El escritor y periodista Antón Castro ha recibido, recientemente, junto a José Luis Melero, el Premio de las Letras Aragonesas 2024. Con la gratitud y la pasión que lo caracterizan, repasa en esta conversación su trayectoria marcada por el amor a la literatura, el periodismo cultural y, sobre todo, a Aragón, tierra que convirtió en el corazón de su vida y de su obra. Castro reivindica la amistad, la memoria y la imaginación como motores creativos, y defiende la cultura como una necesidad vital que da sentido a la existencia.
En la entrevista reflexiona sobre su relación con José Luis Melero, el papel de la televisión en la divulgación cultural, la adaptación cinematográfica de su novela Cariñena y la importancia de los márgenes, los olvidados y las voces silenciadas. Consciente de la fragilidad y de la belleza de la creación, recuerda que la literatura es, ante todo, un espacio de libertad.
P: Ha recibido uno de los mayores reconocimientos de las letras aragonesas. ¿Cómo ha vivido este momento? ¿Qué significa para usted compartirlo con José Luis Melero, su amigo de tantas aventuras culturales?
R: Lo he vivido, de entrada, con sorpresa, inmensa gratitud y una alegría absoluta. Es un galardón que han logrado muchos escritores a los que admiro, muchos de ellos grandes amigos y maestros que me han ayudado a avanzar y a mejorar. Además, siento un absoluto respeto por las Letras Aragonesas en mi doble condición de escritor y periodista cultural, he dedicado a ellas exactamente 38 años, desde que ingresé en ‘El Día’, luego una década en ‘El Periódico de Aragón’ y llevo ya 24 años en ‘Heraldo de Aragón’, de ellos 23 al frente del suplemento ‘Artes & Letras’, que se ha distinguido por mirar todas las literaturas del mundo y especialmente la nuestra. Y ganar el galardón con José Luis Melero, con quien he vivido tantas experiencias humanas y literarias, es todo un honor. En cierto modo, desde ópticas diferentes, hemos tenido vidas paralelas. Lo digo siempre, sin exageración alguna, es un amigo entrañable y un hermano que me ha nacido en una familia ajena. Y un cómplice con quien me he encanado de risa, siendo, como él recuerda casi siempre, tan distintos.
P: Nació en Galicia, pero hace décadas que Aragón es su casa. ¿Qué le atrapó de esta tierra para convertirla en el corazón de su obra literaria y periodística?
R: Sinceramente, Aragón me lo ha dado todo. He vivido en Zaragoza, que es mi ciudad, pero también conozco muy bien Teruel (Albarracín, Ejulve, Camarena de la Sierra, Cantavieja, Urrea de Gaén, La Iglesuela del Cid), estoy muy ligado a Huesca y a Barbastro en particular… Soy gallego, sin duda, me formé con los escritores gallegos, a los que vuelvo una y otra vez (desde Rosalía a Manuel Rivas, pasando por Álvaro Cunqueiro, Ánxel Fole, Rafael Dieste, Castelao, Celso Emilio Ferreiro, Méndez Ferrín y un largo etcétera), pero aquí he encontrado una profesión, una vocación, un paisaje, una benévola acogida y un sinfín de personajes, de creadores, en la literatura, en el arte, en el cine, en la música, en el periodismo, que han determinado mis inquietudes. Aragón posee todos los paisajes, el misterio, el humor, el asombro, y me he sentido muy cómodo e intento realizarme cada día desde un inmenso afecto por esta tierra. Creo que hay un libro capital para mí que explica cuánto amo Aragón: ‘Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados’, dibujado por José Luis Cano, que es como un núcleo esencial de mi pasión por este territorio en el fondo tan cosmopolita, marcado por la utopía, la tenacidad, la belleza y el incesante baile de los imposibles.
P: Ha sido periodista, narrador, poeta, entrevistador, editor... ¿Dónde se siente más usted mismo? ¿Hay algún género que sienta como "refugio"?
R: No lo sé muy bien. Creo que en el fondo soy algo tan sencillo como un contador de historias, un ‘romancero’, como me decía mi suegro, Leoncio Gascón. Me he sentido cómodo en todos los géneros pero quizá, como dicen a menudo de mí algunos lectores que me conocen bien, como el propio José Luis Melero, Fernando Sanmartín o el finado Félix Romeo, lo que me distingue más que nada es la mirada poética. Curiosamente, no publiqué mi primer libro de poesía -en ella siempre mezclo el verso y la prosa, y una idea narrativa de reportaje-, ‘Vivir del aire’ (Olifante, 2010), cuando había rebasado los 50 años. Ahora ya van allá ocho, y tengo tres inéditos casi finalizados.
