Tiempo Líquido es un antídoto placentero contra la época de incertidumbre que en su reputado ensayo describió el gran Zygmunt Bauman. Idéntico título y hasta una cierta concomitancia en el reconocimiento del estado de nuestra etapa: todo fluye y todo se evanesce, por lo que es la memoria la que perpetúa la experiencia. Y el recuerdo de los sentidos es parte principal de ese baúl personal. Concretando, hablamos de la experiencia enoturística más innovadora y arraigada a las raíces de Bodega Pirineos.
Tiempo Líquido, concebida desde la primavera, vio su primera luz en los prolegómenos del Festival del Vino y concluirá el próximo 15 de noviembre. Disfrutarán de esta vivencia y podrán embeberse del corazón del Vino del Somontano, de esa ruta disruptiva que va de la vanguardia exuberante a la raíz leñosa regada por el sudor de los viticultores, pasando por la creación de ese líquido sugerente, universal, poliédrico, inabordable en su expresión.
El principio no puede resultar más chispeante, con un cóctel sobre la base de un éxito garantizado de Bodega Pirineos, el Alquézar Rosado, que es el presente y es el futuro, que es la modernidad y es la atracción para los bebedores que, sin renunciar a la alta calidad, quieren unas sensaciones amables que incitan a la sociabilidad.
La bodega ofrece, en un recorrido subyugante, una atmósfera de una intimidad seductora, con iluminación tenue, en algunos casos apena insistente, para relajar a los visitantes allí donde, precisamente, el vino reposa. A través de la gran verja de hierro, se accede a la primigenia nave de elaboración. La primera invitación: "Guardad en la memoria este año: 1964". No lo desvelará el encargado de esta acción enoturística hasta más tarde, pero es el origen de todo, la Cooperativa Comarcal del Somontano de Barbastro que con los años será origen de la Denominación de Origen Protegida Vinos del Somontano de la actualidad.
Con esa magia que rodea a los buenos pedagogos del vino, explica que ahí está el vino 3404, "en su estado de desnudez" en depósito de hormigón. "Se encuentra durmiendo, tranquilo, en el depósito, y lo vamos a despertar por un pequeño momento para ver lo que nos tiene que decir". El material que lo contiene es una muestra de "respeto a la tradición y además es buenísimo el hormigón para la elaboración del vino y principalmente para la conservación" por la estabilidad térmica. "De manera natural, es imbatible", con una alteración máximo en un año de un grado. "El vino se encuentra en la quietud del depósito" y lo que evolucionan son los taninos, "poco a poco el vino se va haciendo más agradable al paso por boca, esos taninos se van suavizando y, además, tiene la característica de ser un continente neutro. No da ningún tipo de aroma. Da igual el tiempo que esté que no dará ningún aroma secundario como sí puede hacer la barrica". Una definición: "Aquí el silencio del hormigón nos permite preservar la frescura de un vino manteniendo así la juventud". Y enlaza el imaginario general con los lagares de piedra de la Edad Media que recogían la tradición del cultivo de la vid.
La fascinación se reflejaba en las caras de los visitantes cuando quedaba abierta la boca donde reposaba el vino. Lo primero, "provocar una marea en el interior" introduciendo la copa y dando vueltas. El 3404 iba llenando las copas de los participantes, un ensamblaje de tres variedades de uva, la Merlot, la Garnacha y la Moristel. Expectación. Y las indicaciones de cata características con los colores más violáceos de este vino tan vivo de juventud.
Misión cumplida, la siguiente parte de la experiencia se traslada a la sala de barricas, con la madera seductora, los toneles de roble con la indicación de cada producto, la personalidad que rezuma un espacio imponente. Allí, otra cata en torno a una mesa para gozar de un vino más elaborado.
Y el final, en la parte noble subterránea, un recorrido entre el enjambre de botellas que revelan la aristocrática significación del valor del vino en su origen y la distinción de la sala que tantos encuentros ha regalado en torno a una buena mesa con vinos maridados con millones de conversaciones en un ambiente de placer. Ahí llega el embrujo final: "Un vino que nunca quiso ser embotellado y de una botella que nunca quiso salir de la bodega". Y, en ese momento, el tiempo líquido se solidifica en la memoria sensorial de cada uno de los felices visitantes. La última oportunidad del año: 15 de noviembre.