Carlos Tarazona rescata del olvido en "Agua y Corriente" la complicada construcción de las centrales hidroeléctricas

El autor se fija en la historia de los miles de obreros que trabajaron en la zona y recuerda que una veintena de ibones del Pirineo perdieron su nombre para pasar a ser lagos o embalses

Periodista
08 de Mayo de 2023
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Roque Vicente y Carlos Tarazona en la presentación libro "Agua y Corriente".
Roque Vicente y Carlos Tarazona en la presentación libro "Agua y Corriente".

Carlos Tarazona Grasa rescata en su libro “Agua y Corriente. Cuando o ibones perdieron su nombre” la construcción de centrales hidroeléctricas en el Valle de Tena a mediados del siglo XX, que requirió de miles de obreros trabajando sin apenas medios mecánicos a 2000 metros de altura, un tema que todavía no había sido tratado en profundidad y que este libro pretende poner en valor, al tiempo que hace un homenaje a quienes realizaron estas obras.

Durante la presentación de este trabajo, Tarazona ha explicado que una veintena de ibones del Pirineo se vieron afectados por estos trabajos con la construcción de muros artificiales, que tenían como objetivo “aumentar el volumen de agua que se retenía para incrementar las posibilidades de turbinar las centrales. A partir de que fueron repesados, pierden su nombre de ibón -formación natural de agua de origen glaciar- para pasar a denominarse lago o embalse”. Esta era una cuestión que quería matizar Tarazona, que ha explicado que fue precisamente esta transformación que hizo perder a los ibones su condición lo que le motivó a profundizar en el tema.

“Agua y Corriente” culmina una trilogía a la que el autor, que trabaja como agente de protección de la naturaleza en Ribagorza, ha dedicado 20 años. Se une a “Borregueros”, que recoge la historia de aragoneses que trabajaron de pastores en el Oeste americano, y “Pinos y Penas” sobre el patrimonio forestal del Estado.

 “Agua y Corriente” es una obra autopublicada, como las anteriores, que consiguió el premio en categoría de Ayudas a la Edición de los Félix de Azara de 2022 que concede la Diputación Provincial de Huesca. En la presentación del trabajo este lunes, ha estado acompañado por el presidente de la Comisión de Desarrollo, Roque Vicente, quien ha destacado que la figura de Félix de Azara “inspira conciencia y sensibilidad medioambiental”.

Las centrales hidroeléctricas en el Pirineo se realizaron en dos periodos, entre 1921-1935 se iniciaron las primeras -las de El Pueyo y Baños en Panticosa-, y tras la Guerra Civil, se retomaron y continuaron con el resto de minicentrales y todas las obras que llevaban asociadas. En la primera etapa, las obras fueron ejecutadas directamente por Energías e Industrias Aragonesas (Eiasa), empresa que creó su factoría de producción química en Sabiñánigo con el objetivo de tener garantizado el suministro eléctrico que necesitaba. En el segundo periodo, ante las complicaciones para llevar a cabo los trabajos, encomendó su ejecución a Obras y Contratos Industriales SA (Ocisa).   Ç

Bachimaña antes presa, sobre 1930.
Bachimaña antes presa, sobre 1930.

Para “Agua y Corriente”, el autor ha recogido diversos testimonios y consultado documentación que, a través de Acciona, se encuentra en Sabiñánigo. La obra de Tarazona rehúye en lo posible la parte técnica para centrarse en el aspecto humano, el trabajo de miles de obreros, la mayoría andaluces y gallegos, en condiciones muy complicadas a 2000 metros de altitud, cuando la mecanización de las obras era prácticamente inexistente. El autor ha comentado que “se montaban sus propias estufas, dormían con ocho o diez mantas y afrontaban situaciones como tener que habilitar los caminos para poder transitar con las caballerías en las que subían el cemento desde Sallent o el Balneario de Panticosa, con cada animal cargando unos 150 kilos”.

También instalaron en el propio lugar de trabajo fábricas para crear los tubos de cemento para las conducciones de agua, dada la imposibilidad de traerlos desde fuera, también con enormes complicaciones para llevar las piezas necesarias, “echando mano del “carretón”, una plataforma de madera que ni siquiera tenía ruedas, sino que se deslizaba sobre troncos de madera”.

Como alojamientos para tantos obreros se levantaron barracones, “por ejemplo, para las obras de la presa de Respomuso, se construyeron dos con capacidad para 500 obreros cada uno”. Muchas personas alquilaron también casas en la zona, a donde se trasladaban con su familia. “Tal cantidad de gente tuvo una repercusión importante en el territorio, que no se ha estudiado. Sallent vivió años de máximo esplendor coincidiendo con el segundo periodo de centrales que se hicieron en el entorno de Respomuso y alrededores, como los lagos de Arriel y Campo Plano, y casi duplicó su población. Se vivía una intensa actividad por la noche con timbas de cartas, jaleos continuos…”, ha relatado Tarazona.

Durante estas obras no solo se sufrieron accidentes laborales, sino que también la silicosis llevó al fallecimiento al cabo del tiempo de muchos de estos trabajadores. “Se llevó con la máxima discreción por parte de las empresas y se ocultó el tiempo que se pudo”, ha explicado Tarazona. “La apertura de kilómetros de túneles se realizó en condiciones muy penosas, las normas de seguridad no existían, se limitaban a un pañuelo para tapar la boca y la nariz. Cuando empezaron a aparecer los primeros síntomas, los médicos de empresa disfrazaban la enfermedad de tuberculosis y nunca reconocieron oficialmente que se trataba de silicosis, una enfermedad que mata despacio”.

LA HISTORIA SE REPITE

Tarazona ha expuesto también que a principios del s. XX “empezaron a aflorar infinidad de peticiones de concesiones de caudales de ríos para aprovechamiento hidroeléctrico, principalmente por personas pudientes cuyo objetivo era montar una central para producir energía”, y en su libro dedica un apartado a los proyectos que no vieron la luz.

“Es curioso cómo la historia se acaba repitiendo”, ha señalado en referencia a Canal Roya, y ha explicado que “si algunos de esos proyectos se hubieran llegado a ejecutar, nos llevaríamos las manos a la cabeza. Uno pretendía inundar el cañón de Añisclo para aprovechamiento hidroeléctrico, con una presa en San Urbez. Fue una incidencia para que la sociedad de entonces reaccionara y a raíz de esa oposición se consiguió la ampliación en superficie del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Hubo otro proyecto en una de las joyas medioambientales del Pirineo, el Valle de Aguas Tuertas en Ansó, que pretendía construir una presa e inundarlo por completo”.

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