P: La memoria, el paisaje, la melancolía o el mar suelen estar presentes en sus libros. ¿Son esos los pilares de su universo literario?
R: Sin duda. Diría que a todo ello se suman algunas otras cosas: la pasión por los seres humanos, la convivencia con el misterio, las frágiles fronteras de la realidad y la fantasía (o los usos de la imaginación) y la presencia del arte: los libros, la fotografía, la pintura, la música, etc., y a ello sumaría quizá una cierta inclinación a lo amoroso y, muy especialmente, la necesidad de escuchar y contar. La naturaleza, como dice, es para mí un libro abierto al que siempre le quiero añadir nuevas sensaciones, criaturas, sucesos y asombros. La melancolía, o también saudade, es la conexión con mis orígenes. Todos llevamos un mundo interior que te ayuda a confrontarte con el universo exterior.
P: Desde el suplemento Artes & Letras, lleva más de dos décadas contando la cultura aragonesa. ¿Qué ha cambiado -y qué no- en la escena cultural de Aragón en estos años?
R: La cultura siempre es una asignatura pendiente. No podemos vivir sin ella, nos alumbra un sinfín de caminos y de opciones vitales, no como una forma de pedantería o de afectación, la cultura está ahí como un golpe de cierzo, como la belleza indecible del cielo o la forma natural de respirar. Es un pozo sin fondo y nos modula y nos conforma. Han cambiado muchas cosas, pero seguimos ahí, en el tajo, en búsqueda de la conmoción, de la emoción, del conocimiento. Ayuda hasta en las pequeñas cosas: es imprescindible incluso en nuestras resistencias o prejuicios. Ha cambiado en que desde la gestión pública falta más que nunca un planteamiento a medio y largo plazo. En estos años, ha perdido un cierto carácter sagrado, por decirlo así, es decir, respeto, conciencia de su importancia, protección y recursos, y ha sucumbido a una cierta frivolidad accidental o incidental. Pero ahí están los creadores marcando caminos, trabajando, soñando, produciendo, interpretando la realidad, y eso en Aragón no se detiene.

P: Programas como Borradores o Sin cobertura marcaron una época en la televisión aragonesa. ¿Cree que hoy la cultura tiene suficiente espacio en los medios? ¿La televisión pública debería hacer más?
R: Cuando surgió la Televisión Aragonesa hubo varios problemas culturales desde diferentes perspectivas: ‘Bobinas’, ‘Click’, ‘Por amor al arte’, ‘Borradores’ y algunos más… Ahora hay un síntoma de abandono, que se percibe no solo en Aragón, que con la eliminación de ‘Atónitos huéspedes’ carece de un programa cultural (el formato biopic ‘Tenía que ser de aquí’ no es un programa cultural exactamente), sino en TVE, que se ha entregado al puro entretenimiento, a un humor más bien vacuo, a la frivolidad y a los excesos con el dinero público. Tenemos una tendencia autodestructiva: en vez de generar públicos, por el éxito inmediato y fugaz, tendemos a entregarnos a la nada y el vacío, y no nos damos cuenta de que las audiencias no son casi nada, cifras sin más, pan para hoy y hambre para mañana… En la tele debe haber espacio para la diversidad y el poso. Con todo, a propósito de CARTV, hay que reconocerle que sí se ha comprometido con el cine de manera especial. Mucho menos con la gran diversidad musical tan increíble que tenemos y deja a un montón de creadores a la intemperie. Alguien está decidiendo mal y hemos acabado con las ilusiones de los inicios de un montón de promotoras, que era también un hermoso estímulo para crear y sobrevivir y generar nuevas sendas a la industria audiovisual.
P: En su novela Cariñena, ahora llevada al cine, hay mucho de memoria personal. ¿Cómo ha sido ver su historia transformada en película? ¿Le ha emocionado?
R: Desde luego. La película de Javier Calvo Torrecilla, que ha trabajado con absoluta libertad y con el afán de completar la novela y de aquilatar su propio interior y su memoria sentimental, es bella y honesta, el intento de contar una historia universal: un despertar a la vida en medio de la incertidumbre, en un largo desconocido. Es un canto a la vida, al amor, al paisaje, y siento agradecimiento, pudor, respeto y una incuestionable fascinación. Creo que es una película honesta concebida para todos los públicos, con las encrucijadas propias de la juventud. La he visto seis veces y siempre he descubierto cosas nuevas: desde el excelente trabajo de los actores hasta la música. Es la película de mi vida y de mi novela Cariñena, con elementos de mi poemario Vino del mar, y es la película de mucha gente. A menudo la memoria personal es también memoria colectiva. Todos hemos sido jóvenes, antihéroes, todos hemos estado perdidos, todos somos buscavidas. Más que la fortaleza, nos define la vulnerabilidad. Me identifico con la película y mucha gente me ha reconocido incluso en lo que soy ahora.

