Nada detiene a Pirineo-Ucrania: sirenas de bombardeo y sin luz ni calefacción

Segundo día de reparto de alimentos con asistencia a un orfanato donde se le acumula la faena al médico Just

23 de Noviembre de 2022
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El padre Jesús Escalona cuida a unos bebés
El padre Jesús Escalona cuida a unos bebés

Una camioneta llena de alimentos. Dentro, la expedición del Grupo de Salvación Pirineo-Ucrania con el cabo primero Javier Martín al frente. Se escucha la radio y, repentinamente, una sirena anuncia a gran volumen la necesidad de correr hacia un refugio. Alerta de bombardeo. Es el día a día de Ucrania, invadido por la Rusia de Vladimir Putin. Sabido es que las bombas no tienen cara y ojos, no distinguen ni respetan los distintivos de "Ayuda humanitaria". El rostro de la guerra refleja esa crueldad. El objetivo es destruir. Amedrentar y disuadir al enemigo de su fuerza. Es lo que hacen las tropas rusas. Y no hay tampoco discernimientos sobre las víctimas. A los explosivos, les dan igual uniformados que harapientos, porque militares y desharrapados son un paisaje común en los escenarios bélicos. Efectivamente, sin atropellos pero con celeridad, los expedicionarios se ponen a buen recaudo. Luego, concluida la alarma, retorno a la carretera. A la misión. Sin dilación. Recuperando el pulso.

Nueva jornada en el grupo. Hoy toca un orfanato en el centro del país. Ahí donde se reparte pánico y donde hay que conservar la serenidad. Los niños reciben con alborozo a los ocho participantes en el reparto de los 25.200 kilogramos de alimentos. Se les colocan pulseras. El médico, Just, pasa consulta de manera prolongada. Hay mucha enfermedad en la guerra. Hace mucho frío y son comunes los resfriados y otras patologías. El sacerdote, Jesús, no duda en cuidar de unos bebés. Toda la asistencia es poca.

Just, el médico, redobla sus consultas
Just, el médico, redobla sus consultas

Nadie dijo que fuera a resultar sencillo. Están preparados. Los miembros salvíficos saben lo que es someterse a situaciones extremas. Y socorrer a personas en graves dificultades. Aquí no hay magnates. Están en las costas españolas. Quienes soportan el país con su resistencia son personas humildes, familias en busca de la esperanza a través de su fe. Sin recursos, con los cuerpos sometidos a unas condiciones durísimas.

En el momento en el que el cabo primero Martín constata a través de una aplicación móvil que en toda Ucrania no hay luz, los integrantes de este equipo se estremecen. A ellos les quedan unos días de aguantar, pero ahí se quedará la población sin calefacción. A la gelidez externa, se suma la de las casas. Y ese frío que recorre la columna vertebral ante las barbaridades que vislumbran. No hay paz, por ahora, para Ucrania. Y cuesta atisbar la esperanza. El apagón contribuye al caos. La vida pende de un hilo. Y a él hay que aferrarse con el alimento desde Pirineos y desde La Rioja. La expedición alienta la creencia en el ser humano. A ella se aferran los ucranianos que les regalan sus sonrisas, que es el mejor pago que se puede recibir por encauzar la voluntad hacia el bien a los demás.

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