Los múltiples rostros de la mendicidad en Huesca: una reflexión para la Navidad

Apostados junto a sedes de bancos, como si esperaran que fluyera algo del interior, reciben la limosna, la comprensión, el desprecio y alguna recriminación

27 de Diciembre de 2022
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Juan, en su 'centro de trabajo', debajo de un cartel sobre planes de pensiones y detrás la vieja oficina de otra caja.
Juan, en su 'centro de trabajo', debajo de un cartel sobre planes de pensiones y detrás la vieja oficina de otra caja.

No está la sociedad para actualizar El Príncipe y el Mendigo de Charles Dickens. Ni siquiera para releer Los Miserables de Víctor Hugo, jueces de nuestros propios conceptos de anacronismos. Y, sin embargo, escenas de mendicidad se repiten en nuestras posmodernas atmósferas, en nuestros mantos de asfalto. Las protagonizan cientos y cientos de personas en la calle Preciados de Madrid, en las Ramblas barcelonesas y algunas decenas unidades en nuestra capital Huesca. Son las que mejor conocen los horarios de las misas en los templos, aunque el descreimiento reciente les ha privado de clientela, cada vez más escasa, paulatinamente más envejecida. Pero la progresiva laicidad también ha demandado su adaptación, su darwinismo, para padecer la vida de supervivencia compleja pero posible. Hoy, se sitúan junto a las entidades financieras.

Juan pide junto a la caja de la espiga amarilla. Lleva cinco años, ¡cinco!, en Huesca y necesita salir a mendigar para complementar los cuatrocientos euros de ayuda institucional que percibe. La diabetes le ha 'comido' una pierna, por lo que permanece en silla de ruedas. Tiene su pasado, nacido en Andorra y durante años trabajador de la construcción en Zaragoza. "Fui albañil hasta 2014". La suposición reza que hasta 2008 tuvo que ganar dinero en ese oficio. La realidad es tozuda, según él: ¡Aquí iba a estar yo!

No, no es la vida que le gustaría, pero asegura que no le queda otra opción que seguir esos pasos. Su régimen mendicante se concentra junto a la caja de día, curiosamente debajo de un cartel que marca un 1,30 y habla de no sé cuál plan de pensiones con un título que dice "Tu futuro" y explica someramente las garantías. Por la noche, se traslada a su "dormitorio", que es el cajero del BBVA. De banco a banco y tiro porque me toca.

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¿Cómo ha llegado a esa situación? Se encoge de hombros. "La vida, la falta de trabajo, la enfermedad..." ¿Recibe algún auxilio institucional? Ahora le hablan de la posibilidad de una residencia para dignificar sus condiciones. No deja de ser curioso que Juan, ya veterano en estas lides, tenga una sonrisa siempre preparada para cualquiera que le da algo de ayuda. Y de hecho durante la conversación son varios los que depositan monedas en el vaso de plástico.

Ioan ha establecido su cuartel de invierno junto al banco de colores rojos chillones, como las balas de la Fórmula 1 que patrocinó en su tiempo. No se conoce con Juan. Éste levanta el escenario de la mendicidad a la hora de las comidas Ioan, no. Es curioso, los mendigos quizás fantaseen con la idea de que, de esos muros pétreos que definen los mercados bursátiles, emerja una lluvia de billetes para vivir. Sólo para vivir. Quizás con un puñadito de monedas baste.

Los rostros de la mendicidad están provistos de multitud de aristas. La primera de ellas es la invisibilidad. De hecho, este cronista circula todos los días al lado de ese bulto alargado bajo el que en los días de frío se aloja, acurrucado, un ser humano, y ni repara en él. Otras mañanas, como la de hoy, está casi al descubierto hasta mitad de cintura. Hay que aprovechar este veranillo. De las decenas de personas que caminan al lado, prácticamente ninguna mira hacia él. Y no por discreción, a lo largo del asfalto toda la humanidad.

Se llama Ioan, que en rumano significa "favorecido por Yahvé”, “Yahvé es favorable”, “Yahvé es benévolo”, “compasión de Yahvé” u “hombre fiel a Dios". ¡Dios mío, qué paradojas tiene la onomástica antropológica! ¡Tan macabras! Su "solución habitacional" está a la vista de los miles de viandantes que circundan la plaza Concepción Arenal. Ahí está, tumbado, refajado con ropas de abrigo y un saco de dormir. Le pregunto si le molesto. Contesta que no. ¡Por Dios! Quizás sea el único rumano que conozco que no hable casi perfectamente el español. Es simpático. Deposito unas monedas en el vaso de plástico y me identifico. Me entiende, de lo que le digo, que trabajo en un diario, pero no quiere fotografías. El pudor... quizás.

Los mendigos hoy se aposentan junto a bancos
Los mendigos hoy se aposentan junto a bancos. De los de madera y de los de dinero.