P: A menudo rescata figuras olvidadas, personajes de periferia, voces silenciadas. ¿Qué le atrae de estos márgenes, tanto en la literatura como en la vida?
R: La realidad es múltiple, siempre está llena de tesoros, de vidas, de proyectos de creación. Y me gusta llegar a ellos y colaborar, desde el periódico o la televisión o las redes sociales, en su divulgación. ¿Qué sería de mi vida si no me hubiese reencontrado con Ildefonso Manuel Gil, si no hubiese descubierto la figura del poeta y editor Julio Antonio Gómez, si no me hubiesen enamorado (perdón por la cursilería) Ramón Acín, y ahí ha sido capital conocer a Sol y Katia Acín y leer a Víctor Juan Borroy, los hermanos Saura, Alberto Carrera Blecua; si no me atrapasen la obra narrativa de Sender, la pintura de Luis Berdejo y José Luis González Bernal; el cine de Luis Buñuel, creo que una de las películas de mi vida es Los olvidados. Y sí, desde que entré en ‘El Día de Aragón’, con Plácido Díez y Lola Ester, he sentido una irresistible atracción por los personajes esquinados, marginados, olvidados…, con una obra y una biografía sorprendentes detrás. La vida es el arca incesante de las sorpresas y del deslumbramiento.
P: Ha recibido numerosos premios -incluido el Nacional de Periodismo Cultural-, ¿qué distingue éste de las Letras Aragonesas del resto?
R: Es un Premio que ilustra, en buena parte, qué ha pasado en Aragón desde los años 90, desde que Eloy Fernández Clemente lo ganase, y luego se sumasen autores indiscutibles como José-Carlos Mainer, Soledad Puértolas, Ana María Navales, José María Conget, Manuel Vilas, Ángel Guinda, Rosendo Tello, Irene Vallejo, Martínez de Pisón y así más de una veintena de voces, de mundos, de opciones, de estéticas y de sensibilidades. Creo que el Premio de las Letras Aragonesas nos distingue, es un espejo y un escaparate, y debería ser algo más que una fecha en el calendario: tendría que ser un pretexto para salir al encuentro de los lectores en todo Aragón, de los niños, de los clubes de lectura y para recordar que Aragón está viviendo desde hace más de 30 un período de absoluta creatividad, que ofrece todos los años nuevas voces.
P: ¿Qué papel ha jugado la amistad -y los afectos- en su trayectoria creativa?
R: Ha sido capital. Quien tiene un amigo tiene la isla del tesoro en su corazón. Y creo que tengo buenos amigos en todas las esferas de nuevo oficio y de la literatura, y he aprendido y aprendo mucho de gente anónima con la que me gusta conversar. Mis hijos me dicen que conmigo no se puede ir a ningún sitio porque soy un coleccionista de frikies.

P: Aragón ha sido, para usted, una fuente constante de inspiración. ¿Qué le diría a un joven creador que hoy empieza a escribir desde Teruel, Huesca o Zaragoza?
R: La literatura es el campo de la libertad. Que se atreva, que busque, que intente ser lo más honesto consigo mismo y que resista. Que lea mucho y que tenga clara una cosa: en el fondo, más allá de la suerte y de algunos maravillosos caprichos de los lectores o del destino, siempre a partir de la calidad (pensemos en Irene Vallejo, en Sara Barquinero, en Marta Borraz, en Angélica Morales), la mejor defensa del escritor es un buen libro en sí mismo. A todos nos rechazan obras (a mí por ejemplo nunca me habían rechazado tantos libros como entre los 63 y los 66 que voy a cumplir: libros de relatos, libros infantiles, poemarios…), pero hay que estar ahí, siempre en marcha, con ideas, con personajes, con lenguaje, con buenas historias. Y, a veces, como dice Lorenzo Mediano, está bien tener a mano una papelera. Yo soy partidario de una gaveta de inéditos o de textos fallidos. A veces lo que no te convence hoy es valioso mañana o dentro de cinco años. El talento también se entrena y la voluntad y la vocación son armas muy necesarias.
P: Para terminar: ¿cuál ha sido el mayor regalo que le ha hecho la literatura en todos estos años?
R: Me ha dado razones para abrir el ordenador cada día, para hacer amigos, para descubrir libros ajenos fascinantes y querer contarlos, y para soportarme a mí mismo. Para que no me arrastrasen al abismo las numerosas incidencias de la vida y de la melancolía.