. Basta ver los índices de absentismo laboral y bajas por problemas de salud mental. No nos faltan recursos; nos sobran burocracias, papeles, protocolos y estándares. La Administración ha considerado estos obstáculos como recursos, y no lo son. La educación está dañada y dolida, y los padres llegan al cole cruzando los dedos, esperando que les toque el buen profesor.
Desde mi punto de vista, la clave del éxito del sistema educativo está en los maestros, y hemos perdido el norte. Nadie evalúa la estabilidad emocional de quienes van a ser referentes de niños y niñas de 3 a 7 años. El sistema sufre índices de absentismo que dificultan la organización de la escuela y los proyectos educativos. Además, los procesos de adjudicación y traslado de plazas son arbitrarios, lo que provoca que cada año cambien entre el 50 y el 60 % de las plantillas en algunos centros. Esto es inviable y nadie piensa en los niños y las niñas. Pensamos en conciliación, bienestar del trabajador y derechos, pero los débiles del sistema son los alumnos, y nadie los tiene en cuenta.
Estamos perdiendo talento y capacidad de acompañamiento. Un niño necesita tener el mismo tutor o tutora durante la mayor parte de su escolarización obligatoria; no puede cambiar de profesorado cada año. Tenemos equipos directivos muy profesionales que sostienen el sistema, y otros que no. Esto no se puede permitir en ninguna empresa, y menos en educación.
P: Usted defiende el modelo pedagógico de las tres Cs: Capacidades, Competencias y Corazón. ¿Qué aporta este enfoque a la educación emocional en los primeros años?
R: Este enfoque no aporta solo a la educación emocional, aporta al sistema completo. No es educación emocional, es la transformación integral de un centro educativo. Primero partimos de la visión de que el niño y la niña están en el centro, de sus capacidades y sus potenciales. Si un alumno tiene un potencial comunicativo increíble, porque su inteligencia lingüística es alta y va a ser un gran periodista o comunicador, ¿por qué hacerle perder gran parte de sus sueños intentando formarse en pensamiento matemático o en viso facial? La escuela debería descubrir las fortalezas de cada pequeño y, a partir de ahí, ofrecer una cultura general para que cada persona encuentre su mejor camino hacia la plenitud.
Porque voy a ser mucho más feliz y estar mejor si hago aquello para lo que de verdad tengo predisposición. Esto no va solo de saber cosas, sino de saber, hacer y querer. No va de tener un título sin habilidades para la vida, habilidades que la UNESCO ya orientaba hace más de 25 años. Y corazón: las emociones marcan nuestra conducta y luego la razón nos explica por qué lo hicimos. Capacidades, competencias y corazón podrían resumirse como puedes, haces, quieres. Pero este modelo no solo se centra en el alumnado; incluye también la casa, el colegio y la comunidad. Hay que implicar a la familia, al profesorado y a toda la comunidad, incluyendo la comunicación y los medios de comunicación. Solo así el sistema es integral y no una ‘pedagogía de la hamburguesa’, donde cada uno añade una capa sin sentido.
En el desarrollo integral de la persona se incluyen cabeza, cuerpo y corazón. El cuerpo es fundamental: ejercicio físico, hábitos saludables. El corazón representa el mundo emocional, enseñar a cuidar nuestro entorno, el planeta, la vida y los demás. Los niños deben entender y amar la idea de proteger nuestro mundo, prevenir incendios, empatizar con los conflictos bélicos y valorar la vida. Esto también implica una fe en el cuidado y la trascendencia de lo que hacemos.