Ioan apenas supera los cuarenta años, me asegura. Barba canosa, tez morena, dientes amarillentos pero en buenas condiciones, salvo la separación entre las paletas superiores (lo que mi añorado Cachito definiría como "pelacables" en alusión a dos personajes televisivos). Sonríe. En ocasiones, la sonrisa es un parapeto de la inseguridad, en este caso en el idioma. Lleva dos meses en Huesca y ha encontrado la estabilidad residencial en ese lugar abierto, al lado del Banco. De los bancos, equidistantes el del dinero y el de madera. Recibe una moneda de dos euros de una joven que apenas frisa los veinte años. "Muchas gracias". ¿Qué hacías en Rumanía? Trabajar. ¿Dónde, en qué? Necesitamos unos cuantos sinónimos. No entiende lo de agricultura. Pero, cuando le digo "en el campo", asiente. Le inquiero sobre su búsqueda de empleo. Me pregunta si tengo ocupación que darle. Le replico que no, le repito lo del periódico. Se encoge de hombros. ¿Ha venido algún día la Policía Local o de Servicios Sociales? He de tirar de explicaciones prolijas. No, no es no. De momento, deduzco, no es de los que las instituciones no dejan atrás. Esto es, se rompe la universalidad de la propaganda al uso. "No vamos a dejar a nadie atrás".

Lleva un gorro de Papá Noel. Dice que se lo han regalado. Otra joven se acerca y deposita un euro. Ya se acumulan algunas monedas. Le pregunto si está contento y me dice que sí. Y que si está cómodo en el suelo. Vuelve a encogerse de hombros. Le espeto que, si quiere trabajar en el campo, tendrá oportunidades. No hay demasiada mano de obra para los pueblos, para las tierras, para las granjas. Sonríe. Me reitera si yo le puedo dar trabajo. Quedamos en hablar otro día. Sonríe y agradece con todos los dientes, incluso las paletas que distan la una de la otra. Sí, hemos hablado de alguna otra cuestión, de Dios, de la Navidad y de estos días. Sin familia, dice, la Navidad es otra cuestión. Él se queda con su soledad, en medio del tránsito permanente de personas. Con ese cartel repleto de erratas: "Por favor, una moneda par comida, tego ijos, gracias. Nu tego trabajo".

Cuando yergo mi figura, una mujer, quizás septuagenaria, me acompaña durante unos metros. Otra paradoja, la administración de lotería está repleta de clientes haciendo fila. Ella va en esa dirección pero quería aclararme que no debía dejarme fiar por las apariencias. Que lo que tiene es una cara muy dura el tal Ioan. Que no quiere trabajar. Que está muy bien así porque es un jornalero pedigüeño que saca buen dinero cada día. Que así, ¿cómo va a buscar empleo? Y que si la vergüenza del ayuntamiento. Y que si le dejan ahí no va a levantarse nunca a ganarse la vida como Dios manda. Recojo los mensajes en mi memoria pero, cuando cita a Dios, expongo que quizás no haya que mentar el nombre del Señor en vano (lo dicen las Escrituras), porque en tal materia no me atrevo a aventurar.

Es probable que haya algo de impostura. Incluso de libre albedrío para practicar la mendicidad. En todo caso, me resisto a considerar que es una opción deseada por amplias capas de la sociedad. No lo sé, a mí siempre me han parecido más confortables las camas que el suelo, las mantas bajo techo que prendas de medio pelo bajo las estrellas del firmamento, las nubes, la nieve o la lluvia. Sí, el prejuicio, la generalización, es otra de las aristas de la pobreza, otra vulnerabilidad a la que se suman las conocidas como las mafias de la limosna, execrables, odiosas.

La solución habitacional de Ioan
La 'solución habitacional' de Ioan

No nos paramos a pensar que sus tres tiempos son lóbregos. Del pasado, en general, no les gusta hablar. Las causas, por tanto, quedan en las tinieblas, presumiblemente embarcadas en zozobras y catástrofes personales. El futuro lo tienen como para pensar en planes de pensiones. Mejor poner un dique de contención a la irrupción de un porvenir que se presenta luctuoso, más que el del resto de los mortales en cuanto lo son. Y el presente es miserable, indigno de los seres humanos.

Y, sin embargo, la Navidad prende sus luces precisamente para que seamos capaces de ver la realidad con mayor certeza. Para que entendamos que los Juan y Ioan que pululan por Huesca, que miramos sin ver, que oímos sin escuchar, ante los que ejercemos voluntariamente una actitud de ninguneo para que no nos estorben en nuestro confort, para que no nos carguen de remordimiento alguno, son la manifestación preclara del fracaso de una sociedad poco lúcida y de unas instituciones poco lucidas que sí, los dejan atrás. Que leen fuera de foco los informes de Cáritas Diocesana. que no entienden las muchas dimensiones de la pobreza. Que, si acaso, nos reconfortamos todos en salas de organizaciones admirables en las que, sin embargo, no tienen cabida quienes eligen el "sintecho" para vivir la libertad de sus vidas. Aunque nos cueste entenderlo porque su educación y la nuestra es distinta. Aunque no lo aceptemos. Cada uno escoge su versión. El problema es cuando en la elección no hay oportunidad. Al final, como dijo Benjamin Franklin, el mejor medio de hacer bien a los pobres no es darles limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla

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